Revista
Proceso
No.1986, 22 de noviembre de 2014.
Las
rutas marítimas de la coca/Ana Lilia Pérez
La
armada invencible del presente siglo está integrada por narcotraficantes, buena
parte de los cuales son mexicanos. Buques con toneladas de polvo blanco bogan
por el Pacífico y por el Atlántico, por el Mediterráneo y por la cuenca del
Amazonas. Poco conocido, este fenómeno es analizado a profundidad por la
periodista Ana Lilia Pérez en su nuevo libro, Mares de cocaína, que saldrá a la
circulación en estos días. Con permiso de la editorial Grijalbo, aquí se
adelantan fragmentos sustanciales de este reportaje.
Su
emporio se forjó tras la detención de Miguel Ángel Félix Gallardo –en 1989–,
iniciador del Cártel de Guadalajara, y se expandió a partir de que el tío
político de los Arellano, Jesús Labra Avilés, Chuy Labra, lugarteniente de
aquél en Tijuana, les heredó la plaza. Aunque de uno y otro aprendieron las
negociaciones con sus proveedores de cocaína colombianos, fueron ellos los que,
con sus delegados, estrategas y colaboradores expertos hicieron de esa
franquicia un negocio multimillonario capaz de comprar los servicios y la
protección de todo tipo de autoridades: desde los policías de a pie hasta los
altos mandos de la milicia mexicana y, en el sector náutico, autoridades
civiles y navales, durante más de 20 años, concretamente hasta 2006, cuando se
dio la captura de Francisco Javier Arellano Félix, El Tigrillo.
Los
remanentes del Cártel de Tijuana y otras organizaciones criminales que trafican
drogas hacia Estados Unidos por el Pacífico norte mexicano aún utilizan esas
mismas rutas, con el mismo modus operandi –que replicaron sus principales
opositores y acérrimos enemigos, como los del Cártel de Sinaloa–, y los últimos
herederos de aquéllos siguen cobrando derecho de piso a los traficantes. En
diciembre de 2006, cuando Felipe Calderón Hinojosa anunció su guerra contra el
narcotráfico, los informes del gabinete de seguridad identificaban al Cártel de
Tijuana, junto con el del Golfo y el de Sinaloa, como las tres organizaciones
más poderosas que operaban en México, los dos primeros, férreos antagonistas
del tercero, por lo menos hasta febrero de 2014, cuando su comandante, Joaquín
Guzmán Loera, fue reaprehendido, luego de 13 años en fuga.
Aun
con sus líderes originales presos, como Benjamín, Francisco Javier y Eduardo, o
muertos, como Ramón (en 2002) y Francisco Rafael Arellano (en 2013), la
organización criminal de los sinaloenses Arellano se identifica en el ámbito
náutico como una de las que desde mares y puertos del Pacífico mexicano, si
bien ahora asociada con otros grupos, aún trafica fuertes cantidades de
embarques de droga.
Pese
a la guerra oficial de Felipe Calderón, los Arellano –la Organización Arellano
Félix (OAF), como la denominó la Administración Federal Antidrogas (DEA)–
sobrevivieron, como los demás cárteles mexicanos. En la actualidad, varios
documentos oficiales del FBI de Estados Unidos consignan la posibilidad de que
Enedina Arellano, contadora pública de carrera, opere como cerebro de la
organización. Desde 2008 su hijo Luis Fernando Sánchez Arellano, El Ingeniero o
El Alineador, había tomado el control como el heredero del cártel fundado por
sus tíos, organización criminal en la que estaba activo, pero con un “bajo
perfil” por lo menos desde 2002, según indagatorias oficiales del gobierno
mexicano. Aunque en junio de 2014 Luis Fernando Sánchez Arellano fue detenido
en un restaurante en Tijuana (mientras veía el partido de la Selección Mexicana
contra Croacia en el Mundial de Brasil), bajo los cargos de narcotráfico,
extorsión, secuestro y homicidio, siguen en pie algunos de sus negocios y
empresas fachada que lavan dinero, de modo que el rastro Arellano se percibe por
las líneas que la cocaína deja en su tránsito por el Pacífico.
El
paralelo 10, la autopista de los narcos
Comienza
10 grados al norte del plano ecuatorial de la Tierra. Desde su zona cero, en el
continente Americano (considerando que Sudamérica es la zona cero de la
cocaína), si se recorriera en dirección este como autopista en línea recta,
cruzaría Costa Rica, Colombia, Venezuela, Guinea, Costa de Marfil, Burkina
Faso, Ghana, Togo, Benín, Nigeria, Camerún, Chad, República Centroafricana,
Sudán, Etiopía, Somalia, India, Birmania, Tailandia, Vietnam, Filipinas y
Micronesia hasta las Islas Marshall, en el punto más remoto del Pacífico. Es el
paralelo 10.
