19 nov 2010

Javier Corral y Rojas

El Presidente diputado Jorge Carlos Ramírez Marín: Tiene la palabra el diputado Javier Corral Jurado, en representación del Grupo Parlamentario del Partido Acción Nacional.

El diputado Javier Corral Jurado: Señor Presidente de la Cámara de los Diputados. Señor presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, don Guillermo Ortiz Mayagoitia. Señor secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, representante personal del Presidente de la República, señores coordinadores parlamentarios, señora coordinadora y amiga, diputadas y diputados del Congreso de la Unión, decía Guillermo Prieto Luján, uno de mis mayores en Chihuahua, que la historia es el legado común de los mexicanos; con sus claroscuros, con sus bajorrelieves, con sus luminosidades. La historia es la lección permanente frente a la que debemos extraer la conciencia de lo que debemos hacer y de lo que debemos evitar.

La celebración centenaria de la Revolución Mexicana debe ser oportunidad para recuperar un sentido autocrítico de los logros y de los enormes pendientes de esos principios y esos anhelos que en no pocos postulados parecen actuales. Solamente que, como dijera ese mismo pensador, están impregnados de una amargura más antigua, una amargura que habla de un millón de hombres que con su sangre regaron los campos de México.

Una revisión necesaria de una de las causas fundamentales del movimiento armado que encabezó ese hombre de cuerpo pequeño pero de alma grande, el apóstol de la democracia Francisco I. Madero. Sobre todo, en el de la insultante concentración de la riqueza en unas cuantas manos que, además del lastre de la pobreza ancestral, genera uno de los mayores niveles de desigualdad social.

A 100 años de la Revolución Mexicana, 10 por ciento de la población en México detenta  42 por ciento del ingreso y un puñado de mexicanos que hacen negocios privados con bienes públicos acapara 20 por ciento de ese ingreso.

Así llegamos al día de hoy. Manuel Gómez Morín, más que el fundador del PAN, el creador de instituciones, el hombre universal a quien Enrique Krauze definiera como caudillo cultural de la Revolución Mexicana.

El creador de la primera Ley del Crédito Agrícola en México, el que fundó el Banco Nacional de Crédito Agrícola en el país, vio a la Revolución Mexicana desde una mirada reivindicatoria de la democracia, pero también como un movimiento de amplio contenido social para la redistribución de la riqueza.

Gómez Morín concebía a la Revolución como el fin de un largo monopolio político, un volver a restaurar las fuentes de la autoridad legítima, que son el consentimiento del pueblo, la votación informada y respetada del pueblo. Pero también, y esencialmente, la necesidad de que México tuviera un mejor y más justo desarrollo económico.

De manera –decía Gómez Morín- de poder producir más de lo que se producía y poder establecer un estándar de vida superior para todas las mexicanas y todos los mexicanos.

La tierra había quedado en manos de un corto número de personas, todas con apetito de tener más y  más tierras. Fue indispensable atacar el problema agrario desde el comienzo de la Revolución.

Gómez Morin vio a la Revolución Mexicana en varios ideales, lo cito textualmente: “por una vida mejor y más digna para todos. Un mejor aprovechamiento de los recursos humanos y naturales del país. Un arreglo justiciero de la distribución de la riqueza y de sus productos. Una mejor y más difundida educación, y en la base de todo ello, una organización política fundada en el juego real y respetado de las instituciones democráticas”.

La Revolución, significa para mí, le escribió Gómez Morín a Simona Tapia en 1924, una acción espiritual. Cierta forma de espiritualidad, de anhelo que desde la época colonial ha pugnado por triunfar en México y que se manifiesta en los tres grandes movimientos ocurridos en el país: la Independencia, la Reforma y la Revolución.

La lucha profunda está en lo más íntimo de la nación, no es una lucha de colores, ni de razas, sino una lucha de valores morales y culturales. La Revolución triunfará si de anhelo pasa a la realidad.

Es que como bien lo identificaron Meyer y Aguilar Camín en la sombra de la Revolución Mexicana, el federalismo había tomado la forma operativa del cacicazgo. La democracia, el rostro de la dictadura. La igualdad, el rumbo de la inmovilidad social. El progreso, la forma del ferrocarril y la inversión extranjera. La industriosidad, la forma de la especulación, la apropiación de bienes que agrandaron caudales, sin capitalizar al país.

Son las cifras del progreso porfiriano, conviene subrayarlas, para recordar que la Revolución que Madero liberó, no fue hija de la miseria y estancamiento, sino de los desarreglos que trajeron el auge y el cambio, según los autores.

