El
fútbol, creador de lugares comunes/Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC y escritor. Autor del blog Diario nihilista. Su último libro: Viaxe sen retorno.
Publicado en El
Mundo |13 de junio de 2014
En
estudio riguroso del fenómeno social del fútbol, que mueve miles de millones de
euros, llena estadios inmensos cada domingo o cualquier otro día de la semana,
facilitará la comprensión de la sociedad. Es el tema más universal y preferido
de conversaciones de café y todo tipo de reuniones de amigos, de tertulias en
radio y televisión. Su importancia la demuestra la relevancia que los medios de
comunicación conceden a las declaraciones de entrenadores, presidentes de
clubes y jugadores. En estos momentos, el fútbol es un lenguaje universal, algo
parecido a la música. «Almas pequeñas son saciadas por los embarrados idiotas
que juegan» que dijo B. Shaw es una de tantas citas ingeniosas sobre el fútbol
pero nadie duda que ninguna de ellas puedan hacernos comprender lo que es.
La
Liga cataliza pasiones personales y tensiones sociales y es un foro relacional.
A nivel nacional; es la competición que mide la regularidad de los equipos. El
comienzo de la Liga desata la fiebre y la pasión de los aficionados. Un partido
puede interpretarse como una lucha entre la desmesura y la cordura en la que la
victoria de uno de los principios rivales es sólo una tregua, una paz
provisional y la preparación de un nuevo combate. Un partido de fútbol crea un
estado anterior al arte, a la religión, a la política y hasta al conocimiento;
es un sí a la vida sin condiciones, una crítica radical a la rutina de lo
cotidiano y la disgregación de los ideales; es uno de los últimos reductos de
libertad colectiva porque zambulle a los individuos en un proceso de comunión
aliviadora; es una imagen comprimida del mundo y de la vida como «un mar
eterno, un tejer cambiante, un vivir ardiente», como dice Fausto. El partido
son instantes de oportunidades u oportunidades instantáneas de comunicación
interhumana. Aquí se eliminan las dificultades de la convivencia, se fragua el
mundo y nace todo. El espectador tiene la impresión de tener en la mano las
bridas y las riendas del mundo cuando, en realidad, del fútbol sólo conoce lo
aparente; sólo se preocupa de las cosas del entorno que puede abarcar con la
vista.
SEAN
MACKAOUI
Al
incontable número de personas reunidas para celebrar las victorias o para
consolarse en la desgracia sólo se le puede comparar en número las multitudes
congregadas para asistir a las misas celebradas por el Papa en sus
desplazamientos a lo largo y ancho del planeta. La Champions League es el mayor
acontecimiento futbolístico entre naciones europeas. Las cadenas de televisión
envían reporteros antes de los partidos internacionales y de otros para hacer
reportajes sobre el campo, los alrededores, las aficiones, el hotel en donde se
alojan los futbolistas, el viaje de los familiares y los aficionados. Hay miles
de derbis en todo el mundo durante una Liga. Pero en un derbi para decidir la
Champions League, el que enfrentó en Lisboa al Real Madrid y al Atlético de
Madrid en el Estadio da Luz del Benfica, los españoles invadieron la capital
lusa. El Campeonato Mundial de fútbol es el mayor acontecimiento del mundo
desde hace muchos años; se ha convertido en un observatorio de la modernidad
líquida caracterizada por líneas fronterizas borrosas y sumamente permeables,
una devaluación de las distancias espaciales y de la capacidad defensiva de los
territorios y un intenso flujo humano a través de las fronteras.
La
mayor concentración de personas en Francia, después de la que tuvo lugar al
término de la Segunda Guerra Mundial, fue la que se hizo en los Campos Elíseos
cuando Francia ganó el Campeonato Mundial de fútbol. Las calles de España nunca
se habían vestido de manera tan uniforme ni se habían llenado tanto de gente
como el día que ganó el Mundial de fútbol en Sudáfrica y los días siguientes.
Pero el acontecimiento real, la auténtica dimensión de lo real, no está en la
inmediata realidad de los acontecimientos de París o Madrid, sino en qué les
parecía esta realidad a los observadores y las esperanzas despertadas en ellos.
