El periodismo que despertó a los teporochos. Manuel Buendía sonrió en su homenaje luctuoso/Roberto Fuentes Vivar, Pache...
Cuando el sol golpeaba las cabezas con su espada flamígera del mediodía, en la Plaza Francisco Zarco se comenzó a hablar de periodismo.
Poco a poco y uno a uno se fueron despertando los siete teporochos del apocalipsis que aún dormían la mona a esas horas en que sus gargantas pedían algún líquido, para comenzar la vida que persigue cotidianamente a la muerte sin alcanzarla.
Dos palabras, dos, sonaron en la plaza: Buendía y Periodismo.
Junto a la placa alusiva en la cual se reproducen algunas palabras del autor de Red Privada (“No entiendo al periodismo sin ideales”) recordamos, uno tras otro, el asesinato perpetrado el 30 de mayo de 1984.
Durante más de una hora, comenzando con Fred Álvarez y concluyendo con Rogelio Hernández López, unos 15 periodistas hicimos uso de la palabra para recordar al maestro, al periodista, a Manuel Buendía.
Otros más solo escucharon, pero su presencia iluminó la plaza.
Fuimos alrededor de 60 periodistas que nos congregamos, para rendir homenaje a quien fuera el periodista más importante de la última mitad del siglo pasado y cuyo asesinato marcó el inicio de una carrera trágica, que aún no concluye, de homicidios contra comunicadores.
Periodistas del estado de México, Hidalgo, Veracruz, Tamaulipas y otros estados hablaron en voz alta de sus problemas de inseguridad, de sus temores, de sus carencias, de sus exigencias.
Relatos crueles e inhumanos de intentos de amordazamiento, de amenazas, de coacciones, de intimidaciones.
Sobre todo de valentía por ejercer una profesión que lleva décadas de ser una de las más peligrosas del planeta.
Y uno a uno fuimos dejando una rosa junto a la placa de homenaje a Manuel Buendía.
Vimos a viejos amigos e hicimos nuevos.
(Personalmente hablé de tres riesgos y peligros para la profesión periodística: los asesinatos que es muy probable que se incrementen conforme se acerquen las elecciones presidenciales, pues por su alta sensibilidad política es posible que grupos fácticos utilicen el homicidio contra comunicadores como una arma política para hacerse presentes o desprestigiar a gobiernos legalmente constituidos; la precariedad laboral que de acuerdo con los datos más recientes del INEGI se incrementa al haber menos personal ocupado en las empresas mediáticas; y del riesgo que -precisamente por esa precariedad- representa el financiamiento extranjero (legal e ilegal) a periodistas y pueda encontrar un terreno fértil para imponer agendas que poco o nada tiene que ver con el nacionalismo que caracterizó a Manuel Buendía).
Los compañeros, de todas las ideologías y de todas las creencias políticas, que pasaron a la improvisada tribuna expusieron historias de horror, sobre todo en los estados: persecuciones, hostigamientos.
Pero también se impuso la idea de luchar por la libertad de prensa, por la libertad de expresión. Por la ética individual de no caer en corrupciones. Por el papel que debe jugar el periodismo para salvaguardar el derecho de la sociedad a una información veraz y comprometida con la verdad, o por lo menos con los ideales de los que hablaba Buendía.
Mientras hablábamos y cerca de un largo mural azul-grafiti, unos jóvenes con el torso desnudo y los brazos repletos de tatuajes hacían labores domésticas en una improvisada casa de lona, situada en la parte norte de la plaza. Atiborrada de llantas, rueda de bicicleta y trapos viejos.
Los compañeros reporteros gráficos hacían sonar los clicks -hoy insonoros- de sus cámaras a la placa donde Manuel Buendía sigue diciendo diariamente: “Ni el reporterismo, ni la entrevista, ni la crónica, ni el editorial, ni mucho menos géneros de tan comprometido ejercicio como la columna pueden llevarse a cabo sin un ideal”.
Mientras Andrés Solís Álvarez detenía estoico un teléfono con cámara para transmitir por Facebook el homenaje, se hacían semblanzas del maestro y se enumeraban los retos y los peligros del periodismo en México.
De repente me pareció ver, entre la placa y la estatua a Francisco Zarco, al propio Manuel Buendía quien ataviado con su clásico traje con chaleco movía los labios con su eterna sonrisa ladeada que podía decir lo mismo era irónica, que decía ¡Gracias!
Creo que hubiera estado contento del homenaje en el cual unos 60 periodistas lo recordamos y exigimos que el 30 de mayo sea declarado el día del periodista en México.
Cuando nos fuimos algunos de los siete teporochos del apocalipsis comenzaban a reunirse para tratar de alcanzar la muerte en un trago lento y sin remedio. Y el periodismo se ausentó de sus ensueños.
Y la frase de Buendía quedó rebotando en el cemento: “¿Cuál es mi ideal? Servir a mi país con los recursos del periodismo”.
Dice el filósofo del metro: periodismo que no sirve al país, no tiene ideales.

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