13 nov 2016

Naranjo en la revista Proceso.../portada

 REPORTE ESPECIAL/ NARANJO
LA REDACCIÓN
Revista Proceso # 2089, a 13 de noviembre de 2016…,
Pasado apenas el 40 aniversario de la revista Proceso llegó como relámpago la noticia dolorosa: un infarto arrebató la vida de Rogelio Naranjo a última hora de la noche del viernes 11. Transcurrieron poco menos de dos años para que se cumpliese lo que en privado expresó, con dolor contenido, tras la muerte de Julio Scherer García, que había sucedido a la de Vicente Leñero entre fines de 2014 y principios de 2015: “Creo que yo sigo, ¿no?”.
 De Julio Scherer es precisamente este texto con el que despedimos al gran artista que nos acompañó en los tiempos del antiguo Excélsior y durante las primeras cuatro décadas del semanario que fue su casa:
 Rogelio Naranjo me hizo partícipe de enseñanzas que, a la hora de ajustar cuentas, no sabría cómo pagarle. Su trabajo me llevó a Palacio y ahí contemplé políticos despreciables. La dureza hasta el crimen de Díaz Ordaz no tuvo límite, ni la doblez de Echeverría ni la frivolidad de López Portillo. Tampoco la pretenciosa mediocridad de Miguel de la Madrid ni los descaros y el remate de la dignidad presidencial, gala de Salinas de Gortari, ni el liderazgo fantasmal de Ernesto Zedillo.


La introversión armó a Rogelio Naranjo, hombre de batallas en la soledad. Espíritu libre, caricaturista sorprendente, no se ha confundido en la tarea de tantos años. Ha errado el tiro, por supuesto, pero ha tenido la mira bien puesta a la hora de disparar contra personas llamadas a la responsabilidad más alta y ayunos del deber cumplido.
 Hace tiempo lo vi en la televisión. Contaba su vida. Sufría en el recuerdo de su niñez, de su adolescencia, de la edad madura que tan excelentes frutos ha dado. ¿Por qué se atrevía?, me pregunté. La respuesta brotó casi instantáneamente: porque así es Rogelio, a prueba su fragilidad sin concesiones.
 No hay muchos como él.
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Un largo adiós/RODRIGO VERA
El viernes 11, poco antes de la medianoche, murió el querido Rogelio Naranjo, el punzante e infatigable caricaturista que retrató al poder en todas sus formas durante medio siglo. Sus trabajos quedaron plasmados en las páginas de Proceso y en otros diarios y revistas. En sus finos trazos el artista michoacano oriundo de Peribán supo capturar la muerte en múltiples ocasiones y nunca se amilanó ante ella. Sabía que, al final, ésta lo vencería, Y así pasó el viernes 11, cuando simplemente se fue. Un largo adiós a Rogelio Naranjo.
 Rogelio Naranjo nació el 3 de diciembre de 1937 en Peribán, un pueblo michoacano cercano al volcán Paricutín. Fue hijo de una mujer muy religiosa que lo educó en el catolicismo, religión que luego él abandonaría. Su padre fue un hombre que ejercía múltiples oficios y al que el mismo Naranjo recordaba de la siguiente manera: “Lo mismo era tendero que panadero, y cuando se necesitaba decorar la iglesia él se encargaba desde la pintura hasta los modelados en yeso dorados con hoja de oro”.
Y heredó precisamente este talento de su padre para el dibujo, pues desde chico, ya viviendo en Morelia, lo único que le interesaba era dibujar. Naranjo relató a Proceso esta etapa de su vida:
“En Morelia fui un pésimo estudiante durante primaria y secundaria. Lo único que me interesaba era dibujar. La caricatura la hacía desde muy niño y la practiqué siempre”.
Después decidió estudiar pintura en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Michoacana. Pero nunca se dedicó a la pintura, sino a la caricatura. Él mismo comentó el porqué:
“Nunca pensé que iba a ser caricaturista cuando empecé, porque estaba estudiando artes plásticas. Pero me fue jalando la caricatura más y más y me olvidé de las artes plásticas. Dije, no, esto no sirve para nada. Una caricatura la ven a diario, si publicaba en un periódico, miles y miles de personas con las que yo me estoy comunicando. Además me pagan por eso. ¡Puedo vivir de eso! Me pareció muy bonito dedicarme a la caricatura”.