Las agencias de viajes dicen que mucha gente planifica sus vacaciones de
acuerdo a los campeonatos de fútbol. «Este año, como todos los años que se
celebra el Mundial, ya se sabe qué país va a estar de moda y hay que prever
muchas más plazas de medios de transporte para pode cubrir la demanda», me dijo
un directivo de un tour operador. Hoy, las ciudades no son conocidas por sus
fábricas ni siquiera por sus catedrales sino por sus equipos de fútbol.
Barcelona es más conocida por el Barça que por la Sagrada Familia y Coruña por
el Dépor que por la Torre de Hércules. En nuestros días, para mucha gente, no
hay más referencias ni colectivas ni individuales que los acontecimientos
deportivos, especialmente los que afectan a su equipo: cuando subió a primera,
cuando bajó a segunda, cuando volvió a subir, cuando ganó la Liga o la Copa de
Europa.
Un
acontecimiento no es exactamente lo que acontece, sino algo dado en lo que
ocurre, algo que ha sido expresado o realizado, o a lo que se le ha dado forma
en lo que ha ocurrido; algo que busca darse en lo que está presente; no es una
cosa sino algo que actúa en una cosa. «El verdadero ser, la realidad de ese
hecho no es lo que éste como suceso bruto, aislado y por sí parezca tener, sino
lo que significa en la vida de ese hombre», dijo Ortega. Los acontecimientos
nunca están presentes, acabados o formados; nos convocan y nos llevan hacia el
futuro, llamándonos. El movimiento crucial está en tratar el acontecimiento
como algo que se juega en las palabras y las cosas como una potencia que vibra
en su seno. La afirmación del acontecimiento es menos una acción que una
receptividad. Lo verdaderamente importante del fútbol está en lo que trasciende
la anécdota, el espectáculo visible; es su apertura y capacidad de evocar un
universo de significación y sentido. Si se olvida esto, el fútbol cae en lo
irrelevante, como el dibujo que forman las nubes en el cielo. La trascendencia
es lo que acontece más allá de lo que estamos viendo directamente pero es fruto
de ello y exige aceptar la complejidad de la experiencia.
El
cronos es el tiempo ordinario; no tiene significado especial, en el que no
ocurre nada que nos haga recordarlo. El kairos es el tiempo oportuno y
cualitativo, en el que acaecen cosas que marcan la memoria colectiva e
individual. Hasta no hace mucho tiempo, eran referencias litúrgicas las que
convertían el cronos en kairos. Desde un tiempo, son los acontecimientos
deportivos los que convierten el cronos en kairos. El partido tiene su propio
tiempo que se acorta o se prolonga. No es un tiempo diferente del tiempo
ordinario sino éste contraído, abreviado o alargado. El tiempo del partido no
es un trozo de línea ni un momento del tiempo cronológico sino que es el tiempo
operativo que urge en el tiempo cronológico, que lo elabora y lo transforma
desde el interior; es una especie de recodo dentro del tiempo normal, una
transformación de la experiencia del tiempo de la vida cotidiana.
El
fútbol no está plenamente integrado a una forma de vida cultural particular ni
se identifica con ella sino que adquiere autonomía, de modo tal que puede
sobrevivir entre cristianos, musulmanes, animistas, budistas, nazis, liberales,
comunistas, capitalistas. En los tiempos en que la religión y la política no
cumplen la función de fuerza orgánica de cohesión de la sustancia social, en
ciertas circunstancias sí la puede desempeñar el fútbol. Hasta hoy, la
globalización en ningún momento ha sido tan real como en los momentos de un
Mundial de fútbol. El fútbol está contribuyendo en gran manera a la
homogeneización de todo el país, y, progresivamente, de todo el mundo. La
diversidad está siendo reducida por el gran número de clubes, de competiciones
y otros eventos deportivos a nivel planetario. El parámetro esencial de la
cultura global es el fútbol. La democratización de la cultura, la libertad de
expresión, los beneficios de la globalización se reducen para muchos a conocer
el nombre de los futbolistas y poder hablar de fútbol. Las estrellas de fútbol
son los personajes más populares del mundo a nivel global
El
fútbol permite al respetable prescindir de la realidad que lo oprime precipitándolo
en una realidad, por momentos angustiosas y de mucho sufrimiento pero ficticia.
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