Federales de desecho/MARCELA TURATI
Revista Proceso No. 1881, 18 de noviembre de 2012
Le hicieron caso a los
promocionales de la Policía Federal y se enrolaron. Creyeron que su futuro
estaba asegurado. Luego la realidad los golpeó. Heridos en acción, con lesiones
que los incapacitan para el trabajo, los refundieron en “El 20”, el
agrupamiento de los desechados, desde donde ya habían denunciado a este
semanario los maltratos que padecen. Pero su panorama ahora es más negro: el
próximo mes la Secretaría de Seguridad Pública dejará de existir y los lisiados
de la guerra de Calderón se quedarán en la calle.
La anunciada desaparición de
la Secretaría de Seguridad Pública, que se hará efectiva en cuanto asuma el
poder Enrique Peña Nieto, provocó angustia en los policías federales heridos en
operativos o faenas de trabajo y que permanecen o han pasado por “El 20”, el
Agrupamiento 20, el de los lisiados.
Los “veteranos de guerra”
mexicanos en vez de ganar honores temen ser despedidos.
“Tenemos miedo porque sabemos
que cuando entre ‘el nuevo’ no quieren entregarle a gente discapacitada;
quieren deshacerse de nosotros. Han corrido a compañeros lisiados o los mandan
a operativos para hacerlos renunciar”, explica a Proceso un joven treintañero
lesionado por la tortura que le aplicaron narcotraficantes que lo levantaron.
“Preocupa qué va a pasar con
los lesionados, porque no vamos a encontrar trabajo. (No te contratan) si eres
mayor de 30, tampoco si vienes lesionado, menos si vienes de gobierno y peor si
eres policía. ¿Si no quedo bien qué voy a hacer? ¿Mi esposa, mis hijos, de qué
van a vivir?”, comenta otro que quedó condenado de por vida a usar bastón.
Desde marzo pasado –cuando
Proceso publicó el primer reportaje sobre la discriminación y maltrato laboral
que sufren los policías federales lesionados– la situación ha empeorado: No se cumplieron las promesas del
excomisionado Facundo Rosas de apoyarlos para obtener reconocimiento médico por
riesgo de trabajo ni los estímulos y ascensos por enfrentamientos ni la
reubicación a puestos administrativos con horarios flexibles para sus terapias
ni la posibilidad de cobrar el bono de operatividad (que les quitaron al
lesionarse y que significaba la mitad de sus ingresos).
Son tratados como inservibles
luego de que fueron heridos en enfrentamientos en Michoacán, Coahuila,
Tamaulipas, Sinaloa o Chihuahua, o en emboscadas mientras patrullaban montañas
con narcocultivos o al salir disparados de la pick up en la que patrullaban.
Algunos tienen esquirlas y hasta balas en el cuerpo.
Con el cambio de sexenio y el
próximo desmantelamiento de la secretaría dirigida por Genaro García Luna,
enfrentan, además, la incertidumbre laboral.
“Yo serví a mi país, a mi
institución; di lo mejor. Por eso sólo pido, como los demás, un cambio de
adscripción, que nos saquen de la división de Fuerzas Federales, que es
operativa, y nos manden a un área administrativa. Me lo merezco”, explica el
más joven, quien, pese a su edad, teme que sus lesiones lo inhabiliten de por
vida.
“Que mejor digan ‘te toca
tanto’ o nos den de por vida un seguro médico. Pero nadie dice nada de nuestro
futuro. Todos se echan la bolita”, señala el del bastón.
A los testimonios de los
cuatro policías lisiados presentados en la edición 1847 de Proceso y con
quienes se habló de nuevo, se suman tres nuevos declarantes que comparten la
misma incertidumbre. Todos piden que se reserven sus nombres. Argumentan que si
los descubren los pueden “subir” a los operativos antinarco, de donde podrían
no volver, o pueden someterlos a las
amañadas pruebas de control de confianza con las que eliminan a los
problemáticos.
“¿Cómo no vamos a salir mal
en esos exámenes si andamos con antidepresivos para relajar ligamentos y
articulaciones?”, reflexiona uno de ellos, quien tuvo que suspender su
rehabilitación desde que lo incorporaron a labores.
El Agrupamiento 20 del Cuerpo
de Reacción y Alerta Inmediata de la División de Fuerzas Federales, ubicado en
la base Contel de Iztapalapa, llegó a tener 470 policías a principios de este
año. La mayoría tuvo atención médica negligente y enfrentó malos servicios del
ISSSTE, discriminación por parte de sus mandos y obstáculos para recibir
constancias de incapacidad, terapias y pago de salarios o pensión. Actualmente
quedan 70.
