La
cumbre y el abismo/Alvaro Delgado
Revista Proceso No. 1993, 10 de enero de 2015
Aquella
semana Proceso llevaba en portada un reportaje con mi firma, pero el director,
Julio Scherer García, estaba furioso conmigo.
Bajaba
las escaleras para irse a comer cuando dio conmigo en la redacción de Fresas
13.
El
gobierno aprieta y Televisa se raja, era el titular de la portada y mi
reportaje –“No soportó el gobierno la apertura noticiosa”– describía cómo la
televisora había despedido como vicepresidente ejecutivo a Alejandro Burillo
Azcárraga por “presiones” del presidente Ernesto Zedillo y del secretario de
Gobernación, Emilio Chuayffet.
Burillo
era el artífice de la efímera apertura de Televisa que permitió a Ricardo Rocha
transmitir, en Canal 2, el video de la matanza de 17 campesinos en Aguas
Blancas, Guerrero, el 27 de junio del año anterior –que también cubrí–, y que
llevó a la caída del gobernador Rubén Figueroa.
Una
insidia de Federico Reyes Heroles, molesto porque publiqué su sueldo en la
nómina de Televisa y sólo tres párrafos de una amplia conversación, así como
haber entregado un reportaje débil y ya de madrugada, pusieron en mi contra al
director de Proceso.
Estaba
yo devastado, pero esa misma tarde el jefe de redacción, Rafael Rodríguez
Castañeda, me envió a Tabasco y armé con el corresponsal Armando Guzmán tres
reportajes macizos sobre las redes de corrupción del gobernador Roberto
Madrazo.
El
lunes siguiente por la tarde, publicados dos de los trabajos, recibí una
llamada de Scherer García para presentarme de inmediato en Fresas 13. Lo
encontré en la redacción: “Arránquese para mi oficina, ahorita lo alcanzo”.
Con
la severa reconvención de la semana anterior, y temeroso de haber cometido otra
pifia, me vi –ahora sí– despedido. Al verlo entrar intenté un diálogo, pero me
paró en seco con sus brazos abiertos.
–¡Deme
un abrazo, don Álvaro! –me dijo con voz afectuosa.
–Oiga,
don Julio…
–No
me diga nada, don Álvaro. Olvídese de todo y deme un abrazo –insistió mientras
me apretaba fuerte–. ¡Olvídese lo que le dije y váyase a trabajar!
No
había contradicción en este proceder dual de Scherer García. La cumbre y el
abismo en el periodismo eran, para él, efecto únicamente del trabajo cotidiano
del reportero en la búsqueda incesante de la noticia.
El
episodio inauguró una relación profesional y personal, no desprovista de más
regaños, que el trato y el tiempo consolidaron en mi aprendizaje del oficio
compartido.
A
mí me atraía desde estudiante la figura portentosa de Scherer García y el
epicentro del periodismo que practicaba: su independencia de todo poder
político, económico, religioso, mediático y criminal.
Sabía
de su integridad a toda prueba, su infatigable capacidad de trabajo, tenacidad,
arrojo, rigor, voluntad y pasión por la información de interés público, fin
último de su empeño, pero en la cercanía conocí otro rasgo de su grandeza: la
generosidad sin límite.
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Aun
sin ser ya el director de Proceso, depositada su confianza en Rodríguez
Castañeda, Scherer García solía charlar en la redacción con los reporteros,
sugería asuntos y muchas veces los llevaba ya prácticamente resueltos.
“Cuénteme algo”, era su memorable pregunta tras el saludo.
También
creía que los reporteros –la expresión mayor del periodista– deben escribir
libros, escaparate para su talento, y motivaba para imitarlo, él que publicó en
los más recientes tres lustros, desde 1996, al menos uno cada año.
En
junio de 2002 le pedí autografiarme su libro Parte de guerra II, en coautoría
con Carlos Monsiváis. Escribió: “Te agradezco el libro, pero te agradeceré
mucho más el regalo de un libro que lleve tu nombre”.
Y
añadió: “Proceso me lleva al sobresalto: Son varios los reporteros que aún no
saben quiénes son, oscuros ante su propio alma”.
No
se lo dije, nadie lo sabía, que ya trabajaba en El Yunque, la ultraderecha en
el poder, mi primer libro. Sólo hasta que lo concluí, en marzo de 2003, le di
la segunda copia del borrador definitivo; la primera fue para Rodríguez
Castañeda.
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