Columna BUCARELI/Jacobo
Zabludovsky
La
petite histoire es a veces un recurso de la nostalgia. Acudo a ella para
caminar San Ildefonso una vez más, quizá la última, y recoger en el fondo de la
maltrecha memoria los retazos de un retrato personal con facetas del universo
estudiantil de hace siete décadas.
Su
camino, el de mi amigo Ricardo, está hecho a base de una voluntad
inquebrantable premiada con becas y estímulos que lo ayudaron a ser el mejor
estudiante de su generación y de muchas otras: Diploma Cum Laude de la
Universidad de Roma; doctor en Derecho de la UNAM, con mención honorífica. La
lista de sus trofeos intelectuales, medallas, nombramientos y doctorados
agotaría el espacio asignado a este recuerdo del compañero que ha salvado de la
cárcel a clientes de fama mundial, defendiéndolos en francés, portugués,
italiano y hasta español. Profesor de derecho penal en la UNAM desde 1954,
maestro emérito y abogado litigante de una brillantez tal que sus casos,
algunos de repercusión internacional, son ejemplos para nuevas generaciones de
penalistas.
En
Foro Jurídico, junio de 2010, narran aspectos de su pasión defensora.
Entre
sus casos mas importantes se encuentran: el del proceso a Sofía Bassi, por el
homicidio del conde D’Acquarone, donde representó a la familia del occiso y
logro la sentencia condenatoria. Se trata de un proceso histórico.
También
destaca un caso de defensa legítima en el que estuvo involucrado un diplomático
cubano que una vez acusado de homicidio podía optar por salir de México debido
al fuero de inmunidad sin que por ello dejara de tener problemas con el
gobierno al que representaba. Franco Guzmán lo convenció de renunciar al fuero
(cuestión sin precedentes). Lo acompañó hasta la puerta de Lecumberri y tres
días más tarde obtuvo la libertad absoluta de su cliente.
Defendió
el caso de una mujer acusada de homicidio, en el que demostró el suicidio de su
esposo por cinco balazos. Asimismo probó la defensa legítima de otra mujer
también inculpada de homicidio, en el que la marca de un disparo en una viga
fue elemento clave para alcanzar su libertad. Franco Guzmán es acucioso,
detallista, perfeccionista, cuando se trata de atender un asunto, lo toma y lo
trae consigo las veinticuatro horas.
Su
paso como subprocurador general de la República ha quedado impreso en el libro:
Un año en la procuración de justicia 1993, de Jorge Carpizo, en el que se
reconoce su brillante intervención en el caso de Kaveh Moussavi.
Me
abstengo de poner aquí, para impedir se agrave mi complejo de inferioridad, la
increíble enumeración de cargos honorarios y distinciones académicas acumuladas
por Ricardo. No entiendo cómo logró entregarse a los litigios, al magisterio y
a aprender a bailar tango, todo al mismo tiempo.
Lo
que las listas no incluyen como premio es la gratitud que sus condiscípulos,
los miembros de la Generación 45 de la Facultad de Derecho, tenemos hacia él.
La foto de los alumnos en el primer día de clase lo ubica entre los 350
reunidos en el patio de la Escuela. Quedamos cinco. Ricardo se encargó de
reunirnos en un restaurante popular, como cada último sábado de noviembre.
Este
año cumpliremos 70 de haber entrado a la Facultad. Nos proponemos celebrarlo.
En la reunión de 2014 prometimos que ninguno faltará. Alguno del grupo, usando
frase coloquial de nuestra época estudiantil, sentenció: “Negra el que falte”.
Estoy seguro: estaremos todos. Ricardo aceptó hacerse cargo de nuestra defensa.
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