“Nos han ido dispersando para
quitarnos fuerza, para que perdamos contacto, para poder hostigarnos hasta que
renunciemos o nos incorporen a un área operativa”, explica un joven. El colega
que lo acompaña, policía de carrera lastimado al caer de una pick up en
movimiento, dice que los turnos de 24 horas le hacen sentir “mucha ansiedad en
las piernas”.
Los de “El 20” acuden diariamente a las siete de la
mañana al pase de lista, marchan
aunque lleven bastón y permanecen de pie hasta mediodía. Antes les daban
desayunos fríos, mientras los policías sanos disfrutaban comida caliente. Ahora
les retiraron hasta ese servicio.
El director del agrupamiento
es el inspector Fausto Eduardo Arenas Castillo, el subdirector es Julio César
Romero Zarazúa, y la encargada directa, Adriana Blanco. A los dos últimos los
señalan como los oficiales que desestiman las lesiones y presionan a los
policías para que se incorporen a los operativos.
“A muchos compañeros que
están mal de las piernas, de la columna, los cambiaron de actividad, los
metieron uno o dos meses a puestos administrativos como habían prometido y
luego los mandaron a operativos donde los hacen correr, cargar como 25 kilos de
equipo, subir corriendo a las camionetas en turnos de 24 horas”, señala otro
lesionado, sobreviviente de una emboscada en Michoacán.
El trato que reciben dista
mucho del glamour publicitario con el que la Policía Federal (PF) y García Luna
presumen a sus efectivos en los promocionales: armados para la guerra, a bordo
de camionetas nuevas, orgullosos de portar el uniforme.
Los anuncios no muestran la
placa de ocho metros que está a la entrada de la base de Iztapalapa y donde han
grabado los nombres de los muertos en combate este sexenio. Tampoco incluye a
los desaparecidos. Menos a los heridos.
“Antes en el pase de lista
decían el número de caídos el día anterior. Ahora a casi todos los ocultan, por
eso la placa está incompleta. Ya no hacen ceremonias con las familias, ya ni
los mencionan; tampoco a los desaparecidos”, dice un federal cuarentón.
Según una nota de El
Universal de febrero de este año, 792 federales habían sido heridos este
sexenio en operativos contra el crimen organizado.
Enloquecidos
Sus lesiones trastocan sus
vidas. Los lisiados pasan penurias por el sueldo que cobran. Sufren por la
pobreza que los acecha. Tienen pesadillas.
Uno de los entrevistados
relata: “Estás en casa, durmiendo, y te llegan los recuerdos de cargar a un
compañero que está desangrándose en un enfrentamiento; te despiertas exaltado a
las tres de la mañana y cuando te das cuenta: ‘Quihúbole, estoy en mi casa’. Tu
esposa se espanta y no quieres contarle lo que viviste para no afectarla,
porque de por sí sufre cuando te mandan”.
También padece delirio de
persecución y le pide a su esposa que no tienda su uniforme en el patio después
de lavarlo, para que nadie sepa que es policía.
A los entrevistados les
preocupa el destino de todos los colegas que se dieron de baja de la
institución después de un episodio traumático sin haber recibido atención
psicológica y el de los que siguen activos pero sin tratamiento. Calculan que
15 compañeros discapacitados tienen traumas severos.
“Hace medio año dieron de
baja a uno que sobrevivió a una emboscada en Michoacán, donde varios compañeros
quedaron balaceados. A él le quedó la ansiedad y cuando empezaba a hacerse
tarde le entraba el sentimiento, comenzaba a llorar; tenía pesadillas y
despertaba exaltado. En dos ocasiones se le vino a la mente la emboscada y
empezó a tirar balazos con su arma, como enloquecido”, narra otro.
Por su lesión, uno de los
entrevistados se siente inútil ante su esposa y sus hijos, y cayó en una
depresión de la que no se recupera. Ya le pidieron el divorcio. Por
desconfianza no ha querido asistir a las terapias que el grupo Oceánica les
ofrece: Teme que los mandos tengan soplones infiltrados.
El que fue levantado, aunque
tuvo tratamiento psiquiátrico, vive con miedo, se angustia cuando le avisan que
lo van a “subir” al norte, se aisló de sus amistades, no sale nunca de su casa,
se encierra bajo llave, su pareja lo dejó. “Sueño que me atrapa gente armada y grito:
‘Me van a matar’ y me despierto agitado”, narra el joven que era obrero antes
de ser policía.
En distintos relatos se
menciona al compañero que quedó aplastado entre dos camionetas, a heridos en
emboscadas, a la colega que perdió la vista en un accidente, al que está
volviéndose loco, al herido con esquirlas en la espalda al que el ISSSTE no le
reconoció las secuelas como accidente de trabajo, o al que perdió un ojo.