 Al concluir sus estudios en la Universidad Michoacana, Naranjo viajó a Veracruz, donde dio clases de artes plásticas en la universidad. Pero en 1967 los alumnos se sublevaron e intentaron destituirlo. Presentó su renuncia y viajó a la Ciudad de México.
 “Empezando el 68 me vine a México, a trabajar en una revista especializada en pesca, con Rodrigo Moya, el fotógrafo. Continué haciendo dibujos con aplicación a la pesca y a la navegación; también trabajé en el Museo Nacional de Antropología de Chapultepec, incluso hice una exposición”.
 Por esas fechas el suplemento cultural del periódico El Día le publicó por primera vez un dibujo a media plana. Era una alegoría de los festivales de cine en la que dibujaba a actrices, actores y maquilladoras.
 Entonces se vino el movimiento del 68. Primero participé en las marchas en solidaridad con los estudiantes y luego fui a la UNAM. Me presenté con algunas gentes del Comité de Huelga y les ofrecí mi trabajo. Todos estaban atareados con mil responsabilidades y me dijeron: ´Todo lo que puedas hacer es bienvenido, pero no esperes dinero ni que organicemos la impresión porque estamos muy ocupados´.
“Comencé con unos carteles que se utilizaron en la marcha del silencio (del 13 de septiembre de ese año). Para mí fue muy emocionante ver que cuando pedían la libertad de los presos políticos levantaban un dibujo que hice de Vallejo en la marcha del silencio. Todos llevaban el retrato en pancartas pequeñas. Era muy bonito ver a toda la gente marchando en silencio y con mis dibujos.
“Después de la masacre, con todo el desastre que hubo, nos juntamos Rius, Helio Flores, Emilio Abdalá y yo, e hicimos el primer intento de la revista La Garrapata. Le tirábamos mucho al gobierno por lo del 68, lo que le valió a Rius muchos ataques”.
De su etapa en La Garrapata aprendió mucho, sobre todo a realizar un dibujo diariamente. Después empezó a incursionar en la caricatura política en distintos periódicos. Primero en Cine Mundial, donde estuvo pocos meses, después en El Universal y El Gráfico.
 Sus primeras incursiones
 Y a principios de los setenta el escritor Carlos Monsiváis lo invitó a trabajar en el suplemento cultural “La Cultura en México”, de la revista Siempre!. Ahí sus dibujos empezaron a distinguirse por la pulcritud de sus trazos, con los cuales captaba el gesto preciso de escritores, pintores, poetas, músicos y artistas. Sus caricaturas –muy similares a las que hacía David Levine sobre autores estadunidenses y europeos para The New York Review of Books– pronto se volvieron famosas.
 Después pasó a colaborar en el periódico Excélsior de Julio Scherer García. Naranjo contó como llegó a ese diario:
 “Me invitó Abel Quezada, que estaba un poco cansado del cartón diario y me propuso con Julio Scherer García para que nos alternáramos. Ya dentro de Excélsior comencé a hacer los dibujos para la portada y para algunos interiores del suplemento Diorama de la Cultura”.
 En 1976 se da el golpe contra Excélsior, orquestado por el presidente Luis Echeverría, del que surgió la revista Proceso, dirigida por Scherer García, quien  invita a Naranjo a colaborar en la nueva publicación. Naranjo comentó cómo vivió este cambio: “Al llegar a Proceso pensé: ‘¡Vaya!, es nuestra revista. Ahora sí ya no habrá cartones prohibidos; se acabó la censura’.”     
 Desde entonces –un lapso de 40 años– Naranjo fue cartonista de este semanario. En 2002 recibió la medalla Roque Dalton por estas colaboraciones. Y el diploma que acompañó a la medalla dejó asentado: “A Rogelio Naranjo Ureña, caricaturista del semanario político Proceso, de México, por su aguda labor de crítica a los vicios del sistema político mexicano, ocasionando la ira envilecedora de los poderosos”.
