Luis Melgar Brizuela: la poesía como un acto de esperanza
El escritor y académico reúne en un poemario póstumo 54 años de producción poética
Nota de VIRGINIA BAUTISTA | Excelsior, 19 de septiembre de 2025.
La presentación del libro El Poemar estuvo a cargo de Rubén Aguilar, Rubén Moreira, Consuelo Sáizar y Víctor Flores. Foto: Pável Jurado
Junto a la historia, la política y la fe, está la ternura; y a la par del humanismo, el compromiso social y la cultura mesoamericana, se evoca al amor. El poemar, del escritor y académico salvadoreño-mexicano Luis Melgar Brizuela (1943-2024), es ante todo un grito de esperanza.
En esto coincidieron anoche Rubén Aguilar, Víctor Flores, Rubén Moreira y Consuelo Sáizar, quienes presentaron en la Casa de Cultura Jesús Reyes Heroles el volumen que reúne 101 poemas, seleccionados de 13 libros, y otros inéditos, escritos por Melgar entre 1968 y 2023.
Es el poemario póstumo de mi compañero de vida durante seis décadas. Una de esas décadas la vivimos en la Ciudad de México”, narró Candelaria Navas, viuda del impulsor de la Brigada Cultural Roque Dalton.
Fue como un presagio. Entregó la producción en abril de 2024 y le dio el derrame en junio, tres meses después. Quería que fuera sorpresa por sus 80 años”, compartió.
Dijo que ahora realizan el inventario de la biblioteca del bardo. “Van 3 mil 300 libros, de los cuales 600 son sobre El Salvador. Se donará en enero a la Universidad Centroamericana. Su legado no se puede marchitar”.
Aguilar, amigo de la familia desde hace 46 años, comentó que “estamos aquí para desentrañar el orden raro de las palabras que lo buscaban y a veces lo desgarraban”.
Flores, periodista, recordó las enseñanzas de Melgar, a quien considera su maestro, su pasión por la literatura de Roque Dalton y por el mar.
Celebro que nos convoque la poesía cuando las palabras a menudo se diluyen en la prisa o se endurecen en la discordia”, agregó la editora Consuelo Sáizar.
La poesía emerge como un espacio de resistencia, un refugio donde el lenguaje recupera su capacidad de nombrar, de conciliar, de imaginar, de soñar”.
Destacó que la obra de Melgar “entrelaza lo personal con lo histórico, la identidad con lo universal, la poesía con el humanismo. Su poesía se alza como un acto de esperanza activo, un desafío a la resignación”.
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Nostalgia de sueños en tiempos convulsos, en el homenaje al poeta Luis Melgar Brizuela
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19 Septiembre, 2025 253
‘El Poemar’, como testamento de memoria y esperanza
STAFF / LIBRE EN EL SUR
La tarde del jueves 18 de septiembre, bajo un chubasco breve que pareció una bendición de agua y que, sin embargo, permitió a los invitados llegar secos, la Casa de Cultura Reyes Heroles, en Coyoacán, se convirtió en escenario de un homenaje entrañable al poeta Luis Melgar Brizuela. El Auditorio Morelos lució atiborrado: colegas, amigos y lectores —entre ellos muchos del círculo profesional de Ivonne Melgar, periodista de Excélsior y relatora en Libre en el Sur— ocuparon hasta el último asiento para honrar a quien, a partir de 1979, vivió exiliado en México durante diez años junto a su esposa Candelaria Navas. Sus hijas, Ivonne y Gilda, permanecieron en este país y aquí formaron familias con mexicanos, prolongando el exilio en un arraigo definitivo.
Abrió la memoria Candelaria Navas, con la serenidad melancólica de quien ha visto la historia de cerca. Recordó a los mexicanos que, en solidaridad, se sumaron a la guerrilla salvadoreña contra la dictadura militar. “Es importante escribir esas historias”, dijo, y Consuelo Sáizar —exdirectora del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y académica de las letras— la comprometió públicamente a hacerlo.
Sáizar subrayó la vigencia de Melgar en tiempos oscuros y dejó caer una frase que abrazó al auditorio:
“En este mundo de discordia, nos convoca la poesía”. Para ella, la obra del poeta es un cruce de caminos: refugio y resistencia, mirada lúcida y corrosiva. En sus versos, añadió, la fe no es alivio pasivo, sino enfrentamiento; la religión, levadura de justicia.
La poesía como refugio y resistencia
Siguió Rubén Aguilar, amigo entrañable y compañero de militancia. Tomó entre sus manos El Poemar y lo fue desgranando capítulo por capítulo, como si trazara un mapa de la memoria. Mencionó los trece apartados que componen la antología: Nudo de Amor, Piedra y Siglo, El Cristo de mi Padre, Contracantos, Los Dioses de la Guerra, Solo la Música, Así fue que cayó de vino tinto, Siete historias de Cuscatlán, Piedra de Toque, La Flor de la Mate, La Matini, El Poemar y Cien Arriba y Cien Abajo. Explicó cómo, de un título a otro, se dibuja la travesía vital del poeta: la guerra y el exilio, la fe y la ciudad, el amor y la música, la memoria de Cuscatlán y el vino tinto de la derrota, el pulso con la historia y el íntimo orden de las palabras. Se detuvo también en la música interna de la obra: versos breves como disparos, cantos extensos como letanías, prosas que mordían como aforismos. Y evocó las brigadas culturales que Melgar organizó en México, con lecturas de Efraín Huerta y Heraclio Zepeda, así como aquellas charlas en su casa cercana al Metro Tasqueña, donde decía vivir “con el orden raro de las palabras que lo buscaban”.
