18 nov 2012

Conflicto Israel-Palestine



Nueva noche de bombas y misiles en la Franja de Gaza.
La 'operación Pilar Defensivo' aumenta de intensidad y los ataques en la zona se suceden. La Marina israelí ha entrado en acción atacando diversas posiciones de las costa de Gaza y son ya 49 las personas que han muerto en distintos puntos de la geografía palestina desde el inicio de los ataques.
Ashraf Al Qedra, portavoz del Ministerio de Sanidad de Hamás en Gaza, señaló a los periodistas que un niño de tres años llamado Tamer Abu Isefan y su hermana Yumana Isefan, de un año, resultaron muertos en un ataque israelí en el norte de Gaza,
"La Marina ha atacado objetivos de Hamás en el centro y norte de Gaza", confirmó un portavoz militar israelí, que dijo "haber hecho blanco" y añadió que los ataques en la zona son continuos.


La guerra anunciada/ SAMI NAÏR
El País, 16 NOV 2012
La “cohabitación” armada y sangrienta entre palestinos e israelíes se está convirtiendo en un destino implacable
De nuevo, los pueblos palestino e israelí se convierten en rehenes y víctimas de la política desastrosa de sus dirigentes. Más muertos, heridos, tragedias humanas. ¿Por qué esta vez? Varias son las razones: por parte de Israel, la preparación de las elecciones legislativas que el jefe de Gobierno, Benjamin Netanyahu, quiere ganar en detrimento de la “extrema” derecha que forma parte de su coalición gubernamental. En este caso, nada mejor que un enfrentamiento con los palestinos para demostrar que es él quien puede “defender” mejor a los israelíes. Para ello, asesina al jefe militar de Hamás, lo que provoca la reacción inmediata de este movimiento con disparos de cohetes sobre Israel.
Los israelíes también han anunciado claramente su intención de torpedear a la Autoridad Palestina, si ésta continua buscando la proclamación del Estado palestino en la Asamblea General de la ONU. El 24 de octubre, el ministro de Asuntos Exteriores de Israel, Avigdor Lieberman, político ultraderechista, afirmó en una charla con la representante de la Unión Europea, Catherine Ashton, que, en el caso de que la demanda palestina prosperase, no quedaría más remedio que “derribar” a Abbas y destrozar la Autoridad Nacional Palestina. Quizá los bombardeos sobre Gaza son el primer paso de dicha voluntad.
En la misma línea, la estrategia israelí de asesinatos “planificados”, puesta en marcha con total impunidad desde hace más de quince años, permite reanimar el conflicto cada vez que surge una chispa de solución política. Este derecho de matar y de derribar gobiernos, añadido a la sospecha de que los servicios de seguridad de Israel envenenaron a Yasir Arafat, da una idea de hasta dónde puede llegar el Estado hebreo. Finalmente, es también muy probable que los dirigentes israelíes, de acuerdo con algunos sectores del poder estadounidense, busquen, en caso de conflicto con los palestinos, probar la reacción de los Hermanos Musulmanes ahora en el poder en Egipto.
Por otra parte, la Autoridad Palestina y Hamás se encuentran también en una carrera electoral. Hamás tiene interés en radicalizar el enfrentamiento militar con los ocupantes israelíes, y la Autoridad, dirigida por Mahmud Abbas, necesita conseguir algo para poder enfrentarse a sus adversarios religiosos, pues es evidente que la elección de la paz negociada al amparo de la comunidad internacional ha fracasado. Un Estado palestino al lado de Israel parece cada vez más una quimera; al revés, la “cohabitación” armada y sangrienta entre los dos pueblos se está convirtiendo en un destino implacable.
En realidad, estamos ante una guerra de los cien años, que, con la diseminación de armas de destrucción masiva, acabará en una conflagración destructora, no sólo para ambos adversarios, sino para toda la región. No es una amenaza lejana. La balcanización a la que estamos asistiendo, con la destrucción probable del Estado-nación sirio después del de Irak; el auge de los movimientos radicales religiosos, ahora directamente apoyados por las potencias occidentales; la posibilidad de un bombardeo israelí sobre Irán; la reacción inevitable de este país directamente sobre Israel y sobre los países proamericanos del Golfo, de hecho aliados de Israel (especialmente Arabia Saudí); además de la intervención inevitable de Hezbolá en el sur de Líbano son los ingredientes que están hirviendo en la región. Con la guerra civil siria como telón de fondo, los bombardeos israelíes en Gaza encienden la mecha del conflicto en la región. Bachar el Asad, entre la espada y la pared, también puede reaccionar provocando el enfrentamiento directo con Israel. De modo que la primavera árabe en Oriente Próximo podría desembocar en un infierno para todos.
Esta situación, dramáticamente peligrosa, se está dando en un contexto geopolítico muy incierto. Barack Obama acaba de ser reelegido, pero Israel no confía mucho en él. El enfrentamiento actual en Gaza, el apoyo incondicional de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU, demuestra que, de momento, Israel se sigue beneficiando de la solidaridad del presidente norteamericano. En Rusia, Vladímir Putin afronta una situación interna agitada y, en China, Xi Jinping, nombrado nuevo emperador comunista, necesitará tiempo para adaptarse a este contexto. Con lo que la impotencia internacional está garantizada. Para definir este tipo de situación, el filósofo Francis Herbert Bradley decía amarga e irónicamente: “Cuando todo va mal, no debe ser tan malo probar lo peor”. Así que los apóstoles de la guerra pueden prosperar libremente en Oriente Próximo.