Por eso, sostengo compañeras diputadas y diputados que es momento de revisión, para una nueva época de reforma política. Revisar los saldos y deudas históricas con los postulados de las dos revoluciones centenarias. Una revisión de conceptos instituciones y distribución de competencias, que a la luz del desarrollo político, social y económico ya no libran la batalla del tiempo.

Una nueva constitución hubiera sido una celebración de lujo en este año de celebraciones centenarias, pero esa ilusión se le antepone una realidad. Una nueva constitución hubiera sido una celebración de lujo, pero a esa ilusión se le antepone una realidad. No se vislumbra ni para hoy, ni para los siguientes años una clase política que esté dispuesta a agotarse con sus propias reformas. Seguimos en los medios mirajes del inmediatismo electoral.

Por supuesto que tenemos logros indiscutibles, avances insoslayables en instituciones que explican el Estado moderno. México, ha cambiado radicalmente en los últimos cincuenta años, de haber sido un país básicamente rural se ha transformado en un país eminentemente urbano.

En 1957 éramos un país de jóvenes y niños, y yo somos un país de adultos con un creciente número de personas mayores. Estos cambios plantean retos y oportunidades; las pensiones jubilares y la necesidad de infraestructura básica son tres retos que no podemos posponer, diferir o relegar.

La agricultura ha venido desarrollándose y ha mejorado su competitividad, los productos mexicanos se exportan cada vez más de mejor manera y más creciente, pero aún así las condiciones de pobreza de vastos sectores son lacerantes. Los efectos del minifundismo siguen siendo dañinos para los ejidatarios; en una más de nuestras paradojas históricas tenemos retos y oportunidades enormes, monumentales.

Si no superamos los retos, las oportunidades se perderán o harán poco para mejorar las condiciones de los mexicanos, paradoja que siendo nuestra economía una de las más grandes del mundo, con ventajas geopolíticas especiales, al mismo tiempo sufrimos de una desigualdad distribución del ingreso. Contamos con regiones con un alto desempeño económico e índices de desarrollo humano importante, y junto a ellas conviven otras con índices de pobreza altos.

Son estos contrastes los que agravian la condición humana. Evadir la realidad cuesta caro, llegado el momento de enfrentar las consecuencias frecuentemente resulta catastrófico. Nadie en el 1910 podía vaticinar la revuelta; era la paz porfiriana, calma chicha que en tiempo irremediable estalló para modificar esencial y estructuralmente la base política y social de México.

Engañar a la sociedad del estado real del país y cómo colaboran en ello los poderes, para procurar el aplauso o evitar las voces radicales, es una mentira que tarde que temprano se evidencia por las crisis, sale a flote y el desprecio es universal.

Como país necesitamos tener una visión de futuro y un compromiso con la verdad. Las instituciones de la postguerra se han transformado; de una economía cerrada hemos pasado a una economía abierta y competitiva. La anterior intervención directa del gobierno en la economía se ha limitado a áreas estratégicas.

El recurso del petróleo, que hace pocos años se veía como la panacea a nuestros problemas, hoy estamos en la seria posibilidad que en los próximos 10 años tengamos que importarlo.

Es necesario fortalecer al Estado. No es regresar a un pasado reciente de un Estado interventor en la vida económica, con empresas públicas ineficientes y un gasto excesivo para crear efímeros desarrollos económicos. Robustecer al Estado en el momento actual significa ensanchar la función reguladora del gobierno para evitar que se generen monopolios o actividades, en donde unos cuantos determinan los precios de los productos.

La rectoría del Estado también se ejerce arbitrando a las partes, determinando reglas de operación y fomentando la competencia.
 I
mpulsar la acción reguladora del Estado significa que los bienes o servicios que los particulares ofrecen cumplan condiciones de calidad y precio. Un Estado con capacidad rectora en las ramas de la administración pública. Un Estado que no sea rehén de intereses grupales, sino que tenga la fortaleza de dictar y ejecutar políticas públicas en beneficio de las mayorías.

Asentar al Estado democrático parte de la relación y el desempeño de los poderes públicos. Por lo tanto, fortalecer la vida política significa abonar en la comunicación entre los poderes y lograr que éstos se aboquen de manera conjunta en una relación fructífera a buscar las mejores soluciones para el país.

El diálogo y la exposición de razones por parte de los interlocutores acercarían a las distintas posiciones políticas propias de una sociedad plural. El mayor riesgo para el país es la parálisis por la falta de consensos. Viviríamos en un griterío de confusión frente a problemas crecientes y amenazadores de la estabilidad y el desarrollo del país.

