4 oct 2009

@beltrandelriomx

Columna Bitácora del director/Pascal Beltrán del Río
Excélsior, 4 de octubre de 2009
Usuario de la red social Facebook desde hace unos dos años, me resistí por largo tiempo a serlo también de Twitter, porque la sola idea de limitar mis comentarios a 140 caracteres y conectarme únicamente para saber a qué hora se meten a bañar mis amigos me parecía una pérdida de tiempo.
Aun así, la irrefrenable curiosidad que me llevó a volverme periodista finalmente me condujo a ser un entusiasta tuitero, como ya se denomina en español a quienes utilizan este servicio de microblogging, creado por el ingeniero en informática Jack Dorsey hace apenas tres años.
Se espera que para fines de 2009 el número de personas que utilizan esta aplicación web llegue a 18 millones, una cifra todavía modesta si se considera que Facebook cuenta ya con unos 300 millones.
Sin embargo, por su sencillez y velocidad, Twitter está ganando rápidamente adeptos entre quienes quieren informarse en tiempo real y opinar sobre los asuntos de interés público.
Varias organizaciones periodísticas de larga tradición, así como un número creciente de competidores espontáneos, usan Twitter para dar a conocer noticias apenas generadas (lo que en inglés se denomina breaking news). Casi todas las noches, durante el cierre de edición, mis compañeros y yo encontramos en esta red social los primeros datos sobre acontecimientos incluso antes de que aparezcan como noticia en el hilo de las agencias noticiosas.
De esa manera, se acorta el tiempo de reacción de reporteros, fotógrafos y editores, aunque siempre es aconsejable tomar esas informaciones con un grano de sal y confirmarlas.
La mañana del 7 de septiembre, descubrí otra utilidad de esa red cuando pude informar sobre el incendio que se produjo en un ducto de ventilación en desuso del edificio histórico de Excélsior, vecino del inmueble donde hoy se localiza nuestra redacción.
Como todas las oficinas habían sido evacuadas por los bomberos —por mera precaución—, nuestra página internet no pudo dar la noticia, que se esparcía por la ciudad de manera más rápida que el humo que provenía de la azotea del edificio. En un portal de la competencia, se aseguraba de manera irresponsable que el incendio se había originado “en una bodega de papel”, cosa totalmente falsa.
Entonces abrí la laptop, me contecté a Twitter y, desde el estacionamiento del periódico, comencé a enviar información sobre lo que estaba pasando realmente.
La respuesta fue inmediata: centenares de usuarios reprodujeron los mensajes y se pudo controlar el pánico que se había desatado entre amigos y familiares que nos imaginaban atrapados en un edificio en llamas y la inquietud de colegas periodistas que pensaban que, por primera vez en su historia, Excélsior no circularía al día siguiente.
Hasta esa fecha, creía saberlo todo respecto del uso de Twitter en el trabajo periodístico. Pero pronto me vería desmentido.
La tarde del viernes 18 de septiembre, después de la junta editorial del periódico, Aníbal Martínez, el editor más joven de la primera sección, entró casi corriendo a mi oficina. Venía pálido. Acababa de ser testigo del asesinato de dos personas en un andén de la estación Balderas, del Metro.
“Fue espantoso”, me dijo. Uno de los muertos había caído a unos pasos de donde se encontraba. Le pedí que se pusiera a escribir una crónica antes de que la conciencia del peligro mortal en el que estuvo comenzara a torpedear su memoria de los hechos.
Yo me conecté a Twitter, donde ya había un verdadero frenesí por saber qué pasaba. Sin pensarlo mucho, comenté que Excélsior tenía un testigo de primera mano de los hechos y que publicaríamos su relato en la edición sabatina del periódico. Sin embargo, en lugar de entusiasmo, con lo que me topé fue con reclamos.
“Ta bien, pero ¿y el tiempo real, apá?”, disparó desde su computadora @lupislicious. “Sería bueno que no dejaran todo para la edición de mañana”, secundó @aleksweb.
En respuesta, argumenté que aún estábamos reporteando los hechos y que no queríamos contribuir a las desinformación que ya circulaba por internet, donde se afirmaba, por ejemplo, que los hechos del Metro Balderas habían sido un montaje del gobierno capitalino, para competir con el operativo federal contra el aeropirata Josmar.
Sin embargo, el flujo de cuestionamientos no se detuvo. Me parecía que algunos tuiteros imaginaban que el periódico estaba ocultando datos por no subir de inmediato el testimonio de Aníbal a nuestro sitio web. Otro usuario me recomendó hacer pública la información “ya” porque “mañana será información vieja”. No le faltó razón: unos minutos después, el Metro hizo público el video del andén.
Como conté aquí alguna vez, pertenezco a una generación de periodistas que aún conoció la máquina de escribir. En los días en que comencé a reportear, la duda entre trabajar para un semanario y un diario tenía que ver con que éste vivía la vida mientras aquél la veía pasar.
La irrupción de las redes sociales ha modificado ese panorama. El diario es un instrumento indispensable para aportar profundidad, contexto y comprensión a la noticia, pero ya no “vive la vida” como se decía anteriormente. La gente no quiere esperar un día —a veces ni siquiera el tiempo de subir la información a internet y, menos aún, una semana— para enterarse de un acontecimiento. La adquisición y el consumo de la información son hoy acciones casi simultáneas.
También creo que la generación que está creciendo con internet no quiere ser mero receptor del trabajo que realizan los periodistas. Quiere ser testigo de la manufactura del producto final, incluso poder hacer aportaciones en este proceso. Y la objetividad, ese valor supremo con el que creció mi generación, ya no vale por sí sola si no va acompañada de transparencia
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