 Gracias a la intermediación de Scherer García, el 21 de enero de 2011 Naranjo donó a la UNAM más de 10 mil dibujos suyos que realizó a lo largo de 45 años de ininterrumpida labor como cartonista.         
 Ese día, en la ceremonia de entrega de su acervo, Naranjo dijo generoso: “Fue mucho el tiempo esperando este momento. Dentro de mi corazón siento que el material que les entrego queda en las mejores manos que podía estar. No puedo pedir un trato más grande para mí, para mi trabajo”.
 José Narro Robles, el entonces rector de la UNAM, le contestó agradecido: “La vida de los seres humanos se hace día a día, cada hora. La vida de un profesional también es así. Hoy aquí están los registros del trabajo de un ser humano auténtico, de una gente decidida, clara, y de un gran profesional del periodismo del que nos nutrimos de su aguda inteligencia y de su extraordinaria calidad para, en un trazo, en una figura elaborada, con una enorme calidad, paciencia, trabajo, transmitirnos los asuntos del país”.
 Scherer García, por su lado, pronunció estas palabras: “Entre ustedes, en un acto tan sencillo y a la vez tan elocuente como éste, yo hurgo en mis sentimientos. Me son claros dos: el profundo orgullo que siento por haber participado en un acto que considero trascendente, y una inmensa alegría que nos depara tu generosidad –dijo a Naranjo– y el entusiasmo de usted (rector) por divulgar tanto como se pueda la obra de Rogelio, que es una obra singular porque a través de los cartones de Rogelio vamos conociendo lo que es el país en su entraña.
 “Rogelio tiene una virtud entre muchas: no engaña, no simula, no pretende quedar bien, tampoco quiere erigirse como un hombre fuera de serie. La sencillez de Rogelio está en su trabajo, en su personalidad. Rogelio no nos dona el fruto de su vida, nos dona el árbol de su vida”.    
 Naranjo –quien ya se veía a sí mismo “viejo y disminuido en mi capacidad de humor” –pretendía seguir donando sus dibujos a la UNAM. Decía:
 “Yo seguiré entregando material a la Universidad, cada seis meses o cada año, lo que se vaya acumulando, hasta que desaparezca”.
 … Y desapareció la noche del viernes 11, poco antes de la medianoche.
 Nota importante:
 Debido al precario estado de salud en el que se encontraba Naranjo, el caricaturista ya no pudo entregar su colaboración para el presente número, así que el cartonista Hernández realizó un trabajo para suplir la ausencia. En la página 41 aparece el aviso a los lectores de que Naranjo “volverá a ocupar su espacio habitual próximamente”; la razón de ello es que esa y otras páginas ya habían sido impresas por la tarde del viernes 11, horas antes del deceso.
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Las rayitas de la condena*/ELENA PONIATOWSKA
“Jamás me han golpeado ni espero que lo hagan o soy tan menso que ni cuenta me he dado. Tampoco he recibido amenazas. Los hijos de Gustavo Díaz Ordaz, que pudieron hacerlo, estaban dedicados al rock & roll. Una vez fui a una comida de El Universal y habían invitado a don Alejandro Gómez Arias, tú lo recuerdas, yo no llevaba mucha amistad con él pero éramos conocidos. Al entrar busqué a quién acercarme, vi la cabeza blanca de Heberto por allá, me dirigí directo a él, me abrazó muy afectuoso como siempre, yo sentí que mucha gente volvía la cabeza para vernos y alcancé a oír a no más de dos metros que alguien dijo:
“–A éste hombre lo van a matar. Era Alejandro Gómez Arias. 
“–No, por favor don Alejandro no diga eso.
 “–Es que te acercas mucho al toro.
 “Ya he oído esas opiniones, incluso Julio Scherer en un momento dado me dijo: ‘Mira Rogelio, yo te pido que le bajes porque estamos en un problema. Ahorita entraron los duros, Fulano, Zutano, Perengano…’ En esa ocasión se refería a Gutiérrez Barrios y a un político de Jalisco, que era un policía muy tremendo cuando empezó el sexenio de Salinas, el otro era García Paniagua, y del cuarto no me acuerdo.
 “Scherer insistió: ‘Ahorita como estás, cuidado’.
