La
piel y la entraña del periodista/PATRICIA
DÁVILA
Revista Proceso No. 1993, 10 de enero de 2015
El
encuentro con Sandra Ávila Beltrán, conocida como La Reina del Pacífico, dejó
en Julio Scherer García una huella que rebasó lo profesional. Así me lo confió
él en alguna plática, cuando me invitaba un café en un establecimiento cerano a
la redacción de Proceso.
Como
lo narra en su libro La Reina del Pacífico: es la hora de contar, los
encuentros con Ávila se dieron en el Penal de Santa Martha Acatitla, adonde
ingresó tras ser detenida el 28 de septiembre de 2008. Una vez realizada la
primera entrevista, inició una mutua seducción, involuntaria.
Maestro
en ese arte, adorador de todas las mujeres, a quienes trató siempre como a
seres divinos, a Sandra Ávila también la conquistó. Conforme se sucedían las
entrevistas, don Julio se sentía en deuda con las reclusas del penal que le
abrió sus puertas. Él trataba de retribuirlas llevando cobijas, alimentos, algo
de utilidad. Y así fue conquistando el corazón y la voluntad de La Reina. Con
la publicación del libro, las visitas de Scherer al penal ya no tenían razón de
ser, pero continuaron. Ella, vencida por su carisma, siempre le pedía regresar.
No muy convencido, él tuvo que tomar una decisión: su labor como periodista
había concluido. No volvería a visitarla más.
u
u u
Ingresé
a la revista Proceso en julio de 1989 gracias a Rafael Rodríguez Castañeda,
entonces jefe de redacción y actualmente director. Fui privilegiada. Allí
permanecí por cerca de 14 años. En los siguientes cuatro mantuve contacto profesional
y eventualmente se me publicaba algún texto. En enero de 2007, Rodríguez
Castañeda me dio la oportunidad de regresar.
Por
razones que nunca me aclaró, a don Julio mi retorno no le agradó mucho. Aunque
siempre fue correcto y respetuoso, su trato era frío. En septiembre del mismo
año se suscitó un cambio en nuestra relación, cuando Proceso publicó mi
reportaje con el encabezado: Boda en Durango. El Chapo y Emma. La revista salió
el domingo 16; a las ocho de la mañana siguiente mi amigo Antonio Jáquez,
asesor de don Rafael, me llamó por teléfono: “Patricia, te quieren hablar”.
Para mi sorpresa, era don Julio, quien preguntó: “Señora, ¿cuánto se tarda en
llegar?”. Le contesto que unos 30 minutos. “Le doy 15”, dijo imperativo.
Parecía
imposible llegar. Tomé un taxi. Voló. Iba temerosa.
En
la sala de juntas estábamos los tres. Habló don Julio: “Doña Patricia, estoy
encantado. Me gustó su trabajo, y mucho”. Tomó mi mano y la besó. Descansé. Fue
el parteaguas de una relación inolvidable que agradezco a la vida.
Después
de que se publicó la nota sobre la boda del Chapo, unos sujetos irrumpieron a
mi casa en Durango y se llevaron viejos archivos. Don Julio ofreció seguridad
para mi familia y para mí. Le agradecí, pero le dije que para mi familia eso
significaría vivir en prisión. Estuvo de acuerdo. A cambio, don Rafael se
entrevistó con el entonces gobernador Ismael Hernández Deras.
Días
después, en el mismo estado asesinaron a uno de los editores del periódico El
Correo de la Montaña, editado en el municipio de Canelas, a quien hice
referencia en la nota sobre el matrimonio. Desaparecieron al secretario
municipal e intentaron levantar al alcalde, quien logró huir. Algunos medios
estatales relacionaron estos hechos con la publicación de Proceso. Era falso,
porque nunca entrevisté a esas personas para mi nota, pero estaba impactada.
Lloraba.
Don
Julio se dio cuenta y empezó a invitarme al café, alguna vez a caminar por el
Parque Hundido. Me terapiaba: “Nada de lo sucedido es su responsabilidad”. Y
remataba: “Los reporteros cumplimos la función de informar”.
También
me habló de cuando él se sintió perseguido, como los tiempos “dolorosos” en que
Echeverría lo hizo expulsar de Excélsior. Confesó que estuvo a punto de optar
por la muerte, pero se contuvo por su mujer, Susana, y sus hijos. Como me vio
sorprendida, sonrió y me confió cosas más personales, como sus
arrepentimientos.
Días
después llegó hasta mi escritorio con dos ejemplares de su libro sobre La Reina
del Pacífico, me los obsequió. Uno me lo dedicó Sandra Ávila y el otro don
Julio. La dedicatoria de él refrendó nuestra reconciliación: “Doña Patricia:
que conste: nos queremos y habremos de querernos mucho más. Julio. Agosto de
2008”. Así fue.
Días
después, frente a una taza de café, me explicó que Sandra Ávila me dedicaba el
libro porque él le habló de mi interés en sus encuentros. Seguimos platicando
sobre La Reina y El Chapo. Al despedirnos le dije que mi preferido entre sus
libros es La piel y la entraña, sobre David Alfaro Siqueiros, que presté y nunca
recuperé. Me dice que también es su predilecto, con El indio que mató al padre
Pro. Posteriormente me regaló una vieja edición de La piel y la entraña.
u
u u
En
febrero de 2011 otro de mis trabajos lo conmovió: Si me matan, me harían un
favor. Es la historia de don Polo, un duranguense al que mataron cuando buscaba
a su hijo secuestrado. Don Julio me preguntó si sabía más de él. Nada, admití.
Y
le relaté que una mañana recibí la llamada de Karina Ureña, recepcionista de
Proceso, quien me dijo que un señor pedía hablar conmigo. Cuando llegué, Karina
me explicó que don Polo llevaba un papel con dos nombres anotados, el de
Marcela Turati y el mío. Le pidió que decidiera con cuál reportera quería
hablar y él optó por mí. Después don Polo me contó que a Marcela se la sugirió
alguien de Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, “pero a usted la he leído”, dijo,
mientras su acompañante mostraba un ejemplar de Proceso. Era normal. Turati
tenía poco de colaborar en la revista. Así que me tocó escribir aquel
reportaje.
“Es
una gran historia; debe de estar orgullosa”, comentó. Le dije que mis
sentimientos eran encontrados: me daba gusto la repercusión que tuvo pero me
lastimaba que fuera por un tema tan doloroso.
“Mientras
más la conozco, más la quiero, doña Patricia”. Y volvió al caso de don Polo:
“Tiene razón, saber secuestrado a mi hijo Julio es lo peor que he vivido. Pobre
viejo, lloro con él”. Y lloró.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario