La expresión misógina de Rubén Rocha Moya..
“Yeraldine Bonilla Velarde, diputada, ella es la presidenta de la Cámara. Espero que no te enojes, pero para que sepan aquí. ¿Quién era Geraldine?, ya es la segunda vez que era diputada. Yeraldine era una meserita de una lonchería de Dimas”, expresó en abril pasado Rubén Rocha Moya, a la hoy secretaria general de Gobierno…
El incidente protagonizado por el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, en abril de 2025, trasciende la mera anécdota política para configurarse como la evidencia inequívoca de un patrón de misoginia estructural que infecta las esferas de gobierno. La descalificación pública a Geraldine Bonilla Velarde, entonces presidenta de la Cámara de Diputados, mediante comentarios sexistas y denigrantes, exige una condena inmediata y un riguroso análisis de las dinámicas de poder subyacentes.
La degradación a través del lenguaje: de "meserita"a diputada y de ahí a secretaria de Gobierno.
Este uso del diminutivo ("meserita") no es casual; constituye una táctica retórica de desprecio, clasismo y minimización. No solo desvaloriza el trabajo de servicio en sí mismo, sino que, de forma más grave, busca anular la trayectoria profesional y política de Bonilla, reduciendo su identidad pública a su pasado laboral más humilde. Con ello, se insinúa que su ascenso al alto cargo es completamente desproporcionado a su origen. La borrada sonrisa de la funcionaria, capturada por el camarógrafo, es el testimonio elocuente del impacto lacerante y la violencia simbólica de la ofensa.
Desvalorización del mérito, refuerzo del clientelismo y paternalismo
Las alusiones del gobernador no se detuvieron en la ofensa clasista. Rocha Moya procedió a despojar sistemáticamente a Bonilla de todo mérito propio, sugiriendo que su ascenso fue producto de la "tómbola de Morena" y, de forma categórica, una "dádiva" personal del mandatario.
La narrativa impuesta por el gobernador sostiene que la funcionaria no ocupa sus cargos por capacidad, trayectoria o votación legítima, sino exclusivamente por sorteos, favores políticos o designaciones paternalistas. En este esquema, el gobernador se erige como el dispensador de cargos y legitimidad.
El comentario final sobre el "padrino" —al insinuar que "alguien la hizo" para la política— es la culminación de esta dinámica de subordinación. Este lenguaje posiciona a la funcionaria en un lugar de dependencia absoluta, cuya legitimidad política parece emanar de un varón que debe "bautizarla" o "hacerla" en la esfera pública. La aparente anuencia de la funcionaria al aceptar este trato se interpreta, lamentablemente, como la convalidación de una dinámica tóxica de dependencia y subordinación política frente al poder ejecutivo.
La misoginia como patrón Sistémico
El comportamiento de Rocha Moya no es un exabrupto individual, sino que se inscribe en un patrón sistémico que parece ser tolerado dentro de los círculos de la autodenominada Cuarta Transformación (4T). La misoginia inherente a estas expresiones, más allá de cualquier consideración ideológica, se revela como un rasgo distintivo de la "cara masculina y dominante" de este régimen.
Figuras como el gobernador de Sinaloa proyectan una cultura machista institucional donde la descalificación, el clasismo y la ofensa hacia las mujeres son prácticas habituales. En este contexto, la decencia y el respeto institucional se han vuelto la excepción.
Lo más alarmante es el silencio cómplice de las simpatizantes y funcionarias del movimiento (Morena y aliados) frente a estos actos. Esta inacción se interpreta como una tácita confirmación de la aceptación del trato denigrante como un requisito o precio a pagar por la participación política. El mensaje implícito para las mujeres afines es el de la renuncia a la dignidad y la vergüenza en aras de la lealtad partidista, perpetuando así, por omisión, el ciclo de la discriminación en el ejercicio del poder.
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