 “Me he dado cuenta y lo he podido agradecer –siquiera mencionándolo–, que hay gente que de alguna manera ha tenido la posibilidad de protegerme y lo ha hecho, profesionistas de todo tipo que tienen un peso moral en México y, en un momento dado –no tengo evidencia de lo que han hecho concretamente–, han intervenido a mi favor. Sé que los que me quieren y aman mi trabajo me han protegido. Estar muy cerca del fuego propicia que te dañen o te quieran eliminar.
 “No tengo evidencias de que un momento haya sido más peligroso que otro, simplemente sé que en esta profesión (y dadas las características de mi trabajo), puedo enemistarme con mucha gente. El asesinato de Manuel Buendía en 1984, fue un escándalo mayor y una advertencia, pero todos suponemos (y creo con cierta razón), que él llegó a tocar algunos puntos particularmente peligrosos para los políticos corruptos. Probablemente tenía mucha información acerca de los nexos del narcotráfico con políticos de alto rango. Por eso planearon su asesinato. Nunca lo vamos a saber. El camino del periodismo es peligrosísimo. Las estadísticas de periodistas asesinados en México rebasan con mucho a las de otros países. No todos son periodistas conocidos, matan a gente de las bases; maestros, jóvenes militantes, campesinos sin un gran nombre. No sé si un día vamos a poder medir hasta dónde llegan los riesgos que uno corre al escoger la profesión. Uno hace lo que tiene que hacer, punto. Finalmente, estoy muy, muy contento de haber sabido escoger y de haber decidido pronto, digo, porque no hubo titubeos en mi juventud.
 “Recuerdo que a Manuel Buendía lo conocí el día que nos dieron el Premio Nacional de Periodismo en 1977, a él, a Monsiváis y a mí. Las entrevistas nos las hicieron juntos y teníamos muchos puntos de coincidencia. Después Buendía llegó a verme a la casa y, por cosa de comodidad, se quitaba la pistola y la ponía en algún lugar en alto para tenerla a la vista. Como había sido reportero de policía, había lidiado con gente que es asesinada, encarcelada y vive tragedias de todo tipo. A mí no me daba miedo la pistola. En él sentí un apoyo. Ejercía su profesión de una manera diferente a los demás.
 “Mis mejores años ya pasaron, ya llevo dos infartos y quién sabe cuánto tiempo me toque todavía de vida, a lo mejor ya no mucho, pero lo que viví lo he vivido muy bien. Me gusta.”
 Rogelio Naranjo es tímido. Habla disculpándose. Escucha con suma cortesía a pesar de la obviedad o la insolencia de las preguntas. No se inmuta. En sus ojos, a veces, pasa una ráfaga de angustia o de irritación a la que inmediatamente se sobrepone. A veces viene cansado porque es un workaholic, como dirían los gringos. Todas las horas, todo el día, todos los sesenta y un años de su vida (nació en Michoacán el 3 de diciembre de 1937), han transcurrido sobre la mesa de trabajo. Hora tras hora, mes tras mes, la imagen se repite. El dibujante, encorvado, los anteojos puestos, la plumilla en mano, una rayita tras otra sobre su restirador, ¿cuántas miles de rayitas habrá hecho Naranjo? También Manuel Buendía se lo pregunta: “Es subyugante la minuciosidad del trazo de cada uno de sus detalles, como si fueran hechos por un condenado a cuarenta años de encierro solitario. Parecen, en efecto, el oficio único de alguien que tuviese todo el tiempo, la vida entera, para cubrir un pedazo de cartulina con finísimas rayitas”.
 Meticuloso, limpísimo, su mesa de trabajo tiene la pulcritud del altar. Blanca, almidonada, sin una arruga, sin un pliegue en falso, primorosa, sobre ella se alinean las tintas, la pluma, el papel como hostia de Primera Comunión. Hasta los niños sienten respeto y nada tocan. Aquí sobre esta mesa se oficia el rito sagrado del mejor caricaturista de México.
 La caricatura política es inseparable del periodismo, sino es que de la historia. Rogelio Naranjo se ha jugado la vida, “se acerca mucho al toro”, apuesta su corazón en cada una de la infinidad de rayitas que condenan los abusos del poder: la burla y el rencor al que estarán confinados, in saecula saeculorum, todos aquellos que son ya una caricatura de sí mismos.
