25 jul 2016

“Yo no maté a Enrique Camarena”

“Yo no maté a Enrique Camarena”/ANABEL HERNÁNDEZ
Revista Proceso # 2073, 24 de julio de 2016, pags 6-10
· Asegura Caro Quintero que estaba “en el lugar equivocado”
· “Pido perdón a la sociedad mexicana, a la DEA, a Washington…”
· “No estoy en guerra con nadie; El Chapo y El Mayo son mis amigos”
· “A los Beltrán Leyva ni los conozco”
· Sembraba mariguana: “De alguna manera había que sobrevivir”
· “Ya no soy narco… quiero vivir en paz”
· En la clandestinidad, entrevista videograbada para ProcesoTV
La espera transcurre en algún lugar del norte de México. Es una tarde que anuncia tormenta. De pronto, como fantasma, aparece caminando, con paso relajado, un hombre de 63 años, erguido en su metro ochenta de estatura. Tiene la tez bronceada y las manos encallecidas. Bajo la gorra azul asoma el cabello corto teñido de oscuro. Muestra una dentadura perfecta y brillante y su cuerpo –delgado, correoso– delata ejercicio.
Es Rafael Caro Quintero, a quien apodan El Príncipe o El Narco de Narcos. Por su captura, el gobierno de Estados Unidos ofrece una recompensa de 5 millones de dólares. Y el de México lo acusa de haberse reincorporado al narcotráfico y desatar una guerra contra el Cártel de Sinaloa.
Lleva en el pecho al menos dos escapularios: uno de la Virgen de San Juan de los Lagos, regalo de uno de sus hijos mayores, y otro con una bendición de su madre. Viste camisa de manga larga, abotonada casi hasta el cuello, y pantalón vaquero azul. En la muñeca izquierda porta un reloj de carátula negra. No hay joyas, lujos ni armas a la vista; su escolta parece estar compuesta sólo por dos hombres. Sus zapatos de goma son negros y están visiblemente desgastados. Parecen la metáfora exacta de alguien que huye de la justicia desde hace casi tres años.
Luego de 28 años de prisión, en agosto de 2013 fue excarcelado del Reclusorio Preventivo de Guadalajara por órdenes de un tribunal colegiado. Pero días después la Procuraduría General de la República (PGR) obtuvo dos órdenes de aprehensión en su contra: una para extraditarlo a Estados Unidos y otra para que pague 12 años más de prisión que, según la PGR, le quedan pendientes en México.
Caro Quintero, hijo de Emilio Caro Payán y Hermelinda Quintero, nació en octubre de 1952 en el rancho La Noria, en Badiraguato, Sinaloa. Y fue considerado por el gobierno mexicano como uno de los narcotraficantes más poderosos en los ochenta. A raíz del brutal homicidio de Enrique Camarena (agente de la Administración Antidrogas Estadunidense, DEA), en 1985, el gobierno de Estados Unidos y el mundo volvieron la mirada para descubrir que en el Triángulo Dorado, donde confluyen los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua, había emergido una nueva casta de capos: señores de la droga que, 31 años después y según Washington, se convirtieron en los más poderosos del mundo.
El 26 de junio pasado, este semanario (Proceso 2069) publicó las versiones oficiales que aseguraron que Caro Quintero estuvo detrás del ataque perpetrado por Alfredo Beltrán Guzmán, El Mochomito, a la casa de Consuelo Loera, madre de Joaquín El Chapo Guzmán, en la ranchería de La Tuna, Badiraguato, localidad de la que ambos capos son oriundos. Días después, el Ejército mexicano y el gobierno de Chihuahua confirmaron dicha versión.
A raíz de ese reportaje, firmado por la autora de esta entrevista, gente cercana a Caro Quintero contactó con Proceso; el hombre accedió a dar su versión de los hechos.
La lógica indica que un prófugo no concede entrevistas y menos en video. Menos aun cuando la DEA y las autoridades mexicanas le pisan los talones, al grado de haber estado a punto de capturarlo al menos tres veces los últimos dos años. Sin embargo, para Caro Quintero esta lógica no se aplicó y, desde la clandestinidad y en uno de los momentos más agudos de la persecución, aceptó responder todas las preguntas, ser fotografiado y que la conversación fuera videograbada para ser transmitida en ProcesoTV. No hubo más condición que la de no revelar el lugar donde fue realizada.
Frente a la reportera y al fotógrafo, el apodado Príncipe habla sobre la presunta guerra que, según fuentes gubernamentales mexicanas, él desató –en alianza con los Beltrán Leyva y otras organizaciones criminales– contra el Cártel de Sinaloa y en particular contra El Chapo Guzmán.
Por primera vez cuenta cómo y por qué se inició en el narcotráfico y habla de los homicidios de Enrique Camarena y del piloto Alfredo Zavala, que provocaron su detención y encarcelamiento.
Narra también su encuentro con El Chapo Guzmán durante un desayuno en 2013, cuando ambos estaban prófugos, y su entrevista con el otro líder del Cártel de Sinaloa, Ismael El Mayo Zambada.
“Antes de caer yo preso nos conocimos, éramos buenos amigos”, afirma sobre los dos actuales dirigentes del Cártel de Sinaloa. Tanto El Mayo como Caro Quintero actualmente son fugitivos, mientras El Chapo está recluido en el Cefereso número 9, en Ciudad Juárez, en espera de ser extraditado a Estados Unidos.
En los ochenta Caro Quintero marcó un antes y un después en la historia del narcotráfico en México. Habla de los gobiernos de Felipe Calderón y de Enrique Peña Nieto, de la llamada “guerra contra las drogas” que ha dejado miles de muertes, de la legalización de los estupefacientes, de Dios, el amor y la muerte.
Éste es Rafael Caro Quintero en sus propias palabras.
La entrevista transcurre en un cuarto de paredes encaladas construido en medio de la nada. Él se acomoda en una silla desvencijada. El mobiliario lo componen, además, un par de camas y una mesa con una imagen de la Virgen de Guadalupe, acompañada de unas veladoras encendidas.
Se le nota ávido de conversar. Si estaba preocupado por el correr del tiempo, por la caída de la noche o por la intensa lluvia que se desató al comenzar la entrevista, nunca lo mostró. No hay alimentos ni bebidas de por medio. Ni un vaso de agua.
En la clandestinidad, tras 28 años de prisión y casi tres prófugo, rompe el silencio.
La presunta guerra contra “El Chapo”
Tras la información publicada por este semanario, el comandante de la Tercera Región Militar, general Alfonso Duarte Múgica, y el fiscal de Chihuahua, Jorge González, confirmaron que existen las sospechas de que Caro Quintero inició una guerra contra el Cártel de Sinaloa.
“A nivel nacional se ha establecido la posibilidad de una invasión que pudiera tener en el estado de Chihuahua uno de los narcotraficantes más conocidos del país, Rafael Caro Quintero”, afirmó González el pasado martes 5.
