5 nov 2023

La amnistía del 'Hombre de Hielo'/ Pedro J. Ramírez

La amnistía del 'Hombre de Hielo'/ Pedro J. Ramírez ,  director de El Español.

El Español, Domingo, 05/Nov/2023

"No le daban miedo las tormentas, ni los ruidos extraños, ni escuchar historias de monstruos en la cama", dicen los hermanos Grimm en su cuento Juan Sin Miedo. "Nada le asustaba". ¿Existen niños así? ¿Existen adultos así?

Cuando en 1985 la Fiscalía de New Jersey y el FBI crearon un equipo especial para llevar a cabo la Operación Hombre de Hielo no perseguían otro cometido que localizar y detener a un asesino a sueldo de la mafia que congelaba los cadáveres de sus víctimas hasta dos años para que no se pudiera averiguar la fecha en que los había matado.

Esas pesquisas desembocaron año y pico después en la detención de Richard Kuklinski, un devoto padre de familia de origen polaco que llevaba una doble vida en un barrio residencial de New Jersey.

Aunque inicialmente le imputaron seis asesinatos, su posterior interrogatorio desveló una interminable saga de horrores y dio un nuevo sentido al apodo de Hombre de Hielo empleado por la policía.

Kuklinski confesó haber matado "a más de cien personas" a lo largo de treinta años de carrera criminal. Primero había matado por ridículos motivos personales —que si uno le había mirado mal, que si otro le había seguido— y luego como lucrativo modo de vida.

Podía decirse que no había habido técnica criminal que no hubiera practicado: Kuklinski era un virtuoso del ametrallamiento, el ahorcamiento, el envenenamiento, la evisceración con granadas de mano o el encierro de sus víctimas inmovilizadas en una cueva para que las devoraran las ratas. Cobraba un plus de hasta el 100% por hacer sufrir a los moribundos, pero no era un sádico que disfrutara con ello.

A medida que avanzaron los interrogatorios fue aflorando una característica de su personalidad tan infrecuente como extrema: no sólo no había sentido nunca el menor remordimiento o piedad, sino que tampoco había experimentado ni una sola vez, en ninguna situación extrema, nervios, miedo o tan siquiera conciencia de peligro.

Tratando de bucear en su mente, el famoso psiquiatra experto en criminología Park Dietz logró entrevistar a Kuklinski en 2002 durante más de doce horas en la cárcel de Trenton. El principal fruto de esos encuentros es el documental The Ice Man and the Psychiatrist, disponible todavía en HBO.

Mientras las primeras cuatro quintas partes de dicho testimonio no son sino un nuevo exponente de la banalidad del mal, tal y como la percibió Hanna Arendt cuando asistió al juicio de Eichmann en Jerusalén o la hemos sentido ahora en cada una de las estúpidas explicaciones de Josu Ternera a Jordi Évole, la conversación toma al final un derrotero inesperado y fascinante. De repente se invierten las tornas y el Hombre de Hielo pregunta al psiquiatra qué piensa de él.

El doctor Dietz diagnostica entonces que su comportamiento es fruto de la conjunción de factores genéticos, secuelas de los malos tratos a los que le sometía su padre y una desconfianza paranoica en los demás. Seguidamente añade —y esto es lo que nos importa— que ese "modelo de personalidad", singular por su rareza, que ese blindaje frente al miedo a prueba de cualquier contingencia, no le abocaba necesariamente a ser un asesino en serie:

—Algunas de las personas que nacen con predisposición genética a no temer nunca a nada se convierten en gente que asume riesgos en pro de la sociedad. Hay ocupaciones en los que ayuda mucho no sentir miedo ni otras emociones. Es el caso de los que conducen o prueban coches de carreras, de los pilotos de combate, de los técnicos en desactivación de explosivos…

Estaba escuchando este fragmento el martes, horas después de la histórica jura de la princesa Leonor, cuando no pude por menos que detener la reproducción y dirigirme al doctor Dietz para aportarle otro ejemplo de impasibilidad extrema:

—Añada a un presidente del Gobierno capaz de conceder una amnistía a los mismos que había prometido perseguir, con tal de que le ayuden a permanecer en el poder. Y capaz de seguir adelante pese a tener a tres cuartas partes del electorado en contra, una fuerte contestación interna y la seguridad de que sus socios no dejarán de chantajearle.