The Israel-Palestine Conflict Won’t Go Away
The New York Times |17-november
Yossi Alpher

The Israel-Hamas clash in and around the Gaza Strip offers an important reminder to the second Obama administration: You can ignore the Israeli-Palestinian conflict for only so long.
You can, with wishful thinking, derogate that conflict to a low priority on your list of Middle East tasks — well below Iran, Syria, Afghanistan and the democratizing of political Islam. But it will contrive to bounce right back up to the top of your list.
Currently, the administration confronts two urgent developments related to the conflict: the Gaza fighting and the determination of the Palestinian Authority leader, Mahmoud Abbas, to seek U.N. General Assembly recognition of Palestine as a quasi-state.
Washington’s natural inclination is to fall back on shopworn formulas for pushing these issues back off the immediate agenda: another Egyptian-mediated cease-fire, however temporary, in Gaza; and promises to Abbas that if he just backs away from the U.N. the administration will sponsor yet again discussion of the Oslo-begotten formula for a two-state solution.
These tactics might even work for a while, at least until the new administration gets organized and Israel gets through its Jan. 22 elections. But they are just that: tactics. They reflect the prolonged absence in Washington, Jerusalem and Arab capitals of a viable and realistic strategy for dealing with the Palestinian issue in all its complexity.
Looking at the Gaza Strip, five years of economic blockade failed to weaken or moderate Hamas, while giving Israel a bad name. Military reoccupation is justifiably shunned by Israel as counterproductive; every incursion into the Strip has a quick exit plan. Hamas refuses to talk with Israel and Israel, backed by Washington, refuses to talk with Hamas.
Now, with the support of Egypt’s Muslim Brotherhood government and the deep pockets of the Qataris, Hamas feels more confident than ever, despite the bashing it has received from Israel. It confronts us with the specter, in a best-case scenario, of a three-state solution. In a worst-case scenario, its provocations could bring Egypt and Israel to the brink of dangerous armed tensions.
Turning to the West Bank, where the Palestinian Authority is close to bankrupt and the P.L.O. still pretends it can represent Gaza in the U.N. and in talks with Israel, the absence of substantive negotiations for the past four years points to the effective demise of the Oslo process, the strategy of the past 20 years.
The failure of the Olmert-Abbas talks back in September 2008 was far more than a tactical setback. In retrospect, it must be understood as a reflection of the parties’ true inability to bridge their “narrative” gaps regarding refugee right of return and the Temple Mount in Jerusalem. Under these sad circumstances, “Just get to the damn table” (Leon Panetta, Dec. 2, 2011) is not a strategy for resolving this conflict. These issues will not go away.
The coming months of transition in Washington provide a unique opportunity to review failed strategies in the Israeli-Palestinian context and examine new ones, even if the objective is stabilization and limited progress rather than an elusive end-of-conflict.
For starters? West Bank unilateral-withdrawal proposals by the Israeli political center and strategic think tanks deserve serious consideration.
The new Egyptian leadership could be pressed by Washington to persuade Hamas to negotiate directly with Israel, where many would welcome this opportunity.
And conceivably, Abbas’s U.N. initiative could be leveraged into a useful “win-win” formula for partial progress toward a two-state framework.
Yossi Alpher is former director of the Jaffee Center for Strategic Studies at Tel Aviv University. He is a contributor to the recently published book of essays, Pathways to Peace: America and the Arab-Israeli Conflict.



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