La
obra editorial de Julio Scherer*/Miguel Angel Granados Chapa
Revista Proceso 1993, 10 de enero de 2014
Reacio
a ser el centro de la atención pública, Julio Scherer García aceptó en buena
hora el doctorado Honoris Causa que le otorgó la Universidad de Guadalajara, y
el homenaje a su obra editorial realizado en la XIX Feria Internacional del
Libro, auspiciada por la propia casa universitaria. En este último acto
hablamos, además del propio Julio Scherer, Elena Poniatowska, Vicente Leñero,
Enrique Maza, Carlos Monsiváis y yo mismo. Preparé estas notas que resumen lo
que allí dije:
La
Fundación Nuevo Periodismo, presidida por dos espíritus tan distantes entre sí
como Gabriel García Márquez y Lorenzo Zambrano, el magnate mexicano (y mundial)
del cemento, ha creado dos premios, uno al triunfador de un concurso anual, y
otro, en la categoría de homenaje, a una carrera cumplida. Lo otorgó en esta
modalidad a Julio Scherer García, en 2003. Pero lo mismo hubiera podido
reconocer su tarea como periodista en activo, pues entonces se hallaba, como se
encuentra ahora, en plena creatividad.
La
ha ejercido y mostrado en tres etapas, de tres modos diferentes. La primera
corre de 1947 (cuando a los 21 años de edad ingresa en Excélsior como aprendiz
de reportero) a 1968, cuando es elegido director de ese periódico. Aunque en la
segunda etapa pervivió la semilla de la primera, como responsable de aquel
diario y luego del semanario que tiene usted en sus manos, lector, la tarea de
Scherer consistió en abonar el trabajo de otros, en cultivarlo y en ofrecer su
cosecha a los lectores. Además, y sin proponérselo, porque cree en el
periodismo en sí y lo practica, convirtió esas publicaciones en instrumento
para que la sociedad mexicana se conociera a sí misma y promoviera su propia
transformación.
Retirado
por voluntad propia de la dirección de Proceso en 1996, Scherer no se jubiló
del periodismo. No podría hacerlo porque está en su naturaleza. Es su segunda
naturaleza. Su primera naturaleza, se diría. Lo abordó ahora en forma de amplio
reportaje combinado con ensayo, editado como libro. En realidad, Scherer
resumió en esta tercera etapa el talante con que desde sus comienzos se
identificó con el periodismo: es un indagador penetrante que asedia los hechos
y a las personas, cavila sobre unos y otros y escribe, al mismo tiempo con la
prisa del diarista y con la hondura del creador literario.
Como
reportero que cumplía órdenes de trabajo diverso, pronto fue dedicado a la
política. No se ocupaba del chismerío, de la banalidad. De haber sido tuerto,
hubiera sido rey en tierra de ciegos. Pero tenía los ojos bien abiertos, como
tenía los oídos igualmente receptivos. En un ambiente profesional donde
predominaban la rutina y la venalidad, escapar de esas lacras singularizó a
Scherer, que también estaba llamado a encabezar grupos, a animar iniciativas.
Estaba ya al frente de una corriente cuando, con la muerte casi simultánea del
gerente Gilberto Figueroa y el director Rodrigo de Llano, en 1963, Excélsior
inició el camino de su modernización.
Lo
primero era salir del conservadurismo autoritario que se alababa hacia fuera y
se practicaba hacia adentro, y del que Scherer mismo fue víctima. Como pensaba
con su propia cabeza, había firmado con muchas personas (y sus compañeros
Eduardo Deschamps y Miguel López Azuara) un desplegado de protesta contra la
brutalidad policiaca al reprimir a sindicalistas que demandaban respeto a sus
derechos y libertad para sus presos. Se les siguió un procedimiento porque ese
modo de asociarse a comunistas revoltosos no era propio del decoro del
periódico de la vida nacional.
Elegido
director de la cooperativa, Scherer no sólo estimuló y practicó las libertades
de información y de expresión, el derecho a averiguar qué pasa y a examinar y
calificar, sino que creó nuevas publicaciones y nuevos modos de hacer
periodismo. Fundó la revista Plural, dirigida por Octavio Paz, que combinaba la
calidad de una publicación dedicada a las artes y el pensamiento con los
instrumentos del periodismo mercantil: impresión de calidad y amplia
circulación. Renovó Revista de Revistas, cuya existencia precedió a la del
diario mismo, y que mostraba los acusados rasgos de la vetustez. Dio un espacio
cotidiano a la información sobre cultura, como contaban con él la política, la
economía o los deportes. Y difundió el estilo noticioso del diario a través de
una agencia de noticias, la primera en nuestro país en que un periódico servía
a periódicos. Al mismo tiempo, tiró lastre: eliminó las notas de sociales,
información banal y ofensiva sobre fiestas de ricos, y suprimió publicaciones
como el Magazine de Policía, semanario de nota roja que escondía su
estimulación del morbo tras el lema “denunciar las lacras de la sociedad es
servirla”.
Por
sobre todo, Scherer buscó la independencia de la cooperativa frente al poder.
En su trato con políticos había llegado a conocer cuán peligrosos son los de
esa especie cuando sienten lastimados sus intereses. Tuvo que contemporizar con
ellos, aprender, según la fórmula de Jesús Reyes Heroles, a lavarse las manos
con agua sucia. Y mientras más se afanaba en separarse de los objetivos de los
mandones de la política, más endeble fue su posición. Hasta que Echeverría, que
había propiciado un boicot de anunciantes para asfixiar al diario y con ello
someterlo, sin conseguirlo, dio el golpe de garra que destruyó Excélsior (pues
eso fue lo que ocurrió en 1976, y lo que siguió fue una prolongada agonía).