 “Mi caricatura yo la tomo como juego. Es la única diversión que tengo. Es el juego de mi vida. Algo que nunca voy a terminar de jugar.”
 * Fragmentos de Los presidentes en su tinta. Por
Naranjo (Ediciones Proceso, 1998)
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Frente al poder, “el tiempo te da la razón”*/ARMANDO PONCE
Rogelio Naranjo, ¿el retratista de la corte?
 Uno de los primeros ejemplares de prueba del nuevo libro del cartonista político Rogelio Naranjo está frente a sus ojos. La portada de Los presidentes en su tinta es un dibujo suyo, donde se presenta como un pintor holandés de siglos pasados, rodeado por cartones de los últimos presidentes de México. Naranjo responde:
 –Sí, para situarlo entre los flamencos, con esa vestimenta; se me hacía más chistoso hacerlo así.
 –¿El poder establecido en México es como una corte, el presidente tiene una dimensión de realeza?
 –Sí, claro, es el mayor poder en el país y es una especie de nobleza, tú ves los pocos apellidos que se manejan en la política en México. Parece que son como mil 200 familias que controlan todo.
 Los presidentes en su tinta, con prólogo de Elena Poniatowska y contraportada de Julio Scherer García, recoge en sus 270 páginas una selección de cartones hecha por el propio cartonista –la casi totalidad publicados en Proceso–, acompañados por breves reseñas que los ubican en medio de los acontecimientos del momento.
 “De 1976 a 1998, de Luis Echeverría a Ernesto Zedillo, los propietarios sexenales del país han aparecido en carne y hueso a través de los trazos sin concesiones del cartonista”, dice la nota del editor.
 Nacido en 1937 en Peribán, un pueblo michoacano al que no ha vuelto desde los 17 años, se le pregunta a Naranjo:
 –¿Pero cómo entró a Palacio, cómo se coló, por qué decidió dibujar estos rostros, esas actitudes, estos hechos?
 –Bueno, creo que cualquier caricaturista intenta dibujar a los responsables directos de la situación de México. Si antes no se hacía es porque no se permitía, porque ha habido épocas de apertura y épocas en que todo se cierra y no se admite nada. A mí me tocó la época, quizá la mitad de mi vida profesional, en que no se me permitía dibujar al presidente. Era muy peligroso. Tuvo que pasar el 68 y tuvo que pasar el golpe a Excélsior para que se empezaran a abrir.
 –Entonces, ¿la prensa puede influir para el cambio?
 –Yo digo que sí. Estoy absolutamente en desacuerdo con el que piensa que no se puede hacer nada. De que se puede, claro que se puede, y lo estamos haciendo. Pero no esperando a que nos concedan, porque eso nunca llega. Ya vemos que los cambios positivos en el país se hacen democráticamente. Ahora resulta que el que pone más el freno a esos cambios es el PRI, y es el que se adorna y dice: “Nosotros lo concedimos, todo lo que se ha democratizado en el país es porque nosotros lo hemos aceptado”. Qué manera de torcer la historia, es increíble. La lucha permanente consiste en ir en contra de las rémoras que son ellos, sacarles a fuerza los cambios.
 En 1973 Naranjo fue invitado a participar en el Excélsior dirigido por Julio Scherer para sustituir algunos días cada semana a Abel Quezada.
 “Entonces trabajaba en El Universal, donde había un personaje del que no quiero decir el nombre, desde luego mediano, gris, al que le dio por censurarme casi todo y no me podía defender; entonces me cayó muy bien el ofrecimiento de Excélsior.”
 Naranjo llamó inmediatamente la atención por sus cartones. Su trabajo se desarrolla cuando termina el sexenio de Díaz Ordaz y, con la carga del 68, Echeverría hace una apertura interna, coincidente con la exterior.
 –¿Podemos pasar lista a los presidentes que retrata? ¿Qué le ha impactado de cada uno?
