El futuro de la izquierda en México/Juan Eduardo Martínez Leyva
El
anuncio que hizo en el Zócalo capitalino Andrés Manuel López Obrador, el pasado
domingo 9 de septiembre, de separarse de los tres partidos de la llamada izquierda
que lo postularon a la presidencia de la república en la pasadas elecciones, y,
su decisión de crear el Partido Morena, plantean una serie de desafíos que
moverán los cimientos de los frágiles equilibrios de poder en el seno de esas
corrientes políticas. A partir de ahora, nada será igual para la izquierda
“realmente existente” en el país. El primer impacto de la decisión de Andrés Manuel lo sufrirán los partidos del trabajo (PT) y el Movimiento Ciudadano (PMC). Es muy probable que, en el futuro cercano, estas franquicias tiendan a desaparecer, o en el mejor de los casos, subsistirán como fuerzas con impacto local o regional. Ambos partidos se beneficiaron, en las últimas elecciones, de la popularidad de de AMLO y de la coalición que éste logró armar con el PRD. Jugaron un papel estratégico para que el popular líder saliera victorioso en su intento de de ser el candidato presidencial. Fueron un ariete definitivo para doblegar al PRD y a Marcelo Ebrard.
Andrés Manuel siempre tuvo a la mano la
posibilidad de optar ser candidato sólo por el PT y del PMC, en caso de que el
PRD, decidiera lanzar a Marcelo Ebrard. La
prudencia forzada y el temor de que las fuerzas de izquierda llegaran divididas
a la elección presidencial, así como la supuesta superioridad en las encuestas
a favor de Andrés Manuel, llevaron al PRD a ceder.
En el balance poselectoral, los
personalísimos partidos del PT y del MC, ganaron más votos y presupuesto que si
hubiesen ido a la contienda de manera separada. El PRD, por su parte, obtuvo
una votación por debajo de su promedio histórico. No obstante el menor
porcentaje de votos obtenidos, este partido sigue contando con un presupuesto
nada despreciable y un número de congresistas importante. Seguramente ganaron
más que si hubiesen ido divididos a la elección.
Andrés Manuel logró consolidar su capital
político personal, aunque perdió en la
negociación de colocar en el congreso a los dirigentes que le son cercanos y
funcionales. El peso de su liderazgo, logró la subsistencia del PT y del MC,
pero también alcanzó para mantener la fuerza del PRD. En la práctica, Andrés
Manuel hacía ya tiempo que no militaba en ninguno de los tres partidos: en los
últimos años se había dedicado a promover su movimiento Morena, a lo largo y
ancho del país. Esto pesaba como espada de Damocles sobre los partidos con
registro.
La sociedad entre las cuatro partes, se formalizó
mediante un contrato de conveniencia recíproca. Andrés Manuel ponía los votos y
los partidos aportaban sus membretes. Todos ganaron algo, sin embargo, López
Obrador no quedó satisfecho. En sus cálculos personales, considera que su
enorme capital lo debe invertir en su propia empresa política. ¡Este es el
momento! Ya no necesita compartirlo con las franquicias pequeñas, necesarias en
su momento, pero onerosas; ni tampoco, cederlo al mazacote de intereses,
complejo e intricado, que es el PRD. Ahora, si logra su objetivo, podrá dirigir,
con su estilo personal, el usufructo, no sólo de las jugosas prerrogativas como
partido político, sino también decidir, sin interferencias indeseables y
desventajosas, la nominación a los puestos de elección popular. Esta es una
mala noticia para el Partido del Trabajo y del Movimiento Ciudadano, porque
Andrés Manuel les retirará el oxígeno que los mantuvo, hasta ahora, con vida
artificial.
Para el PRD, la decisión de Andrés Manuel
tiene un significado mayor, ya que lo obliga a reflexionar y a reaccionar de
manera que no lo había querido hacer en los últimos años. Ya no se trata de
seguir siendo un partido del veinte por ciento del electorado. Con los
porcentajes de votos obtenidos en las últimas elecciones el PRD, había ido
construyendo un estado de cosas en su interior, que le permitía un reparto más
o menos proporcional de las prerrogativas y de los puestos burocráticos, así
como los de elección popular, entre sus tribus.
Después de cada proceso electoral, todos quedaban
más o menos contentos y refrendaban su intención de seguir viviendo en la misma
casa. Si esto parece una cosa ridículamente prosaica, es porque lo era. El
cemento, o si se quiere el imán mágico, que unía las partes disímbolas, y a
veces contradictorias, de ese edificio surrealista de la arquitectura de
izquierda, era precisamente el beneficio contante y sonante que obtenía cada
tribu en cada elección.
Después del domingo, tendrán que pensarla
mejor, porque el pastel puede hacerse más pequeño y no alcanzar para todos, o
al menos no en la conformista mediada anterior. Morena les disputará, sin duda,
el universo de electores. ¿En qué medida? Sólo Dios lo sabe.
Para hacer frente al desafío que les
planteó la carambola de López Obrador, tendrán que reflexionar si su forma de
organización actual es la adecuada, si es viable seguir siendo un partido
electorero, si el consejo formado por la burocracia tribal se sostiene, si
existe cura para su adicción al presupuesto; pero, lo más importante de la
reflexión tendrá que ver con su ideología y su oferta política a la
ciudadanía. En esto último radica su
principal reto; la posibilidad de
mantener su presencia como un partido político nacional y ser opción
real de gobierno.
¿Cómo se diferenciará el PRD de Morena?
Seguirá a Andrés Manuel en sus planteamientos radicales, por temor a ser rebasados
por la ultraizquierda, como hasta ahora lo ha hecho. O construirán una
ideología de centro izquierda, más congruente con el ejercicio del poder
político. ¿Existen en ese partido lo cuadros que puedan escribir y pronunciar
un discurso de izquierda moderno? ¿Habrá alguien que corte el nudo gordiano de
intereses tribales? Todo eso está por verse.
Si el PRD logra cuajarse como una opción
del tipo del Partido Socialista Obrero Español o de algún otro socialdemócrata
de Europa o Latinoamérica, México
tendría dos izquierdas: una radical y otra moderada, perfectamente
identificables. No es que ahora no existan, lo que pasa es que están imbricadas
y no son transparentes al ciudadano.
Por lo pronto, lo que se vislumbra es que
López Obrador seguirá marcando el ritmo de la danza a la que baila la llamada
izquierda mexicana. Entonces, dentro de seis años, los dos partidos de la
izquierda sobreviviente, se seguirán preguntando: ¿quién entre todos (nosotros
dos) tiene al político más popular en las encuestas?: ¿será Andrés Manuel?, ¿será
Marcelo Ebrard?, ¿será Miguel Mancera?, ¿será uno de afuera?... Luego, tendrán
el mismo dilema: debemos ir divididos a la elección o debemos apoyar nuevamente
a AMLO. Lo que no han visto es que, para
cuando llegue el 2018, López Obrador ya no los necesitará. Nunca más compartirá
su popular imagen con partidos ajenos, vivirá de sus propias utilidades y,
cuando muera, mandará grabar sobre su
umba el heroico epitafio de Flores Magón.
Coyoacán, México, septiembre 10 de 2012
1 comentario:
Sabias palabras de nuestro amigo Juán Eduardo Martinez Leyva. De hecho ha construido un retrato a futuro del comportamiento actual de las llamadas izquierdas mexicanas.
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