En un mensaje a medios de comunicación, antes de regresar a México tras su participación en la Cumbre del G20, informó que en su encuentro con Obama expuso sus razones para invitar al País al candidato Trump. "(Hablamos sobre) el interés de México por insertarnos en un espacio de diálogo ante lo que hoy estamos observando, que México está siendo parte del debate, como quizá no había ocurrido en otro momento, y hoy inédito, de los candidatos a la Presidencia de EU", dijo.
Peña Nieto aseguró que Obama fue "respetuoso" de las decisiones que tome en cualquier sentido e insistió en que el Gobierno mexicano no se involucrará en el proceso electoral estadounidense: "Reiteré la posición que tiene México para mantenerse absolutamente respetuoso del proceso democrático que viven los EU.
Las columnas hoy..,
Trump mintió dijo Guliani…Peña dijo no a Trump: Giuliani; revela detalles del encuentro privado
Giuliani, quien estuvo presente en dicha reunión realizada en Los Pinos, explicó que ambas partes fijaron reglas para la cita y que una de esas condiciones fue “que no iban a discutir el pago del muro, porque era algo en lo que no íbamos a estar de acuerdo”.
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Las columnas políticas hoy, 5 de septiembre de 2016..
Giuliani, quien estuvo presente en dicha reunión realizada en Los Pinos, explicó que ambas partes fijaron reglas para la cita y que una de esas condiciones fue “que no iban a discutir el pago del muro, porque era algo en lo que no íbamos a estar de acuerdo”.
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Las columnas políticas hoy, 5 de septiembre de 2016..
Bajo Reserva/El Universal
El tiradero que dejó Trump
Una de las principales misiones que estos días ocupa a la canciller mexicana, nos comentan, es levantar “el tiradero” que quedó luego de que el presidente Enrique Peña Nieto recibió en Los Pinos al candidato del Partido Republicano, Donald Trump, y que ha causado severas críticas desde los más diversos sectores sociales y políticos, incluyendo destacados diplomáticos y priístas. Una de las prioridades en estos trabajos de control de daños es buscar acercamientos con el Partido Demócrata. Nos comentan que en esta línea de trabajo es que la secretaria Claudia Ruiz Massieu gestionó, este sí, un breve encuentro informal de Peña Nieto con el presidente estadounidense Barack Obama. El tema de la visita de Trump, comentan, no habría sido tocado por los mandatarios, pero lo que se logró fue la foto con Obama, en la que ambos se saludan sonrientes.
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TEMPLO MAYOR / Reforma
EL LLAMADO miércoles negro del encuentro entre Enrique Peña Nieto y Donald Trump va a durar mucho tiempo más. Tan es así, que esta misma semana tendrá consecuencias en el Senado.
SE VA A PRESENTAR una iniciativa confeccionada por el ex diputado federal, Agustín Barrios Gómez, de la Fundación Imagen de México, y el senador Armando Ríos Piter para tomar providencias legales contra el güero incómodo.
LA PROPUESTA prohíbe que el gobierno federal disponga de un solo peso para pagar el famoso muro. También estipula que si Trump se apropia las remesas de los paisanos -como ha dicho que pretende hacerlo-, México podría aplicar medidas similares con intereses norteamericanos de este lado de la frontera.
Y EN CASO de que el empresario llegue a la Presidencia y saque a su país del TLCAN, el Senado mexicano pondría a revisión 75 tratados que se tienen con Estados Unidos. Suena interesante. A ver, de entrada, cómo lo toman los demás senadores, sobre todo aquellos que se dicen taaan preocupados por la dignidad nacional.
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Lenguas Viperinas/LSR
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Lenguas Viperinas/LSR
HILLARY CLINTON es hoy la persona más importante en el gobierno federal. Nos aseguran que desde la oficina del Presidente Enrique Peña Nieto se le ordenó a la Canciller Claudia Ruiz Massieu traer, casi que "a como dé lugar" a la candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos y con ello contener las críticas y los señalamientos en torno a la reunión del mandatario mexicano con Donald Trump. De la cancillería sabemos que el equipo de Clinton pidió tiempo para analizar la invitación y que para nada se recibió una respuesta expedita como sí fue de parte del candidato republicano.
MIGUEL BARBOSA, coordinador del PRD en el Senado de la República, impulsa un extrañamiento de parte del Congreso al Ejecutivo Federal por la invitación y posterior reunión del Presidente Enrique Peña Nieto con el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump. En un hecho que no tiene precedente, un Poder de la Unión analiza un extrañamiento al Poder Ejecutivo y para ello se cabildea un acuerdo con el PAN y los partidos minoritarios, aunque el PRI y el PVEM siguen siendo mayoría.
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Rozones/La Razón
Giuliani confirma versión del muro
- Revés al aspirante presidencial republicano, Donald Trump, propinó el exalcalde de Nueva York Rudolph Giuliani, quien es su operador de la campaña presidencial y estuvo presente en la reunión que tuvo el magnate con el Presidente Enrique Peña. Confesó en entrevista con CNN que, en efecto, el mandatario sí advirtió que México no pagará por un muro en la frontera. O sea, Trump mintió al decir que no habían hablado de eso.
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Confidencial ./ El Financiero,
Alistan ley antiTrump
Ante el endurecimiento de las posturas de Donald Trump tras su visita a México, el senador perredista Armando Ríos Piter ya prepara una iniciativa de ley para prevenir todo tipo de abusos, en caso de que el republicano gane la presidencia. Nos adelantan que se propone modificar el artículo 3 de la Ley de Tratados Internacionales para que, en la aprobación de los acuerdos, se contribuya a mejorar la calidad de vida de los mexicanos. anunciar su cuenta.
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El año V de Peña y el Estado de México/Jorge Fernández Menendez,
Excelsior
Hubo una época no tan lejana donde se aseguraba que el quinto era el año de mayor poder de un presidente, cuando se tenía el mayor control del país y de los grupos políticos determinado por la elección de su sucesor. Inmediatamente después del Quinto Informe, luego de un año de jugar con señales, de engañar con la verdad, de sopesar a los aspirantes, muy rápidamente surgía el sucesor, el hombre que en el sexto y último año se iría haciendo gradualmente del poder. El ciclo sexenal se reiniciaba y en él se sustentaba el sistema político que mantuvo durante casi 50 años la estabilidad del país.
Hoy eso es parte del pasado, pese a que muchos siguen pensando en quién será el tapado de Peña Nieto, como si hubiera posibilidad alguna de heredar el poder. En realidad, el presidente Peña en este quinto año de gobierno tendrá que bregar muy duro para remontar una situación que atenaza a su gobierno en lo político, lo económico y lo social, todo sazonado con una fuerte pérdida de popularidad.
La labor presidencial en este quinto año de gobierno se deberá basar en cálculos eminentemente electorales. Se tendrá que atender el frente político, interno y externo (tan agitados ambos por el inexplicable caso Trump); se deberá decidir cómo resolver la crisis que plantea la Coordinadora, en términos educativos, pero también de percepción; la distancia con la Iglesia y con los empresarios; se tiene que replantear la estrategia de seguridad porque la violencia sigue creciendo y amenaza con regresar a los niveles de 2011 y 2012. La economía no despegará durante el quinto año de Peña, porque no lo harán los mercados internacionales y el recorte presupuestal le pegará al gasto y al crecimiento, en un año donde el precio del petróleo se estima que estará en apenas 42 dólares por barril. En todo caso, el objetivo será impedir que la inflación arrastre el crecimiento y los ingresos de la gente. Y eso requerirá austeridad.
