19 nov 2010

Discurso del diputado Don Juventino Castro

El Presidente diputado Jorge Carlos Ramírez Marín: Se concede el uso de la palabra al diputado don Juventino Castro y Castro, en representación del Partido de la Revolución Democrática.
El diputado Juventino Víctor Castro y Castro: Con su venia, señor presidente. Honorable Cámara de Diputados, compañeras y compañeros diputados, señor presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, don Guillermo Ortiz Mayagoitia, señor representante personal del Ejecutivo federal y secretario de educación pública, maestro Alfonso Lujambio, distinguidos invitados especiales.
Recordamos el día de hoy la gesta social de mayor significancia en México. Es comparable únicamente con la insurgencia libertaria que nos dio nación y nacionalidad. El movimiento social de 1910 que hoy recordamos nació bajo una especialidad que no encuentra paralelo en ningún país del mundo. México es pionero en él respecto al reconocimiento constitucional de los derechos sociales como garantías de sus habitantes.

Lamentablemente esta conmemoración de la Revolución mexicana ha perdido importancia, pues se ha convertido en una celebración de trámite.

Mientras el constitucionalismo de todos los demás países hacía radicar sus fundamentos esenciales en los derechos individuales, de acuerdo con la época  liberal, los mexicanos ya manejábamos y aplicábamos los derechos sociales y a la cabeza de todos ellos, como una pugna dolorosa de la lucha por una mejor distribución de la riqueza en todos sus países, pero específicamente con base en una cultura política y jurídica motivada como la nuestra.

México es quizá el país más representativo del constitucionalismo en materia de libertad y de unidad, sobre todo juzgándose por el trato a los pueblos indígenas sojuzgados por europeos que hicieron valer una superioridad éticamente dudosa y políticamente tiránica y abusiva, lo cual impidió durante algún tiempo de nuestra historia los justos reclamos y reconocimientos a una raza indígena o mestiza hasta que lo hizo la Revolución, que siempre ha tratado de superar sus orígenes bajo el mandato de la dictadura europea que son verdaderamente indignantes.

Ni la influencia libertaria ni la reforma política que derrumbó estrepitosamente a las ideologías ajenas que se nos impusieron atribuyeron una prioridad determinante a los derechos sociales. Éstos encontraron su voz en un sentido de igualdad y justicia que ya desde entonces nos era entrañable.

El Partido de la Revolución Democrática es un partido revolucionario y demócrata como lo mandata nuestra Constitución, y una organización política que tiene como ejemplo un movimiento popular inspirado en el regreso a la esencia del mexicano.

Nuestro movimiento social de 1910 en todo momento pugnó por el reconocimiento de los derechos sociales principiando por la reprobación al peonaje agrícola y el inicio de las garantías laborales de los trabajadores en general. Todo ello sin detenernos específicamente en su condena definitiva a los monopolios y al acaparamiento de las mercancías de primera necesidad.

Por ello, el artículo 39 de nuestra ley fundamental en 1917 confirmó todas las razones sociales para instalar en México un sistema político que ubicara la soberanía nacional en el pueblo soberano. Pero este mandato trasciende aún más cuando con gran visión estatuye que todo poder público tiene su origen en el pueblo y que éste sólo resulta válido si se establece para el beneficio del propio pueblo y solamente llenando tal fin.

El partido que generosamente me ofreció su apoyo y su inspiración nació bajo los atributos reales reconocidos posteriormente como base y fundamento de una cultura política bajo los sistemas democráticos y revolucionarios que inspiran sus siglas con fundamento y legitimación en el pueblo y no en los intereses o poderes particulares.

Sé que una única circunstancia lamenta este día el Partido de la Revolución Democrática: que al pueblo le cause tanta dificultad ubicarse en el lugar capital que le corresponde dentro de la normatividad general y de la administración pública del país. Se rehúsa insistentemente en enajenarse en la cosa pública a la cual desprecia para no abandonarse a ella.

Si el pueblo, por mandato constitucional es el soberano directo de México, la democracia representativa  es tan sólo un instrumento auxiliar de su aceptación, la directa es la participativa.

Aunque jamás –afortunadamente-, ha cedido su soberanía nacional, en cambio se pliega a la libre voluntad de sus representantes y no a la suya propia, que es originaria y esencial, como sólo puede hacerlo un pueblo soberano como lo es el de México.

La misión esencial del partido es concientizar al pueblo y adoctrinarlo dentro de los parámetros de la más pura democracia directa: la participativa.

Señores legisladores: unamos nuestros regocijos comunes bajo el signo de la Revolución y la democracia mexicanas y comprometámonos en una sola vía de acción política; no esforzarse tanto para obtener un beneficio particular o partidista, dentro de la Revolución, sino para plasmar a la histórica Revolución Mexicana que hoy recordamos y revivimos en el accionar político común.

Es precisamente bajo el signo de la unidad nacional que, con el aval del partido, he hecho un llamado al cambio de nuestra actual cultura mestiza para tomar lo mejor de ambas excelsas culturas bajo el lema: Cambia tú, cambia México.

Es patente que la nacionalidad mexicana desde antes de la llegada a América de los europeos es pluricultural. Las etnias nativas del actual suelo mexicano eran similares pero diferentes. Los ahora mexicanos nos acostumbramos a vivir un natural pluriculturalismo. Es el que nuestro artículo 2o. de la Constitución ha proclamado y predicado como esencia en nuestra cultura nacional, ya después de nuestro subyugamiento.

Las excelencias de la unión de nuestras dos culturas sobresalientes: la española y las indígenas, sobresalen en el moderno mexicano. Sobresalen y se colapsan.

Ello ha dado vivencia a un mexicano indeciso, contradictorio, de fatiga y de alto índice de desempleo, evasor de su realidad. Un mexicano contrapuesto e individualista, porque así es –de hecho– su pluriculturalidad.

Es menester que, bajo un signo unitario, colectivo, forjemos al mexicano que resaltará igual que históricamente lo ha sido siempre, pero se ha reforzado en su individualidad.

Un cambio cultural exige de personas y de escuelas, y ésta con claridad de propósitos y sentidos de rumbo. Pronto experimentaríamos los excelentes resultados de nuestra auténtica pluriculturalidad y de nuestra versatilidad latente, aunque siempre presente.

En cambio, si se acepta, sólo podría llevarse a cabo por los padres de familia, que son los forjadores naturales de los individuos, y por la acción de los maestros primarios, que son una sucesión natural de los padres; convencidos de la acción del cambio cultural en nuestro país.

De los padres de familia de México, bien informados, todos estamos ciertos y seguros, pero no sobraría pensar en una Escuela para padres de familia.

De los maestros sólo nos podrán decir ellos mismos y sus dirigentes. ¿Podríamos confiar que ese cambio se ha producido ya en México, o está en vías de producirse?

En ello nos juzgamos nuestra nueva Revolución, ésta pacífica, aunque requiere ser dinámica, muy dinámica. Muchas gracias.

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