Según el vocero de la fiscalía, Eduardo Esparza, esa información provenía de “inteligencia tanto estatal como federal, en la coordinación que se tiene con el Ejército”.
El miércoles 6, Michael Vigil, exjefe de Operaciones Internacionales de la DEA, dijo a Associated Press que el Ejército mexicano tiene información de que Caro Quintero se alió con miembros de lo que queda del cártel de los hermanos Beltrán Leyva para quitarle territorio al de Sinaloa.
La primera pregunta a Caro Quintero versa sobre esta acusación:
–El comandante de la Tercera Región Militar, el fiscal de Chihuahua y otras autoridades señalan que usted ha entablado una guerra contra el Cártel de Sinaloa…
–La inquietud mía, la preocupación mía es muy grande. Yo me enteré por los medios de comunicación de lo que dijo el fiscal de Chihuahua y lo que dijo el señor general. Es falso lo que les están informando; que aclaren muy bien esta situación, que no hagan declaraciones nomás a la ligera; son declaraciones muy delicadas, muy fuertes para decirlas nomás así.
–¿Usted tiene una guerra contra el Cártel de Sinaloa?
–En primer lugar yo no tengo problemas con ningún cártel. No conozco a la familia Beltrán Leyva y no tengo ningún problema con ellos. Y con la familia Guzmán tampoco. Si ellos traen algún problema es de ellos, mis respetos tanto a los Beltrán como a la familia Guzmán, mis respetos para ambas familias, y no sé cuál fue el motivo, por qué me sacaron a mí ahí. Yo no estoy relacionado con ningún problema de esta índole y menos estoy involucrado en una guerra. Si ando batallando para arreglar mi problema… Imagínese, con casi 29 años que estuve preso, ¿tendría ganas de más problemas?
–Habrá quienes pudieran pensar que usted ambiciona el poder y el dinero que genera el narcotráfico… ¿Podría ser ésa la razón que lo impulsara supuestamente a iniciar esta guerra?
–A mí no me impulsan ni me llaman la atención ningún poder y ninguna cantidad de dinero, por grande que sea.
–¿Ya no le interesa?
–No me interesa salir en la fotografía, como luego dicen. Quiero paz, quiero vivir en paz, quiero que mi familia viva en paz. Tanto lo que ustedes sacaron (Proceso), como el fiscal de Chihuahua o el general, es falso; son mentiras. El tiempo me va a dar la razón. Reitero: lo único que busco es paz y le pido perdón a la sociedad de México por los errores que cometí; a la familia de Camarena, a la DEA, al gobierno de Estados Unidos, les pido perdón. Ya pagué mi culpa… Estuve casi 29 años en la cárcel.
–El fiscal de Chihuahua, y perdone que insista en esto pero me gustaría aclararlo de una vez, dijo a los medios de comunicación que supuestamente habían interceptado llamadas telefónicas y mensajes donde efectivamente lo señalaban a usted como parte de esta supuesta guerra y que pensaba incluso ir a pelear, invadir Ciudad Juárez.
–Dígale que usted ya tiene la voz mía, los centros federales tienen mi voz. Entonces está muy sencillo, ya con mi voz usted dígale: ‘¿Ya tiene usted las llamadas?, ¿por qué no comparamos la voz que usted tiene y la voz que yo tengo?’. Desde el momento en que salí yo no he hecho ninguna llamada, yo no le agarro un pin, yo no le agarro un radio, no le agarro ningún teléfono. Si tiene la llamada y está tan seguro, dígale que vayamos adonde él quiera para que me compruebe, y que si la DEA o el Departamento del Tesoro de Estados Unidos están tan seguros de que yo estoy traficando mariguana y cocaína y anfetaminas, que no las conozco, ¡las pruebas! Pero que por favor no se dejen llevar por pícaros vividores. Esa información que les están dando es falsa; por favor, verifiquen bien.
–¿Piensa que el gobierno de México y el de Estados Unidos están siendo mal informados?­
–Mal informados.
–¿Por quienes? ¿Quiénes pueden estar interesados en afectarlo, en involucrarlo en estas nuevas actividades de narcotráfico o en esta llamada “nueva guerra”?
–Pues no le sé decir, porque no estoy seguro.
–¿Tiene usted enemigos?
–Pues a la vista no, pero no podemos saber.
'–¿Qué gana el gobierno de México o de Estados Unidos? ¿Cuál puede ser la intención de volverlo a involucrar en una actividad que, según usted, ya no está practicando?
–¡Y estoy seguro! ¡Estoy seguro de que no la estoy practicando y no la voy a practicar! –afirma con molestia.
“Yo fui narcotraficante hace 31 años, y desde el momento que le estoy diciendo que se me cayó lo de los sembradíos del (rancho El) Búfalo (Chihuahua, donde en 1984 el Ejército le decomisó 10 mil 900 toneladas de mariguana), ahí terminé la actividad ésa, y nunca la he ejercido y no lo voy a hacer. Dejé de ser narcotraficante y le vuelvo a repetir: de favor, que me dejen en paz.”
–Han pasado algunas semanas de que esta noticia está circulando. Ha de haber tenido tiempo de pensar, de asimilar, ¿por qué piensa que lo quieren acusar de esto?
–No lo entiendo. Pues habrá algunos intereses, no lo sé, escondidos, que no los sé yo.
–¿Si usted no puede ser extraditado ya por el caso Camarena, piensa que esto es…?
–¿Que están buscando para ver qué más encuentran? Pues no, para qué voy a inventar, para qué voy a andar con mentiras, las mentiras no me gustan, yo hablo con la verdad, no puedo asegurarle nada. Pero de lo que sí estoy seguro es de que no tienen pruebas y no tienen nada con qué juzgarme, ni antes ni después.
“Ahora este general dice que desde hace tres meses que le informaron que yo estoy reclutando gente. ¡Ni para desmontar cerros, porque no tengo con qué pagarles! ¡Es una injusticia, una tontería lo que están declarando, eh!
“Yo salí por la puerta, yo no me fugué. ¿Usted cree que yo tengo ganas de regresar a la cárcel con casi 29 años que estuve preso?
“Para una guerra se necesita mucho dinero, una guerra se hace con dinero, ¿sí o no?, y con armas”, señala.
–¿Usted tiene dinero? –se le pregunta.
–Ando mal económicamente, por desgracia.­
–¿Usted tiene hombres?
–Dos muchachos, uno me maneja la moto.
El encuentro con Guzmán y Zambada
A los pocos días de su liberación, Caro Quintero recibió dos visitas inesperadas: Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, e Ismael Zambada García, El Mayo, los dos líderes del Cártel de Sinaloa. En los ochenta, ellos comenzaban en el mundo del narcotráfico cuando El Príncipe ya era una leyenda.
Caro Quintero afirma que las dos reuniones fueron amistosas.
–En su momento, Guzmán Loera comentó que se había reunido con usted después de su liberación en 2013. ¿Usted se reunió con Joaquín Guzmán Loera? –se le inquiere.