El libro.
El Poemar —101 poemas de trece libros— había sido preparado por el propio autor para publicarse en su cumpleaños 80. Cerró la selección en abril, pulió la edición en junio de 2023, pero no alcanzó a verla publicada. La editorial Seidas, en El Salvador, la imprimió con destino a la circulación gratuita, sobre todo en universidades de San Salvador, como quería Melgar: que la poesía anduviera suelta, como semilla.
El periodista salvadoreño Víctor Flores, avecindado en México desde hace décadas, trajo al presente el recuerdo más temprano: dijo que conoció a Luis “cuando yo era un chamaco”. Lo evocó como su joven discípulo, cuando apenas tenía veinticinco años. Habló del título El Poemar como un anclaje con el mar: identidad, horizonte, promesa. Señaló que, de todas las tragedias de aquellos años, nada conmovió más a El Salvador que el asesinato de Romero, y añadió que Luis Melgar siempre luchó contra los tiranos de ayer y de hoy, a los que ni siquiera es necesario ponerles nombre.
El político Rubén Moreira compartió la forma en que se acercó a la poesía de Melgar a través de Ivonne. Desde ese descubrimiento, confesó, quedó marcado por una poesía de fuego y ternura, capaz de mirar de frente a la violencia sin renunciar al amor. Citó un verso que estremeció la sala: “hay de mí que odio los uniformes y las balas.” Esa sentencia breve y demoledora condensó la claridad del poeta frente a la guerra.
Llegó el turno de las hijas. Gilda Melgar, conmovida, evocó los días más íntimos de su padre a través de la lectura de sus poemas. Ivonne, al borde de las lágrimas, habló de la imposibilidad de que su padre alcanzara a ver impreso este libro, el que había preparado con tanto esmero para sus ochenta años. Sus voces dieron cierre a la memoria: el hombre público y el hombre íntimo se fundieron en una sola presencia.
Coincidieron los participantes en que la obra de Melgar Brizuela no es sólo memoria, sino vocación activa: ideas que atraviesan la literatura para encarnarse en la vida. Recordaron, como ejemplo, cómo él mismo atribuía la muerte del poeta Roque Dalton a la incomprensión de sus propios compañeros de guerrilla, incapaces de leer la hondura de su literatura.
El homenaje concluyó con la certeza de que la palabra de Luis Melgar Brizuela trasciende tiempos y lugares: voz que convoca, memoria que duele y esperanza que se niega a rendirse. Esa tarde en Coyoacán, bajo el rumor de la lluvia ya apaciguada, todos confirmamos que sus sueños siguen vivos: nostalgia ardiente, canto abierto contra la oscuridad.
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El Salvador, México y Melgar/Rubén Moreira
El Sol de México
Luis Melgar Brizuela nació en Suchitoto, Cuscatlán. Salvadoreño, latinoamericano y muy universal. De niño lo llevaron a un seminario; al tiempo se mudó de la ciencia de la teología a la muy cercana disciplina de la literatura. Su fe por las letras creció en escuelas y academias, primero en la patria y después en España y México.
Se doctoró en el Colegio de México, muy cerca del sitio arqueológico de Cuicuilco, en esa casa de libertad y cultura que debemos, entre otros, a Lázaro Cárdenas, Alfonso Reyes, Daniel Cosío Villegas y Silvio Zavala. Allí obtuvo su grado con una espectacular tesis sobre Roque Dalton, el poeta asesinado por una estupidez.
Mexicanos y salvadoreños, salvadoreños y mexicanos, somos uno, somos latinoamericanos, y ello se percibe desde El Poemar, libro que en los próximos días se presenta allá por Coyoacán. La edición es magnífica y sirve de marco a palabras que duelen y marcan. La historia de nuestros pueblos es así: marca y duele. Luis Melgar Brizuela, doctor en literatura hispánica, convierte el pasado y presente en Poemar.
El texto, como se dice en el prólogo de Luis Alvarenga, condensa 54 años de fe en las letras. Los pasos de Melgar en la tierra se descubren en sus versos. Allí están los amores y afectos: la esposa, el pasado indígena, El Salvador, la libertad y la vida.
Conozco al autor por sus poemas, donde igual camina Mesoamérica, que Dalton o el “santito de los pobres”: Monseñor Romero. Lo conozco en la inteligencia de Ivonne, su hija: rebelde en las ideas, pulcra en las letras, acuciosa buscadora de la verdad y generosa maestra con quienes la escuchamos.
Lo conozco porque estudié para profesor, igual que mi padre, y en la escuela normal me enseñaron a ser latinoamericano, a querer al poeta de nuestras tierras y a entender que la historia de México y El Salvador son idénticas, unas veces con los mismos nombres y otras con los mismos personajes. Siempre con la amenaza del imperio, siempre bajo el peligro de las dictaduras y las masacres, siempre con el acecho de los demagogos y los oligarcas.
Para la presentación he leído y releído el texto. Y hay un elemento que completó la cercanía con Melgar: las fotografías de la edición. Son un recorrido que materializa las imágenes del lector sobre el poeta. Desde la juventud con sus padres hasta un diciembre con sus hijas, y el recuento que pasa por un frío Madrid y el rostro sereno de quien enfrenta al jurado del doctorado en tierra azteca.
Dejó versos sobre Romero, el santo de los pobres y el que bien describe Melgar: “Y sin más ni más lo crucifican/ con una bala del tamaño de un corazón de Jesús / pero de verdad, no de estampa. / Por lo cual este Dios más bien trabaja oculto/ desde el corazón más tatú de la liberación”.

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