15 may 2014

Soy un hombre de Pluma en Poza Rica, Veracruz


Invitación:Este viernes 16 de mayo de 2014, a las 18 horas se presentará el libro: “Soy un hombre de pluma y me llamo Renato (Leduc)”,  Coords. Fred Alvarez y José Alcaraz, ED. Artes e Historia de México, 2013.
La cita:  Boulevard Adolfo Ruíz Cortines 306, Colonia Obras Sociales, Poza Rica, Veracruz-Llave.
Salas 1 y 2 de videoconferencias USBI
Vicerrectoría Poza Rica- Tuxpan.
Universidad Veracruzana.
En el libro se rescata la voz poética y periodística de Renato Leduc, también algunos pasajes de su vida.  Escriben amigos- poeta y periodistas- como  Humberto Musacchio, Gonzalo Martré, Jorge Meléndez Preciado, Raúl Casamadrid, Roberto López Moreno, Oralba Castillo. Hay una entrevista con el veracruzano Pancho Liguori.
Renato Leduc fue uno de los participantes en la vida bohemia de México. Se sentaba a la mesa de una cantina a departir con los amigos de cultura, de la Fiesta Brava y de la vida. Fue así como surgieron muchos de sus poemas; su conocido soneto “Tiempo”, fue musicalizado e interpretado a dúo por José José y Marco Antonio Muñiz
“...Amar queriendo como en otro tiempo
-ignoraba yo aún que el tiempo es oro-
cuánto tiempo perdí -ay- cuánto tiempo....”Leduc.
**
Introducción/José Falconi
Renato Leduc, desocupado lector (esto de “desocupado” no te lo tomes muy a pecho, es tan sólo retórica cervantina), es el motivo del presente libro.  Un hombre que pasó por su tiempo con la sabia virtud de conocerlo y, por ende, dejando huella profunda en el periodismo, la poesía y aún la vida en sus inmediaciones, en sus lindes, con la leyenda urbana. Si bien él, más allá del mito o la leyenda, ocupa un lugar ganado a pulso, siempre en buena lid, en la historia social, política y cultural de: “Este México triste que me duele / en su alegría y en su desventura”, para decirlo citando a otro grande tan injusta y lamentablemente olvidado: Juan Bautista Villaseca, que en más de una ocasión se bebió un trago con Renato, el poeta.
En este libro encontrarás, escritas con la tinta de la reflexión, la evocación, la nostalgia e inclusive el jugueteo lúdico, diversas imágenes del poeta y periodista (incluyendo una cálida charla de Teresa Blanco con Patricia Leduc, hija de nuestro personaje) que murió como un árbol viejo, lleno de retoños: sus versos, su prosa, sus amigos, su progenie, sus anécdotas radicalmente humanas y, por lo mismo, hechizantes como el saludo a don Benito Juárez en la Alameda Central de la ciudad de México. Anécdota casi surrealista, narrada en este libro por el poeta Roberto López Moreno, en la que también participa otra de las figuras señeras de nuestro periodismo, pero también de nuestra literatura pues fue un muy apreciable cuentista y ensayista, don José Alvarado Santos.
La vida y la obra de Renato Leduc, la poética, la narrativa, la periodística, atraviesa los diversos ámbitos geográficos e históricos de México y aún del mundo, verbigracia: los desiertos del Norte y la revolución villista; París y la ocupación nazi; la tragedia de los campesinos henequeneros de Yucatán; así como las ciudades — privilegiadamente la gran metrópolis del Distrito Federal— cifrando en un lenguaje potente, revelador, las luces y oscuridades que nosotros, los habitantes de estos ámbitos hemos construido para nuestro bien o nuestro mal. Y Renato Leduc escribió (escribe pues mientras se multipliquen sus lectores su obra estará anclada a un presente perfecto) haciendo uso de locuciones siempre bien ceñidas a sus intenciones periodísticas, narrativas o poéticas: intenciones de denuncia, celebración, crítica o parodia. Así pues, sus ritmos son diversos: ritmo privado o ritmo público; ritmo corporal o ritmo social; ritmo natural o ritmo educado, de artificio. En fin, lo que sin duda hay en la amplia obra de Leduc, es una pasión ciudadana por el diálogo; él, el ciudadano, el individuo social Renato Leduc siempre quiso situarse frente al otro (o los otros) para fraternalmente ofrecernos su sabiduría, sus verdades líricas, sus poemas que se amarran al oído, su fuego interno y aún la voz de aquellos que llamamos pueblo.
Renato Leduc fue un hombre sabio que sabía que la sabiduría no consiste en saber mucho o más que los otros, sino en saborear de mejor manera la vida. La vida y sus, para él, fuegos encendidos, chisporroteantes, que siempre hallaron cabida en sus vocablos, en sus voces que a veces fueron como harapos de arrabal, y en otras ocasiones, el más refinado descubrimiento literario.