Pero todo se deberá adecuar a las exigencias electorales. Para el gobierno federal el resultado de junio del año próximo en el Estado de México es decisivo, no sólo para ganar las elecciones de 2018, sino para que el PRI sea simplemente competitivo en los comicios presidenciales. Y para ganar en la tierra de Peña Nieto se necesitará realizar un esfuerzo político muy grande. Hoy las encuestas por partido ponen al PRI empatado con el PAN, pero si se produce una alianza PAN-PRD, la distancia de la oposición se amplía notablemente. Entre candidatos, si el PAN logra que Josefina Vázquez Mota sea la aspirante por ese partido y mucho más por una alianza opositora, la distancia podría ser, de arranque, superior a los diez puntos contra cualquiera de los aspirantes priistas. El problema es que en el PRI hay muchos aspirantes, pero muy pocos candidatos con posibilidades. Evidentemente, la de quien encabece la boleta del PRI en el Estado de México será una decisión presidencial, quizás con alguna injerencia de Eruviel Ávila, pero hoy no queda nada claro quién puede ser el indicado. Ahí están los nombres de Alfredo del Mazo y de Ana Lilia Herrera, como los aparentemente mejor posicionados y muchos otros, Alfonso Navarrete Prida, Carolina Monroy, Ernesto Nemer, que son parte de una larga lista, pero en la que encontrar a alguien que sí pueda remontar la campaña no es fácil.
Hace seis años, el propio Peña Nieto tuvo la sagacidad de decidir no por el más cercano, tampoco por alguien que fuera parte de su equipo, sino por quien pudiera ganar y además desarticular así el intento de una alianza PAN-PRD en torno a un priista. Eruviel Ávila no era el candidato de Peña y venía de Ecatepec, lejos del centro político del estado, por más que sea el municipio más poblado del país. Pero Eruviel fue el candidato porque era el mejor posicionado y porque de otra forma el cinturón suburbano de la Ciudad de México se hubiera ido con la oposición y el PRI hubiera perdido el estado.
Si esa decisión fue clave para que Peña un año después ganara la elección presidencial, la de este 2017 lo es para que el Presidente intente dejar un sucesor de su partido en Los Pinos.
Mucho se ha dicho sobre la magnitud de la apuesta que se plantea el propio Presidente para las elecciones del Estado de México. Pero nadie debería equivocarse, más allá de la operación electoral, siempre de enormes magnitudes en el Estado de México, lo que podrá hacer la diferencia, además de elegir un buen candidato o candidata, será la labor de gobierno en el estado y en la Federación. Y en el Estado de México el personaje Peña Nieto es clave. Mucho de lo que fue y mostró como gobernador, sobre todo en cercanía con la gente, se ha ido perdiendo en el encierro de Los Pinos. Si quiere competir y ganar, en el 17 y en el 18, tendrá que recuperarse a sí mismo. Demostrar que la cercanía de aquellos años no se ha convertido en la distancia que desde el poder congela la empatía. Ésa deberá ser la labor del quinto año de Peña: volver a ser él mismo.
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Un revés caro e innecesario/ Pablo Hiriart
Uso De Razón
El Financiero,
Se equivoca el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, al subestimar la importancia de la popularidad para gobernar (programa Si me dicen, no vengo). En democracia el respaldo social es fundamental para un presidente.
Churchill, que no era un populista, pudo llevar a su país a realizar los más grandes sacrificios que pueda vivir una nación, porque tenía respaldo social.
Aquí el gobierno realizó reformas de enorme calado sólo con el apoyo de las élites partidistas, y ahora está a merced de los intereses afectados por las reformas.
Sólo en las dictaduras no importa la popularidad, porque las decisiones se imponen por la fuerza o por el terror.
Pero en una democracia, con opinión pública participativa y redes sociales, es necesario convencer, sumar voluntades y compartir un proyecto con la mayoría de la población.
Los resultados de la visita de Donald Trump a México fueron catastróficos, y que nos digan que no importa el costo en popularidad es equivocado.
Unas horas después de su estancia en Los Pinos, donde usó un tono comedido y respetuoso, Trump volvió a ser el fanático antimexicano de siempre y amenazó con deportar a dos millones de paisanos en unos cuántos días.
Su visita lastimó al país.
No es suficiente el argumento de que, si gana, los mercados podrían reaccionar fuerte en México y afrontar una devaluación aún mayor.
Lo hubieran invitado cuando ganara, pero es incomprensible que –aunque sea involuntariamente– le ayuden a ganar.
El gobierno se equivocó. La visita de Trump lastimó a la población e hizo caer la aceptación del presidente.
¿No es necesaria la popularidad? Es indispensable, sobre todo para afrontar momentos difíciles como el que vivimos y como los que pueden venir si gana Trump.
Un país unido siempre será más fuerte que un país dividido. Es de primaria.
Y nos dice la historia: cuando nos dividimos hemos perdido la mitad del territorio nacional a manos de Estados Unidos.
Ahora hasta el gabinete parece dividido por el efecto Trump.
¿Tan indispensable era que viniera?
¿Fueron sólo consideraciones económicas las que prevalecieron para invitarlo?
¿O se quiso jugar contra Hillary por motivos políticos, relacionados con la sucesión presidencial en México?
Los opositores de adentro son adversarios: el enemigo está afuera y se llama Donald Trump.
Hay que darle la vuelta a esa página con la admisión de que fue un error de parte del gobierno, y que es necesario corregir.
El presidente de México requiere respaldo social para acabar bien el sexenio, porque en este trance vamos todos y no sólo su partido.
Ante los argumentos económicos en favor de recibir a este candidato republicano, yo me quedo con una imagen humana, para rechazarlo: la del joven albañil en el último piso de la torre Trump en construcción, allá en Vancouver, con una bandera mexicana entre las manos.
Eso es hacer patria, carajo.
Twitter: @PabloHiriart
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La apuesta por Trump (I)/ Raymundo Riva Palacio
Estrictamente Personal
El Financiero,
La invitación a Donald Trump para reunirse con el presidente Enrique Peña Nieto fue producto de una reflexión profunda y no sólo una acción pragmática que partió al gabinete. Peña Nieto no sólo compró el alegato económico que le presentó el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, quien argumentó que si no se acercaban al candidato republicano y buscaban que matizara su discurso de repudio al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, México podía sufrir un colapso si resultaba electo del 8 de noviembre. También le dio la razón sobre cómo debían acercarse a Trump. Desde las elecciones primarias, la discusión en el gabinete fue de acercarse a los diferentes equipos, pero cuando se privilegió el encuentro con Trump, la iniciativa de Videgaray provocó un choque con la secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, y la oposición silenciosa del secretario de Economía, Ildefonso Guajardo.
Con los demócratas no veían problemas. La relación se simplificó porque Hillary Clinton nunca estuvo en peligro de perder la candidatura presidencial, y había fuertes vasos comunicantes con su equipo. Uno era la subsecretaria de Desarrollo Social, Vanesa Rubio, quien cuando estudió su maestría en la Escuela de Economía en Londres hizo amistad con Julissa Reynoso, de origen dominicano, que estudiaba en Cambridge. Reynoso fue embajadora de Estados Unidos en Uruguay años más tarde, cuando Rubio era subsecretaria de Relaciones Exteriores para América Latina. Muy cercana a Clinton, Reynoso es su asesora en política exterior.
