Geopolítica olímpica/Joaquín Roy, director del centro de la UE de la Universidad de Miami Publicado en EL CORREO DIGITAL, 07/10/09;
La elección de Río de Janeiro como sede olímpica de los Juegos de 2016 promete generar numerosas interpretaciones, tanto en lo que respecta a las maquinaciones (secretas, contradictorias, sorpresivas) del Comité Olímpico Internacional como a las consecuencias. Las dimensiones más fáciles que explican el premio concedido a la ciudad brasileña incluyen el hecho de que América del Sur no había cobijado unos juegos nunca. El que los anteriores fueran en Asia (China) y los siguientes en Europa (Londres) introducía presión para que el ’show’ se trasladara a otro continente. La prudencia en elegir a Chicago, como un ‘endoso’ postelectoral a Obama, puede haber pesado en el ánimo de muchos miembros del COI. Unos juegos en Japón aparecían como algo repetido.
Queda, aparte de la sólida candidatura de Madrid no suficientemente recompensada, la interpretación de por qué Río primero llegó a la finalísima y luego se alzó con el premio. En primer lugar, la llamada del exotismo y la mitificación de la urbe carioca como lugar de esparcimiento sin par han sido dos factores que han contado. Las escenas televisivas que se repetirán hasta la saciedad con el Corcovado y el Cristo captado desde miles de ángulos, al amanecer y a la puesta de sol, estaban en las retinas de los votantes y los patrocinadores.
A Brasil, sobre todo a su presidente Lula, le ha beneficiado el imparable impulso que ha tomado en la escena internacional, como comodín de todas las soluciones en un mundo confuso, peligroso y ansioso de nuevos liderazgos. Su pertenencia a los BRIC, codeándose con Rusia, China e India, le ha catapultado al centro de la atención internacional. De ser el país del futuro eterno se ha convertido en una realidad con la que se debe contar, a pesar de las envidias de Argentina, el doble mensaje de Venezuela y la incomodidad de México por haber sido expulsado (geográficamente justificado) de Sudamérica, nueva identificación del subcontinente según el léxico de Brasilia.
Una de las interpretaciones erróneas va a ser considerar el resultado como una derrota política del presidente Obama. Exagerado resulta criticarlo por tomar el riesgo de asistir como director de orquesta a la ceremonia. En primer lugar, porque se trataba de la candidatura de su ciudad adoptiva. En segundo lugar, su ausencia habría sido un insulto a las demás ciudades, representadas al máximo nivel. La presencia no podía ser delegada. En fin, ¿pierden Estados Unidos y Obama con el triunfo de Brasil y Lula? Todo lo contrario. Si para Brasil el éxito es apoteósico, para EE UU la derrota es relativa. Tiene y tendrá otras oportunidades y empresas más importantes. Perder en Copenhague es asumible. Para Río, el triunfo es llegar a la cima.
El Gobierno norteamericano tiene ahora a su alcance seguir por la senda de apoyo a Lula (y sus sucesores) como valedor, intermediario y fiable aliado en las difíciles asignaturas pendientes de la agenda de Washington. El reforzado protagonismo de Brasil en el mundo le va a liberar de numerosos trabajos incómodos. Brasilia puede ayudar a Washington a tratar con algunos díscolos regímenes latinoamericanos, puede servir de socio en empresas en el resto del llamado Tercer Mundo y al mismo tiempo insertarse como ‘moderado’ en un trío impredecible de los gigantes asiáticos y Rusia.
Ahora bien, lo que queda pendiente es si la designación de Brasil va a beneficiar tanto a sus dirigentes como al país en general. No cabe duda de que, incluso a medio plazo, la lluvia de inversiones y gastos estatales en infraestructuras propulsará la economía brasileña, que ya debería salir pronto de la recesión. La bonanza se acrecentará con la celebración del Mundial de fútbol en 2014, un aperitivo de los Juegos Olímpicos. La fiesta estallará, por fin, en 2016, como una clausura de carnavales sucesivos.
Pero las miradas se posarán sobre las carencias terribles de la sociedad brasileña. Los observadores se preguntarán si los acontecimientos servirán para reducir la grieta de ingresos, los niveles desproporcionados de educación y la criminalidad que divide a sus ciudades en zonas irreconciliables. Los sucesores de Lula deberán elegir entre el fácil maquillaje de los problemas (construcción acelerada de viviendas, aumento de las plazas escolares) o la transformación seria de unas estructuras que amenazan perennemente con que el gigante se desplome sobre unos pies de arena de Copacabana.
