La
entrevista que sí fue/RODRIGO
VERA
Proceso 1993, 10 de enero de 2015
“¡Ya
váyase, don Rodrigo, ya váyase! ¿Qué sigue haciendo aquí?”, me presionaba, en
agosto de 1992, don Julio Scherer para viajar a Brasil y entrevistar al
escritor brasileño Jorge Amado con motivo del homenaje nacional que se le hacía
por sus 80 años.
–Estoy
juntando información, don Julio. Y trato de agendar la entrevista desde México
para ir a lo seguro –me defendía, balbuciente.
–¡Déjese
de tonterías, don Rodrigo! ¡Eso lo hace allá! ¡Váyase! ¡Láncese al ruedo!
Impaciente,
don Julio estaba sentado en la pequeña terraza de su oficina que da a la calle
de Fresas. Daba sorbos a un vaso de agua que tenía sobre la mesa de jardín. Se
le había metido en la cabeza hacerle una larga entrevista al entonces principal
exponente de las letras brasileñas, autor de novelas tan exitosas como Doña
Flor y sus dos maridos, Tieta de Agreste y Gabriela, clavo y canela.
Estaba
entusiasmadísimo el director de Proceso con esa entrevista. Me apretaba el
brazo y, obsesivo como siempre, me recomendaba una y otra vez:
“No
deje de preguntarle a Jorge Amado sobre sus aspiraciones al Nobel de
Literatura. Pregúntele sobre su militancia de izquierda, sobre su amistad con
Jean Paul Sartre y Fidel Castro, sobre la gran difusión de su obra en América
Latina. Aborde el homenaje nacional que le están haciendo. Acuérdese: es una
entrevista para la sección de Cultura”.
Por
órdenes de don Julio, ese mismo día me dieron el boleto de avión para salir al
día siguiente a Salvador, Bahía, donde residía el homenajeado y se efectuaban
los principales actos del festejo.
Bañada
por el océano Atlántico, la ciudad colonial de Salvador estaba de fiesta.
Retumbaba el sonido de tambores día y noche. Los negros danzantes de capoeira
hacían sus acrobacias en las serpenteantes calles adoquinadas. El picante aroma
de la comida bahiana impregnaba el aire marino. Había actividades culturales y
académicas dedicadas a Jorge Amado. Su imagen aparecía en carteles aquí y allá.
Era un personaje popular y muy querido.
…Pero
también muy asediado en esos días por periodistas de distintos países que, como
yo, habían llegado con la idea de entrevistarlo en exclusiva. En la Fundación
Jorge Amado –una vieja casona pintada de azul y situada en el histórico barrio
de Pelourinho– los asesores de prensa del escritor aclaraban que éste no daría
entrevistas exclusivas, pues le resultarían agotadoras. Se limitaría a dar
algunas ruedas de prensa.
En
una de esas presentaciones públicas, en un auditorio atiborrado donde me tocó
permanecer de pie en la parte de atrás, veía angustiado cómo se me esfumaba la
“entrevista a fondo” que quería don Julio. Apenas alcanzaba a distinguir a
Jorge Amado sentado allá en el estrado. Un sudor frío me empapó la espalda.
–¿De
dónde viene usted?—me preguntó de pronto un señor negro de carnes magras y pelo
canoso. Estaba recargado en la pared del fondo, lo mismo que yo. Le contesté
con franqueza:
–Soy
un periodista mexicano y vine a entrevistar a Jorge Amado. Pero ahorita no da
entrevistas.
El
viejo sonrió y me dijo:
–No
se preocupe. Jorge y yo somos amigos desde que éramos niños. Le voy a pedir que
le dé la entrevista. Déjeme sus datos y yo le doy los míos.
Charlamos
un buen rato. Luego nos tendimos la mano y nos despedimos. No le creí al viejo
el cuento de su entrañable y larga amistad con el escritor. Esa misma noche,
mientras estaba tumbado boca arriba en la cama del hotel, Jorge Amado me
telefoneó personalmente para decirme que me esperaba al día siguiente en su
casa. No daba crédito. Un milagroso golpe de suerte me había salvado.
En
sandalias y con una holgada camisa de flores estampadas, Jorge Amado me recibió
con desparpajo en su casa situada sobre una colina desde la que se dominaba el
mar. Platicamos largamente en la amplia sala, cuyos muros estaban decorados con
viejos mascarones de proa. Después salimos al porche del jardín a tomar café.
Ahí,
el escritor empezó sorpresivamente a echar pestes contra su amigo Fidel Castro.
Se quejó de su desmedida ambición de poder y de que la revolución cubana
desembocó en dictadura. “Una dictadura socialista es siempre peor que una
capitalista”, decía con el dedo índice en alto. Y mencionaba la falta de
libertades democráticas en el régimen castrista, que implementó “una ideología”
impuesta por la Unión Soviética. La entrevista había dado un giro imprevisto.
Al
redactarla comencé con estos reclamos airados a Castro. Dejé para el final el
aspecto literario y cultural. En la mesa de redacción cabecearon así el
reportaje: “Jorge Amado fustiga con desengaño a la revolución cubana”.
Al
regresar a México, Scherer me mandó llamar a su oficina. Pensé que para
felicitarme. Pero no. Estaba molesto.
Cometió
un error, don Rodrigo. Cometió un grave error. Esa entrevista requería un
tratamiento político de principio a fin. Se hubiera centrado en los desacuerdos
con Castro y la revolución cubana. ¡En la ruptura! Salieron sobrando el
homenaje y las cuestiones literarias… ¡Olfato!… ¡Mucho olfato!”, me aconsejó el
siempre exigente Julio Scherer.
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