Revista Proceso No. 1993, 10 de enero de 2015
–¡Qué
carajos con usted, don Carlos! ¡Disfrute su trabajo! Lo perfecto es enemigo de
lo bueno. Haga cosas buenas y disfrute lo que hace. Su perfeccionismo lo
paraliza. Lo hace inútil. ¡Su nota es una chingonería! –me gritó molesto don
Julio Scherer un día de 1986, unos meses después de que se me encargara cubrir
la fuente económica para Proceso.
Me
dejaron mudo su actitud y sus gritos. Yo simplemente reclamaba que los editores
habían cortado párrafos importantes de mi nota.
Pero
así era de explosivo. Radical en el elogio y en el reproche. Nunca medias
tintas. O era uno muy chingón o muy pendejo, como él decía, en función de la
nota publicada.
Un
día de mayo de 1987 me mandó llamar a su oficina. Subí. Toqué la puerta. “No me
chingue, don Carlos, por qué toca, si la puerta está abierta y además yo lo
llamé”. “Perdón, don Julio”.
–Venga,
siéntese aquí –me dijo, al tiempo que se levantaba y me cedía su silla.
Incrédulo
y nerviosísimo me senté en el lugar del fundador y director general de Proceso.
¡Uf! Perplejo, lo escuché:
–Por
ese reportaje usted podría estar allí (en la silla de director).
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