Desigualdad,
inmigración e hipocresía/Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003. His most recent book, co-authored with Carmen M. Reinhart, is This Time is Different: Eight Centuries of Financial Folly.
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Syndicate | 10 de mayo de 2015
La
crisis de inmigración de Europa expone una falla fundamental, si no una inmensa
hipocresía, en el debate actual sobre la desigualdad económica. ¿Acaso un
verdadero apoyo progresista no igualaría las oportunidades para toda la gente
del planeta, y no sólo para aquellos de nosotros lo suficientemente afortunados
por haber nacido y habernos criado en países ricos?
Muchos
líderes de pensamiento en economías avanzadas defienden una mentalidad de
privilegio. Pero el privilegio termina en la frontera: aunque consideran que
una mayor redistribución dentro de los países individuales es un imperativo
absoluto, la gente que vive en mercados emergentes o en países en desarrollo se
queda afuera.
Si
las preocupaciones actuales sobre la desigualdad se midieran enteramente en
términos políticos, este foco introspectivo sería entendible; después de todo,
los ciudadanos de los países pobres no pueden votar en los países ricos. Pero
la retórica del debate sobre la desigualdad en los países ricos revela una
certeza moral que ignora convenientemente a los miles de millones de personas en
otras partes que están en condiciones mucho peores.
No
debemos olvidar que incluso después de un período de estancamiento, la clase
media en los países ricos sigue siendo una clase alta desde una perspectiva
global. Sólo alrededor del 15% de la población mundial vive en economías
desarrolladas. Sin embargo, los países avanzados siguen representando más del
40% del consumo global y el agotamiento de los recursos. Sí, mayores impuestos
a la riqueza tienen sentido como una manera de aliviar la desigualdad dentro de
un país. Pero eso no solucionará el problema de la pobreza profunda en el mundo
en desarrollo.
Tampoco
servirá de nada apelar a la superioridad moral para justificar por qué alguien
nacido en Occidente goza de tantas ventajas. Sí, las instituciones políticas y
sociales sólidas son el cimiento del crecimiento económico sostenido; de hecho,
son el sine qua non de todos los casos de desarrollo exitoso. Pero la larga
historia de colonialismo explotador de Europa hace que cueste imaginarse cómo
habrían evolucionado las instituciones asiáticas y africanas en un universo
paralelo donde los europeos llegaran sólo para hacer comercio, no para
conquistar.
Muchas
cuestiones vinculadas a la política se distorsionan cuando se las mira a través
de una lente que sólo se focaliza en la desigualdad doméstica e ignora la
desigualdad global. El argumento marxista de Thomas Piketty de que el
capitalismo está fracasando porque crece la desigualdad doméstica es
exactamente al revés. Cuando se pondera a todos los ciudadanos del mundo de
manera equitativa, las cosas parecen muy diferentes. En particular, las mismas
fuerzas de globalización que han contribuido a los salarios estancados de la
clase media en los países ricos han sacado a cientos de millones de personas de
la pobreza en otras partes.
Desde
muchos puntos de vista, la desigualdad global se ha reducido significativamente
en las últimas tres décadas, lo que implica que el capitalismo ha tenido un
éxito espectacular. El capitalismo quizás ha erosionado las rentas que reciben
los trabajadores en los países avanzados en virtud de dónde nacieron. Pero hizo
mucho más para ayudar a los verdaderos trabajadores de ingresos medios del
mundo en Asia y los mercados emergentes.
Permitir
un flujo más libre de personas entre fronteras igualaría las oportunidades aún
más rápido que el comercio, pero la resistencia es feroz. Los partidos
políticos que están en contra de la inmigración han hecho grandes incursiones
en países como Francia y el Reino Unido, y también son una fuerza importante en
otros muchos países.
Por
supuesto, millones de personas desesperadas que viven en zonas de guerra y
estados fallidos tienen poca opción más que buscar asilo en los países ricos,
sin importar el riesgo. Las guerras en Siria, Eritrea, Libia y Mali han tenido
una incidencia inmensa en el incremento actual de refugiados que buscan llegar
a Europa. Inclusive si estos países se estabilizaran, la inestabilidad en otras
regiones muy probablemente ocuparía su lugar.
Las
presiones económicas son otra fuerza potente para la migración. Los
trabajadores de países pobres reciben con beneplácito la oportunidad de
trabajar en países avanzados, inclusive con salarios que parecen ser mínimos.
Desafortunadamente, gran parte del debate en los países ricos hoy, tanto en la
izquierda como en la derecha, se centra en cómo dejar a otra gente afuera. Eso
puede ser práctico, pero en rigor de verdad no es moralmente defendible.
Y
la presión de la migración aumentará marcadamente si el calentamiento global se
desarrolla según las predicciones de referencia de los climatólogos. A medida
que las regiones ecuatoriales se vuelvan demasiado tórridas y áridas como para
sustentar la agricultura, las crecientes temperaturas en el norte harán que la
agricultura sea más productiva. El cambio de los patrones climáticos podría así
fomentar la migración a los países más ricos a niveles que hacen que la crisis
de inmigración de hoy parezca trivial, especialmente si consideramos que los
países pobres y los mercados emergentes por lo general están más cerca del
ecuador y en climas más vulnerables.
La
capacidad y tolerancia a la inmigración de la mayoría de los países ricos ya es
limitada, de modo que cuesta entender de qué manera se puede alcanzar de manera
pacífica un nuevo equilibrio de distribución de la población global. El
resentimiento contra las economías avanzadas, que responden por un porcentaje
ampliamente desproporcionado de contaminación global y consumo de materias
primas, podría estallar.
A
medida que el mundo se vuelva más rico, la desigualdad inevitablemente surgirá
como una cuestión mucho más importante en relación a la pobreza, un punto al
que me referí hace más de diez años. Sin embargo, y lamentablemente, el debate
sobre la desigualdad se ha centrado tanto en la desigualdad doméstica que la
cuestión mucho más importante de la desigualdad global quedó opacada. Es una
lástima, porque hay muchas maneras en que los países ricos pueden marcar una
diferencia. Pueden ofrecer apoyo médico y educativo online gratuito, más ayuda
para el desarrollo, amortizaciones de deuda, acceso de mercado y mayores
aportes a la seguridad global. La llegada de gente desesperada en balsa a las
costas de Europa es un síntoma de que no han podido hacerlo.
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