13 nov 2006

Reflexiones de fin de sexenio: Fox


Relexiones al término del mandato: artículo de Vicente Fox distribuido a través de la agencia Notimex.
El vocero de la Presidencia de la República Rubén Aguilar dijo: "el texto que escribió el señor Presidente, que distribuyó ayer Notimex y que me pidió que hoy les leyera".
El artículo ha sido ampliamente difundido; parte del mismo, fue comentado en la la sección "Noticias del mundo" de Radio Vaticano.
¿Qué dice el texto?
En México y en todo el mundo, el ejercicio del poder obedece a ciclos.
En nuestro país, la Presidencia está acotada en el tiempo y en sus atribuciones, y qué bueno que así sea.
Al asumir la Presidencia, se adquieren las responsabilidades y facultades inherentes al cargo y, con ellas, la fuerza y el prestigio que confieren.
Al acercarse el término del mandato, los hilos que antes se tenían en las manos se van soltando, hasta depositarlos en el siguiente Presidente.
La lucha en el proceso de sucesión no sólo es por cargos; es, sobre todo, una disputa de proyectos. La democracia brinda la posibilidad de hacerlo de manera intensa, pero pacífica.
En México y en el mundo, el momento de transferencia del poder es aprovechado por quienes se sintieron afectados por los actos de gobierno o por quienes, a futuro, buscan posiciones ventajosas.
Para estos dos tipos de actores, es la oportunidad de denostar a la cabeza del Gobierno y a sus actos, sin pasar por una crítica objetiva.
Es comprensible que eso ocurra. Es parte de la condición humana.
Ser Presidente ha sido, sin duda, la experiencia más valiosa de mi vida. Me ha permitido conocer y amar más a México.He trabajado al límite de mis fuerzas, con todas mis capacidades y voluntad para ayudar a construir un país más equitativo y democrático.
Hubo aciertos y están a la vista; también soy consciente de los errores e insuficiencias. Con la experiencia de toda mi vida y, en particular, de este tiempo, sostengo que siempre se puede hacer más y que nunca podemos sentirnos satisfechos.
La tarea nunca termina.
En estos seis años, ejercí la Presidencia de la República conforme a los principios del humanismo, de la democracia y de la ética política.
Los mexicanos veníamos de una tradición en la que el Presidente era el gran protagonista. Por él pasaban todas las decisiones del país, en una concentración de poder que mucho daño hizo a la Nación.
La figura presidencial creció siempre en detrimento de la ciudadanía. En mi Gobierno, sin abdicar (Sic) de una sola de las responsabilidades que me impone la Constitución, me propuse abrir espacios al ejercicio democrático ciudadano.
Se entiende que, después de décadas de un presidencialismo exacerbado, hubo quienes no comprendieron o no aceptaron el cambio fundamental que significó comenzar a crear un país de ciudadanos.
Estoy convencido de que, en mi condición de demócrata, actué correctamente. Mi quehacer como servidor público ha estado guiado por un profundo respeto a la palabra empeñada, a la dignidad personal y a la verdad.
He hablado y he actuado con apego a la verdad, porque reconozco que los mexicanos tenemos la madurez y la capacidad para tomar las decisiones trascendentes que exigen los nuevos tiempos.
Ejercí la autoridad convencido de la necesidad de garantizar la división de poderes y su necesario equilibrio. Mientras que, en el pasado, legisladores y magistrados sufrieron los embates del poder presidencial, durante mi Gobierno se dio el más absoluto respeto a sus atribuciones. Este cambio en el ejercicio de la Presidencia fue visto por algunos como debilidad. Algunos añoraban los manotazos sobre la mesa y que en la Presidencia se decidiera lo que correspondía a las Cámaras o a la Corte.Otros intentaron limitar en excesos las atribuciones del Presidente de la República.
Estos seis años de experiencia me llevan a la conclusión de que aún debe darse un largo aprendizaje democrático para entender que fortalecer un poder no significa avasallar a otro.
En todo momento me ceñí a los límites que las leyes imponen al Presidente de la República. El Presidente debe ser el primero en cumplir la ley. En el pasado, pagamos un alto precio cada vez que la voluntad presidencial prevalecía sobre el mandato de la ley.
La experiencia de estos seis años, me confirma la necesidad de adecuar nuestro orden jurídico y nuestro sistema de impartición de justicia, para ajustarlos a las nuevas condiciones de la democracia.
La sola aplicación de la ley no basta para solucionar muchos de nuestros problemas. Como lo hemos planteado, es precisa una revisión que permita abrogar leyes obsoletas, así como regular muchos campos que no están suficientemente normados.
Durante estos seis años, la democracia trajo también consigo una política social orientada a garantizar el ejercicio de todos los derechos sociales de las personas y una política económica responsable, que sentó las bases para un desarrollo estable y con rostro humano.
Soy el primero en reconocer errores e insuficiencias en mi Gobierno. Sin embargo, a nadie beneficia que se nieguen los avances que, al fin de cuentas, no son de un gobierno sino de una Nación.
México requiere de una visión objetiva de lo que tiene y de lo que falta. Lo primero es el punto de partida para el siguiente tramo; las carencias deben motivarnos a redoblar el esfuerzo.
Estoy convencido de que un país es tan libre e independiente como lo son sus medios de comunicación. Siempre he sido partidario de abrir espacios a la libre manifestación de las ideas. Ni la mordaza ni la censura van conmigo.
Por convicción democrática, he sido siempre respetuoso de quienes piensan de un modo distinto al mío y de las críticas que expresan.
Lo he hecho sin dobleces ni medias tintas. Nadie ha sido perseguido por sus ideas, sus opiniones o sus creencias. En ningún momento se ha recurrido a actos de represión.
A partir de mi experiencia, estoy convencido de que la democracia mexicana requiere de un debate de fondo que no se quede estacionado en las descalificaciones.
La democracia necesita que los actores de la vida pública impulsen una discusión propositiva y constructiva, que contribuya al acercamiento de posiciones, que promueva la tolerancia y el entendimiento.
Entiendo que, al fin de un mandato, se abra el espacio a una intensa confrontación política. Así ocurre en todas las democracias.
Sin embargo, éste debe ser también un momento para reflexionar, para repensar la solución a los problemas y encontrar los mejores cauces a la energía transformadora de la sociedad.
Por encima de diferencias y desencuentros, todos los actores públicos tenemos la obligación de contribuir a la estabilidad de la Nación.Tenemos la responsabilidad de preservar y fortalecer la unidad. Siempre es el momento adecuado para actuar con grandeza y generosidad.
El futuro de nuestra democracia está ligado a nuestra capacidad para resolver nuestras diferencias en el diálogo y el acuerdo.Con la mirada de seis años de experiencia, puedo afirmar que las y los mexicanos completamos con éxito el camino de la transición democrática y ahora, no sin problemas y dificultades, estamos en ruta hacia la construcción de una democracia moderna y plena; hacia una democracia en la que no sólo se ejerzan los derechos ciudadanos, sino también se asuman las responsabilidades.
Sostengo, sin ambigüedades, que hoy México es mejor que ayer.
La democracia ha valido y sigue valiendo la pena.Los avances políticos, económicos y sociales que hemos conseguido con el trabajo de todos, aunque son importantes, son sólo la plataforma inicial para alcanzar nuevas y más ambiciosas metas.
Estoy seguro de que, con unidad, las y los mexicanos habremos de aprovechar los avances logrados, para que las oportunidades de superación lleguen a más personas, familias y comunidades.
Para hacer de México una Nación más próspera y más justa, una Patria para todos.

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