No es pues con el tal Kuklinski con quien estoy comparando a Pedro Sánchez. Que quede esto muy claro. Entre otras cosas porque, a diferencia de lo que lastra a alguno de sus antecesores, nadie puede relacionarle con asesinatos, secuestros o crímenes análogos. Tampoco con casos de corrupción económica. Tal y como alardeó en 2015, Sánchez sigue siendo, tras cinco años y medio de gobierno, "un político limpio" en el sentido convencional del término.

Pero sí estoy encuadrándole en ese "modelo de personalidad" que el doctor Dietz circunscribe al "uno por ciento" de la población y en el que engloba a "malos con sombrero negro" y "buenos con sombrero blanco".

Hasta ahora teníamos al Juan Sin Miedo del cuento de los hermanos Grimm. Ahora también a este Pedro Sin Miedo, dispuesto a añadir el más temerario, peligroso y escalofriante capítulo de nuestra historia democrática a su Manual de Resistencia.

La flema, el aguante, la capacidad de afrontar retos y adversidades con un aura de imperturbabilidad ha sido común a todos los presidentes de la democracia. Con la pátina dramática de Suárez, el aire de superioridad de Calvo Sotelo, el carisma desafiante de González, el blindaje interior de Aznar, el talante deliberativo de Zapatero y la pachorra de Rajoy.

Pero la apelmazada duba mental que rodea a Sánchez para bloquear que el menor atisbo de emoción, vacilación o no digamos temor de Dios o de los hombres altere sus propósitos, le coloca en una dimensión distinta.

El martes me fijé atentamente en él cuando, embutido en su chaqué de pingüino jefe, se dirigió a la princesa Leonor con palabras rotundas —"Contad, Alteza, con la lealtad, el respeto y el afecto del Gobierno"— y añadió reflexiones impecables sobre el valor de "la promesa o juramento", la "continuidad de nuestras instituciones" y la "Constitución en la que se funda nuestra convivencia".

Ya entonces era inevitable contrastar esas palabras con la escena de su número tres Santos Cerdán, rindiendo pleitesía la tarde anterior al hombre que lideró el mayor ataque orquestado desde el seno del Estado contra todos esos valores. Si algo chirriaba con las palabras de Sánchez era la imagen de su representante directo posando ante la foto que glorificaba la rebelión que se vio obligado a atajar el rey Felipe con su memorable discurso del 3 de octubre de 2017.

Pero ya por la noche conocimos atónitos que el líder socialista había decidido completar el emparedamiento de la jura solemne de Leonor con el anuncio más inapropiado en el momento más inoportuno: un acuerdo de enorme calado con uno de los tres partidos firmantes del durísimo mensaje que por la mañana había arremetido contra "el Rey y sus herederas" como "máximos exponentes de la negación de los derechos civiles".

Ese acuerdo con Esquerra venía a sumarse a los ya cerrados con los otros dos firmantes de la diatriba, Bildu y BNG. Pero más allá del propio hecho, quedaba por descubrir el contenido.

Y menudo contenido con los 15.000 millones de quita de deuda que pagaremos todos, el traspaso "integral" de una infraestructura básica del Estado como la que utiliza Rodalies o la amnistía a malversadores, terroristas y ya veremos si al propio ‘Tom Hagen’ de Puigdemont, acusado de blanqueo del narcotráfico.

Con todo y con eso, lo peor era el relato. Resultaba que en su preámbulo el PSOE de Sánchez asumía la sustancia del cuento chino separatista, enmarcando el golpe de octubre del 17 en el "conflicto" entre la "legitimidad institucional y constitucional" a la que el presidente acababa de proclamarse "leal" en el Palacio Real y una escindida "legitimidad parlamentaria y popular". Algo que en sentido laxo podría amparar la elaboración del Estatut pero nunca las leyes de desconexión, el referéndum ilegal del 1-O o la proclamación de independencia.