En este instante estás a punto de adentrarte en las páginas de este libro. Te recomiendo que comiences por los poemas y las fabulillas. A poco de leer te darás cuenta que para el hombre de pluma que fue Renato, la poesía era como un juguete para un niño. Tenía, sí, un sentido crítico de la realidad, pero siempre lúdico. El símil es más que conocido: el poeta es como un niño, y ambos, poeta y niño, al cambiar la realidad a través del juego (del poema) realizan su más aguda y certera crítica.
Sobre este asunto de la poesía, cabe decir que Renato Leduc fue siempre un poeta del tiempo, y no lo digo por ese su soneto en que lo canta; sin duda el más conocido de sus poemas pero no necesariamente el mejor, ni en factura ni en lirismo. Y es interesante advertir que este famoso soneto no surgió de una necesidad del yo lírico del poeta, sino como respuesta a un reto de un condiscípulo de la preparatoria. En su texto Fred Álvarez da cuenta de este asunto.
Leduc fue un poeta que cargó de poesía (de corazón) el calendario. Es decir, como gran conocedor de la cultura clásica griega, sabía que los días, para ser en verdad los días humanos, los días de nuestra historia inclusive emocional, imaginativa e inconsciente, deben contener el fluir de los entes y de las cosas como diría Teócrito de Siracusa, poeta jónico.  Y eso precisamente hay en su poesía: la diástole y la sístole de la compleja realidad que lo habitó y que habitó. Fue un poeta (y un periodista, porque lo aquí dicho para la poesía puede aplicarse a sus afanes periodísticos) que para expresar la pluralidad de ese fluir de entes y cosas no dudó en romper las vajillas del buen decir.
También se vale que, como persona sensata, comiences a leer este libro por el principio y cuando llegues a los textos de Leduc tengas ya datos, señales, indicios y hasta diagnósticos emocionales de este “pararrayos celeste” —como diría Darío y, como bien se sabe, hay que oír a Darío— que fue Renato y, así, degustes mejor sus letras. Las dichas noticias (datos, señales, indicios, diagnósticos emocionales) te serán dadas por las calificadas, expertas y afinadas plumas (permítaseme la metáfora, aunque ya sólo se escriba en computadora) de Humberto Musacchio, Angélica Galicia, Gonzalo Martré, Vicente Quirarte, Fred Álvarez Palafox, y los ya mencionados Roberto López Moreno y Teresa Blanco.

Las voces de Renato Leduc, la poética y la periodística, persisten, sobreviven y seguirán llegando hasta nosotros con su emocionada carga de proximidad, porque cifran realidades emocionales que son parte orgánica de la idiosincrasia mexicana, o bien porque versan sobre taras —sociales, políticas, culturales— aún insuperadas en este nuestro maravilloso y, en veces, tan triste, tan ofendido país.
Renato Leduc, bien podría signar estas palabras de Acolmiztli Nezahualcóyotl: soy poeta y mi canto vivirá en la tierra. Y para terminar vaya, en modesto homenaje, un soneto, forma poética que él tanto cultivó, y que en este momento escribo a su memoria:

Renato Leduc reflexiona desde la muerte/José Falconi
Así mi canto vivirá en la tierra.
Cuando menos irá de calle en calle
y un nocturno bohemio talvez halle
cómo sonó mi sangre. Desentierra
ya del polvo del tiempo mi parcela
de amargura y placer. El noctívago
—y su violín de triste y dulce amago—,
cuando mi canto es todo lo que vuela
me restituye al tiempo. Me da al frío
y a blanca primavera sin destino,
despierta mis recuerdos y tristezas
y del mar de la muerte me hace río,
un poeta otra vez en desatino.
Vida amotinada. Sueño que empieza.

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