15 ene 2017

La “amenaza” mexicana/LUCÍA LUNA


La “amenaza” mexicana/LUCÍA LUNA
Revista Proceso # 2098, 1 15 de enero de 2017
México es el tema central de las elecciones en Estados Unidos. En medio de crecientes problemas económicos, la presencia masiva de inmigrantes de origen mexicano –legales e ilegales– en territorio estadunidense alarma al gobierno de Washington y a la población nativa. Se planean despidos y deportaciones en masa.

La tensión crece entre las dos comunidades y en ambos lados de la frontera. En México aumentan las voces para que el gobierno asuma una posición más firme. El presidente mexicano se confronta y el conflicto escala. Hay bloqueos, sabotajes y algunos actos de violencia. Ambos países militarizan su frontera…
Este escenario no se desarrolla en 2017, sino a partir de 2080, según las previsiones de George Friedman en su libro Los próximos 100 años. Una perspectiva del siglo XXI. Con otra diferencia: que, de acuerdo con el especialista en prospectiva y geopolítica, para esas fechas México será una potencia económica regional que podría incluso desafiar la integridad territorial de Estados Unidos y, con ello, no sólo su hegemonía en el continente americano, sino a nivel mundial.
Nacido en 1949 en Hungría, en una familia judía que emigró a Estados Unidos, Friedman cursó estudios de ciencia política en el City College de Nueva York y en la Universidad de Cornell, donde se especializó en gobierno y estrategias internacionales. Sobre esta base fundó en 1996 Stratfor, una consultora dedicada a los temas de inteligencia, que dejó en 2015. Actualmente dirige un sitio web llamado Geopolitical futures, donde expone sus teorías.