Por el otro lado también se construyó una estrecha relación con Mark Feirestein, responsable de América Latina en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, cuyo enlace es Paulo Carreño, subsecretario de Relaciones Exteriores para América del Norte. La vinculación de la Casa Blanca con la cancillería, desde que José Antonio Meade la encabezaba, estableció puentes con el entonces consejero del presidente Barack Obama, John Podesta, quien dejó la Casa Blanca para convertirse en el jefe de campaña de Clinton. Cuando se definieron formalmente las candidaturas, la discusión con el presidente Peña Nieto fue quiénes establecerían institucionalmente la relación con Clinton y Trump.
Dentro de las conversaciones surgieron varios nombres. Para el caso de los demócratas, se propuso al exembajador en Estados Unidos, Arturo Sarukhán, muy cercano al gobierno de Obama, pero entre quienes participaron en la campaña de Peña Nieto, recordaron que en 2012 él propagaba en Washington que si regresaba el PRI a Los Pinos habría un pacto con cárteles de la droga, una acusación que siempre ha negado el diplomático. Peña Nieto volvió a mencionar a Miguel Basáñez, a quien destituyó como embajador por incompetente. Luego se mencionó a Meade por su relación con la Fundación Clinton, quien a su vez propuso a un cercano amigo del expresidente Bill Clinton, el empresario regiomontano Carlos Bremer. La discusión sobre el enlace institucional con Trump fue menos amigable.
En la mesa de las decisiones se propuso a Ruiz Massieu, por los contactos de su tío, el expresidente Carlos Salinas, con la élite republicana. La canciller, además, había venido fortaleciendo la relación con Paul Ryan, líder de la Cámara de Diputados, quien es el republicano de mayor rango en un cargo de elección popular, y que está enfrentado con Trump. Videgaray se opuso. Según dijeron funcionarios, el secretario de Hacienda dijo que no había que acercarse por la vía de Ryan o de los influyentes republicanos texanos, la familia Bush y James Baker, que fue jefe de gabinete del presidente Ronald Reagan, y secretario de Estado y del Tesoro en dos administraciones republicanas, muy cercano a Salinas y al propio mentor de Videgaray, Pedro Aspe. Ellos no tenían ascendencia con Trump, alegó.
Videgaray dijo que había que aproximarse a Trump a través de republicanos cercanos a él, y pese a las objeciones dentro del gabinete de que ese sector del partido no era el que realmente tenía control en el país y que muchos de ellos estaban enfrentados con los líderes nacionales, Peña Nieto le dio la razón. Los republicanos de Trump son volátiles, contradictorios y se encuentran en la parte más extrema del partido que los hace antagonizar con los sectores más moderados del partido. Pero además, no tomaba en cuenta la postura de otros que apoyaban públicamente a Trump, como el gobernador de Texas, Greg Abbot, quien le había hecho notar a Ruiz Massieu que una cosa era lo que decía Trump en la campaña, y otra la que en realidad sucedería con el comercio bilateral y la inmigración en caso de que llegara a la Casa Blanca.
Peña Nieto, pese a las recomendaciones de Ruiz Massieu y de manera indirecta las de Guajardo, se inclinó por los argumentos de Videgaray. En buena parte por esa decisión a favor del secretario de Hacienda, se explica por qué tomó el control y la iniciativa para que tras la indicación presidencial en julio de establecer formalmente los lazos con las campañas de Trump y Clinton, Videgaray asumió la encomienda y con el jefe de la Oficina de la Presidencia, Francisco Guzmán, buscaron el vínculo con el republicano, que finalmente se logró a través de un empresario mexicano con su yerno, Jed Kushner. A Videgaray le importaba Trump, no Clinton, y llevó a Peña Nieto a apostar por él, con un costo aún no medible con los propios republicanos enemigos de Trump, y con los demócratas.
Twitter: @rivapa
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Juegos de poder/LEO ZUCKERMANN
Excelsior
Reset, señor Presidente, reset
Resetear es la manera más drástica para hacer que los sistemas operativos respondan y funcionen de nuevo.
Las críticas al Presidente han sido duras, tupidas y unánimes. El error del encuentro con Trump es una raya más a un tigre muy rayado. Peña no sólo es un mandatario muy impopular sino que ahora carga con la fama de tonto: se ha convertido en el hazmerreír en las redes sociales. Ya nadie lo respeta. Es un Presidente muy débil al que todavía le faltan 27 meses en el poder. Es mucho tiempo. ¿Qué puede hacer para tratar de recuperarse y terminar lo mejor posible su sexenio? Apretar el botón de reset.
Cuando una computadora o teléfono se traba y deja de responder a las órdenes del usuario, la solución es resetearlo, verbo inexistente en español pero que significa reiniciar el equipo apagándolo y volviéndolo a encender. Se trata, como todos sabemos, de la manera más drástica para hacer que los sistemas operativos respondan y funcionen de nuevo.
Algo similar le ha pasado al gobierno de Peña: está atascado, no responde y comete errores garrafales como el encuentro con Trump en Los Pinos. Si el Presidente no resetea su gobierno, corre el riesgo de que el sistema gubernamental deje de funcionar por más de dos años, lo cual generaría un enorme peligro en un país con una economía cada vez más frágil, con la violencia al alza y con grupos de interés que ya olieron la debilidad del gobierno y pretenden beneficiarse de ella.
¿Qué significa apretar el botón de reset?
Asumir, primero, que el statu quo ya no funciona, que hay que hacer las cosas de manera diferente con un equipo de trabajo diferente.
¿Qué cosas?
A estas alturas del sexenio, me parece que habría cuatro prioridades. Primero, blindar la economía para que no haya una crisis de final de sexenio, lo cual implica realizar un recorte draconiano al gasto público. Segundo, asegurarse que las reformas estructurales se implementen lo mejor posible ya que éstas van a ser el legado más importante de esta administración. Tercero, mantener el orden dentro y fuera del buque gubernamental para evitar que se hunda en medio de la creciente tormenta. Y, cuarto, nombrar al candidato presidencial del PRI.
No son poca cosa. Para tener éxito, hay que utilizar el poder más importante que todavía tiene el Presidente: nombrar a los encargados de los distintos despachos de la administración pública federal.
El Presidente tiene que nombrar un nuevo secretario de Hacienda. Hace unos días decía que, por los malos resultados en la economía nacional y, sobre todo, por el deficiente manejo de las finanzas públicas que ha llevado a una nueva crisis de la deuda, Peña debía remover a Videgaray. El titular de Hacienda ya no tiene la credibilidad en los mercados. Menos, ahora, si se comprueba que el resbalón del Presidente con Trump fue su idea. ¿Podrá Videgaray negociar con el Congreso el próximo paquete presupuestario con múltiples recortes? La oposición, por lo pronto, ya está preparándose para hacerlo pomada cuando comparezca en San Lázaro. Los mercados observarán cómo los legisladores apalean al encargado de las finanzas públicas. En Hacienda, el Presidente tiene que nombrar a un viejo lobo de mar con credibilidad en los mercados, que ya no tenga nada que perder en la política mexicana, que sepa negociar con el Congreso y los grupos de interés y que sea implacable en la dificilísima tarea de apretarse el cinturón.