–Sí es cierto, sí.
–¿Cómo fue este encuentro?
–Él vino a saludarme, me dio gusto saludarlo, mis respetos para el señor, y platicando le comenté que yo ya no quería saber nada de cuestiones ilícitas.
–¿Y cómo fue este encuentro? ¿Fue amigable?
–Amigable, nos conocemos desde chicos, desayunamos juntos y el señor se fue.
–Y cuando usted le dijo “Yo ya no quiero participar en esto”, ¿él qué le respondió?
–Que estaba bien, que había sido muy caro lo que había pasado en la cárcel, mucho tiempo, y terminó la plática.
–¿Se despidieron en buenos términos?
–Sí, sí, le dije adiós, y adiós: no nos volvimos a ver.
–¿Y con Ismael, El Mayo, Zambada usted también se reunió?
–Una vez lo vi. Una vez, e igual, lo mismo. Platicamos y le comenté lo mismo. Mis respetos tanto para una familia como la otra, no tenemos ninguna relación, ellos su vida y yo la mía.
–¿Él le ofreció algún tipo de apoyo, de ayuda?
–No, no, nada, pues él también estaba corriendo (huyendo).
“Ahora que la DEA dice saber que yo siempre he estado en comunicación, desde la cárcel, con narcotraficantes… Conozco mucha gente, me conoce mucha gente, me mandaban saludos, les mandaba saludos, sus actividades no las sé, yo no las he practicado, yo ya le repetí, nada más que ellos (los agentes de la DEA) tienen informantes a quienes les están pagando, y por dinero la gente hace muchas barbaridades.”
–¿Usted piensa que ellos dos, Guzmán y Zambada, creen que usted tiene una guerra contra ellos?
–No, ellos están seguros que no, porque me conocen, nosotros nos conocemos desde chicos. Ellos saben que no, saben que yo los respeto como amigos y como hombres también, y a sus familias también; a todos ellos, y a mí no me interesa ninguna guerra, a mí no me interesa ninguna plaza, a mí no me interesa ningún estado, fronteras… ¿Por qué? Porque yo no trabajo, simplemente así.
–Usted piensa que alguien pueda estar inventando de parte de…
–Mire, lo pueden hacer, yo no digo que no lo pueden hacer, ¿pero sabe qué? El gobierno yo creo que sabe hacer su trabajo y ellos… Puede hablar mucha gente, pero en una detención tienen que decirles la verdad, y el gobierno sabe hacerlo. ¿Qué tengo que ver yo?
–¿Qué piensa usted de este ataque a la casa de la madre de Joaquín Guzmán Loera? Era un punto muy sensible, es una cosa que nunca se había visto, incluso en los peores años de guerra.
–Lo vi en los periódicos. ¡Está mal! Es una señora ya grande, me pongo en el lugar de Joaquín, él está preso. ¿Qué sentiría al saber esa noticia, que llegaron a molestar a su mamá a su casa? Pero como le digo: mis respetos, yo no sé nada y ellos sabrán sus cosas.
La historia detrás de la leyenda
Durante décadas, en Sinaloa han emergido los principales capos de México. En el exuberante Triángulo Dorado se cultivan toneladas de mariguana y amapola para abastecer el robusto mercado en Estados Unidos y otras partes del mundo.
Ahí nacieron narcotraficantes como Ernesto Fonseca Carrillo, Joaquín Guzmán Loera, Ismael Zambada García, los hermanos Beltrán Leyva y Caro Quintero, quien apenas estudió hasta primero de primaria. Reconoce que el estudio no es lo suyo.
–¿Quién era Rafael Caro Quintero hace más de 30 años? ¿Cómo se inicia en esa actividad llamada narcotráfico?
–Pues (era) una persona muy joven, vivía en la sierra, y pues ahí es muy normal la siembra de mariguana y amapola, así fue.
–¿Tenía usted necesidad económica? ¿Qué es lo que lo impulsa a dedicarse a esto?
–Era huérfano, murió mi papá. Éramos 12 hermanos, yo tenía 14 años y pues había que darles de comer a mis hermanos entre mi madre y yo, y así empezó todo.
–¿Alguien de su familia se había dedicado a esto?
–No, nadie.
–¿Su padre se había dedicado a esto?
–No, tampoco.
–¿Qué hacía su familia antes de esto?
–Sembraba maíz, frijol y tenía un poquito de ganado mi papá. Hasta la fecha mi mamá lo tiene.
–¿Cómo vivían?
–Muy pobres.
–¿Podría describir cómo era esa pobreza?
–Había una casa y, pues ya le comenté, éramos 12 hermanos, todos más chicos menos una hermana más grande que yo, que murió antecito de salir de la cárcel. Nos las mirábamos un poco duras, y en ese tiempo no entraban carros, no entraba nadie por ahí por donde yo vivía.
–¿No había otra fuente de empleo?
–No, no había ninguna. Había que trabajar de siete de la mañana a cinco de la tarde.
–¿Y a su alrededor todo era igual? Me refiero, ¿las demás familias, los demás muchachos se dedicaban a lo mismo?
–Sí, pues la mayoría, en pequeña escala, ¿me entiende?
–¿No había otro camino?
–No, había que vestir, había que comer de alguna manera. No nos alcanzaba con lo poco que hacíamos.
–¿Usted a qué se dedicaba? ¿Siembra de mariguana, amapola, traficaba cocaína? ¿Exactamente cuáles eran sus actividades?
–Yo no sé nada de cocaína. Yo hacía mis siembritas de mariguana nada más.
–¿Amapola?
–No.
–¿Heroína?
–No.
–¿Y qué pasaba con esa producción?
–Se vendía ahí mismo, en los ranchos.
–¿Usted traficaba a Estados Unidos?
–No.
–¿Nunca traficó a Estados Unidos?
–No, nunca trafiqué.
–¿Nunca cruzó usted mismo o gente suya la droga a Estados Unidos?
–No, yo vendía acá en México, yo nunca crucé a Estados Unidos, yo no conozco Estados Unidos. Nunca fui, entonces… Yo la vendía barata en México pero yo no quería más problemas, ¿me entiende?
–Lo señalaban como el líder del Cártel de Guadalajara, como el gran capo de los setenta y ochenta…
–Mire, yo de cárteles y todo eso no me di cuenta hasta que estaba preso, antes yo no oía mentar eso de cárteles en México.
–¿Cómo trabajaba?, ¿usted cómo trabajaba?­
–Pues sembraba y vendía mariguana.
–¿Individualmente?
–Sí.
–¿Y en qué momento conoce a Ernesto Fonseca Carrillo, a Miguel Ángel Félix Gallardo? ¿Eran una asociación? ¿Cómo era esto?
–No, al señor Fonseca lo conozco porque somos de ranchos vecinos.
“Yo no secuestré a Camarena”
En 1984 la PGR hizo un operativo en Chihuahua, en un rancho llamado El Búfalo y otras dos propiedades donde se destruyeron miles de toneladas de mariguana. Según dijo el gobierno en aquella época, la yerba destruida tenía un valor de más de 8 mil millones de dólares. La siembra era de Rafael Caro Quintero. Desde ese momento pareció que la suerte le dio la espalda.
