«Si el cántaro da en la piedra, mal para el cántaro...»/ Andrés Trapiello, escrito
El Mundo, Sábado, 27/Abr/2024 ;
Pedro Sánchez acaba de suicidarse. Se ha lanzado él solo al vacío desde lo más elevado de su narcisismo. La noticia ha dado la vuelta al mundo: «Acosado por la corrupción, pensará si dimite». La palabra «corrupción» relacionada con él ha aparecido en los periódicos extranjeros por primera vez. Le hemos visto estos años desenvolverse de lo más juncal en los foros internacionales. Eso se acabó. Lleva ya la palabra «corrupción» escrita en su frente. Y si no dimite, llevará la de «farsante».
No obstante, como todo sucede siempre un poco antes o un poco después, hasta este lunes no saldremos de dudas. Solo entonces se sabrá si el asfalto detiene en seco su caída o si por el contrario abre antes un paracaídas. El país está pendiente del desenlace. Unos, conteniendo el aliento; otros, con las manos en los bolsillos. Las apuestas, a día de hoy, están abiertas, si bien una de las hipótesis predomina sobre las demás: se trata solo de una añagaza, otra más de las suyas, para seguir en el poder. No obstante, haga lo que haga, si dimite, promueve una moción de confianza o convoca elecciones anticipadas, es ya un político acabado.
Una mezcla extraña de lo que los alienistas antiguos llamaron la «atracción al abismo» y los modernos «la pulsión del suicidio». No son lo mismo. A nadie se le oculta la atracción que ha ejercido sobre ese hombre el abismo, pero solo ahora se ha manifestado su pulsión suicida. En cuanto se conoció la noticia han salido en tromba sus afines a rescatarlo, los salvadores de su partido y miembros de su gobierno (y se comprende: su pitanza depende de que siga o no). «No te tires, por favor», le gritarán hoy en las manifestaciones orquestadas. Almodóvar ha ido más lejos: ya ha llorado, como es frecuente en Corea del Norte ante su líder supremo.
Incluso quienes están convencidos de que es la treta astutísima de un autarca populista, no las tienen todas consigo: demasiadas veces está yendo ya el cántaro a la fuente... Abierta la espita del suicidio es muy difícil volverse atrás. (Caso Ganivet, 1898: sin que nadie de los que estaban a su lado lo advirtiera, se arrojó desde un transbordador a las aguas heladas del río Dvina. Lograron sacarlo con vida, pero en un descuido de sus salvadores, con esta obstinación dramática de los suicidas frustrados, volvió a arrojarse al río, y en esa ocasión se ahogó). Y cuántos, jugando a suicidarse, han acabado suicidándose precisamente para no defraudar las expectativas creadas por ellos mismos.
Apenas horas antes de hacer pública su famosa carta (un monumento a los actos fallidos: tras declarar su fe en la justicia «a pesar de las noticias de días como hoy», ataca rabioso a los jueces: «faltaba la judicialización del caso [de mi mujer»), apenas horas antes, decía, recordó a Feijóo en el Parlamento los resultados de las últimas elecciones en el País Vasco: nueve a uno están con él, afirmó (y quédese para otra ocasión ese incluirse no ya en el resultado, sino en el equipo con el que no ha dejado de meter goles en propia meta, o sea, en la portería española). Y apenas dos días antes también sus secuaces seguían recordando que les quedaban por delante tres años y medio de gobierno. ¿Cómo es posible, entonces, que «ganando» nueve a uno y con tres años y medio por delante de gobierno ese hombre frío y calculador anuncie que está pensando en dejarlo todo?
Desde un punto de vista novelesco (y este es un episodio nacional a la altura de los de Fernando VII que noveló Galdós), hay quien lo cree cautivo de unos secretos comprometedores y temibles en poder del Mosad (Pegasus) o del amor de una mujer (Werther). Quién sabe hoy.
Nos bastan los hechos. Permanezca en su puesto o se vaya, no se le recordará por sus agendas sociales, sino por ser quien pactó con los terroristas, indultó a los malversadores, amnistió a los delincuentes y trató de premiar a sus socios comunistas con un Estado palestino y a sus socios nacionalistas con sus respectivos Estados vasco y catalán. Es decir, el palo en la rueda de las agendas sociales, la justicia, las reformas, el progreso democrático. Su fracaso. El pasar a la historia como el peor gobernante de la democracia española.
Acostumbrado a gobernar con comodines (la pandemia, el volcán de La Palma, los palestinos), Pedro Sánchez se ha acercado demasiadas veces al abismo. Acaso ya no distingue entre atracción y pulsión. Y él mismo se ha asustado: su miedo le inhabilita ya para cualquier gobierno, aquí o en Europa. Un político acabado.
Hace dos días saltó al abismo llevando en la mano su Manual de resistencia y al grito, quizá, de «la fortuna ayuda a los valientes» (la frase se atribuye a Plinio el Viejo, que murió horas antes de ser sepultado por la ceniza del Vesubio, al desoír a quien le desaconsejaba acercarse tanto a Pompeya), y el lunes sabremos si el asfalto detiene en seco su caída, se abre su paracaídas o sale volando como Roldán. Da igual.
«Si el cántaro da en la piedra, mal para el cántaro; si la piedra da en el cántaro, mal para el cántaro, no para ella», leemos en el Vocabulario de Correa. Pobre cántaro, pobre España. «Somos cántaros rotos», le decía Van Gogh a su hermano Theo. Si se queda, un farsante que acabará suicidándonos a todos. Y si se va, habrá dejado la convivencia y la igualdad entre españoles, la justicia y las instituciones democráticas tan quebrantadas, que no habrá tiempo para las celebraciones.
Andrés Trapiello, escritor.
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