Extraviados
TOLVANERA / Roberto Zamarripa
Reforma, 23 Sep. 2019
La guerrilla urbana en México no inició en septiembre de 1973. Ya llevaba varios años como parte de un proceso de descomposición y disgregación de la izquierda partidista y social.
El asesinato de Eugenio Garza Sada es el trágico episodio que cambia su rumbo y endurece las arterias comunicantes en el país. Es la marca de su derrota.
Entre 1973 y 1974 México vive una sorda batalla de grupos guerrilleros, fuerzas policiacas y militares donde los secuestros se convierten en el acto principal de amago y desafío, y la persecución encarnizada instaura la tortura y la desaparición como fundamentos de la acción institucional. Una etapa negra, esperemos que irrepetible.
Las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (FRAP), asentadas en Guadalajara, el Movimiento Armado Revolucionario en el norte del país, las Fuerzas de Liberación Nacional, colocadas en Chiapas, el Partido de los Pobres, de Lucio Cabañas en Guerrero, y la Liga Comunista 23 de Septiembre una asociación de distintos grupos radicales expandida en una veintena estados, despuntan tan rápido como se disgregan.
Flaco favor hacen para tratar de dilucidar los graves hechos de la guerra sucia en la década de los setenta, aquellos que simplifican los acontecimientos en los que se vio envuelta la guerrilla urbana y rural de esos años. Tal parece que en algunos sectores del gobierno y de su partido Morena, manifiestan un desfase entre el activismo y las obligaciones de Estado. Subyace en ellos la inadaptación a una realidad compleja y contradictoria. Está por verse si esa expresión es marginal en el gobierno o es determinante.
Han confundido su llegada por la vía electoral de manera contundente y legítima con el asalto al cielo. Parece avergonzarles conquistar el gobierno con votos cuando lo que abrevaron era que solo podían llegar al poder mediante una asonada. Y como a las oficinas de gobierno las confunden con un comité de lucha preparatoriano ahora hablan incluso de golpes de Estado silenciosos que amenazan al gobierno legítimamente electo, desentendiéndose de las posibilidades de encabezar un proyecto de transformación del país donde deben hablarle a todos los mexicanos y no solo a sus entenados.
No es nuevo el intento de abrir la discusión e intentar reparar moral y políticamente los daños de la guerra sucia. En el gobierno de Vicente Fox se tomaron acciones relevantes en esa dirección. Se creó una Fiscalía que investigó esos dolorosos asuntos e incluso se intentó llevar a Luis Echeverría a juicio.
Saldar la herida todavía es posible con señales totales de reconciliación. El Estado debe admitir los abusos y los crímenes cometidos desde las instituciones en nombre de una maltrecha gobernabilidad. También la guerrilla y la izquierda política que la acompañó deben una disculpa por sus acciones que atentaron contra la sociedad. El análisis crítico de un tramo de su historia que mostró su inviabilidad la enaltecería.
Aquella guerrilla urbana cometió actos de terrorismo y sabotajes. Además de los asesinatos de líderes de la sociedad, cometió ejecuciones sumarias de sus propios integrantes a los que consideraba "traidores".
Muchos de los funcionarios de Morena, con fiebre adolescente e ignorancia plena del sufrimiento de la persecución política, parecen descubrir la historia, ignorando que en su tiempo, en los años setenta, la propia izquierda política hizo su balance y autocrítica y deslindó de esas acciones criminales. Justo de esa autocrítica potenció su inserción como una fuerza política legal que, entre otras cosas, la ha llevado al gobierno federal.
En el recorrido se encaramaron algunos que se asumen como historiadores pero segmentan los capítulos a su capricho; que entonan bonito a la Trova cubana pero exhiben ignorancia supina de las tareas de Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Gilberto Rincón Gallardo, Carlos Monsiváis, Cuauhtémoc Cárdenas o las muchachas y muchachos anónimos que dieron su vida por el respeto a las ideas de la izquierda, por la defensa del voto y su compromiso con la legalidad.
robertozamarripa2017@gmail.com
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Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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1 comentario:
Recuerdo que en fecha tan aparentemente tardía como 1980, sentado en la mesa de conducción del debate a un lado de Roberto Zamarripa, en un Congreso Nacional de Estudiantes Socialistas en la U de G, irrumpió un grupo armado desenfundando armas de fuego que, por fortuna, no se accionaron debido a la rápida reacción de los organizadores. Era otra violencia, pero venía de donde mismo: la intolerancia característica de los radicalismos de cualquier signo.
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