Un tono efímero/Salah Serour, director del Centro de Estudios Orientales y Mediterráneos, EL FARO
Publicado en EL CORREO DIGITAL, 28/09/09;
No cabe duda de que los múltiples mensajes de Obama dirigidos al mundo islámico son cada vez más atrevidos y abiertos con el fin de alcanzar el entendimiento con una población de más de millón y medio de personas, los musulmanes. Además, estos mensajes podrían considerarse como unos acontecimientos importantes que podrían marcar el comienzo de una nueva era en la historia y de un cambio sustancial en la actitud de EE UU ante los problemas y cuestiones internacionales. Si analizamos su contenido, podemos observar el interés y las buenas intenciones de Obama y su deseo de reducir el sufrimiento, no sólo del pueblo musulmán, sino de las creencias de los distintos rincones del mundo. De llevarse a cabo, estos discursos consistirían en promesas que lograrían grandes avances hacia la estabilidad de Oriente Medio.
Sin embargo, estos mensajes no han renunciado a los fundamentos de la política de EE UU hacia Oriente Medio. Obama ha subrayado desde un principio la necesidad de resolver la situación en Irak siguiendo las directrices marcadas por la anterior administración estadounidense sin hacer mención a una retirada inminente de las tropas e insistiendo en aplicar el plan aprobado por su predecesor, Bush, que consistía en la eliminación total del extremismo y de aquellos grupos considerados por EE UU como extremistas. Es decir, la liquidación total de los talibanes y Al-Qaida. Si observamos, podemos comprobar cómo el tono de Obama a la hora de tratar la cuestión del extremismo no dista mucho de la perspectiva de su predecesor. Cabe recordar que el ex presidente Bush justificaba estas políticas, cuyo único fin ha sido siempre el uso de la fuerza, para lograr llevar a cabo sus intereses bajo una falsa apariencia de salvadores del mundo. En esta misma línea, Obama no proporciona una definición clara de lo que él denomina ‘extremismo’, ni especifica las características y particularidades de estos grupos. No sabemos, por tanto, si sólo Al-Qaida y los talibanes entran en esta definición o si deberían incluirse otros muchos grupos que llevan a cabo asesinatos de diversa índole en distintas partes del mundo.
Es por tanto evidente que los discursos de Obama al mundo musulmán sobre el extremismo fueron efímeros, fugaces y próximos a lo ya planteado por Bush. En su mención al derecho de los palestinos a establecer su propio Estado, Obama no se distanció de la idea del anterior Gobierno estadounidense salvo en su rechazo a las políticas expansionistas de Israel por medio de la construcción de nuevos asentamientos. Por el contrario, no habló nunca de una posible reducción de la ayuda a Israel ofrecida por Estados Unidos que asciende a varios miles de millones de dólares y que beneficia económicamente al Gobierno de Tel Aviv en la construcción de más colonias.
No se puede negar la clara voluntad de Obama de hacer frente a la crisis de Oriente Medio y de mejorar la relación con los musulmanes, pero ésta tendría que ir ligada al establecimiento de una nueva postura tras la salida de los neoconservadores de la Casa Blanca. Por ello, existe una verdadera necesidad de cambiar la mente neoconservadora y empezar a tratar desde otra perspectiva el conflicto palestino-israelí o las relaciones árabe-islámico-americanas fuera de EE UU, especialmente en Oriente Medio.
Es cierto que hoy día la presión continua de Obama sobre Israel para forjar un proceso de paz se está produciendo en vísperas de un diálogo entre EE UU e Irán en el que se comprobará la implicación de Teherán en el abandono de su programa nuclear sin necesidad de recurrir a otras medidas. Es por esto por lo que Israel debería detener la construcción de nuevos asentamientos y aceptar establecer negociaciones directas con los países del mundo árabe sin poner en peligro a la Administración norteamericana en sus primeros meses de mandato. Unos primeros meses en los que se ha producido una leve renovación de sus planteamientos.
Actualmente, se puede afirmar que la política de Obama se basa, en realidad, en lo que ya hicieron sus predecesores para lograr la paz en Oriente Medio y en la insistencia en dos asuntos importantes como son los mecanismos de negociación y el papel de Estados Unidos como intermediario honrado entre el resto de interlocutores. Sin embargo, después de varias rondas de negociaciones aún no se ha llegado a un acuerdo y no ha vuelto a ser necesario para los estadounidenses, ni para otros colectivos implicados, invertir su tiempo en las negociaciones. Pero ahora, en la situación actual, sí que es necesario alcanzar una resolución. La solución definitiva se encuentra en el acuerdo y en las intensas negociaciones de Taba. Posteriormente, será necesario darse prisa en aplicar los pasos establecidos para llegar a una solución final y ejecutar éstos en un período que no sobrepase los dos o cuatro años para que el cambio se produzca dentro del primer mandato del presidente Obama. Aunque sea muy probable una reelección como ha ocurrido con presidentes anteriores, siempre puede darse una excepción.
