La posverdad amenaza nuestra libertad porque si la verdad puede ser fabricada a la carta, la «verdad oficial» caerá contra todo disidente para arrebatarle su fama, su libertad o hasta su vida.
Posverdad, marca blanca de la mentira/ David Pérez, periodista.
ABC; Miércoles, 25/Oct/2017
La popularización del término «posverdad», especialmente a partir de 2016, constituye algo más que un fenómeno nominal, significa el surgimiento y consolidación de una mentira de nueva generación, renovada, reforzada, aumentada y muy nociva en términos democráticos. La pasmosa capacidad de la mentira para reinventarse explica su vigencia y penetración en nuestra sociedad, indefensa y acrítica ante la imposición irracional y avasalladora de sus dictados y el manejo de unos códigos y métodos particularmente eficaces. La posverdad recurre a mensajes, esquemas, argumentos o relatos aparentemente verdaderos sin serlo, y generalmente imbuidos de una carga emocional que suple cualquier necesidad y posibilidad de verificación y cualquier asomo de autenticidad. La posverdad es también una mentira renovada gracias a una neolengua políticamente correcta, profundamente falaz y de una gran simpleza y eficacia.
La primacía de un sucedáneo adulterado de la realidad sobre la propia verdad implica que ya no importa que un mensaje o un relato sea auténtico, con tal de que aparente serlo, o que sea verificable con tal de que logre movilizar emocionalmente a un número suficiente de activistas a través de las redes sociales. Un líder populista entregado a demoler el sistema democrático puede invocar esa misma democracia sin inmutarse y sus seguidores lo propagarán sin pudor ni cuestionamiento alguno. La maquinaria dirigista educativa y cultural es capaz de alumbrar hasta Reinos imaginarios. Todo da igual en este gran juego de apariencias, donde valen más 20.000 tuits que un mero argumento coherente.
Si había dos realidades llamadas a conocerse y aliarse incondicionalmente son la posverdad y el populismo. El caso español es muy representativo: cualquier bulo, cualquier infamia, cualquier calumnia, cualquier descontextualización alcanza automáticamente la categoría de verdad por la vía de la repetición por parte de centenares de miles de activistas y sus múltiples máscaras, los llamados «trolls» y la amplificación calculada de determinados «influencers» al servicio de la estrategia de manipulación y linchamiento, que luego se proyecta y se repite en bucle, señalando a una persona o a un partido hasta demolerla sin piedad.
Por tanto, la naturaleza irracional de la posverdad requiere una población profundamente acrítica, y un grupo fanático intensamente movilizado. La posverdad opera a nivel sentimental y apela muchas veces al odio como gran motor de movilización, de ahí su peligro. Pero, ¿es la posverdad algo nuevo? Como mentira enmascarada que es, lo novedoso de la posverdad es el propio término y la actualización de sus métodos, porque todos los demás elementos que la conforman son tan antiguos como la misma mentira, en todas sus formas y variantes.
Digámoslo claramente, la posverdad es la marca blanca de la mentira de toda la vida, que necesita este disfraz semántico. El mundo del pensamiento, la comunicación, la política, debe estar vigilante ante este fenómeno que afecta no sólo a la democracia y sus reglas sino también al conocimiento, garante del avance de la Humanidad sobre la base de la verdad. Porque lo cierto es que la posverdad nos remite una y otra vez, en su plasmación práctica, a la pura y dura falsedad, a la manipulación en la política, a la falacia en el razonamiento, a la insidia en el periodismo, a la injusticia en la sociedad. Y así podemos afirmar con Jean-Francois Revel que «la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira».
Combatir y desenmascarar los mecanismos de la posverdad es un desafío que debería implicar a todas las esferas de la sociedad, socavada por el relativismo. La posverdad, por tanto, no es una modalidad alternativa de la verdad, es la negación misma de la verdad en versión posmoderna, es la mentira remasterizada y aumentada. Y claro, si no hay verdad, tampoco puede haber objetividad, y eso abre la puerta a la validación mediática de toda mentira que venga debidamente acreditada por un buen número de tuits (aunque sean de trolls), o por la influencia del «lobby» de turno.
La posverdad amenaza nuestra libertad porque si la verdad puede ser fabricada a la carta, la «verdad oficial» caerá contra todo disidente para arrebatarle su fama, su libertad o hasta su vida. Y siguiendo con Revel, «la democracia no puede vivir sin una cierta dosis de verdad». La posverdad desarma al ciudadano de su principal escudo frente al totalitarismo, el pensamiento crítico frente a «ese tipo de hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón, sino que, sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus opiniones. He aquí lo nuevo: el derecho a no tener razón, la razón de la sinrazón», en palabras de Ortega y Gasset. La frase bíblica «La verdad os hará libres», cobra pleno significado y podríamos contraponerla a «la posverdad os hará esclavos».
s.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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