 –Eso es muy complicado porque no soy muy elocuente. Mejor cuento cómo fui cimentando mis ideas políticas. Me tocó tomar conciencia política en el periodo de Díaz Ordaz; antes no entendía muy bien las cosas. Desde luego, tenía una gran admiración por Lázaro Cárdenas, todo el mundo en Michoacán la teníamos; lo conocí personalmente de refilón antes de que muriera. Veía con cierta simpatía, por ejemplo, a López Mateos, pero ya allí recibí el primer golpe emocional muy fuerte cuando se reprimió a los ferrocarrileros. Todavía no era caricaturista ni sabía qué demonios hacer, estaba intentando ser pintor, trabajaba en el Museo de Antropología y cuando se destapó a Díaz Ordaz, el sentir generalizado ahí era que se venían unos años muy duros de represión.
 “Me dolió mucho lo que pasó en Excélsior, pero siento que gané mucho porque a Proceso entré ya sin el tabú de que me van a censurar. Entonces allí desde el primer cartón dije: aquí es el paraíso, aquí puedo hacer lo que me dé la gana.”
 –¿Y Echeverría?
 –Cuando se supo que iba a ser el candidato, dije: qué miserable, estuvo metido en el 68, seguramente de todos los secretarios fue el que metió el cuchillo más a fondo para la masacre de los estudiantes y ahora me sale con que es el redentor del país; después se enemistó con los empresarios e hizo un desbarajuste del país. Entonces con Echeverría finalmente no entré muy a fondo, primero porque no se permitía dibujar al presidente y, segundo, porque todavía mi lenguaje gráfico-político no estaba muy definido. Trabajé en ese tiempo en La Garrapata; era probablemente el menos brillante de los cuatro dibujantes que estábamos ahí.
 “En Proceso llegó a estar muy tirante la relación con López Portillo, de hecho nos quitó todos los anuncios, creo que frustró algunos planes de la revista como empresa y como escuela de periodismo. Yo me sentía, no culpable, pero esas cosas suceden, y uno no se siente precisamente que es el único responsable de una situación así, pero sí pienso que le debe haber molestado mucho mi trabajo en la revista.”
 –¿De la Madrid?
 –Me hizo olvidar todas las atrocidades de López Portillo. Es el tipo más sin carácter que he conocido, nada más que entrar atendió las órdenes del Fondo Monetario Internacional y le dio totalmente en la madre al país. Era un administrador que estuvo siempre del lado de los empresarios. Nunca hizo nada para el pueblo.
 –¿Ha conocido a los presidentes de los que estamos hablando, personalmente?
 –Conocí a López Portillo, porque me dio el Premio Nacional de Periodismo.
 –No habló con él…
 –No, no. l
 * Fragmento de la entrevista publicada el 28 de septiembre de 1998 en la edición 1143 de Proceso.
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Era un honor ser dibujado por él/ROSALÍA VERGARA
Tres cartonistas de Proceso, abrumados por la noticia del fallecimiento de Rogelio Naranjo, hablan del gran aprendizaje que fue para ellos crecer viendo las caricaturas ejemplares del dibujante michoacano.
La noticia del fallecimiento de Rogelio Naranjo, caricaturista y fundador de Proceso, abruma a sus colegas Rocha, Helguera y Hernández, quienes crecieron viendo sus cartones y se inspiraron en sus dibujos que, coinciden, son un ejemplo de congruencia y honestidad periodística. Algo difícil de encontrar actualmente, señalan.
“Si una persona en sus cinco sentidos decidía dedicarse a la política, era para algún día poder aparecer en un cartón de Naranjo; era un honor ser dibujado por Naranjo. Y si terminaba su carrera política y no lo había dibujado, pues había sido un fracaso como político.
“Sus cartones no te hacían reír; tenían un humor oscuro, amargo; eran de una agudeza muy incisiva. Te ponían a pensar; rara vez te reías con ellos”, afirma el caricaturista Hernández.
Comenta que los cartones de Naranjo arrancaban otro tipo de emociones, más que la risa, “y esto dicho no como un defecto de su trabajo sino todo lo contrario: con un humor que hace reflexionar al lector. Muy agudo, muy ingenioso, perspicaz”. Hernández destaca su trabajo en este semanario porque “fue la piedra en el zapato de muchos poderosos” durante varios sexenios.
