7 may 2017

Jorge López Páez: el más eficaz de nuestros narradores

Revista Proceso 2114, 7 de mayo de 2017
Jorge López Páez: el más eficaz de nuestros narradores/
JUAN JOSÉ REYES
Poco antes de que se anunciara que el Premio Nacional de Ciencias y Artes de aquel año correspondería al narrador veracruzano Jorge López Páez (Huatusco, 1922-Ciudad de México, 2017) estuve en casa de Carlos Monsiváis, quien de inmediato sacó a nuestra plática su alegría por aquella distinción: “Es lo más justo. Y pensar que a mí me llamó un escritor que trabaja en la UNAM ¡para pedirme que manifestara a favor de que a él le dieran el premio!”.
Atinaba Monsiváis al considerar que no había entre los mexicanos un narrador “tan eficaz” como el huatusqueño. “¿No lo crees?”, preguntó.

Jorge López Páez dejó su tierra en plena juventud, aunque nunca la olvidó. Aquella tierra, y sus cercanos mares, irá y vendrá en su obra extensa, desde el comienzo, desde la pieza teatral La última visita, publicada en un plaquette por Los Epígrafes, grupo de jóvenes escritores que a comienzos de los cincuenta se publicaron y publicaron lo primero de autores como Tito Monterroso, Rubén Bonifaz Nuño, Ricardo Garibay. Uno de aquellos editores, junto a Salvador Reyes Nevares y Samuel Gómez Montero, entre otros, fue precisamente López Páez.
En 1958 aparece una novela extraordinaria en nuestras letras: la diestra construcción de la sensibilidad infantil en aquella Veracruz natal: El solitario Atlántico (Fondo de Cultura Económica). La obra es recibida con sorpresa y éxito casi unánime por la crítica, en ese momento ocupada sobre todo en tratar de establecer su postura delante de La región más transparente, de Carlos Fuentes, lanzada también entonces y entre una amplia ola de comentarios de todo tipo. López Páez se establecía con firmeza a la cabeza de la narrativa del país desde una actitud más bien discreta, expectante, y sobre todo desde su insospechada disciplina y una muy notable capacidad de trabajo.
Desde entonces López Páez se dio tiempo para vivir días de más de veinticuatro horas, repartidas entre la práctica del yoga, la práctica del piano, la lectura de revistas extranjeras y siempre de algún libro, la escritura de su obra, una comida o una cena con amigos, el cine, el concierto, la exposición, los bares. A la vez, suena increíble, trabajó primero para el Departamento Agrario, luego para la Secretaría de Educación Pública (dos veces estuvo allí, con dos amigos muy cercanos: Leopoldo Zea y Gonzalo Aguirre Beltrán) y para la Organización de Estados Americanos. De todas aquellas oficinas salía pitando a diario, tras el amigo, la copa, la película.
Se ha dicho que formó parte de la generación de Medio Siglo, lo cual es del todo inexacto. López Páez es de la generación previa, la de los nacidos a comienzos de los veinte, una generación que podría llamarse del Hiperión, por ser aquel grupo filosófico, y no solamente filosófico, lo que mejor resume los propósitos de los jóvenes intelectuales que pertenecían a ella. Como todos sus compañeros, López Páez, en medida mayor o menor, estuvo también en busca del “ser del mexicano”, como lo estuvieron declaradamente los filósofos hiperiones. Pero como Garibay, con el que siempre lo unió una admiración recíproca, eligió la narrativa para dar con la circunstancia propia. Lo hizo de manera extraordinaria.
No solamente es eficaz el narrador López Páez. Hay en su obra piezas que brillan mucho menos por su destreza técnica o lo entretenido de la trama que por la sensibilidad, la delicada hondura con que están trazadas. A Jorge le gustaba que yo le dijera esto y le brillaban sus ojos breves amielados cuando le citaba ejemplos: la novela La costa (Joaquín Mortiz), los cuentos “El pájaro sonámbulo” (en una Antología del cuento erótico que preparó el propio JLP paraa la UNAM), El chupamirto (en un bonito volumen del Fondo de Cultura Económica llamado así) o “La quesadillera” (que me dio para su publicación en El Semanario Cultural de Novedades).
Hay muchos otros casos desde luego. Jorge López Páez se hallaba a gusto en los cuentos, pero su terreno preferido fue el de las novelas. En los cuentos y en las novelas unió el registro de lo real (se metió en no pocos grandes problemas al reflejar taras o malas fes de ciertos personajes de carne y hueso), ridiculizó, ajustó cuentas, pero sobre todo creó atmósferas, urdió historias en las que los sentimientos y las emociones viven de veras delante de los lectores, como en Silenciosa sirena (Joaquín Mortiz) o en Los cerros azules (también publicado por su amigo Joaquín Diez-Canedo).

Un día me dijo López Páez que una mañana había decidido ser feliz. Creo que lo consiguió, y no tengo dudas de que así como hizo enojar a sus amigos nos dio horas de dicha y fiesta y reflexión insuperables.   

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