En cuanto a las reformas estructurales, el Presidente tiene que remover a los funcionarios que no han demostrado tener los tamaños para implementarlas. Pero, más importante aún, en todos los despachos que tienen que ver con esta tarea —Educación, Energía, Pemex, Telecomunicaciones, Hacienda— los secretarios no pueden estar buscando la candidatura presidencial porque eso los distrae de lo prioritario: la implementación de las reformas.
En cuanto al orden, eso pasa por las áreas de seguridad y particularmente por la Secretaría de Gobernación. Ahí tenemos un secretario muy desgastado que también anda concentrado en la candidatura presidencial del PRI. Osorio también debe ser sustituido por otro viejo lobo de mar que no le tiemble la mano a la hora de ordenar este país que últimamente anda muy desordenado.
Ya con eso, Peña podría concentrarse en sacar a su candidato. Pero todo esto implica que el Presidente deje a un lado a su pequeño y compacto equipo que tan buenos resultados le dio los dos primeros años del sexenio pero que, hoy por hoy, se han convertido en una carga para su gobierno. Suena muy duro pero, ante el atorón actual, lo que queda es resetear el sistema. Porque de lo contrario…
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La estupidez y la traición/Jesús Silva-Herzog Márquez
Reforma
La historia del poder en México está plagada de abusos y excesos, de trampas y de crímenes, de costosísimas obsesiones y de apuestas absurdas. Podemos hacer un abultado catálogo de frivolidades y de cegueras, de arbitrariedades y fatídicas negligencias. No es difícil encontrar ejemplos del atropello, del engaño, de la ineptitud, de la perversidad, incluso. Pero no creo que pueda encontrarse, en la larga historia de la política mexicana, una decisión más estúpida que la invitación que el presidente Peña Nieto hizo a Donald Trump la semana pasada. A cada cosa, su nombre. Esto fue, y no merece otro calificativo, una estupidez gigantesca. La palabra no es insulto, es identificación de los efectos de un acto. En un ensayo memorable, Carlo M. Cipolla capturó la esencia de esa torpeza. El estúpido no es un tonto, no es un ignorante, decía. Lo que caracteriza a un estúpido es su capacidad para causar daño a otros, provocándoselo simultáneamente a sí mismo. Ser estúpido es dañar a otros sin ganar con ello ningún beneficio. Por eso aseguraba el economista italiano que era mucho más nocivo un estúpido que un malvado. El malvado, a fin de cuentas, saca algún beneficio. El estúpido, en cambio, solo multiplica el daño a su paso.
En la decisión no hay asomo de estrategia. Es imposible imaginar en la invitación al candidato republicano una razonable previsión de beneficio. ¿Alguien se atrevería a decir todavía que la ocurrencia fue un gesto diplomático audaz? En todo el mundo se preguntan: ¿en qué diablos estaba pensando el presidente mexicano al prestarle al peor enemigo de su país la casa presidencial para beneficio de su campaña? Nadie ha encontrado respuesta. Lo que es fácil registrar es la cantidad de efectos perniciosos que ha provocado la visita del demagogo. El Presidente agredió al país. Excusó el racismo de Trump sugiriendo en la conferencia de prensa que su discurso había sido, en realidad, un malentendido y que confiaba en que querría una buena relación con México. Nos hemos sentido ofendidos, dijo, como si el problema fuera nuestra sensibilidad y no la agresión constante de quien tenía en frente. El Presidente ofendió particularmente a los mexicanos que viven en los Estados Unidos y que no solamente escuchan la violencia verbal de Trump, sino que encaran el odio que su campaña ha levantado en su contra. Desalentó a las organizaciones de defensa de los migrantes que vieron, desconsolados, al pendenciero bienvenido por el presidente de México. Al atrabiliario al que ningún líder internacional ha reconocido como digno de diálogo, le permitió aparecer como un hombre de empaque que negocia ya en el plano internacional. Dañó, irreversiblemente, la relación del presidente de México con la candidata puntera de los Estados Unidos. Exhibió a su gobierno como un bulto en caída libre.
No vale la excusa de la inocencia. La estupidez del gesto presidencial no fue una ingenuidad, fue una traición; no fue una muestra de candor sino deslealtad. No suelto esas palabras con ligereza. Entiendo la severidad del cargo y la facilidad con la que el epíteto se lanza. Hablar de la traición presidencial es cosa seria. Me parece, con todo, que el calificativo es justo porque el presidente mexicano terminó siendo un ridículo instrumento al servicio de nuestro más detestable enemigo. La mayor amenaza que México ha tenido en décadas, encontró en Enrique Peña Nieto, a un útil promotor. Si Donald Trump llega a ganar la Presidencia, los historiadores recordarán el 31 de agosto del 2016 como la fecha en que relanzó, desde Los Pinos, su campaña. Vale hablar de traición porque el Presidente ofreció los símbolos del Estado mexicano al narcisista que ha fundado su carrera política en el odio al vecino. Porque calló cuando tenía que hablar, porque se sometió a los caprichos del insolente. Porque su indignidad ante el patán deshonró al país al que representa. Debe hablarse de deslealtad porque Enrique Peña Nieto sometió a la Presidencia mexicana a la humillación.
La intensidad del rechazo que generó el bochornoso encuentro no obedece a otra razón: el país se siente traicionado por su Presidente. Esto ya no es simplemente inconformidad frente a una política, no es un desacuerdo con el gobernante; es desprecio e ira. El presidente mexicano, a dos años de su relevo: entre la burla y el odio.
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Estupidez peligrosa/Denise Dresser
Reforma
Lo peor de la estupidez es su insistencia, escribe John Peers en 1,001 Logical Laws. La estupidez omnipresente, constante, casi predecible del presidente Peña Nieto en los últimos tiempos. Alguien que hace dos años no podía hacer nada mal, y ahora no parece hacer nada bien. Arrinconado y acorralado en Los Pinos, rodeado de asesores que lo adulan o lo mal aconsejan, con dos largos años por delante, con poco qué decir o mostrar o defender o empujar. Convertido en el hazmerreír del mundo y de su país por no comprender las implicaciones de las decisiones que toma. Convertido en el tapete de Donald Trump y en el enemigo de Hillary Clinton al ser el artífice de la "humillación a domicilio".
Humillación reiterada a cada paso, en cada momento. Presente cuando Donald Trump anuncia en la conferencia de prensa conjunta que el muro se construirá y Peña Nieto se queda pasmado. Presente cuando el Presidente tuitea que México no pagará el muro y que en privado él insistió en ello. Presente cuando solo seis horas después de decir que es amigo de los mexicanos, Trump los acuchilla en Arizona con su propuesta migratoria. Presente en el Cuarto Informe cuando el primer mandatario menciona lo bueno de su gobierno y luego el equipo de investigación vinculado a "Animal Político" lo desmiente. Helo allí en esas cuatro instancias. Sin respuesta. Sin contundencia. Pusilánime. Perdido.