De acuerdo con la versión oficial, en febrero de 1985 y supuestamente en represalia por el operativo en sus ranchos, Caro Quintero se puso de acuerdo con Fonseca Carrillo para secuestrar al agente de la DEA Enrique Camarena, quien tenía su base de operaciones en el consulado de Estados Unidos en Guadalajara. Presuntamente el objetivo era interrogarlo y conocer qué información tenía acerca de sus actividades criminales. Con el mismo fin, y siempre según el dicho gubernamental, ordenaron el secuestro del piloto Alfredo Zavala, de la Secretaría de Agricultura, quien trabajaba con Camarena. Tanto Camarena como Zavala fueron torturados y asesinados.
El gobierno de México y el de Estados Unidos acusaron a Caro Quintero, a Fonseca Carrillo y a Félix Gallardo de ser los autores intelectuales del múltiple delito. Caro Quintero fue detenido en Costa Rica, en abril de 1985.
A 31 años del doble homicidio, Caro Quintero habla por primera vez del asesinato de Camarena.
–En 1985 se da a conocer la muerte de Enrique Camarena, se informa que supuestamente existe el Cártel de Guadalajara y que Caro Quintero, Fonseca Carrillo y Félix Gallardo ordenaron secuestrar, torturar y asesinar a ese agente de la DEA. ¿Usted ordenó secuestrar, torturar y asesinar a Camarena?
–No, no, no, ni organicé ni secuestré ni maté al señor Camarena.
–¿Cuál fue su papel, entonces?
–Estuve en el lugar equivocado –dice, y aclara su garganta.
–¿Quería que eso pasara?
–No, yo no tenía por qué querer que eso pasara.
–El argumento de la PGR era que, como hacía poco le habían destruido unos plantíos importantes en el rancho de El Búfalo, usted en venganza ordenó esa ejecución.
–No, no hay nada de todo eso. Si ya lo habían destruido, ¿para qué me iba a meter en un problema tan serio como ése?
–Pues es el gobierno de Estados Unidos.
–¿No se hubiera metido con un agente gringo?
–No, claro que no, mis respetos para ellos, y le pido perdón al gobierno de Estados Unidos si en algo participé o si en algo estoy involucrado; le pido perdón al gobierno de Estados Unidos, a la DEA y a la familia Camarena también, estoy muy arrepentido, y si cometí algún error pido perdón. Yo ya pagué mi delito. A mí nada me costaría decir “sí participé”, yo ya pagué, pero no, yo no participé.
–Es la primera vez que usted lo dice.
–¡Nunca había hablado! Nunca había hablado de este caso, es la primera vez. Se lo estoy diciendo con la voz completa: no lo secuestré y no lo torturé y no lo maté. Sí estuve en ese lugar, es mi participación, nada más.
–¿Usted habló con él, lo interrogó?
–No, para nada, porque yo no lo secuestré. Yo para qué iba a hablar con él, a mí no me interesaba.
–No tenía usted ningún interés… ¿No tenía interés de venganza?
–No, nada.
–Hay gente de la DEA –el propio exagente Héctor Berrellez– que dice que fue la CIA la que mató a Camarena.
–¿Le digo algo? ¡Miente Berrellez! ¡Miente!
–¿Usted estuvo en el interrogatorio a Camarena?
–No.
–¿Cuando lo golpearon?
–No, yo estuve en esa casa (donde Camarena fue retenido y ultimado) porque me mandaron llamar. Fonseca y yo teníamos un rancho en sociedad. Entonces, para ir por un dinero para comprar algunas pasturas y un camión, por eso fui yo a ese lugar. Es lo que le puedo decir de ese caso.
–Y el gobierno de México… ¿cree usted que supo que usted no fue o sí pensaba que usted había sido?
–El gobierno sabe que yo no lo secuestré, ahí está en los libros, ahí está en el expediente, y que yo no lo maté también ahí está, en el expediente.
–¿El gobierno estadunidense cree que usted sí fue?
–Pues por lo que estoy viendo sí, ahora sí ya pagamos, los que mataron a este señor ya están muertos todos, los que no están muertos están presos. Hay mucha gente presa inocente, en su momento todo eso va a salir a la luz.
Se le pregunta entonces, de forma insistente, quién ordenó la ejecución del llamado Kiki Camarena. Evasivo, asegura que eso lo dará a conocer en un libro.
–¿Usted está preparando un libro sobre su vida o sobre el caso Camarena en particular?
–Hay algo de eso, pero más delante, cuando termine todo mi caso.
Rafael Caro Quintero afirma que, luego de ser detenido en Costa Rica y trasladado a México, fue torturado con golpes, asfixia y toques eléctricos.
“Como decía el comandante Florentino Ventura (de la Policía Judicial Federal); en los interrogatorios me decía que él sabía que yo no lo había secuestrado y que yo no lo había matado, pero que sí sabía que yo había estado ahí, y era la verdad.
“A mí me sentenciaron por todas las agravantes que tiene la ley: secuestro, homicidio y tortura, todo en lo cual yo no participé.”
–Si lo hubieran juzgado sólo por esa presencia física, ¿cuánto le habrían dado (de cárcel)?
–Diez años, lo que era por encubrimiento.­
“Ya no soy narco”
Durante la entrevista, Caro Quintero no se detiene ni para tomar agua. Afuera cae una lluvia torrencial. No oculta sus emociones, igual sonríe que se enoja y levanta la voz. Parece que entre todas las acusaciones que el gobierno de Estados Unidos y el de México le hacen, una de las que más lo irrita es la de que volvió al narcotráfico:
“El gobierno de Estados Unidos, la DEA y el Departamento del Tesoro dicen que yo sigo vendiendo mariguana y que vendo anfetaminas y cocaína. Yo fui narcotraficante, pero yo no conozco la anfetamina, no conozco la cocaína tampoco, entonces… la mariguana sí la conocí, porque era lo que yo hacía hace 31 años. Pero yo dejé de ser narcotraficante desde el 84. ¡Jamás lo voy a volver a ser! ¡Yo no quiero saber absolutamente nada del narcotráfico!”
–¿Por qué? –se le inquiere.
–Porque fue muy cara la factura que pagué y no quiero más. Ya con lo que he vivido y con lo que sigo viviendo es más que suficiente.
–¿Cómo fue la factura que usted pagó?
–¡Muy cara, muy cara! Entonces quiero vivir en paz lo poco o mucho que me quede de vida. Lo quiero, si es que me dejan, porque llevo tres años… He dormido en cama –en colchón– unas tres veces, y le estoy batallando mucho. Entonces, por humanidad, yo creo que merezco que me dejen en paz, le pido al gobierno de Estados Unidos perdón, a la familia Camarena también, a la DEA le pido perdón si algún delito cometí con el señor Camarena. Pido perdón, pero no tengan la menor duda de que yo ya dejé de ser narcotraficante.
“Yo no soy un peligro ni para la sociedad de México ni para el gobierno, ni para la sociedad de Estados Unidos. Yo no quiero saber nada de narcotráfico, yo quiero vivir en paz y estar en paz, que me dejen en paz.”
–¿Cómo fueron esos años de cárcel?
–Muy duros, lo poquito o mucho que tenía me lo acabé; quedaron algunas cositas en el divorcio con la señora Elizabeth (Elenes); lo poquito que quedaba era de ella y lo que yo tenía lo gasté en la cárcel. Me quedaban dos ranchos y algún ganado y lo gasté, lo vendí ahora que salí, ésa es la manera en que he sobrevivido, y batallándole.