Colaborador del New York Times, Friedman se convirtió en un bestseller con otros títulos que hablan de lo que viene, como The future of war o The coming war with Japan. Sin embargo, llama la atención la similitud del escenario que rodea el advenimiento de Donald Trump a la Casa Blanca con el cuadro de tensión entre México y Estados Unidos que describe en su prospectiva del siglo XXI, si bien los tiempos y la correlación de fuerzas no son precisamente coincidentes.
De hecho Friedman se equivocó en sus pronósticos a corto plazo. Invitado a la Convención Nacional Bancaria en marzo de 2015, consideró que Hillary Clinton ganaría cómodamente la Presidencia de Estados Unidos. Aunque, ante los temores de los banqueros mexicanos, matizó que con Trump o sin Trump, y con o sin Tratado de Libre Comercio, la relación económica entre México y Estados Unidos seguiría siendo pujante.
En el libro en cuestión, publicado por Doubleday en 2009, Friedman admite no tener “una bola de cristal”, sino seguir un método para comprender el pasado y anticipar el futuro, que “constituye un proceso racional y factible”.
Las predicciones
Friedman compara el escenario mundial con un tablero de ajedrez, en el cual los líderes y las políticas públicas son piezas que se mueven en función de las circunstancias reales. Respecto a la geopolítica, sostiene, “se trata de amplias fuerzas impersonales que constriñen a los seres humanos y a las naciones a actuar en ciertas formas”.
Entre ellas, el autor asigna un papel determinante a la geografía, fuente –o no– de desarrollo, pero también de apegos y de lealtades. “Si se entiende esto, se pueden trazar ciertas líneas a futuro”, asegura.
Sobre esta base, asienta que Estados Unidos sustituyó a Gran Bretaña como potencia marítima, lo que lo convirtió en el pivote de la actividad económica mundial. “Quien controle el Atlántico y el Pacífico, controlará el comercio mundial; y quien controle el espacio, controlará los océanos”, expone Friedman. Para él, Washington seguirá ejerciendo ese control durante este siglo.
Eso no significa que Washington no sea desafiado. Al contrario. Los próximos 100 años estarán marcados por choques con naciones o coaliciones que buscarán restarle hegemonía. En este horizonte, observa actualmente tres desafíos principales, encarnados en el mundo islámico, Rusia y China. Pero por causas económicas y geopolíticas que sería largo explicar, los desestima como verdaderos rivales de Estados Unidos y, por el contrario, ve a mediano plazo el surgimiento de otros tres retos: Japón, Turquía y Polonia.
Este reacomodo, combinado con avances técnicos, como la robótica; la búsqueda de energéticos alternos a los hidrocarburos, particularmente en el espacio; el decremento de la población mundial, que hará escasear la fuerza de trabajo en los países industrializados, y el cambio en los patrones de migración por causas ambientales y económicas, serán los principales factores que, según Friedman, llevarán a mediados de siglo a una guerra global encabezada por una sorprendente coalición turco-japonesa.
Pero esa guerra, sostiene, sólo confirmará que no hay ninguna potencia euroasiática que logre disputarle la hegemonía a Estados Unidos, el cual se mantendrá como”el centro de gravedad del sistema internacional” y gozará de “una etapa dorada”. Luego se iniciará otra crisis y ahí se gestará el conflicto con México.
En el último capítulo de su libro titulado 2080. Estados Unidos, México y la lucha por el epicentro global, Friedman sostiene que el imperativo geopolítico para Estados Unidos es dominar América del Norte. Y así como México perdió sus territorios fronterizos en 1848, después de 200 años “estará en posición de desafiar la integridad territorial de Estados Unidos y el balance completo del poder en Norteamérica”.
El desafío mexicano, dice, tendrá sus raíces en la crisis económica de 2020, que se resolverá con nuevas leyes de migración aprobadas en 2030 para incentivar la inmigración y suplir la escasez de mano de obra. Llegarán migrantes de todas partes, pero sobre todo mexicanos, quiene se comportarán de manera diferente.
A diferencia de la mayoría de los inmigantes, quienes se han asimilado o concentrado en ciertas zonas o barrios pero nunca han dominado una región completa, dice, los mexicanos sí lo han logrado.
“Ellos no están separados de su patria por océanos o miles de millas… lo que les permite mantener sus vínculos sociales y económicos”. Más que una diáspora, subraya, “para una buena parte de la migración mexicana se trata de un simple movimiento transfronterizo”.
Para ilustrarlo presenta un mapa de la frontera, donde se observa una “obvia concentración de pobladores de origen mexicano” desde el Pacífico hasta el Golfo de México; en muchos condados incluso llega hasta más de dos tercios. La mayoría de estos condados se ubica además en los territorios que antes pertenecían a México, lo que crea una sensación creciente de una frontera arbitraria o ilegítima.
Así, aunque la frontera política con México permanece estática, la cultural mexicana avanza hacia el norte.
“En 2060 –escribió Friedman–, después de 30 años de estimular la inmigración, las áreas con 50% de mexicanos lo serán en casi 100%; las que tenían 25%, tendrán más de la mitad”.
Fronteras cambiantes
