9 ago 2015

Prefiero morir de un balazo que ser torturado en Veracruz

Semanario Proceso # 2023, 8 de agosto de 2015...
Prefiero morir de un balazo que ser torturado en Veracruz/EDUARDO MIRANDA
El 15 de junio pasado, Rubén Espinosa Becerril llegó puntual a su cita. Eran las cinco de la tarde y una veintena de estudiantes lo esperaban en las instalaciones de la revista Proceso, donde participaría en el séptimo Taller de Fotoperiodismo organizado por esta casa editorial.
 “¿Hasta dónde quieren llegar ustedes con el periodismo o qué quieren ofrecer con él?”, preguntó Rubén a los talleristas.

 Ese día dio el último discurso sobre su oficio de fotoperiodista. Rubén se había “autoexiliado” en su natal Ciudad de México por motivos de seguridad. Había dejado Veracruz, donde ejerció su oficio durante ocho años; sin ataduras, solía decir.
 Tenía 31 años y se especializó en coberturas de alto riesgo, movimientos estudiantiles, defensa de los recursos naturales, desapariciones, anarquismo, represiones policiacas, pero también oprimió el obturador de su cámara para captar los desastres naturales y otros temas de interés público.
 Algunas de sus fotos fueron portadas en publicaciones de circulación nacional, como Proceso, Excélsior y Milenio, así como en periódicos digitales e impresos de Veracruz.
 En esa sesión, la afirmación de una tallerista lo inquietó:
 –Quiero ser fotógrafa de guerra –dijo.
 –No hay que retirarse de este país para hacer fotoperiodismo de violencia que te pueda traer consecuencias. Aquí lo tienes todo; aquí la muerte vive con nosotros.

 “Son ya 12 asesinados y cuatro desaparecidos”, dijo, en alusión a sus colegas caídos durante la administración de Javier Duarte en Veracruz.
 Su afirmación causó estupor entre los jóvenes aspirantes a periodistas. No le importó, continuó su discurso:
 “Somos muchas las personas que queremos seguir mostrando la realidad, aunque debemos estar conscientes de que una fotografía no vale más que tu vida. En Veracruz somos siete los periodistas que trabajamos de una manera ética y profesional. A muchos la necesidad los obliga a estirar la mano; pero no nos perdamos en sobornos y en corrupción.”
 La presentación se había prolongado; también los ejemplos de la brutalidad policiaca en Xalapa, donde residió hasta junio pasado, cuando regresó a la Ciudad de México. Su plática duró una hora.
 Rubén habló del evento del 14 septiembre 2013, cuando la policía desalojó violentamente a maestros y alumnos de la Universidad Veracruzana instalados en la Plaza Lerdo de la ciudad de Xalapa. Fue en la madrugada, expuso. Ese día “tomamos las fotos de todo”, expuso.
 Lo detuvieron los uniformados y le exigieron borrar todas las fotos, incluida la de una señora de más de 50 años que fue golpeada en la plaza por un policía. Lo metieron a una casa mientras los policías “vandalizaban” los vehículos. En el reporte oficial se culpó a los maestros. Pero él logró cambiar la tarjeta con las fotos y conservó los testimonios gráficos, le dijo a los talleristas.
 Y pronunció la funesta frase: “Preferiría morir de un balazo que ser torturado allá.”
 Y recalcó: “Esto no es para desanimarlos, sino para que seamos realistas de lo que está pasando. Hoy en día nadie está exento…”.
 Lecciones de ética
 Sobre la ética del oficio, Rubén dijo: el reportero debe protegerse con su trabajo, con su nombre, no con el de los medios
 “Yo no soy el medio; no soy Proceso; no soy Cuartoscuro; no soy La Jornada. Soy Rubén Espinosa”, enfatizó.
 Y siguió: “En Veracruz la fotografía es lo primero que se está atacando porque registra el horror. Imagínense el holocausto si no hubiera fotos.
 También hizo deslindes: “Trato de no meterme con el crimen organizado… El gobierno de Veracruz es uno de los más represores para la libertad de expresión, pienso en mi familia, mis amigos y mi perro.
 “Tú debes ser una persona imparcial. Me duele que tuve que salir del estado, y viajo para seguirme moviendo, por mi seguridad y la de mi familia.”
 Al final recordó a su compañera y amiga Regina Martínez Pérez, corresponsal de Proceso en Veracruz, asesinada el 28 de abril de 2012.
 “En Veracruz –expuso– ya no hay periodismo de investigación, como el que hacía Regina Martínez.”
 También mencionó al reportero gráfico Gregorio Martínez Hernández, acribillado frente a su familia el 28 de noviembre de 2004:
 “Goyo ganaba 16 pesos por nota. Su casa era de lámina, tenía cuatro hijos. Él sólo quería ayudar a su comunidad publicando la verdad.”
 Rubén se confesó ante un público petrificado, asombrado por sus palabras llenas de rabia.
 Quienes lo oyeron ese 15 de junio saben de la convicción con la cual expresó sus sentimientos, sus miedos y su dolor, pero sobre todo el coraje por hacer valer su verdad.
 Semanas después, el 18 de julio, Rubén asistió al Centro de la Imagen a la presentación de la edición 35 de la revista Luna Córnea, dedicada precisamente al fotoperiodismo. Estuvo entre colegas y escuchó el testimonio desgarrador de la periodista Marcela Turati, una de las presentadoras del volumen especial de la revista.
 Turati habló de las atrocidades que los reporteros viven cotidianamente a lo largo del país. Rubén la escuchó con atención. La misma Turati lo mencionó como un ejemplo del periodismo perseguido. Al término del evento Rubén convivió con sus amigos y camaradas fotoperiodistas.
 Dos semanas después, Rubén fue asesinado junto con cuatro mujeres. El fotoperiodismo mexicano está de luto.

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