La prueba de esa falsa dicotomía llegaba cuatro párrafos más abajo cuando el PSOE se comprometía a "vehicular el debate sobre el reconocimiento nacional de Cataluña —concepto inconstitucional donde los haya—, respetando tanto el principio de legalidad como el principio democrático". Como si pudiera haber democracia sin legalidad.

Sólo un Hombre de Hielo, crioanestesiado en el éter, sin sangre común en las venas, sentido de los límites o preocupación alguna por las consecuencias que sus actos pudieran depararle, sería capaz de representar con apenas 24 horas de margen esa yenka imperturbable de la deslealtad-lealtad-deslealtad.

Y seguimos a la espera de esas "fotos aún más graves" auguradas por Page. Es decir, del acuerdo con Junts y la dinámica que va a generar.

Es evidente que una vez que hace ocho días abrazó la causa de la amnistía ante el Comité Federal y no digamos tras los peajes pagados a Esquerra, Sánchez se ha convertido en rehén de Puigdemont. La opción de una repetición electoral con probabilidades de éxito, tal y como por ejemplo ha defendido el riojano Ocón, se ha cerrado para el PSOE.

El presidente ya no puede dar marcha atrás y el de facto restituido como president aún no se ha comprometido a nada. Sánchez tendrá que darle hasta la última hijuela que le pida y todo lo que supere el listón marcado con Esquerra será atribuido a ese desvalijamiento de última hora.

No había más que ver este viernes a Puigdemont posando pletórico, evocando su fuga con plena intencionalidad ante el maletero abierto de su coche. Ha quedado demostrado que sus siete votos son más importantes que el Rey, la Reina, la princesa Leonor, los jueces de instrucción, la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo, los valores constitucionales, el Estado de derecho o por supuesto la palabra tantas veces dada por Sánchez a todos los españoles.

El prófugo ya es quien tiene la sartén por el mango y no cederá hasta que no haya conseguido todas sus pretensiones tanto sobre el perímetro de la amnistía como sobre el "acuerdo histórico" destinado a allanar el camino hacia la separación de Cataluña.

Incluso un moderado dentro de Esquerra como Tardá se jacta hoy en nuestro periódico de que con el acuerdo entre Junqueras y Sánchez han dado "un paso adelante hacia la independencia", esa pretensión disparatada que acabaría con la existencia de la España constitucional.

El Gobierno y el PSOE se debatían anoche entre la urgencia y la consternación. Porque lo peor de lo que está ocurriendo con Junts es lo que tiene de augurio del sinvivir que será la legislatura. Les espera un chantaje permanente en el que se turnarán los separatistas y al que pronto concurrirán también los diputados de Podemos, como ayer mismo quedó patente.

¿Le compensa afrontar este calvario al presidente? Aparentemente sí.

Sánchez, el hombre que ni siente ni padece, sigue adelante, imperturbable ante las críticas externas e internas, poniéndoselo cada día más difícil a los suyos.

La gran paradoja de su probable destino será que la abnegada consecución de esta casi imposible investidura no le abrirá una autopista hacia la gloria sino la tortuosa senda hacia un despeñadero trágico.

Algo así como lo que, volviendo a los hermanos Grimm, le ocurrió a Juan Sin Miedo cuando después de superar todas las pruebas en el Castillo Encantado y ver pasar sin inmutarse a fantasmas, brujas y dragones, logró al fin casarse con la princesa. A la mañana siguiente de la boda, ella le tiró un jarro de agua helada para despertarle y el muchacho descubrió de repente lo que era el miedo.

Vienen tiempos muy difíciles para España y muy exigentes para el periodismo. La pregunta del millón de bitcoins es cuántos días, meses, semanas o años tardará en derretirse nuestro Hombre de Hielo.


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