Sin embargo, estos mensajes no han renunciado a los fundamentos de la política de EE UU hacia Oriente Medio. Obama ha subrayado desde un principio la necesidad de resolver la situación en Irak siguiendo las directrices marcadas por la anterior administración estadounidense sin hacer mención a una retirada inminente de las tropas e insistiendo en aplicar el plan aprobado por su predecesor, Bush, que consistía en la eliminación total del extremismo y de aquellos grupos considerados por EE UU como extremistas. Es decir, la liquidación total de los talibanes y Al-Qaida. Si observamos, podemos comprobar cómo el tono de Obama a la hora de tratar la cuestión del extremismo no dista mucho de la perspectiva de su predecesor. Cabe recordar que el ex presidente Bush justificaba estas políticas, cuyo único fin ha sido siempre el uso de la fuerza, para lograr llevar a cabo sus intereses bajo una falsa apariencia de salvadores del mundo. En esta misma línea, Obama no proporciona una definición clara de lo que él denomina ‘extremismo’, ni especifica las características y particularidades de estos grupos. No sabemos, por tanto, si sólo Al-Qaida y los talibanes entran en esta definición o si deberían incluirse otros muchos grupos que llevan a cabo asesinatos de diversa índole en distintas partes del mundo.
Es por tanto evidente que los discursos de Obama al mundo musulmán sobre el extremismo fueron efímeros, fugaces y próximos a lo ya planteado por Bush. En su mención al derecho de los palestinos a establecer su propio Estado, Obama no se distanció de la idea del anterior Gobierno estadounidense salvo en su rechazo a las políticas expansionistas de Israel por medio de la construcción de nuevos asentamientos. Por el contrario, no habló nunca de una posible reducción de la ayuda a Israel ofrecida por Estados Unidos que asciende a varios miles de millones de dólares y que beneficia económicamente al Gobierno de Tel Aviv en la construcción de más colonias.
No se puede negar la clara voluntad de Obama de hacer frente a la crisis de Oriente Medio y de mejorar la relación con los musulmanes, pero ésta tendría que ir ligada al establecimiento de una nueva postura tras la salida de los neoconservadores de la Casa Blanca. Por ello, existe una verdadera necesidad de cambiar la mente neoconservadora y empezar a tratar desde otra perspectiva el conflicto palestino-israelí o las relaciones árabe-islámico-americanas fuera de EE UU, especialmente en Oriente Medio.
Es cierto que hoy día la presión continua de Obama sobre Israel para forjar un proceso de paz se está produciendo en vísperas de un diálogo entre EE UU e Irán en el que se comprobará la implicación de Teherán en el abandono de su programa nuclear sin necesidad de recurrir a otras medidas. Es por esto por lo que Israel debería detener la construcción de nuevos asentamientos y aceptar establecer negociaciones directas con los países del mundo árabe sin poner en peligro a la Administración norteamericana en sus primeros meses de mandato. Unos primeros meses en los que se ha producido una leve renovación de sus planteamientos.
Actualmente, se puede afirmar que la política de Obama se basa, en realidad, en lo que ya hicieron sus predecesores para lograr la paz en Oriente Medio y en la insistencia en dos asuntos importantes como son los mecanismos de negociación y el papel de Estados Unidos como intermediario honrado entre el resto de interlocutores. Sin embargo, después de varias rondas de negociaciones aún no se ha llegado a un acuerdo y no ha vuelto a ser necesario para los estadounidenses, ni para otros colectivos implicados, invertir su tiempo en las negociaciones. Pero ahora, en la situación actual, sí que es necesario alcanzar una resolución. La solución definitiva se encuentra en el acuerdo y en las intensas negociaciones de Taba. Posteriormente, será necesario darse prisa en aplicar los pasos establecidos para llegar a una solución final y ejecutar éstos en un período que no sobrepase los dos o cuatro años para que el cambio se produzca dentro del primer mandato del presidente Obama. Aunque sea muy probable una reelección como ha ocurrido con presidentes anteriores, siempre puede darse una excepción.
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