Con su muerte, dice, se cierra otro capítulo de la historia del periodismo mexicano. Añade: “En Proceso, en pocos años murieron Vicente Leñero, Julio Scherer y ahora Rogelio Naranjo”, y así “se cierra un capítulo más de una historia muy, muy importante del periodismo y que tenemos que retomar y poner en alto”.
“Nos deja, así como don Julio y Leñero, unos zapatos enormes a los periodistas. Naranjo nos deja a los caricaturistas una estafeta muy, muy grande que yo espero que tengamos la dignidad, la honestidad y la congruencia periodística de retomar y llevar lo más dignamente posible”, señala.
“El mejor de todos los tiempos”
Helguera, por su parte, cuenta que creció viendo los cartones de Naranjo. Fue su inspiración.
“Conocí el trabajo de Naranjo desde que estaba muy chico, porque a mi casa llegaba el Excélsior de Julio Scherer y después, a partir de 1976, Proceso. Obviamente cuando era niño no entendía las caricaturas de él ni de Abel Quezada; sin embargo, ya al crecer fue precisamente a través de sus cartones como pude entender la realidad de mi país”, indica.
Refiere que en su juventud le pareció interesante saber cómo a través de una caricatura se podía reflejar una realidad nacional.
Helguera opina que “Naranjo era, probablemente, el mejor caricaturista mexicano de todos los tiempos. Desde el siglo XIX hasta la fecha ha habido grandes caricaturistas en México, pero yo pensaría que si los ponemos a todos juntos, en todas las épocas, es muy probable que Naranjo sea el mejor”.
A su vez, el caricaturista Rocha recuerda una anécdota de sus avatares por hacer periodismo a través de la caricatura. Un día le pagaron con Me vale madre, de Naranjo, que fue su libro de cabecera durante muchos años.
 “Él era el caricaturista que muchos queríamos ser, por los espacios donde estaba y la manera en que dibujaba. Ese dibujo tan fino, tan elegante… Siempre tuvo un estilo muy elegante, con esa sutileza.”
 Confiesa Rocha: “Lo vamos a extrañar, y nos deja una enorme responsabilidad a los periodistas y a los caricaturistas, por el compromiso con su trabajo, su ética y la calidad de su trabajo.
 “Los que venimos detrás no podemos flojear ni tantito si queremos estar cerca de ellos, ¿no? Ese es el legado que para nosotros es un compromiso a seguir, en todos sentidos, en la calidad gráfica, en la calidad humana, en la ética y en el compromiso social.”
Dice que Naranjo tuvo una veta muy amplia porque, además de reflejar la política “desde espacios de libertad muy privilegiados”, también fue el caricaturista que retrató a muchos personajes del ámbito cultural, y además en el libro Alarma sin distracciones les hizo caricaturas para venderlas como obras de arte.
Eran, explica, “caricaturas que no tenían que ver con el día a día, que no tenían que ver con el periodismo, que es la prisa del tiempo, de la entrega y todo, sino trabajos muy experimentales aunque estuvieran realizados con la misma técnica, fuera papel, tinta china o tintas, cuando trabajaba cosas a color, pero el tipo de dibujo, el humor que estaba trabajando ahí era como más experimental, bastante trascendente.
Para Rocha, “Naranjo tiene esa virtud de que en su vida, que no es una vida corta tampoco, hizo de todo. Hizo lo que quiso, como quiso”.
Rocha afirma que Naranjo, Rius y Helioflores marcaron a su generación. “Pero sobre todo Naranjo fue el más influyente porque estuvo en espacios muy adecuados para su tipo de crítica. Fue el caricaturista de La Cultura en México, Excélsior y de Proceso, que durante una buena época eran los únicos espacios donde se hacían muy a menudo cartones contra el presidente; Naranjo le asestó a todos los presidentes”, sostiene.
Refiere que el humor de Naranjo “era muy rulfiano”; sus caricaturas le recuerdan a los cuentos de Juan Rulfo. “Estos muertos vivientes y cartones muy peculiares que me recuerdan a Rulfo… si Rulfo hubiera hecho humor, lo hubiera hecho como Naranjo. Era un artesano. Es el único hasta ahorita que no utilizaba más que la línea. Como ves sus dibujos, así son sus originales”.

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