–¿Cuántas cosas perdió en la cárcel? Es importante que la gente lo escuche: tal vez hay jóvenes que quisieran seguir su leyenda, y sería bueno que escucharan la otra parte de la historia.
–No se dejen llevar por ilusiones nada más, por espejismos. Muchas veces escucho decir en la televisión o en los medios de comunicación: “El dinero fácil”. En mi caso llevo 31 años luchando hasta dormido, y mire cómo ando todavía. No se imagina lo difícil que fue para mí vivir, prácticamente. Mi familia siempre ha estado conmigo en la cárcel, mi madre, mis hermanas, mis hijos, la mamá de mis hijos…
–¿No lo abandonaron?
–No, en los medios dicen que me abandonaron, pero nunca fue así. Ellos siempre estuvieron fuera de todo. Mis hijos nunca han estado involucrados ni han pisado una cárcel, ni por una borrachera. Mis hijos están muy aparte de drogas, de todo eso, y sin embargo me los han involucrado.
–¿Convivían con familias que se dedicaban al narcotráfico?
–Ellos no han convivido con esa clase de gente, ellos tienen otra clase de vida, ellos se manejan diferente.
–¿Por qué?
–Porque así los crió su mamá, porque yo nunca estuve de acuerdo con que hicieran lo mismo que yo hice, y ellos estaban muy claros. Y tienen el espejo para que ellos se estén viendo toda su vida y digan: “¡No, si nosotros nos metemos en esto… mi papá mira lo caro que está pagando!”. Ahora nosotros somos una familia muy unida, aunque los tres años que llevo afuera no los he visto.
Defiende a su familia:
“No son lavadores”
A principios de los ochenta, la carrera de narcotraficante de Caro Quintero iba en ascenso. A diferencia de otros capos, dice, él decidió mudarse a Guadalajara para que sus cuatro hijos (Héctor Rafael, Henoch Emilio, Mario Yibrán y Roxana Elizabeth, procreados con su primera esposa, María Elizabeth Elenes) se mantuvieran apartados del mundo del narcotráfico y de las familias involucradas en ese negocio. Pero ellos también son perseguidos por Estados Unidos, que los acusa de lavado de dinero.
En junio de 2013, antes de que Caro Quintero fuera liberado, la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro del gobierno de Estados Unidos reveló una lista de personas y empresas vinculadas con los negocios del capo. Ahí aparecían su exesposa y sus cuatro hijos.
“Mis hijos no son lavadores de dinero de nadie, ellos no. Los dejé chiquitos, de siete años el más grande, ocho años. ¿Cuál lavado de dinero? Ahora en 30, 35 años que tenga una persona… si pone un cuartito de calabazas, de elotes, los gringos ya dicen que es una empresa, y es lo que les está pasando a mis hijos.
“Mis hijos no conocieron a El Azul (Juan José Esparragoza, otro líder del Cártel de Sinaloa). Mis hijos, si acaso, lo vieron cuando iban a verme –el más grande y la mamá de ellos– a la cárcel.”
–¿Qué son esas empresas (las señaladas por el gobierno de Estados Unidos)?
–Mi nuera tiene dos o tres changarritos de cuestiones de limpieza para mujer, no sé exactamente qué es, y mi hija, en uno de los ranchos que teníamos, un ranchito, puso por ahí –no sé si consiguieron un préstamo en el banco, no sé qué hicieron–, el caso es que puso un spa, y ya lo pusieron como una empresa. O sea, cualquier corral de puercos lo pone como “empresa” el gobierno de Estados Unidos.
'–¿Pero son pequeñas empresas o grandes empresas?
–¡N’ombre, no llegan a empresas! Señorita, no llegan a empresas. Una empresa es algo grande, una empresa es algo serio, éstos son puros changarros, no hay nada. Ahora, “que me lavan el dinero” o que “yo tengo una fortuna de 500, 600 millones de dólares”… ¿Dónde está? ¡Háganmela buena, que los necesito!
–¿No tiene usted esa fortuna?
–No, no, ¿de dónde?, ¿dónde está?
En 2008, en el penal estatal de Puente Grande, Jalisco, Caro Quintero conoció a Diana Espinosa Aguilar, quien tenía 38 años. Fue detenida en 2008 acusada de delincuencia organizada. Se hicieron pareja.
Ella fue absuelta y puesta en libertad en 2011. Espinosa Aguilar y Caro Quintero procrearon a Agustín, hoy de tres años. Y desde mayo pasado ella también está en la mira del gobierno estadunidense.
–También quieren involucrar a su actual pareja, la están boletinando. Estados Unidos asegura que ella también maneja sus activos y que, a través de eso, usted también recibe dinero –se le comenta.
–¿Dónde está? Que me digan dónde está. O que le comprueben a ella dónde está.
–¿Ella recibe dinero de usted?
–No, mi mamá es la que le da para mantener al niño y para que se maneje de alguna manera con lo poquito que ella puede, los 20 o 30 mil pesos. No le digo que es o que no es mi mujer, ¡claro que sí! Tenemos un hijo en común, pero ella y yo nos conocimos en la cárcel.
El fugitivo
El 9 de agosto de 2013 Caro Quintero fue puesto en libertad por orden de un Tribunal Unitario, que resolvió que hace 29 años se le violó el derecho al debido proceso.
Pese a que la PGR supo del fallo, de acuerdo con documentos judiciales a los que este semanario tuvo acceso, no advirtió de la inminente liberación al gobierno de Estados Unidos, que se vio sorprendido cuando la excarcelación fue hecha pública por los medios de comunicación.
El caso tensó las relaciones entre ambos gobiernos y se giró una nueva orden de captura con fines de extradición.
–Cuando el Tribunal Colegiado le anuncia que usted ya es libre, ¿qué pensó?, ¿qué sintió?, ¿cómo lo vivió? –se le pregunta a Caro Quintero.
–No lo creía, no lo creía. Tuve muchos sentimientos encontrados y pensé que a lo mejor no me dejaban salir de afuera: me iban a esperar afuera y me iban a inventar cualquier otro proceso, pero como no había, no tenía (solicitud de) extradición, entonces la persecución vino cuando ya salí. Al otro día en la mañana fui a ver a mi mamá, que está enferma, y al otro día me vine para mi tierra. Cuando ya me salió la orden de detención yo estaba en mi tierra (Badiraguato, Sinaloa), y me he estado moviendo en diferentes lugares.
–En el momento en que recibe la noticia de que hay una nueva orden de aprehensión en su contra, ¿qué fue lo que pensó?
–No lo podía creer ¿Entonces los 25 años los tiré a la basura? ¿No sirvieron de nada? ¡Si es por el mismo delito! Yo salí porque el caso Camarena era del fuero común y no del federal, pues Camarena no era un diplomático en aquel tiempo. Es lo que abogados y todos me han dicho. Yo no soy abogado, ¿me entiende?, pero durante tantos años preso tienes que agarrar los libros para que sepas qué está pasando.