Como sentenció la revista Slate, quizás el problema es que alguien con 23 por ciento de aprobación no sabe lo que está haciendo. Todo lo indica, todo lo constata, ya no hay política pública sino improvisación. Ya no hay diplomacia sino ocurrencias. Ya no hay un jefe de Estado sentado en la silla del águila sino un personaje demasiado pequeño para ocuparla. Y ríos de tinta han corrido para explicar qué estaba pensando, quién lo asesoró, por qué decidió tomar los riesgos que están acabando con su Presidencia. La arrogancia, quizás. El aislamiento, probablemente. La desesperación, sin duda. Pero los resultados están a la vista, en los titulares atónitos de la prensa internacional, en el desdén que el equipo de Hillary Clinton siente hacia el gobierno mexicano, en la perplejidad compartida en los círculos diplomáticos a nivel mundial.
El Presidente que invita al "bully" a la casa y se coloca voluntariamente como su bolero. El jefe de Estado que en lugar de defender a México termina mancillando aún más su reputación. Porque no logró un solo beneficio para sí mismo o para el país que gobierna. Si quería usar a Donald Trump para proyectarse como un estadista capaz de dialogar, fracasó. Si buscaba cambiar la narrativa y la conversación sobre su gobierno, fracasó. Si intentaba limpiar su imagen, fracasó. Si pensó que podía ponerle un alto a la xenofobia de Trump y convencerlo sobre la inviabilidad del muro, fracasó. En lugar de usar, fue usado. En vez de crecer, se encogió. Con el daño colateral a la relación bilateral, a la credibilidad de la Cancillería, a la dignidad de los mexicanos y su posición en el mundo.
Por ello se gesta un movimiento ciudadano de rechazo, de indignación. Por ello empieza la exigencia de renuncia, basada en el artículo 84 de la Constitución, que indica lo que podría pasar. Que Peña Nieto dejara la Presidencia dado que no sabe qué hacer con ella. Que el Congreso tuviera 60 días para nombrar a un Presidente sustituto, votado por dos terceras partes de ambas cámaras. Que -en toda probabilidad- Miguel Ángel Osorio Chong ocupara la Presidencia, y ya no podría contender por ella en 2018. Y habrá quienes argumenten que algo tan drástico pondría en jaque la estabilidad del país. Habrá quienes insistan que algo tan dramático conduciría al caos y eso debería ser evitado a toda costa. Pero ¿qué sería peor? ¿La salida de Peña Nieto o su permanencia? ¿La incertidumbre por venir o la certidumbre reiterada de lo que ya estamos padeciendo? Un Presidente incapaz de gobernar sin tener que pedir perdón cada semana.
En distintas latitudes, presidentes han caído por fallas mucho menos impactantes, por errores mucho menos graves. Aquí seguimos tolerando la excepcionalidad. La corrupción excepcional. La incompetencia excepcional. La estupidez engolada. Tiempo entonces de recordar las palabras de Woodrow Wilson: "En asuntos públicos, la estupidez es más peligrosa que la bellaquería".
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Alistan ley antiTrump
Ante el endurecimiento de las posturas de Donald Trump tras su visita a México, el senador perredista Armando Ríos Piter ya prepara una iniciativa de ley para prevenir todo tipo de abusos, en caso de que el republicano gane la presidencia. Nos adelantan que se propone modificar el artículo 3 de la Ley de Tratados Internacionales para que, en la aprobación de los acuerdos, se contribuya a mejorar la calidad de vida de los mexicanos. anunciar su cuenta.
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El año V de Peña y el Estado de México/Jorge Fernández Menendez,
Excelsior
Hubo una época no tan lejana donde se aseguraba que el quinto era el año de mayor poder de un presidente, cuando se tenía el mayor control del país y de los grupos políticos determinado por la elección de su sucesor. Inmediatamente después del Quinto Informe, luego de un año de jugar con señales, de engañar con la verdad, de sopesar a los aspirantes, muy rápidamente surgía el sucesor, el hombre que en el sexto y último año se iría haciendo gradualmente del poder. El ciclo sexenal se reiniciaba y en él se sustentaba el sistema político que mantuvo durante casi 50 años la estabilidad del país.
Hoy eso es parte del pasado, pese a que muchos siguen pensando en quién será el tapado de Peña Nieto, como si hubiera posibilidad alguna de heredar el poder. En realidad, el presidente Peña en este quinto año de gobierno tendrá que bregar muy duro para remontar una situación que atenaza a su gobierno en lo político, lo económico y lo social, todo sazonado con una fuerte pérdida de popularidad.
La labor presidencial en este quinto año de gobierno se deberá basar en cálculos eminentemente electorales. Se tendrá que atender el frente político, interno y externo (tan agitados ambos por el inexplicable caso Trump); se deberá decidir cómo resolver la crisis que plantea la Coordinadora, en términos educativos, pero también de percepción; la distancia con la Iglesia y con los empresarios; se tiene que replantear la estrategia de seguridad porque la violencia sigue creciendo y amenaza con regresar a los niveles de 2011 y 2012. La economía no despegará durante el quinto año de Peña, porque no lo harán los mercados internacionales y el recorte presupuestal le pegará al gasto y al crecimiento, en un año donde el precio del petróleo se estima que estará en apenas 42 dólares por barril. En todo caso, el objetivo será impedir que la inflación arrastre el crecimiento y los ingresos de la gente. Y eso requerirá austeridad.
Pero todo se deberá adecuar a las exigencias electorales. Para el gobierno federal el resultado de junio del año próximo en el Estado de México es decisivo, no sólo para ganar las elecciones de 2018, sino para que el PRI sea simplemente competitivo en los comicios presidenciales. Y para ganar en la tierra de Peña Nieto se necesitará realizar un esfuerzo político muy grande. Hoy las encuestas por partido ponen al PRI empatado con el PAN, pero si se produce una alianza PAN-PRD, la distancia de la oposición se amplía notablemente. Entre candidatos, si el PAN logra que Josefina Vázquez Mota sea la aspirante por ese partido y mucho más por una alianza opositora, la distancia podría ser, de arranque, superior a los diez puntos contra cualquiera de los aspirantes priistas. El problema es que en el PRI hay muchos aspirantes, pero muy pocos candidatos con posibilidades. Evidentemente, la de quien encabece la boleta del PRI en el Estado de México será una decisión presidencial, quizás con alguna injerencia de Eruviel Ávila, pero hoy no queda nada claro quién puede ser el indicado. Ahí están los nombres de Alfredo del Mazo y de Ana Lilia Herrera, como los aparentemente mejor posicionados y muchos otros, Alfonso Navarrete Prida, Carolina Monroy, Ernesto Nemer, que son parte de una larga lista, pero en la que encontrar a alguien que sí pueda remontar la campaña no es fácil.
Hace seis años, el propio Peña Nieto tuvo la sagacidad de decidir no por el más cercano, tampoco por alguien que fuera parte de su equipo, sino por quien pudiera ganar y además desarticular así el intento de una alianza PAN-PRD en torno a un priista. Eruviel Ávila no era el candidato de Peña y venía de Ecatepec, lejos del centro político del estado, por más que sea el municipio más poblado del país. Pero Eruviel fue el candidato porque era el mejor posicionado y porque de otra forma el cinturón suburbano de la Ciudad de México se hubiera ido con la oposición y el PRI hubiera perdido el estado.
Si esa decisión fue clave para que Peña un año después ganara la elección presidencial, la de este 2017 lo es para que el Presidente intente dejar un sucesor de su partido en Los Pinos.