Como generación que cruzará en la mitad de sus vidas las dos celebraciones centenarias, tenemos la gran oportunidad de diseñar nuestro futuro antes que los acontecimientos nos arrastren y nos conduzcan como marionetas de la historia en una calma chicha de la sociedad mexicana.

En una democracia madura como en una sociedad abierta, todo se puede discutir, analizar y debatir. No nos impongamos fetiches o tabúes que no podamos discutir. Hagamos a un lado dogmas o prisiones ideológicas. No tengamos miedo a la razón ni nos engañemos con la realidad.

La celebración de estas etapas fundacionales de nuestra historia la debiéramos dar con testimonios de solidaridad, no sólo con discursos. Mostrémosle al futuro como una nación abierta al mundo con profundas raíces seculares, nación que es crisol de cultura indígena y española que ha integrado regiones y costumbres y que tiene un perfil propio alimentado por su idiosincrasia. Que desde su aprecio por su pasado ha sido capaz de insertarse en el pulso de la vida internacional.
La Independencia, compañeras diputadas, compañeros diputados, fue un movimiento surgido en el centro del país. La Revolución nació y se desarrolló en el norte. En efecto, tiene en Yucatán, tiene en Sinaloa, en Tlaxcala, en Puebla y en Chihuahua, estados precursores. Pero es Chihuahua la cuna y chispa del movimiento armado de 1910, porque ahí se inició, en la concepción de lo que da origen, ahí se formó el Ejército Revolucionario que la hizo continua y en Chihuahua, y por los hombres de Chihuahua la Revolución fue victoriosa, tras la decisiva batalla de Ciudad Juárez y ese honor está acreditado en las mejores fuentes de la historiografía de la Revolución Mexicana y en los más rigurosos estudios de los historiadores con mayor rigor científico en México.

Por eso sostenemos que declarar oficialmente a Chihuahua cuna de la Revolución no es más que el reconocimiento de un mérito indiscutible. No lo concebimos como pleito con ninguna otra entidad, si acaso una disputa por el honor de ser llamados así, que por lo demás reivindica un dato interesante que los jóvenes debieran recoger.

Un dato que habla de una inusitada actualidad del hecho revolucionario. Los Chihuahuenses que estamos en esta Cámara no hemos venido a disipar duda alguna. No hay duda. Hasta el mayor adversario de la Revolución que lo fue el general Porfirio Díaz supo reconocer donde se había originado el movimiento armado.

En su manifiesto de renuncia a la Presidencia de la República el 7 de mayo de 1911, tras la batalla de Ciudad Juárez textualmente afirmó, voy a leer textualmente los primeros renglones del manifiesto de Díaz: “la rebelión iniciada en Chihuahua en noviembre del año próximo pasado y que paulatinamente ha ido extendiéndose, hizo que el gobierno que presido acudiese, como era de su estricto deber, a combatir en el orden militar el movimiento armado”.
Si el dictador tenía claro el territorio donde se prendió la chispa, al Congreso no le puede faltar decisión para reconocérselo a ese digno pueblo de Chihuahua. En este tenor y para confirmar y dimensionar la trascendencia del estado de Chihuahua en la primera parte de la Revolución, es preciso tomar en cuenta que entre el mes de noviembre del año de 1910 y el mes de febrero del año de 1911, en la geografía estatal chihuahuense se libraron 58 batallas, de las cuales las fuerzas revolucionarias resultaron victoriosas en 41 contra apenas 9 de las fuerzas federales y 8 quedaron inconclusas.
Es la hora de un gran acuerdo político para una auténtica reforma del Estado. Cuando planteo lo anterior como reconocimiento del pasado que mira al norte y al movimiento armado, también digo que la nueva etapa de consolidación de la democracia debe provenir de una reforma profunda del Estado con dos características: pacífica y abocada a rescatar al sureste.
Podemos levantar al sureste sin destruir lo construido. La prosperidad y las instituciones que hemos edificado serán nuestras mejores armas para la construcción de una patria que dé cobijo a todos sus hijos, porque la historia es el legado común de los mexicanos. He dicho.
El Presidente diputado Jorge Carlos Ramírez Marín: Tiene la palabra el diputado Francisco Rojas Gutiérrez, en representación del Partido Revolucionario Institucional.
El diputado Francisco José Rojas Gutiérrez: Con su permiso, presidente. Compañeras y compañeros diputados, saludo cordialmente al ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia, don Guillermo Ortiz Mayagoytia; saludo igualmente al maestro Alonso Lujambio, secretario de Educación Pública y representante del Poder  Ejecutivo.