A
este vasto punto lo bañan tres océanos: el Pacífico, el Atlántico y el Índico,
y numerosos mares y bahías de los cinco continentes. Porque esta ruta marítima
ofrece un amplio abanico de posibilidades para viajar hacia cualquier lugar del
mundo por aguas con escasa vigilancia y mínimas posibilidades de detención, es
la favorita de los narcotraficantes.
Gracias
a esta vía, los narcotraficantes mexicanos –con sus socios colombianos,
gallegos e italianos– han conquistado regiones tan distantes como Australia y
las lejanas Islas Marshall, o se han entronizado –en conexión con grupos
delictivos de Mozambique, Congo, Ghana, Nigeria y los llamados señores de la
guerra–, cual neocolonizadores, en países africanos que apenas hace una década
no sabían lo que era la cocaína y hoy, con el poder inconmensurable que a las
mafias les da el dinero y la capacidad de corromper, sobornar, comprar
voluntades, gobiernos, empresas, sociedades, son narcoestados.
En
virtud de esta ruta marítima las líneas de la blanca cocaína, el codiciado
polvo sudamericano, se extienden con la misma fiereza de un kraken. Y es que,
en sentido figurado, eso es lo que hoy hacen las mafias con la industria
náutica: su poder corruptor es como los tentáculos del animal fantástico que
atrapan y destrozan tierras, corrompen sociedades, pudren pueblos. Cualquier
intento gubernamental por frenarlos, ya sea con operativos, vigilancia, trabajo
de inteligencia o eventuales detenciones, semeja la lucha de un marino contra
la poderosa Hidra, el despiadado monstruo acuático que en su imaginario
conocieron los griegos.
La
narcorruta conocida como Autopista 10 comenzó a utilizarse hace poco, en 2004,
ante el reforzamiento de la vigilancia en las zonas marítimas del Atlántico
norte que los traficantes transitaron libremente durante años para llevar la
cocaína de manera directa a Europa. Los eventuales operativos antidrogas
obligaron a los traficantes a buscar alternativas para llegar a puertos de su
interés y, además de continuar abasteciendo ese mercado exponencial que hoy es
más importante que el norteamericano –no sólo porque el consumo de droga en el
viejo continente, propiamente sin fronteras, va al alza, sino porque el importe
económico de sus ganancias está relacionado directamente con el valor del euro:
mucho más alto que el dólar estadunidense–, distribuir droga en otras regiones
de la Eurafrasia, o el llamado continente Euroasiáticoafricano, donde vive 85%
de la población mundial, entre ellos potenciales consumidores de
estupefacientes. Los datos duros de la ONU dicen que sólo Europa central
representa una cuarta parte del consumo mundial de cocaína, mientras que otras
partes que van ganando importancia son, precisamente, África y Asia.
Siempre
un paso adelante que cualquier gobierno, los narcotraficantes trazaron en las
cartas náuticas esta nueva ruta.
África,
de los narcos gallegos
a
los neocolonizadores mexicanos
En
la Biblioteca Nacional de Sudáfrica, en Cape Town (Ciudad del Cabo), se
conserva un libro sin igual: el primero en el que, en el siglo XVI, un holandés
describía las pioneras incursiones marítimas de Europa a las costas africanas,
la zozobra en cubierta de los galeones con los fieros tifones y la flora y
fauna que hallaban a su paso. Estas crónicas precederían a la travesía que
comandó el holandés Jan van Riebeeck con sus cinco barcos: Reijer, Dromedaris,
Goede Hoop, Oliphant y Walvisch, quien el 6 de abril de 1652 creó el primer
asentamiento holandés en la actual Ciudad del Cabo y lo fortificó como estación
de abastecimiento para las rutas comerciales de la Compañía Neerlandesa de las
Indias Orientales.
Peter
Axel, que fue restaurador de esa biblioteca durante varios años, me dice que
ése acaso sea el libro más impresionante escrito sobre las primeras
exploraciones marítimas hacia África, y uno de los que mayor impacto le ha
provocado, lo cual debe ser mucho, porque este alemán, en sus 30 años como
restaurador de libros, ha tenido entre sus manos muy valiosos y raros
ejemplares, algunos tan antiguos como una obra hebrea escrita en Babilonia 500
años antes de Cristo o los valiosos Humboldt, ejemplares de un contado tiraje en
los que el célebre naturalista alemán invirtió su fortuna para inmortalizar en
papel, con láminas y preciosos grabados entintados a mano, la descripción de
afluentes, flora y fauna que hallaba en sus viajes por México y Sudamérica,
incluida la hoja de coca que los nativos masticaban con vehemencia.