Mucho se ha dicho sobre la magnitud de la apuesta que se plantea el propio Presidente para las elecciones del Estado de México. Pero nadie debería equivocarse, más allá de la operación electoral, siempre de enormes magnitudes en el Estado de México, lo que podrá hacer la diferencia, además de elegir un buen candidato o candidata, será la labor de gobierno en el estado y en la Federación. Y en el Estado de México el personaje Peña Nieto es clave. Mucho de lo que fue y mostró como gobernador, sobre todo en cercanía con la gente, se ha ido perdiendo en el encierro de Los Pinos. Si quiere competir y ganar, en el 17 y en el 18, tendrá que recuperarse a sí mismo. Demostrar que la cercanía de aquellos años no se ha convertido en la distancia que desde el poder congela la empatía. Ésa deberá ser la labor del quinto año de Peña: volver a ser él mismo.
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Un revés caro e innecesario/ Pablo Hiriart
Uso De Razón
El Financiero,
Se equivoca el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, al subestimar la importancia de la popularidad para gobernar (programa Si me dicen, no vengo). En democracia el respaldo social es fundamental para un presidente.
Churchill, que no era un populista, pudo llevar a su país a realizar los más grandes sacrificios que pueda vivir una nación, porque tenía respaldo social.
Aquí el gobierno realizó reformas de enorme calado sólo con el apoyo de las élites partidistas, y ahora está a merced de los intereses afectados por las reformas.
Sólo en las dictaduras no importa la popularidad, porque las decisiones se imponen por la fuerza o por el terror.
Pero en una democracia, con opinión pública participativa y redes sociales, es necesario convencer, sumar voluntades y compartir un proyecto con la mayoría de la población.
Los resultados de la visita de Donald Trump a México fueron catastróficos, y que nos digan que no importa el costo en popularidad es equivocado.
Unas horas después de su estancia en Los Pinos, donde usó un tono comedido y respetuoso, Trump volvió a ser el fanático antimexicano de siempre y amenazó con deportar a dos millones de paisanos en unos cuántos días.
Su visita lastimó al país.
No es suficiente el argumento de que, si gana, los mercados podrían reaccionar fuerte en México y afrontar una devaluación aún mayor.
Lo hubieran invitado cuando ganara, pero es incomprensible que –aunque sea involuntariamente– le ayuden a ganar.
El gobierno se equivocó. La visita de Trump lastimó a la población e hizo caer la aceptación del presidente.
¿No es necesaria la popularidad? Es indispensable, sobre todo para afrontar momentos difíciles como el que vivimos y como los que pueden venir si gana Trump.
Un país unido siempre será más fuerte que un país dividido. Es de primaria.
Y nos dice la historia: cuando nos dividimos hemos perdido la mitad del territorio nacional a manos de Estados Unidos.
Ahora hasta el gabinete parece dividido por el efecto Trump.
¿Tan indispensable era que viniera?
¿Fueron sólo consideraciones económicas las que prevalecieron para invitarlo?
¿O se quiso jugar contra Hillary por motivos políticos, relacionados con la sucesión presidencial en México?
Los opositores de adentro son adversarios: el enemigo está afuera y se llama Donald Trump.
Hay que darle la vuelta a esa página con la admisión de que fue un error de parte del gobierno, y que es necesario corregir.
El presidente de México requiere respaldo social para acabar bien el sexenio, porque en este trance vamos todos y no sólo su partido.
Ante los argumentos económicos en favor de recibir a este candidato republicano, yo me quedo con una imagen humana, para rechazarlo: la del joven albañil en el último piso de la torre Trump en construcción, allá en Vancouver, con una bandera mexicana entre las manos.
Eso es hacer patria, carajo.
Twitter: @PabloHiriart
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La apuesta por Trump (I)/ Raymundo Riva Palacio
Estrictamente Personal
El Financiero,
La invitación a Donald Trump para reunirse con el presidente Enrique Peña Nieto fue producto de una reflexión profunda y no sólo una acción pragmática que partió al gabinete. Peña Nieto no sólo compró el alegato económico que le presentó el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, quien argumentó que si no se acercaban al candidato republicano y buscaban que matizara su discurso de repudio al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, México podía sufrir un colapso si resultaba electo del 8 de noviembre. También le dio la razón sobre cómo debían acercarse a Trump. Desde las elecciones primarias, la discusión en el gabinete fue de acercarse a los diferentes equipos, pero cuando se privilegió el encuentro con Trump, la iniciativa de Videgaray provocó un choque con la secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, y la oposición silenciosa del secretario de Economía, Ildefonso Guajardo.
Con los demócratas no veían problemas. La relación se simplificó porque Hillary Clinton nunca estuvo en peligro de perder la candidatura presidencial, y había fuertes vasos comunicantes con su equipo. Uno era la subsecretaria de Desarrollo Social, Vanesa Rubio, quien cuando estudió su maestría en la Escuela de Economía en Londres hizo amistad con Julissa Reynoso, de origen dominicano, que estudiaba en Cambridge. Reynoso fue embajadora de Estados Unidos en Uruguay años más tarde, cuando Rubio era subsecretaria de Relaciones Exteriores para América Latina. Muy cercana a Clinton, Reynoso es su asesora en política exterior.
Por el otro lado también se construyó una estrecha relación con Mark Feirestein, responsable de América Latina en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, cuyo enlace es Paulo Carreño, subsecretario de Relaciones Exteriores para América del Norte. La vinculación de la Casa Blanca con la cancillería, desde que José Antonio Meade la encabezaba, estableció puentes con el entonces consejero del presidente Barack Obama, John Podesta, quien dejó la Casa Blanca para convertirse en el jefe de campaña de Clinton. Cuando se definieron formalmente las candidaturas, la discusión con el presidente Peña Nieto fue quiénes establecerían institucionalmente la relación con Clinton y Trump.
Dentro de las conversaciones surgieron varios nombres. Para el caso de los demócratas, se propuso al exembajador en Estados Unidos, Arturo Sarukhán, muy cercano al gobierno de Obama, pero entre quienes participaron en la campaña de Peña Nieto, recordaron que en 2012 él propagaba en Washington que si regresaba el PRI a Los Pinos habría un pacto con cárteles de la droga, una acusación que siempre ha negado el diplomático. Peña Nieto volvió a mencionar a Miguel Basáñez, a quien destituyó como embajador por incompetente. Luego se mencionó a Meade por su relación con la Fundación Clinton, quien a su vez propuso a un cercano amigo del expresidente Bill Clinton, el empresario regiomontano Carlos Bremer. La discusión sobre el enlace institucional con Trump fue menos amigable.
En la mesa de las decisiones se propuso a Ruiz Massieu, por los contactos de su tío, el expresidente Carlos Salinas, con la élite republicana. La canciller, además, había venido fortaleciendo la relación con Paul Ryan, líder de la Cámara de Diputados, quien es el republicano de mayor rango en un cargo de elección popular, y que está enfrentado con Trump. Videgaray se opuso. Según dijeron funcionarios, el secretario de Hacienda dijo que no había que acercarse por la vía de Ryan o de los influyentes republicanos texanos, la familia Bush y James Baker, que fue jefe de gabinete del presidente Ronald Reagan, y secretario de Estado y del Tesoro en dos administraciones republicanas, muy cercano a Salinas y al propio mentor de Videgaray, Pedro Aspe. Ellos no tenían ascendencia con Trump, alegó.