“Entonces me tumbaron la sentencia porque no era del fuero federal. Pero a la misma gente que me soltó la hicieron decir que siempre no, que sí era federal. Pues es federal, lo que ellos digan. Y me dieron la máxima (pena), que fueron 40 años, y que chequen los libros del año en que yo caí preso cuáles eran los beneficios que había. Si los quitaron enseguida no es mi culpa. ¿Para qué hacen las leyes?, ¿o nada más las hacen para algunos cuantos? Porque soy Rafael Caro Quintero, ¿para mí no aplican? Entonces está grave la situación, ¿no cree?

–¿Cómo ha vivido estos tres años?

–Muy difícil.

Afirma que duerme y come donde le dan cobijo, pero que la gente ha sido generosa con él.

“Hubo un operativo de 23 aviones, como a los ocho meses de que salí”, asegura.

–¿Dónde fue ese operativo?

–Conseguí una casita, ahí estaba viviendo y ahí llegaron, yo no estaba, afortunadamente, ahí.

–¿Hubo muertos? ¿Hubo detenidos?

–No, no.

–¿Se sigue defendiendo legalmente?

–¡Y voy a seguir hasta el último día!

–¿Usted qué vida esperaba tener cuando saliera de prisión?

–Tener una familia, vivir en paz, no andar huyendo, no andarle corriendo.

–¿A qué pensaba dedicarse?

–A otras cosas totalmente diferentes a lo que había hecho en algún momento; el rancho, el ganado, hay otras cosas que hacer, oiga, sin necesidad de poner en peligro la vida.

–¿Pensó que usted tenía una vida después de la cárcel?

–¡Y pienso todavía que la voy a tener!, por eso le estoy pidiendo, por humanidad, tanto al gobierno de Estados Unidos como al de México, que me dejen en paz, ya pagué mis delitos.

La guerra contra el narco

–¿Qué piensa de la violencia que hay en México hoy en día? Usted estaba en la cárcel cuando se desata la supuesta guerra contra el narcotráfico.

–Yo vi venir 10 años antes esto… Se miraba, se miraba.

–Hubo mucha guerra y mucha sangre, ¿qué piensa usted de esto?

–¡No, pues que está mal! Pero yo soy muy respetuoso, no sé ni por qué ni cómo, mis respetos para todos, tanto vivos como muertos, no soy nadie para juzgar a nadie, ellos sabrán sus cosas.

–Antes había otras reglas. ¿Para usted cuáles eran, hace 31 años, esas reglas que no se podían romper? Ahora se mata a la familia, a las mujeres, se matan niños, civiles…

–El respeto a las familias y a la gente inocente. En aquellos tiempos no había estas guerras, y le vuelvo a repetir: mis respetos, no sé nada ni me interesa saber.

–¿No era violento usted?

–No. No le digo que fui un santo, no le digo que nunca hice nada, pero nada que ver, nada que ver.

–Si usted fuera presidente de la República, si usted tuviera algún tipo de poder político…

–Nada más tantito –sonríe, y junta su dedo pulgar e índice para hacer el signo de “poquito”.

–Ya con lo que usted vivió y está viendo ahora, ¿cómo resolvería esto?

–Con las armas no se va a llegar a ningún lado. ¿O usted cree que Calderón hizo un magnífico trabajo en los seis años? Porque sacó a todos los militares a las calles… Estoy muy decepcionado también.

–Usted dice: “Yo no estoy participando en una guerra”, pero en la región se ve una guerra, hay violencia, hay quema de cuerpos. ¿Cómo acabar con esta violencia?

–Pues necesitan meter la mano.

–¿De qué manera?

–El gobierno sabe cómo, tenemos un señor presidente muy inteligente, ¿me entiende? –dice con una sonrisa que parece irónica.

–¿Y debería resolverlo?

–¡Claro! Tenemos a un secretario de Gobernación muy inteligente, también; un secretario de la Defensa, de la Marina… –y se percibe de nuevo cierto tono irónico.

La droga, el amor,

la muerte y otros demonios

–Respecto de la legalización de la droga, ¿qué piensa usted? –se le pregunta a Caro Quintero.

–¿Que van a legalizar?

–Hay quienes dicen: “Se debe legalizar la mariguana”, hay quienes dicen: “Se debe legalizar todo”…

–Abran las puertas, si de por sí… Que abran las puertas, van a ver qué va a pasar –dice sonriendo–. Que abran las puertas, a ver qué pasa. En su casa, con todo respeto, en la mía, en la del joven, ahí los niños van a estar fumando mariguana junto con los papás.

–Usted piensa que la legalización no es una respuesta…

–No es un camino. Yo sembraba la mariguana pero nunca la he fumado.

–¿Nunca se drogó?