De
inmediato Scherer reinició el camino. Antes de que se cumpliera un mes desde el
día de su expulsión, estaba ya en marcha CISA, la empresa que edita este
semanario, cuya primera tarea fue la agencia de noticias hoy conocida como
Apro. El 6 de noviembre de 1976, sólo cuatro meses después de la tentativa de
hacerlo callar, Scherer alzaba de nuevo la voz. Bajo su conducción se inició
entonces la revista Proceso, que hace un mes cumplió 29 años de vida, durante
20 de los cuales Scherer estuvo directamente al timón. Después ha continuado su
tarea como presidente del Consejo de Administración.
Ni
durante sus años de director de Excélsior ni en los de Proceso Scherer rehusó
continuar su ejercicio como reportero, mediante entrevistas y reportajes de
gran alcance, que aparecieron en las páginas de esas publicaciones. A partir de
1986, el periodista reanudó lo que constituye la fase actual de su trabajo
editorial, la de autor de libros. El primero que salió de su pluma, La piel y
la entraña (Siqueiros), resultó de largas conversaciones con el pintor mientras
se hallaba preso en Lecumberri. Apareció en ediciones Era en 1965 (y luego fue
reeditado en 1974 por Pepsa, en 1996 por el Consejo Nacional para la Cultura y
las Artes, y en 2003 por el Fondo de Cultura Económica. Dije en su momento que
esa cuarta edición “corresponde, por su dignidad y elegancia, a la plena
madurez de Scherer. Aparecida sólo pocos meses después de que aceptó el Premio
Nacional de Periodismo, esa edición forma parte de un homenaje que el país debía
y está pagando al autor”.
Los
presidentes ha sido la obra más difundida de Scherer: sólo en sus primeros 10
años, de 1986 a 1996, Grijalbo hizo 17 ediciones. Con honradez que le impide
ocultar sus propias debilidades, el periodista narra momentos significativos de
su relación con Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo y
Miguel de la Madrid. Beneficiado por el éxito de esa obra, en 1990 apareció El
poder. Historias de familia, que en pocos meses vendió 25 mil ejemplares y se
refiere al caso de Everardo Espino, alto funcionario con López Portillo, caído
en desgracia en el siguiente sexenio.
En
1995 reemprendió Scherer esa suerte de memoria política inaugurada con Los
presidentes. Su primer volumen fue Estos años, y gira sobre la relación del
periodista con Carlos Salinas, antes y durante su presidencia. Prolongó dos
años después el relato de esa relación en Salinas y su imperio. A esa obra
siguió en 1998 Cárceles, una visión del sistema penitenciario mexicano a través
de entrevistas con el doctor Carlos Tornero. El tema del cautiverio sería
recuperado por Scherer en Máxima seguridad, aparecido en 2001 e integrado con
conversaciones con presos en penales que tienen aquella característica.
En
Parte de guerra, publicado en 1999, se inició la colaboración de Scherer y
Carlos Monsiváis. El reportero hizo pública documentación que el general
Marcelino García Barragán, secretario de Defensa Nacional bajo Díaz Ordaz,
había previsto entregarle y que comprueba la participación del Estado Mayor
Presidencial en la matanza de Tlatelolco. En 2002 se publicó una segunda
edición de la obra: Parte de guerra II está precedida por un prólogo del rector
de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, y enriquecida con un catálogo fotográfico
sobre esa jornada macabra entregado en España a la corresponsal de Proceso
Sanjuana Martínez.
En
2000 Scherer reunió sus vivencias sobre Chile (adonde en 1974 entró
clandestinamente para dar fe de las atrocidades del régimen) y entrevistas al
dictador bajo el título Pinochet, vivir matando. La misma obra fue reeditada en
este 2005 por el Fondo de Cultura Económica bajo el título El perdón imposible.
No sólo Pinochet. También en colaboración con Monsiváis, Scherer publicó en
2003 Tiempo de saber. Prensa y poder en México. Su texto en ese libro es una
primera aportación del autor a sus percepciones sobre el golpe a Excélsior, que
necesita ser profundizada. También con Monsiváis presentó al año siguiente Los
patriotas. De Tlatelolco a la guerra sucia. Y en 2005 el Fondo de Cultura
Económica recuperó la entrevista que hizo Scherer en 1961 al general Roberto
Cruz, inspector general de policía del callismo, con el título El indio que
mató al padre Pro.
Con
su incesante tarea, y a pesar de su aceptación de homenajes, Scherer rechaza
que se le embalsame en vida. En su obra más reciente, La pareja, aparecida
apenas este noviembre, se muestra militante como siempre, ahora de su propia
causa. A instancia de Carmen Aristegui, que reseñó en Reforma la porción de
este libro que narra la infundada y por lo mismo infame persecución de la
Procuraduría Fiscal de la Federación a Julio Scherer Ibarra (modo oblicuo y
obvio de hostigar a su padre), solapada desde Los Pinos, estas notas concluyen
pidiendo, con la fórmula por ella sugerida:
Señor
presidente, es tiempo de detener la mezquindad.
*Artículo
publicado en la edición 1518 de Proceso (4 de diciembre de 2005).
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