Videgaray dijo que había que aproximarse a Trump a través de republicanos cercanos a él, y pese a las objeciones dentro del gabinete de que ese sector del partido no era el que realmente tenía control en el país y que muchos de ellos estaban enfrentados con los líderes nacionales, Peña Nieto le dio la razón. Los republicanos de Trump son volátiles, contradictorios y se encuentran en la parte más extrema del partido que los hace antagonizar con los sectores más moderados del partido. Pero además, no tomaba en cuenta la postura de otros que apoyaban públicamente a Trump, como el gobernador de Texas, Greg Abbot, quien le había hecho notar a Ruiz Massieu que una cosa era lo que decía Trump en la campaña, y otra la que en realidad sucedería con el comercio bilateral y la inmigración en caso de que llegara a la Casa Blanca.
Peña Nieto, pese a las recomendaciones de Ruiz Massieu y de manera indirecta las de Guajardo, se inclinó por los argumentos de Videgaray. En buena parte por esa decisión a favor del secretario de Hacienda, se explica por qué tomó el control y la iniciativa para que tras la indicación presidencial en julio de establecer formalmente los lazos con las campañas de Trump y Clinton, Videgaray asumió la encomienda y con el jefe de la Oficina de la Presidencia, Francisco Guzmán, buscaron el vínculo con el republicano, que finalmente se logró a través de un empresario mexicano con su yerno, Jed Kushner. A Videgaray le importaba Trump, no Clinton, y llevó a Peña Nieto a apostar por él, con un costo aún no medible con los propios republicanos enemigos de Trump, y con los demócratas.
Twitter: @rivapa
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Juegos de poder/LEO ZUCKERMANN
Excelsior
Reset, señor Presidente, reset
Resetear es la manera más drástica para hacer que los sistemas operativos respondan y funcionen de nuevo.
Las críticas al Presidente han sido duras, tupidas y unánimes. El error del encuentro con Trump es una raya más a un tigre muy rayado. Peña no sólo es un mandatario muy impopular sino que ahora carga con la fama de tonto: se ha convertido en el hazmerreír en las redes sociales. Ya nadie lo respeta. Es un Presidente muy débil al que todavía le faltan 27 meses en el poder. Es mucho tiempo. ¿Qué puede hacer para tratar de recuperarse y terminar lo mejor posible su sexenio? Apretar el botón de reset.
Cuando una computadora o teléfono se traba y deja de responder a las órdenes del usuario, la solución es resetearlo, verbo inexistente en español pero que significa reiniciar el equipo apagándolo y volviéndolo a encender. Se trata, como todos sabemos, de la manera más drástica para hacer que los sistemas operativos respondan y funcionen de nuevo.
Algo similar le ha pasado al gobierno de Peña: está atascado, no responde y comete errores garrafales como el encuentro con Trump en Los Pinos. Si el Presidente no resetea su gobierno, corre el riesgo de que el sistema gubernamental deje de funcionar por más de dos años, lo cual generaría un enorme peligro en un país con una economía cada vez más frágil, con la violencia al alza y con grupos de interés que ya olieron la debilidad del gobierno y pretenden beneficiarse de ella.
¿Qué significa apretar el botón de reset?
Asumir, primero, que el statu quo ya no funciona, que hay que hacer las cosas de manera diferente con un equipo de trabajo diferente.
¿Qué cosas?
A estas alturas del sexenio, me parece que habría cuatro prioridades. Primero, blindar la economía para que no haya una crisis de final de sexenio, lo cual implica realizar un recorte draconiano al gasto público. Segundo, asegurarse que las reformas estructurales se implementen lo mejor posible ya que éstas van a ser el legado más importante de esta administración. Tercero, mantener el orden dentro y fuera del buque gubernamental para evitar que se hunda en medio de la creciente tormenta. Y, cuarto, nombrar al candidato presidencial del PRI.
No son poca cosa. Para tener éxito, hay que utilizar el poder más importante que todavía tiene el Presidente: nombrar a los encargados de los distintos despachos de la administración pública federal.
El Presidente tiene que nombrar un nuevo secretario de Hacienda. Hace unos días decía que, por los malos resultados en la economía nacional y, sobre todo, por el deficiente manejo de las finanzas públicas que ha llevado a una nueva crisis de la deuda, Peña debía remover a Videgaray. El titular de Hacienda ya no tiene la credibilidad en los mercados. Menos, ahora, si se comprueba que el resbalón del Presidente con Trump fue su idea. ¿Podrá Videgaray negociar con el Congreso el próximo paquete presupuestario con múltiples recortes? La oposición, por lo pronto, ya está preparándose para hacerlo pomada cuando comparezca en San Lázaro. Los mercados observarán cómo los legisladores apalean al encargado de las finanzas públicas. En Hacienda, el Presidente tiene que nombrar a un viejo lobo de mar con credibilidad en los mercados, que ya no tenga nada que perder en la política mexicana, que sepa negociar con el Congreso y los grupos de interés y que sea implacable en la dificilísima tarea de apretarse el cinturón.
En cuanto a las reformas estructurales, el Presidente tiene que remover a los funcionarios que no han demostrado tener los tamaños para implementarlas. Pero, más importante aún, en todos los despachos que tienen que ver con esta tarea —Educación, Energía, Pemex, Telecomunicaciones, Hacienda— los secretarios no pueden estar buscando la candidatura presidencial porque eso los distrae de lo prioritario: la implementación de las reformas.
En cuanto al orden, eso pasa por las áreas de seguridad y particularmente por la Secretaría de Gobernación. Ahí tenemos un secretario muy desgastado que también anda concentrado en la candidatura presidencial del PRI. Osorio también debe ser sustituido por otro viejo lobo de mar que no le tiemble la mano a la hora de ordenar este país que últimamente anda muy desordenado.
Ya con eso, Peña podría concentrarse en sacar a su candidato. Pero todo esto implica que el Presidente deje a un lado a su pequeño y compacto equipo que tan buenos resultados le dio los dos primeros años del sexenio pero que, hoy por hoy, se han convertido en una carga para su gobierno. Suena muy duro pero, ante el atorón actual, lo que queda es resetear el sistema. Porque de lo contrario…
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La estupidez y la traición/Jesús Silva-Herzog Márquez
Reforma
La historia del poder en México está plagada de abusos y excesos, de trampas y de crímenes, de costosísimas obsesiones y de apuestas absurdas. Podemos hacer un abultado catálogo de frivolidades y de cegueras, de arbitrariedades y fatídicas negligencias. No es difícil encontrar ejemplos del atropello, del engaño, de la ineptitud, de la perversidad, incluso. Pero no creo que pueda encontrarse, en la larga historia de la política mexicana, una decisión más estúpida que la invitación que el presidente Peña Nieto hizo a Donald Trump la semana pasada. A cada cosa, su nombre. Esto fue, y no merece otro calificativo, una estupidez gigantesca. La palabra no es insulto, es identificación de los efectos de un acto. En un ensayo memorable, Carlo M. Cipolla capturó la esencia de esa torpeza. El estúpido no es un tonto, no es un ignorante, decía. Lo que caracteriza a un estúpido es su capacidad para causar daño a otros, provocándoselo simultáneamente a sí mismo. Ser estúpido es dañar a otros sin ganar con ello ningún beneficio. Por eso aseguraba el economista italiano que era mucho más nocivo un estúpido que un malvado. El malvado, a fin de cuentas, saca algún beneficio. El estúpido, en cambio, solo multiplica el daño a su paso.
