La
piel y la entraña del periodista/PATRICIA
DÁVILA
Revista Proceso No. 1993, 10 de enero de 2015
El
encuentro con Sandra Ávila Beltrán, conocida como La Reina del Pacífico, dejó
en Julio Scherer García una huella que rebasó lo profesional. Así me lo confió
él en alguna plática, cuando me invitaba un café en un establecimiento cerano a
la redacción de Proceso.
Como
lo narra en su libro La Reina del Pacífico: es la hora de contar, los
encuentros con Ávila se dieron en el Penal de Santa Martha Acatitla, adonde
ingresó tras ser detenida el 28 de septiembre de 2008. Una vez realizada la
primera entrevista, inició una mutua seducción, involuntaria.
Maestro
en ese arte, adorador de todas las mujeres, a quienes trató siempre como a
seres divinos, a Sandra Ávila también la conquistó. Conforme se sucedían las
entrevistas, don Julio se sentía en deuda con las reclusas del penal que le
abrió sus puertas. Él trataba de retribuirlas llevando cobijas, alimentos, algo
de utilidad. Y así fue conquistando el corazón y la voluntad de La Reina. Con
la publicación del libro, las visitas de Scherer al penal ya no tenían razón de
ser, pero continuaron. Ella, vencida por su carisma, siempre le pedía regresar.
No muy convencido, él tuvo que tomar una decisión: su labor como periodista
había concluido. No volvería a visitarla más.
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Por
razones que nunca me aclaró, a don Julio mi retorno no le agradó mucho. Aunque
siempre fue correcto y respetuoso, su trato era frío. En septiembre del mismo
año se suscitó un cambio en nuestra relación, cuando Proceso publicó mi
reportaje con el encabezado: Boda en Durango. El Chapo y Emma. La revista salió
el domingo 16; a las ocho de la mañana siguiente mi amigo Antonio Jáquez,
asesor de don Rafael, me llamó por teléfono: “Patricia, te quieren hablar”.
Para mi sorpresa, era don Julio, quien preguntó: “Señora, ¿cuánto se tarda en
llegar?”. Le contesto que unos 30 minutos. “Le doy 15”, dijo imperativo.
En
la sala de juntas estábamos los tres. Habló don Julio: “Doña Patricia, estoy
encantado. Me gustó su trabajo, y mucho”. Tomó mi mano y la besó. Descansé. Fue
el parteaguas de una relación inolvidable que agradezco a la vida.
Después
de que se publicó la nota sobre la boda del Chapo, unos sujetos irrumpieron a
mi casa en Durango y se llevaron viejos archivos. Don Julio ofreció seguridad
para mi familia y para mí. Le agradecí, pero le dije que para mi familia eso
significaría vivir en prisión. Estuvo de acuerdo. A cambio, don Rafael se
entrevistó con el entonces gobernador Ismael Hernández Deras.
Días
después, en el mismo estado asesinaron a uno de los editores del periódico El
Correo de la Montaña, editado en el municipio de Canelas, a quien hice
referencia en la nota sobre el matrimonio. Desaparecieron al secretario
municipal e intentaron levantar al alcalde, quien logró huir. Algunos medios
estatales relacionaron estos hechos con la publicación de Proceso. Era falso,
porque nunca entrevisté a esas personas para mi nota, pero estaba impactada.
Lloraba.
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