A 100 años del llamado de Madero al pueblo mexicano para hacer valer la democracia, la revolución se reafirma como el gran movimiento incluyente en el que confluyeron la lucha agraria de Zapata, las demandas populares de Villa, el constitucionalismo de Carranza, la visión modernizadora de Obregón, la edificación institucional de Calles y el patriotismo de Cárdenas.

La nuestra no es una revolución dogmática ni propugna la aniquilación de una parte de la sociedad por otra; es un proceso histórico abarcador, una concepción moral y política en la que cabemos todos, sin discriminaciones por motivos étnicos, religiosos, ideológicos, sociales, económicos o de cualquier otra índole.

La revolución ha armonizado principios, valores y demandas que en la superficie, sólo en la superficie, podrían parecer antagónicos pero que están en la raíz diversa de nuestro pueblo y fueron el germen del México moderno.

La revolución es la gran reserva doctrinaria y política para enfrentar las adversidades de nuestro tiempo y salir más fuertes, más justos y más unidos. Sólo la superficialidad irresponsable o el carcamón perezoso ven contradicciones donde hay complementariedad y probada racionalidad histórica.

Somos un pueblo diverso por la geografía, las costumbres y la cultura. En la nación coexistimos indios, negros, criollos y mestizos, pero finalmente todos somos mexicanos.

Cuando estalla la revolución se abrían paso en el norte las pequeñas y medianas empresas agrícolas y surgían las primeras industrias impulsadas por la red ferroviaria. En el centro, sur y sureste, inspirados en la fuerza de las tradiciones, los campesinos exigían la restitución de las tierras que habían sido arrebatadas a sus comunidades.

Las comunidades indígenas reclamaban su inserción en la modernidad, sin renunciar a su cosmovisión y a sus costumbres.

La revolución mexicana estalló como reclamo general de justicia y democracia y fue modulando y decantando sus ideas esenciales sobre la marcha.

El método fue sencillo y sabio: escuchar al pueblo, entenderlo y respetarlo, identificar sus necesidades y usar los recursos del Estado para mejorar sus condiciones de vida y abrir oportunidades a las nuevas generaciones.

La estructura institucional de la revolución ha sido capaz de procesar todas las parcialidades. Por eso, en el año 2000 llegó pacíficamente a la presidencia de la república un partido creado como antípoda de los gobiernos revolucionarios. Así es la democracia.

La Constitución sintetiza los ideales nacidos de la voluntad popular. Es programa y propósito y se cristaliza en dos valores inseparables: democracia y justicia social. Democracia como ejercicio de todas las libertades: de pensamiento y expresión, de reunión y crítica. Democracia que es sufragio efectivo, pero también participación de todos en la toma de decisiones. Libertad que sólo es posible con seguridad, con una economía sólida y con una distribución justa del ingreso.

Debemos entenderlo bien de una vez por todas: sin justicia social la libertad es una ficción, es palabra hueca, es adorno para el discurso, pero sin el ejercicio pleno de las libertades tampoco es viable la justicia social.

Transcurrida la fase armada, la revolución se convirtió en proceso creador y se renovó en cada estación histórica del mundo cambiante del siglo XX. Su doctrina es la base para comprender el país que somos, para identificar sus potencialidades, para dar sentido de actualidad y perspectiva de futuro a nuestros valores.

La Revolución hizo de México uno de los países con mayor movilidad social y política en el siglo XX, confió al Estado la rectoría del desarrollo, reivindicó el dominio de la nación sobre la riqueza del subsuelo, consumó la reforma agraria y creó una amplia planta industrial mexicana. El desarrollo agrícola industrial aumentó las tasas de crecimiento a mediano y largo plazos, y generó empleos.

El sistema educativo formó capital humano con distintos rasgos de calificación y los sistemas de salud pública, seguridad social, vivienda y otros, duplicaron la esperanza de vida y elevaron el bienestar de las familias mexicanas.

La defensa del derecho internacional, la promoción activa de la paz y la cooperación internacional para el desarrollo fueron los pilares del prestigio mundial de México.

La escuela pública y los proyectos culturales fomentaron el desarrollo político entre los jóvenes que emergían del campo y de las áreas urbanas marginadas para convertirlos en profesionistas y trabajadores calificados.

Por eso afirmo que ahí, en la Revolución Mexicana y su programa está el germen de la transición democrática que transformaría la sociedad y acreditaría la naturaleza incluyente de la nación y su sistema político.

Los constituyentes del 17 ratificaron las garantías individuales clásicas y elevaron a rango constitucional las garantías sociales. Con espíritu revolucionario Cárdenas convirtió al petróleo en columna vertebral de la modernización; y López Mateos rescató para la nación la energía eléctrica.

México, confiado en su potencialidad y dueño de su destino constituyó un amplio y generoso sistema de seguridad social para amparar no sólo a los trabajadores sino también a sus familias. Construimos un país que llegó a ser la décima economía del mundo, con tranquilidad y paz social, pero sobre todo, porque teníamos fe en nuestro destino.

En el Partido Revolucionario Institucional nos consideramos y asumimos herederos y custodios del ideario, el programa y las aspiraciones de la Revolución. Con ellos podemos retomar el camino hacia la justicia social, hoy más que nunca, cuando 6 millones de mexicanos más se han sumado a la pobreza en sólo dos años, y la economía apenas crece, y la violencia criminal secuestra áreas de la geografía nacional.

El PRI hace suyo el justo reclamo de los jóvenes del siglo XXI por el derecho a construir su porvenir, con su esfuerzo personal como lo hicieron sus padres y sus abuelos. No es justo que los profesionistas mexicanos no encuentren espacio en los mercados de trabajo del país. No es justo ni aceptable que otros, los que ni siquiera tienen lugar en la educación superior sean arrastrados a la informalidad, la emigración o la delincuencia.

Nuestro país está herido por la violencia, por la miseria, por la injusticia y el desaliento, acentuados en los últimos 10 años. Estas heridas no van a sanar con parches, necesitamos ir a las causas, definir los objetivos y los métodos y actuar en consecuencia. Es inaplazable reforzar la unidad nacional, pero en torno a una persona, o a una quimera vacía de contenido social, sino a partir de propósitos comunes, tales como la tranquilidad y la paz social y con oportunidades reales de desarrollo.
 E
s verdaderamente inaceptable, que en este año del centenario tengamos que defender el patrimonio nacional todavía con controversias constitucionales, en la corte y comisiones especiales en la Cámara de Diputados, para evitar la pérdida de soberanía o la mengua de la rectoría del Estado o la privatización soterrada de los recursos naturales propiedad de la nación.

No debemos imponer las ideas propias a los otros y menos aún para destruir a quienes piensan distinto, sino para convocar, discutir, acordar y resolver. Es la hora de la política entendida como debate informado y libre entre todos los mexicanos.

Señoras y señores diputados, en el amanecer del siglo XXI, la Revolución Mexicana exige resolver de manera seria, eficaz y permanente la pobreza, superar para siempre la desigualdad social en sus orígenes, restablecer el estado de derecho en todo el territorio nacional, combatir al crimen organizado en sus causas y cerrar los mecanismos que legitiman las ganancias mal habidas de los delincuentes.

La Revolución debe ser crecimiento sustentable de la economía con el concurso de los trabajadores y empresarios mexicanos, debe ser defensa inquebrantable de la soberanía que, como lo dice la Constitución, reside en el pueblo.

La Revolución debe ser oportunidad de progreso para todos y sigue siendo, como en su inicio y desarrollo, la síntesis magnífica de democracia con justicia social.

La Revolución debe ser apasionada defensa de la libertad frente a los dogmas y prejuicios que intentan anquilosar conciencias y atarnos al pasado.

La Revolución debe ser defensa de la soberanía, del patrimonio nacional y de la rectoría del Estado en beneficio de los mexicanos de hoy y de mañana.

La Revolución debe ser esfuerzo constructivo de los mexicanos que creen en el talento de sus hombres y mujeres para convertir en realidad los ideales de la gesta centenaria que hoy conmemoramos.

Para lograr ser lo que queremos ser, la nación contará con todos nosotros, los mexicanos con ideales de democracia y justicia social. Muchas gracias.


El Presidente diputado Jorge Carlos Ramírez Marín: De esta manera hemos concluido las intervenciones previstas para esta sesión solemne. Se invita a los presentes ponerse de pie para entonar el Himno Nacional.

(Himno Nacional)

El Presidente diputado Jorge Carlos Ramírez Marín: Continúe la Secretaría. Se levanta la sesión solemne.

Se invita a las comisiones de cortesía acompañar a nuestros distinguidos invitados cuando así lo deseen abandonar el salón.

La Secretaria diputada María de Jesús Aguirre Maldonado: Señor presidente, se han agotado los asuntos en cartera. Se va a dar lectura al orden del día de la próxima sesión.

(Lectura del orden del día)

El Presidente diputado Jorge Carlos Ramírez Marín (13:58 horas): Muchas gracias, señora secretaria.

Se cita a la sesión que tendrá lugar el martes 23 de noviembre a las 11 horas, y se les informa que el sistema electrónico estará abierto a partir de las 9:30.

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