Incluso hablan de la familia de un compañero que tuvo que pagar el uniforme y
la placa del fallecido.
De sus relatos se deduce que
las emboscadas son comunes.
“No se puede llegar de manera
sorpresiva a una detención porque ellos ya tienen a sus informantes, sus
chivatos, sus halcones, y a dos cuadras ya te van recibiendo. Vas a bordo de la
camioneta, no sabes de dónde te están llegando las balas, oyes los zumbidos,
hasta que te pegan a ti”. Eso recuerda uno de ellos.
Maltrato institucional
Algunos de “El 20” tuvieron problemas con la
aseguradora en turno por no vestir el uniforme reglamentario en el momento del
percance: no les pagaron completa la póliza. Ellos justifican la falta de uniforme: “Las botas que nos dan son
duras, nada flexibles, no puedes dar el paso, y para aguantar tienes que estar
cómodo y moverte mejor”.
Todos tienen quejas sobre el
uniforme y el equipo que les da la corporación: chalecos caducos o armas en mal
estado. Los delincuentes están mejor equipados.
“En los enfrentamientos son
frecuentes las esquirlas. Hay gente con caídas, a veces por mal manejo de unidades
o porque sales, te emboscan, echas reversa… La delincuencia no te tira
cacahuates y el equipo que tenemos es basura, casi de cartón. El chaleco
balístico no aguanta y las balas de armas largas pasan como en mantequilla”,
dice uno, que fue soldado.
Recién graduados los mandan a
“plazas calientes”, a veces con poca capacitación, donde, por la sobrecarga de
trabajo, el cansancio o el estrés acumulado, se lesionan fácilmente.
Las caídas son frecuentes y
no siempre por culpa de los conductores.
“Tienen reflejos bajos porque
los turnos son de más de 12 horas. Si sales a detecciones de plantíos en
Sinaloa o Michoacán, te avientas hasta cuatro días a la intemperie, pasando
hambre, frío, incomodidad, aparte del riesgo de encontrarte con ‘los otros’.
“Y cuando regresas a la base
a veces no cuentas con un colchón, tienes que dormir en el suelo, o si llegas a
hotel nos meten a ocho por habitación. ¿Qué tanto puedes descansar estando
saturado el cuarto? A veces a las cuatro horas ya tienes que volver a salir a trabajar,
y cómo vas a tener reflejos estando tan cansado, demacrado, saturado.”
Otro apunta descarnadamente:
“Aquí sales de un operativo en el que te acabas de romper la madre y a las tres
horas vas de vuelta a trabajar”.
A la tensión laboral se suman
las quejas contra los comandantes porque no notifican administrativamente los
accidentes. Por esa omisión, cuando llegan heridos al ISSSTE no los atienden.
Si la PF tarda más de un mes en hacer los trámites, los policías pierden los
derechos para incapacitarse, recibir tratamiento o pensión.
En un operativo en el norte
uno de los policías entrevistados cayó de la pick up. Recuerda que en ese
momento el comandante le dijo que dejara de hacerse el payaso y se subiera;
pero ya no pudo levantarse. En el ISSSTE descubrió que no estaba dado de alta
como funcionario público. Trabajó en muletas, fue obligado a marchar con la
tropa hasta que cayó de nuevo por debilidad de los músculos. Le descuentan las
faltas cuando va al doctor.
“Incluso si te levantan tú
eres responsable, porque los comandantes, para evitarse problemas, te reportan
como ‘evadido’. Como no informan de los accidentes, a nadie le reconocen el
riesgo de trabajo. Muchos se han ido por los traumas, el desgaste burocrático y
el maltrato interno”, explica el mayor de todos.
Estos hombres entraron a la
PF para prosperar. Hoy no tienen ahorros. Los gastaron en su largo proceso de
rehabilitación.
Cuando se les pregunta por
qué siguen en la federal dan distintas respuestas: “Nos iba bien, tenemos buen
sueldo, ganamos mejor que si fuéramos soldados”. Otro ya con sobrepeso por su
falta de actividad: “Entré con la idea de hacer una carrera profesional en el
gobierno federal y te imaginas con una preparación más completa; pero estoy
decepcionado: Si te lesionas te cortan tu ritmo de vida, te cortan el taco”.
“Es mejor pagado que estar en
una fábrica. Yo entré por desarrollo profesional, tenía la convicción de ayudar
a la comunidad. Pero las ganas se me han ido apagando”, explica el más joven
del grupo.
Ellos, los hombres del
presidente en la lucha contra el narcotráfico, piden que antes de que naufrague
el barco los muevan a áreas administrativas para que el 1 de diciembre no los
encuentre en desventaja.
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