–Mariguana, no. Por ahí otra cosilla, pero poquito. Yo no soy vicioso, y le diría a la juventud que no use la droga, ¿para qué?

–Y lo dice alguien que se dedicó a eso…

–Que se dedicó a eso –subraya–. Pues van a legalizar la mariguana pero van a sacar otras (drogas) porque hay mucho vicioso.

–¿Piensa que ésa es una solución para resolver el problema del narcotráfico en el mundo?

–No, no. ¡Si México no era consumidor! Si la legalizan entonces van a abrir las puertas, qué bueno que a mí no me gusta.

–¿Cuál piensa que puede ser la mejor manera de combatir este problema?

–Le tienen que invertir mucho dinero y mucho trabajo. Pero no a guerras, no con armas, el gobierno sabe qué le estoy diciendo…

“Vamos con la educación, yo hice una escuelita ahí en el rancho donde yo nací, ahora que yo no estuve se fueron todas las familias, quedó casi solo. Hay unos 12, 14 niños. Entonces, si ahora no hay 16 niños en una escuela porque la cerraron ya, ¿qué pasa con esos niños? ¿Van a quedar analfabetos o quieren que se pongan a sembrar mota y amapola? ¿Qué quieren que se pongan a hacer?

“Entonces estoy queriendo meter un amparo con un abogado que me haga el favor para que no me cierren la escuela. ¿De qué se trata? El presidente es lo primero que dice, que ningún niño se debe quedar sin educación, las palabras son de él. ¿No las respeta nadie o qué?”

–¿Usted piensa que nuestro país tiene futuro?

–Sí, ¡y mucho! Es un país de los más ricos, pero no lo hemos aprovechado.

–¿Qué piensa de la corrupción?

–No, pues de eso yo no le puedo decir nada, llevo muchos años fuera del ambiente y fuera de pantalla, como luego dicen.

–¿Rafael Caro Quintero qué piensa de Dios?

–Pues que sin Dios no viviéramos nadie. Yo creo mucho en Dios pero respeto a las personas que no creen en él. Cada quien.

–¿Qué piensa del amor?

–Pues que sin amor no se vive, nada más, así de fácil, y la persona que no sienta amor, ¿entonces qué está haciendo? ¿Está muerto o qué?

–¿Y qué piensa de la muerte?

–Le tengo mucho miedo.

Por otra oportunidad

–¿Por qué ha decidido dar esta entrevista? –se le inquiere.

–Porque estoy siendo atacado en los medios. Dicen que estoy en guerra y que estoy trabajando, y yo no estoy trabajando. Dejé de ser narcotraficante hace 31 años, jamás lo voy a volver a ser.

–Usted ha tomado un gran riesgo en estar aquí sentado durante todos estos minutos…

–Sí.

–¿Por qué decidió tomar ese riesgo?

–Porque ando desesperado, ando preocupado, están metiendo a mi familia y no estoy de acuerdo con lo que está pasando. Porque les pido que me dejen en paz. ¡Que yo no soy narcotraficante ni estoy en guerra, le vuelvo a repetir! El gobierno sabe que no estoy en guerra.

–Teme usted por su vida?

–Todos tememos morirnos, todos, pero el día que nos muramos, que no sea cuando otro quiera, que sea cuando nos toque. Quiero vivir en paz.

–¿Qué le dice a la sociedad mexicana?

–Les pido perdón por haber cometido algunos delitos, que ya los pagué. Le pido que también me perdone.

–¿Qué le dice al gobierno de Enrique Peña Nieto?

–Que todos merecemos una segunda oportunidad, que me ayude, que quiero vivir en paz.

–¿Y qué le dice al gobierno de Estados Unidos?

–Le pido perdón a la DEA, al gobierno de Estados Unidos, no fue mi intención hacerles daño, las cosas no estaban en mis manos. Si algo mal hice, ya lo pagué, pero todos merecemos una segunda oportunidad.
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Aquella famosa entrevista en Almoloya*/JULIO SCHERER GARCÍA

Rafael Caro Quintero es un zombi. Dejó de vivir. Calada la gorra beige hasta las cejas, corre vueltas y vueltas alrededor del patio. No altera el paso, rítmicos los movimientos, perfectos. El cuello permanece inmóvil y el cuerpo carece de expresión. Nada lo detiene, nadie lo interrumpe.

Desde los centímetros abiertos de una ventana horizontal de vidrios como acero, le grito:

–¡Rafael!

Sé que me escucha. Sigue.

De nuevo.

–¡Rafael!

Sigue.

Otra vez.

Apenas se detiene. Me reconoce.

Hace casi 20 años el país se asomó al escándalo del narco. Fue denunciado “El Búfalo” como una extensión inmensa sembrada de mariguana. El capataz era Caro Quintero con dominio sobre 7 mil jornaleros. Las crónicas de la época afirmaron que se trataba de mano de obra envilecida. Sueldos ínfimos y vigilancia perruna alrededor de sus barracas.

Los tráileres con droga circulaban por la carretera al norte como un automóvil en una vía desierta. Personas importantes estaban detrás del gran negocio. De otra manera costaría trabajo explicarse la impunidad imperante en aquella región de Chihuahua.

Se supo entonces de la vanidad de Caro Quintero. Millonario, apuesto, personaje inédito que rozó la leyenda, fue tema de corridos. Caro Quintero daba entrevistas y se gozaba con sus fotografías en los periódicos. Su sonrisa, anchos y fuertes los dientes, se correspondía con la de un actor.

–¿Qué piensa del narco, Rafael?

–A estas alturas no sé ni qué contestarle. Voy para 17 años preso. Es malo por tanto vicio con la juventud. Creo que ahora está más arraigado con la gente. En aquel tiempo no éramos viciosos. Yo no le pegaba a nada.

–¿Y los demás?

–Pues que yo haya visto, no. En aquel tiempo no era el desmadre que es ahora. No había esos pleitos de hoy, eso de cártel contra cártel.

–¿Se pensaba inocente?

–No le voy a decir que era inocente. Tenía veintitantos años. La necesidad y la falta de estudios me hicieron meterme. Era y soy muy pobre. A estas alturas ya está uno acabado. Ahora ya no somos las personas que caímos.

–¿Perdió todo?

–La mayoría de mis cosas.

–¿Qué tenía?

–Unos ranchos, bastante ganado, todo me decomisaron.

–¿Cuántos ranchos?

–Seis.

–¿Y ganado?

–Como 5 mil cabezas. Era muy bueno. Tenía Do Brasil, Angus, Bravo.

–¿Para quién trabajó?

–Para nadie.

–¿Trabajó para Arévalo Gardoqui, secretario de la Defensa? Miles de jornaleros estaban bajo sus órdenes y había soldados en “El Búfalo”.

