La
literatura, bajo mínimos/ Carme Riera
La
Vanguardia |10 de mayo de 2015
Unos
cuantos profesores de literatura de varios institutos y colegios me mandan
diversos SOS, alarmados ante la amenaza inminente, me dicen, de la casi total
desaparición de la literatura del plan de estudios del bachillerato humanístico,
dada su reducción a mínimos, puesto que pasa de cuatro horas lectivas a dos, el
próximo curso. Me recuerdan además que, cuesta abajo en la rodada, desde hace
años la literatura ocupa un reducto testimonial dentro de la asignatura de
Lengua y Literatura obligatoria para todas las modalidades del bachillerato a
la que, pese a llevar su nombre en el enunciado, ni los profesores y menos aún
los alumnos le dedican atención puesto que supone una mínima parte del computo
de la nota final. Por si fuera poco, en las pruebas de selectividad sólo hay
una pregunta sobre esa materia que suele ser muy fácil y, en consecuencia, poco
importante para la nota global. De ahí que los profesores que enseñan
literatura tengan tendencia a dejarla de lado. Si apenas vale para aprobar no
hay por qué dedicarle tiempo ni esfuerzo.
Por
otra parte, basta comparar nuestras pruebas de selectividad con las francesas
para ver la diferencia de criterios sobre la cuestión. La cosa no es nada
extraña, los franceses aman la literatura, especialmente la suya, y sus hábitos
lectores igual que su cultura son muy superiores a los nuestros, por eso la
literatura en sus planes de bachillerato es tan importante como el resto de
asignaturas.
Aseguraba
Azorín que la Historia de la Literatura no era otra cosa que la historia de la
sensibilidad. Escamotear los conocimientos de esa historia a los jóvenes en
cualquiera de las lenguas, en catalán y en castellano –pues la poda se
aplicará, al parecer, a ambas asignaturas–, tendrá como resultado hacerlos
también más insensibles. En los humanos la falta de sensibilidad supone una
grave carencia cuyas consecuencias sin duda habremos de lamentar algún día, un
aspecto que, al parecer, a nuestros políticos les trae al fresco. En realidad
cualquier cosa relacionada con la enseñanza les importa, en el fondo, digan lo
que digan, un mísero comino, incapaces como han sido los unos y los otros de
llegar en casi cuarenta años a un pacto de estado sobre educación. Vergonzoso.
Hay
otros colectivos a los que la desaparición de la literatura debería preocupar y
que tampoco se pronuncian, como los editores. Me llama la atención que
especialmente los que publican colecciones literarias y que suelen quejarse de
la disminución de ventas, no se hayan tomado la molestia de reclamar más
espacio para la literatura en la enseñanza secundaria, aún sabiendo que el
gusto por la lectura, del que ellos habrán de beneficiarse, muy a menudo se
despierta en la adolescencia, ante un texto que atrae de modo especial. En un
porcentaje importante, descubrir ese atractivo viene de la mano de algún
profesor. Pongo el ejemplo de Pep Guardiola, cuya afición a la poesía se
originó en la clase de literatura de su instituto.
Sin
enseñar literatura o enseñándola bajo mínimos impediremos que los jóvenes
puedan dialogar con el pasado, conversar con los difuntos –como escribía
Quevedo– que nos ofrecen una visión del mundo que de otra manera ignoraríamos.
Sin literatura les resultará mucho más difícil entenderse a sí mismos porque la
literatura, entre otras muchas cosas, ayuda a recordar lo que somos. Por eso me
parece una barbaridad, un crimen de lesa cultura que la literatura se convierta
en una maría al dejar de ser evaluable en la prueba final, a partir del curso
que viene, según me cuentan mis amigos los profesores de secundaria.
No
se me escapa que el actual rechazo institucional de la literatura tiene que ver
con el convencimiento de que ha dejado de ser una herramienta de cohesión
nacional como lo fue en el pasado, cuando todo el mundo, la derecha, la
izquierda, el centro, los anarquistas y los comunistas consideraba que era
fundamental para conocer la idiosincrasia de los pueblos. No se me escapa que
en la medida que la literatura deja de ser un hecho ligado a la cuestión
nacional, deja de ser también considerado consustancial a la vida de la nación
y pierde interés. Hoy lo consustancial a la vida de las naciones son sus
equipos de fútbol, aunque sus integrantes sean de origen foráneo. Ahí está el
ejemplo del Barça, siempre más que un club. No tengo nada en contra del
deporte, ni de los equipos de fútbol ni de sus seguidores, pero sí considero
que aquellos que tienen en su mano luchar por un país más culto y más
civilizado –la literatura es esencial para ello– y no lo hacen no tienen perdón
de Dios ni de los ciudadanos. No merecen ningún respeto, señor ministro de
Educación, señora consellera de Ensenyament de la Generalitat de Catalunya.
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