La alegría de hoy y la samba de semanas pueden convertirse en remordimiento y tristeza por nuevas oportunidades perdidas. Ni Brasil ni el resto de América Latina se pueden permitir el lujo de un fracaso insertado en este escenario. Estados Unidos habrá perdido también una nueva nominación olímpica.
Queda, aparte de la sólida candidatura de Madrid no suficientemente recompensada, la interpretación de por qué Río primero llegó a la finalísima y luego se alzó con el premio. En primer lugar, la llamada del exotismo y la mitificación de la urbe carioca como lugar de esparcimiento sin par han sido dos factores que han contado. Las escenas televisivas que se repetirán hasta la saciedad con el Corcovado y el Cristo captado desde miles de ángulos, al amanecer y a la puesta de sol, estaban en las retinas de los votantes y los patrocinadores.
A Brasil, sobre todo a su presidente Lula, le ha beneficiado el imparable impulso que ha tomado en la escena internacional, como comodín de todas las soluciones en un mundo confuso, peligroso y ansioso de nuevos liderazgos. Su pertenencia a los BRIC, codeándose con Rusia, China e India, le ha catapultado al centro de la atención internacional. De ser el país del futuro eterno se ha convertido en una realidad con la que se debe contar, a pesar de las envidias de Argentina, el doble mensaje de Venezuela y la incomodidad de México por haber sido expulsado (geográficamente justificado) de Sudamérica, nueva identificación del subcontinente según el léxico de Brasilia.
Una de las interpretaciones erróneas va a ser considerar el resultado como una derrota política del presidente Obama. Exagerado resulta criticarlo por tomar el riesgo de asistir como director de orquesta a la ceremonia. En primer lugar, porque se trataba de la candidatura de su ciudad adoptiva. En segundo lugar, su ausencia habría sido un insulto a las demás ciudades, representadas al máximo nivel. La presencia no podía ser delegada. En fin, ¿pierden Estados Unidos y Obama con el triunfo de Brasil y Lula? Todo lo contrario. Si para Brasil el éxito es apoteósico, para EE UU la derrota es relativa. Tiene y tendrá otras oportunidades y empresas más importantes. Perder en Copenhague es asumible. Para Río, el triunfo es llegar a la cima.
El Gobierno norteamericano tiene ahora a su alcance seguir por la senda de apoyo a Lula (y sus sucesores) como valedor, intermediario y fiable aliado en las difíciles asignaturas pendientes de la agenda de Washington. El reforzado protagonismo de Brasil en el mundo le va a liberar de numerosos trabajos incómodos. Brasilia puede ayudar a Washington a tratar con algunos díscolos regímenes latinoamericanos, puede servir de socio en empresas en el resto del llamado Tercer Mundo y al mismo tiempo insertarse como ‘moderado’ en un trío impredecible de los gigantes asiáticos y Rusia.
Ahora bien, lo que queda pendiente es si la designación de Brasil va a beneficiar tanto a sus dirigentes como al país en general. No cabe duda de que, incluso a medio plazo, la lluvia de inversiones y gastos estatales en infraestructuras propulsará la economía brasileña, que ya debería salir pronto de la recesión. La bonanza se acrecentará con la celebración del Mundial de fútbol en 2014, un aperitivo de los Juegos Olímpicos. La fiesta estallará, por fin, en 2016, como una clausura de carnavales sucesivos.
Pero las miradas se posarán sobre las carencias terribles de la sociedad brasileña. Los observadores se preguntarán si los acontecimientos servirán para reducir la grieta de ingresos, los niveles desproporcionados de educación y la criminalidad que divide a sus ciudades en zonas irreconciliables. Los sucesores de Lula deberán elegir entre el fácil maquillaje de los problemas (construcción acelerada de viviendas, aumento de las plazas escolares) o la transformación seria de unas estructuras que amenazan perennemente con que el gigante se desplome sobre unos pies de arena de Copacabana.
La alegría de hoy y la samba de semanas pueden convertirse en remordimiento y tristeza por nuevas oportunidades perdidas. Ni Brasil ni el resto de América Latina se pueden permitir el lujo de un fracaso insertado en este escenario. Estados Unidos habrá perdido también una nueva nominación olímpica.
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