En la decisión no hay asomo de estrategia. Es imposible imaginar en la invitación al candidato republicano una razonable previsión de beneficio. ¿Alguien se atrevería a decir todavía que la ocurrencia fue un gesto diplomático audaz? En todo el mundo se preguntan: ¿en qué diablos estaba pensando el presidente mexicano al prestarle al peor enemigo de su país la casa presidencial para beneficio de su campaña? Nadie ha encontrado respuesta. Lo que es fácil registrar es la cantidad de efectos perniciosos que ha provocado la visita del demagogo. El Presidente agredió al país. Excusó el racismo de Trump sugiriendo en la conferencia de prensa que su discurso había sido, en realidad, un malentendido y que confiaba en que querría una buena relación con México. Nos hemos sentido ofendidos, dijo, como si el problema fuera nuestra sensibilidad y no la agresión constante de quien tenía en frente. El Presidente ofendió particularmente a los mexicanos que viven en los Estados Unidos y que no solamente escuchan la violencia verbal de Trump, sino que encaran el odio que su campaña ha levantado en su contra. Desalentó a las organizaciones de defensa de los migrantes que vieron, desconsolados, al pendenciero bienvenido por el presidente de México. Al atrabiliario al que ningún líder internacional ha reconocido como digno de diálogo, le permitió aparecer como un hombre de empaque que negocia ya en el plano internacional. Dañó, irreversiblemente, la relación del presidente de México con la candidata puntera de los Estados Unidos. Exhibió a su gobierno como un bulto en caída libre.
No vale la excusa de la inocencia. La estupidez del gesto presidencial no fue una ingenuidad, fue una traición; no fue una muestra de candor sino deslealtad. No suelto esas palabras con ligereza. Entiendo la severidad del cargo y la facilidad con la que el epíteto se lanza. Hablar de la traición presidencial es cosa seria. Me parece, con todo, que el calificativo es justo porque el presidente mexicano terminó siendo un ridículo instrumento al servicio de nuestro más detestable enemigo. La mayor amenaza que México ha tenido en décadas, encontró en Enrique Peña Nieto, a un útil promotor. Si Donald Trump llega a ganar la Presidencia, los historiadores recordarán el 31 de agosto del 2016 como la fecha en que relanzó, desde Los Pinos, su campaña. Vale hablar de traición porque el Presidente ofreció los símbolos del Estado mexicano al narcisista que ha fundado su carrera política en el odio al vecino. Porque calló cuando tenía que hablar, porque se sometió a los caprichos del insolente. Porque su indignidad ante el patán deshonró al país al que representa. Debe hablarse de deslealtad porque Enrique Peña Nieto sometió a la Presidencia mexicana a la humillación.
La intensidad del rechazo que generó el bochornoso encuentro no obedece a otra razón: el país se siente traicionado por su Presidente. Esto ya no es simplemente inconformidad frente a una política, no es un desacuerdo con el gobernante; es desprecio e ira. El presidente mexicano, a dos años de su relevo: entre la burla y el odio.
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Estupidez peligrosa/Denise Dresser
Reforma
Lo peor de la estupidez es su insistencia, escribe John Peers en 1,001 Logical Laws. La estupidez omnipresente, constante, casi predecible del presidente Peña Nieto en los últimos tiempos. Alguien que hace dos años no podía hacer nada mal, y ahora no parece hacer nada bien. Arrinconado y acorralado en Los Pinos, rodeado de asesores que lo adulan o lo mal aconsejan, con dos largos años por delante, con poco qué decir o mostrar o defender o empujar. Convertido en el hazmerreír del mundo y de su país por no comprender las implicaciones de las decisiones que toma. Convertido en el tapete de Donald Trump y en el enemigo de Hillary Clinton al ser el artífice de la "humillación a domicilio".
Humillación reiterada a cada paso, en cada momento. Presente cuando Donald Trump anuncia en la conferencia de prensa conjunta que el muro se construirá y Peña Nieto se queda pasmado. Presente cuando el Presidente tuitea que México no pagará el muro y que en privado él insistió en ello. Presente cuando solo seis horas después de decir que es amigo de los mexicanos, Trump los acuchilla en Arizona con su propuesta migratoria. Presente en el Cuarto Informe cuando el primer mandatario menciona lo bueno de su gobierno y luego el equipo de investigación vinculado a "Animal Político" lo desmiente. Helo allí en esas cuatro instancias. Sin respuesta. Sin contundencia. Pusilánime. Perdido.
Como sentenció la revista Slate, quizás el problema es que alguien con 23 por ciento de aprobación no sabe lo que está haciendo. Todo lo indica, todo lo constata, ya no hay política pública sino improvisación. Ya no hay diplomacia sino ocurrencias. Ya no hay un jefe de Estado sentado en la silla del águila sino un personaje demasiado pequeño para ocuparla. Y ríos de tinta han corrido para explicar qué estaba pensando, quién lo asesoró, por qué decidió tomar los riesgos que están acabando con su Presidencia. La arrogancia, quizás. El aislamiento, probablemente. La desesperación, sin duda. Pero los resultados están a la vista, en los titulares atónitos de la prensa internacional, en el desdén que el equipo de Hillary Clinton siente hacia el gobierno mexicano, en la perplejidad compartida en los círculos diplomáticos a nivel mundial.
El Presidente que invita al "bully" a la casa y se coloca voluntariamente como su bolero. El jefe de Estado que en lugar de defender a México termina mancillando aún más su reputación. Porque no logró un solo beneficio para sí mismo o para el país que gobierna. Si quería usar a Donald Trump para proyectarse como un estadista capaz de dialogar, fracasó. Si buscaba cambiar la narrativa y la conversación sobre su gobierno, fracasó. Si intentaba limpiar su imagen, fracasó. Si pensó que podía ponerle un alto a la xenofobia de Trump y convencerlo sobre la inviabilidad del muro, fracasó. En lugar de usar, fue usado. En vez de crecer, se encogió. Con el daño colateral a la relación bilateral, a la credibilidad de la Cancillería, a la dignidad de los mexicanos y su posición en el mundo.
Por ello se gesta un movimiento ciudadano de rechazo, de indignación. Por ello empieza la exigencia de renuncia, basada en el artículo 84 de la Constitución, que indica lo que podría pasar. Que Peña Nieto dejara la Presidencia dado que no sabe qué hacer con ella. Que el Congreso tuviera 60 días para nombrar a un Presidente sustituto, votado por dos terceras partes de ambas cámaras. Que -en toda probabilidad- Miguel Ángel Osorio Chong ocupara la Presidencia, y ya no podría contender por ella en 2018. Y habrá quienes argumenten que algo tan drástico pondría en jaque la estabilidad del país. Habrá quienes insistan que algo tan dramático conduciría al caos y eso debería ser evitado a toda costa. Pero ¿qué sería peor? ¿La salida de Peña Nieto o su permanencia? ¿La incertidumbre por venir o la certidumbre reiterada de lo que ya estamos padeciendo? Un Presidente incapaz de gobernar sin tener que pedir perdón cada semana.
En distintas latitudes, presidentes han caído por fallas mucho menos impactantes, por errores mucho menos graves. Aquí seguimos tolerando la excepcionalidad. La corrupción excepcional. La incompetencia excepcional. La estupidez engolada. Tiempo entonces de recordar las palabras de Woodrow Wilson: "En asuntos públicos, la estupidez es más peligrosa que la bellaquería".
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