De forma paralela a esta inmigración masiva para apoyar la producción, entre 2030 y 2060 el boom de la economía de guerra de mediados de siglo incentivará el desarrollo acelerado de nuevas tecnologías para suplir los recursos humanos. Y el campo que más crecerá será el de la robótica. Ésta, a su vez, dará otro giro en la política migratoria.
La crisis por la escasez de mano de obra habrá pasado y ahora Estados Unidos lidiará con un “excedente de población”, estimulado por la inmigración masiva y un incremento en la esperanza de vida. Con un problema adicional: el fomento a la inmigración estará arraigado en la política y la cultura estadunidenses. Los despidos masivos y el desempleo estructural serán la norma y, si se suma un aumento en el precio de los energéticos, la crisis de 2080 estára servida.
Entretanto, mientras Estados Unidos está ocupado con sus guerras hegemónicas, Friedman cree que México puede seguir creciendo y pasar a ser una de las 10 primeras economías del mundo. Esto lo basa en tres factores: la exportación de petróleo; la cercanía con el mercado estadunidense, el mayor del mundo, y las remesas en dólares enviadas por los inmigrantes mexicanos.
Friedman hace notar también que México ha diversificado sus exportaciones e invertido los flujos de capital foráneo en el desarrollo tecnológico, la industria y los servicios. Significativamente, este estratega internacional incluye los fondos provenientes del crimen organizado, sobre todo el narcotráfico, que bien canalizados, según él, acaban integrándose a la economía legal y promoviendo el crecimiento.
Así, aunque visualiza múltiples crisis internas, cree que hacia finales de siglo México podrá emerger como una economía madura y balanceada, con una población estable. “Será la principal potencia económica de América Latina y constituirá un desafío para el dominio de Estados Unidos en América del Norte”, afirma Friedman.
En términos geopolíticos, México nunca se planteó recuperar los territorios perdidos frente a Estados Unidos, “porque era inútil”. Más bien se dedicó a mantener su cohesión interna, porque las políticas de su poderoso vecino siempre tuvieron un efecto desestabilizador. Pero en el siglo XXI, la proximidad estadunidense se convertirá en una fuerza estabilizadora y ayudará a incrementar el poder de México, sostiene el autor.
Indiferente “como siempre” a los asuntos mexicanos, Washington no se percatará de este proceso. Pero cuando se dé cuenta de que México se ha convertido en una amenaza, “se alarmará en extremo”. No será una confrontación planeada, “sino una que surgirá orgánicamente de la realidad geopolítica de los dos países… pero a diferencia de otros conflictos regionales, enfrentará al poder hegemónico mundial con un vecino emergente… que empezará a comportarse de un modo sin precedentes”.
Escenarios inéditos
La crisis se iniciará como un asunto interno de Estados Unidos. La cultura anglosajona ya no será dominante y el país será una entidad bicultural tipo Canadá, no sólo como fenómeno, sino como realidad geográfica. La cultura antes mayoritaria querrá destruir a la minoritaria, “y si ésta es la extensión de un país vecino, que piensa que sus connacionales habitan un territorio que antes le fue robado, la situación puede tornarse explosiva”.
Friedman acota que no todos los inmigrantes mexicanos que habiten en la franja de 200 millas de la zona froteriza serán trabajadores pobres y mal capacitados. También habrá un nutrido sector educado y con un buen nivel de vida que tendrá influencia en la economía y la política.
Advierte, sin embargo, que éstos no necesariamente tendrán una postura homogénea. Unos se verán básicamente como estadunidenses; otros aceptarán esta filiación, pero reivindicarán un estatuto especial, un tercer grupo, el más pequeño, albergará intenciones secesionistas.
Los sentimientos hostiles hacia los mexicanoamericanos y hacia México crecerán, hasta crear una espiral que llevará al gobierno de Washington a aplicar medidas draconianas, muy similares a las que ahora propone Donald Trump:
“Mientras todo esto sucede, ciudadanos mexicanos que viven en Estados Unidos con visas de trabajo otorgadas decenios atrás son forzados a regresar a México, sin importar cuánto tiempo lleven en territorio estadunidense. El gobierno incrementa los controles en la frontera, no tanto para detener la inmigración, que prácticamente ha cesado, sino para cortar los vínculos entre México y los ‘mexicanos étnicos’; este control se presentará como una medidad de seguridad. Éstas y otras acciones similiares irritarán a muchos mexicanos a ambos lados de la frontera, pero sobre todo servirán de combustible para los más radicales y amenazarán el vital comercio entre los dos países”, se lee en el libro.
Temeroso de un flujo de millones de repatriados y presionado por su propia opinión pública, el presidente de México también dispondrá el desplazamiento de sus tropas a la frontera. Y es en este punto donde Friedman lleva las tensiones entre ambos países al máximo, con manifestaciones masivas de protesta, acciones de sabotaje y pequeños actos terroristas aislados. La situación amenaza con salirse de control, mientras el mundo observa expectante, sin tomar partido.



Al final, los mandatarios de ambos países se reúnen y distienden la situación, covencidos de que en realidad ninguno quiere la guerra. México porque no tiene la capacidad militar, y Estados Unidos porque no puede pacificar su frontera sur con el ejército como si se tratara de una nación extranjera. Y tampoco quiere invadir México…

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