–Para nada. Yo no tengo relación con toda esa gente.

–¿De qué complicidades se valió para hacer tanto como hizo?

–A puro valor. A puro valor tonto, porque no era otra cosa. Nada más ir por allí para ver si pegaba, ¿me entiende?

–No, no entiendo.

–A ver si se podía. Pero yo no estaba bien con nadie, con ningún policía.

–¿Y cómo pasaban los tráilers de un lado para otro?

–En aquel tiempo no estaba tan duro como hoy. Y sobre cosas así no me gustaría tocar el tema.

–Cuente.

–No tengo que contar sobre eso. Yo empezaba.

–¿Y hubiera seguido?

–No sé qué habría pasado.

–¿Saldrá de Almoloya?

–Pues si Dios quiere. Tengo muchas esperanzas. Tengo que salir. Tengo una familia que me está esperando. Tengo que ayudarle a mi esposa con mis hijos.

–¿Cuántos?

–Cuatro.

–¿Sólo cuatro?

–Hay otros cuatro por fuera.

–¿Reconoció a los ocho?

–A la mayoría. Aquí es complicado porque sólo pueden entrar 12 personas. Mi esposa, mis cuatro hijos, mi mamá, mi suegra y mis cinco hermanas. A mis hermanas les es difícil venir acá. Las atacan por la prensa, la tele, por todos lados.

–¿Recuerda a Julia Sabido? Trabajaba con el doctor Alfonso Quiroz Cuarón y a usted le hizo el examen psiquiátrico cuando ingresó al Reclusorio Norte.

No la recuerda.

–Yo le pedí que me mostrara el estudio psiquiátrico que hizo sobre usted. Me respondió que no. Era confidencial. Le pedí entonces que me dijera cómo es Caro Quintero.

–Muy bronco, le debió haber dicho.

–Es un hombre muy sensual. Yo le diría que es un sexo que camina, duerme, sueña, platica. ¿Es usted así?

–Pues no le sé decir.

–Pues dígame.

–Pues yo no sé de esa palabra.

u u u

Vuelve al pasado.

“En el Reclusorio Norte se nos dio la oportunidad de arreglar una ‘íntima’. En el dormitorio donde estábamos metimos una sala y acondicionamos nuestro espacio. Hacíamos talacha diaria y el piso relumbraba. Los muchachos y yo lavábamos con jabón, con pino. Teníamos refri y tele. El módulo era precioso.”

–¿Tenían botellas?

–No, pero nosotros preparábamos la comida. Teníamos cocina.

–¿Invitaban a las muchachas?

–Venían algunas novias. Y una vez, cuando se casó uno de los muchachos, tuvimos música que él llevó.

–¿Cuánto le dieron al director para que permitiera la música?

–Era una boda. El novio hizo los preparativos y habló con el director. Le dieron el permiso. La música duró cinco o seis horas.

–Tenían la cocina, la íntima, su propia celda. ¿Qué más tenían?

–La íntima se compartía entre los seis que éramos. Un día cada quien. Un dormitorio lo dividimos en dos partes. En una estaba mi compadre Fonseca y su gente y la otra me tenía a mí con mi gente.

–Me dijo que Fonseca está muy jodido.

–Así estamos todos. Yo ando mal de la próstata, traigo una colitis que no me la pueden quitar por los nervios.

“Ésta es una cárcel que se hizo como un filtro. Una cárcel de pasada. Nos iban a tener un tiempo y conforme fuéramos evolucionando nos iban a mandar a nuestro lugar de origen o de donde viniéramos. Cuando llegamos nos aseguraron que nuestra estancia sería por seis meses. Yo en tres días tengo nueve años aquí. Ya no aguanto. Aquí no pueden venir mis sobrinos ni un amigo, nadie fuera de la lista. Para incluir a uno nuevo hay que borrar un nombre de los originales.

“Mi madre anda cerca de los 70 años, cansada de estar viniendo. Ésta es una cárcel muy dura que te afecta mentalmente, te afecta la vista, los órganos, poco a poco. Los medicamentos salen más caros que la comida. Padezco también de la vista y tengo una hernia. Cuando llegué me dieron medicamentos controlados. No los quería tomar. Nunca había tomado pastillas. ¿Cómo se llaman? Psicotrópicos ¿no?

“Los psicotrópicos me dejaron una depresión que olvídese, una tristeza que no se la deseo a nadie. Se pone uno totalmente triste, sin ánimos, no quiere ver a nadie, sin ganas de nada.”

–¿Ni de la esposa y los hijos?

–De nada. Cuatro años estuve corriendo diario, diario. Hacía otros ejercicios. Jugaba mucho volibol. Dije: ya nos van a cambiar, ya mero, espérate, tranquilo. Y nada. Me puse a correr otra vez. El mes que entra tengo otros tres años corriendo diariamente.

u u u

–Me dicen los choferes, allá afuera, que su señora es muy guapa.

De pronto, Caro Quintero me desconcierta. Algo le da vueltas en la cabeza, se fue lejos.

–¿Cómo me dijo que se llamaba?

–¿Quién?

–Julia, Julia qué.

–Julia Sabido.

–¿Qué le dijo? A ver ¿cómo? Me levantó el ánimo con eso.

–Julia, usted le hizo el examen psiquiátrico a Caro Quintero. Por qué no me lo muestra. Fue imposible. El estudio era confidencial. Bueno, Julia, ¿cómo es Caro Quintero? No me dijo es un sexo. Me dijo: es una verga que camina, corre, sueña, se alimenta, vive. Así más o menos. ¿De qué se ríe?

–De eso que me está contando.

–¿Así era usted?

–Yo creo que sigo siendo igual.

–¿Igual, igual?

–No me gusta el pelo blanco.

–No le queda mal. Es usted cobrizo, de una piel brillante.

–Desde muy joven soy canoso. Decían los periódicos que me pintaba rayos. (También decían que pagaba a un masajista en el reclusorio para que le limpiara la cara de barros y espinillas).

–¿Cómo era usted cuando era bronco?

–Era rebelde. Se me hacía muy difícil acatar órdenes, hasta de mis padres. Me cuereaban mucho de chiquito. Yo soy de una sierra. No entraban los carros, era un barranco donde vivíamos. Cuando oíamos el ruido de las bestias o de los perros era que iba a llegar gente. Mis hermanos y yo corríamos al monte.

–¿Por qué?

–Le teníamos miedo a la gente. Es mala comparación, pero éramos como animales salvajes. l


*Extractos de la entrevista a Rafael Caro Quintero, del libro Máxima seguridad. Almoloya y Puente Grande (Aguilar/Nuevo Siglo, 2001), publicados en este semanario (Proceso 1305).

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