En
aquel libro del siglo XVI se describe el asombro que causaba a los navegantes
descubrir las tierras africanas, que pronto serían una mina de oro para Europa,
como ocurrió también con América. En el mundo náutico ese libro despertó un
interés semejante al que provocaron años atrás los de Peter Apianus (el
cartógrafo, geógrafo y astrónomo que escribió que la cola de los cometas apunta
siempre en dirección contraria al sol), en cuyos planteamientos astronómicos se
apoyaban los navegantes para sus cartografías y sus cálculos de navegación en
viajes transoceánicos. Remoto siglo de las primeras colonizaciones europeas,
hoy reproducidas por los narcotraficantes.
A
mediados de los años noventa, antes de que existiera la Autopista 10, algunos
capos españoles se asentaron en Mali, Togo y Senegal para, desde allí,
coordinar sin riesgo sus negocios. Como hicieran antes en Galicia, crearon
negocios fachada para operar “importaciones” y “exportaciones”, y, al mismo
tiempo, lavar su dinero –por ejemplo, uno de esos traficantes era un expolicía
español que financiaba equipos de futbol africanos y la compraventa de
jugadores a equipos europeos–; luego llegaron sus socios colombianos y, más
tarde, los mexicanos, para surtir ese mercado euroasiáticoafricano ansioso de
polvearse las narices.
La
influencia del mexicano Cártel de Sinaloa en Guinea Bissau quedó al descubierto
tras seguirle los pasos a Carmelo Vázquez Guerra, un hombre con pasaporte
venezolano que en abril de 2006 había sido detenido en el pequeño aeropuerto de
Ciudad del Carmen, la petrolera isla del Golfo de México, conexión insular con
la Sonda de Campeche, donde aterrizó una aeronave DC-9 con cinco toneladas de
cocaína. Señalado como operador del Cártel de Sinaloa, fue detenido en sus
operaciones de traslado de cargamentos a Guinea, y entonces se requirió su
extradición, pero no había un acuerdo de tal naturaleza entre los dos países.
En
2013 el semanario alemán Der Spiegel publicó cómo el Cártel de Sinaloa también
tiene el continente Africano como escala para vuelos que transportan droga de
América a Europa, y refirió que desde Guinea se recargan de combustible
aeronaves que no pueden completar un vuelo trasatlántico. Hoy este cártel es
una de las principales mafias que operan en Guinea. La otra son Los Zetas.
También la DEA estadunidense refiere los nexos entre los narcotraficantes
mexicanos con grupos criminales de Guinea, Mozambique, Congo, Ghana y Nigeria.
En
los mares de la Autopista 10 es evidente la neoconquista de mafiosos mexicanos,
sudamericanos y socios europeos que transportan drogas por las rutas donde el
mítico doctor británico David Livingstone cruzó África de costa a costa.
Conocí
en México la historia de Joao, un niño de 11 años de edad, cuya familia fue
masacrada en Guinea Bissau, en una de las tantas y violentas acciones durante
la guerra civil y la represión militar; él, único sobreviviente de aquella
masacre, huyó a pie como polizón de camiones, trenes y barcos, hasta la Ciudad
de México, con miras a viajar a Nueva York, donde vivía el único pariente que
le quedaba vivo. Sin que supiera más que su lengua materna y sin una moneda en
el bolsillo, en una travesía extraordinaria cruzó medio mundo. En la Ciudad de
México, deambulando en las calles, encontró un alma samaritana que lo llevó al
refugio de una organización no gubernamental, donde permaneció varias semanas
en espera de continuar su viaje a Estados Unidos. Entre los huéspedes de aquel
refugio, Joao era el más ordenado. Apenas veía la luz del sol, saltaba de la
cama y, meticulosamente, doblaba sus cobijas, hasta que, cansado de esperar un
apoyo del ACNUR, que nunca llegó, se puso sus tenis y siguió su peregrinar.
Si
él, inerme, viajó hasta ese lado del mundo, por qué no habrían de hacerlo en
sentido contrario los cargamentos de droga de las mafias mexicanas. Su poderío
se expande hasta las convulsas aguas donde, en pleno siglo XXI, resurgió la
piratería moderna, azote de los navíos en mares de Mogadiscio a Cabo Verde,
tierra virgen para cooptar halcones.
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