13 feb 2009

Darwin

En el bicentenario del nacimiento de Darwin/Eduardo Punset, escritor y divulgador científico
Publicado EL MUNDO, 12/02/2009;
Si existe una biografía oficial de Charles Darwin y una exposición también oficial -que se inaugura hoy mismo, día de su cumpleaños, en el Museo de Ciencias Naturales de Londres-, esa biografía y esa exposición se las debemos al paleontólogo Niles Eldredge, de la City University de Nueva York. Me acuerdo siempre de él cuando queremos hablar de Darwin porque lo ponía a la altura de Lincoln que, además de ser un buen político, había entendido como nadie la trascendencia de la democracia para la vida ordinaria de la gente. Siendo un científico, Darwin había ido mucho más allá también al conmover toda la filosofía de la vida, descubriendo que los organismos evolucionaban. Marx y Freud fueron muy importantes -cada uno en su campo, dice Eldredge- pero no conmovieron el edificio del pensamiento como hicieron Darwin y Lincoln.
En términos científicos nadie ha podido cuestionar que Darwin tenía razón al sugerir que todos procedemos de un origen común.Hoy hemos podido comprobar que el ADN de la mosca del vinagre es muy parecido al nuestro. Las especies -en contra del pensamiento dogmático y heredado- habían evolucionado. El lo llamaba descendencia con modificación. No era cierto que los distintos arquetipos representaran la voluntad divina, de que perduraran para siempre.La música de la evolución está en la diversidad que trasluce el paso de una especie a otra, mientras que los arquetipos no son sino ruidos instantáneos en la perspectiva del tiempo geológico.
Al asumir una hipótesis científica que consideraba probada, Darwin actuaba en consecuencia en cualquiera de los ámbitos en los que se movía. Cuando uno de los indígenas rescatados de una tribu en Patagonia, en un viaje anterior al de Darwin, decidió por su cuenta y riesgo regresar y reanudar la vida de antes, el capitán del barco lo consideró un fracaso del mundo civilizado y una muestra de la incapacidad de la cultura indígena para adaptarse a la modernidad; para Darwin, en cambio, se trataba de un hecho normal, porque no consideraba que eran dos organismos tan distintos como creía la mayoría de la gente. Un hombre de la calle en Londres y un indígena de la Patagonia. Su honestidad intelectual y su independencia de criterio fueron asombrosas.
Los cambios a lo largo de la evolución se habían hecho mediante la selección natural, modelada por la progresión geométrica de la población y las mutaciones genéticas aleatorias. Siempre hubo más bocas para alimentar que comida disponible; del resto se encargaban las mutaciones aleatorias. Una gran parte de estas mutaciones eran el subproducto del desvarío genético. Otras eran favorables y muchas otras adversas Sin entrar ahora en el debate de si el darwinismo da o no cobijo a la idea de progreso, lo cierto es que, como afirmaba uno de los grandes paleontólogos de Harvard, Stephen J. Gould, darvinista a pesar suyo, «no hay propósito en la evolución». No es cierto que caminemos imperturbablemente hacia un mundo mejor. Si acaso más complejo. «Tenemos cinco dedos» -afirmaba Darwin- «no porque así nos convenga, sino porque los tenían nuestros antepasados anfibios». No es difícil imaginar un mundo más distinto del que existía antes de Darwin. Con anterioridad, no había evolución y en el caso de dar señales de inteligencia era la mano de la divinidad.
PARA el saber en tiempos de Darwin, la Tierra tenía 4.000 años en lugar de 4.000 millones. No hacía falta contar con la perspectiva geológica del tiempo que fundamentaría luego los alambicados procesos de la evolución de las especies. Darwin tuvo que esperar a que los geólogos confirmaran que la historia de la Tierra daba tiempo para que fraguara el largo discurso evolutivo desde las primeras bacterias a los homínidos más recientes.
A pesar de las batallas ideológicas a que ha dado lugar la herencia darviniana, ningún científico ha estado más alejado de la lucha ideológica que Darwin. El mismo era creacionista cuando emprendió el viaje con el Beagle para estudiar la selección natural y la selección sexual, dos columnas básicas de su pensamiento. Es la experimentación la que se interpone en la idea del diseño de un creador y sin duda puso mucho más cuidado en no agraviar a los que se consideraban confesionales que los actuales partidarios de anunciar en los autobuses que Dios no existe. Ahora bien, aunque Darwin pudo modificar algunas de sus hipótesis, es falso que antes de morir aceptara con resignación la doctrina heredada.Darwin sufrió tantas desdichas con la muerte de sus allegados que lo consideró una prueba adicional de la no existencia de Dios. Su amor del alma, Emma -muy religiosa- estaba tan convencida de la ausencia de odio o rabia en la postura agnóstica de Darwin que su lamento por la falta de fe de su marido tenía como única razón «no poder estar con él después de muerto».
Es bastante grotesco calumniar el pensamiento de Darwin tildándolo de una simple teoría. El hablaba siempre de «my theory», de su teoría. Todas las grandes conclusiones de la ciencia son, por supuesto, teorías expuestas a que en un momento determinado se pueda demostrar lo contrario. Darwin nunca escondió sus dos pasiones: ser reconocido por el descubrimiento de la selección natural que modela la evolución y la utilización del método científico en sus análisis. Es muy difícil que el pensamiento dogmático le perdone del todo la osadía de utilizar la ciencia para desmentir mitos como la creación, fruto, supuestamente, de un diseño inteligente y no de la evolución.
Durante un tiempo tampoco se le perdonará que descendamos de un antepasado común de los primates sociales. «Yo no desciendo del mono», me contestó una gran artista de la canción española al sugerirle los principios de la selección natural. Darwin tenía una concepción tan humana de los humanos que escribió el primer libro sobre las emociones básicas y universales con las que venimos al mundo. Aunque ahora cueste creerlo, entonces se consideraba que la ciencia tampoco debía entrar en el análisis de estas emociones a las que, en lugar de conocerlas para gestionarlas luego, había que atropellarlas.
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Darwin y la vida humana/César Nombela, catedrático de la Universidad Complutense
ABC, 12/02/0;
El quehacer de la Ciencia tiene como objetivo el conocimiento racional de la realidad. En el rigor de las aproximaciones metodológicas -observación, medida, experimentación- se sustenta la validez de los resultados, el alcance de las teorías que los interpretan y el de las ideas que se consolidan a partir de esos hallazgos. La práctica de la Ciencia ha supuesto una apasionante aventura intelectual para el ser humano, la única especie biológica capaz de razonar y de reflexionar en el sentido más amplio. También la creación artística de cualquier índole supone un atributo definitorio de la condición humana. Hay diversas formas de conocer y conocernos, la Ciencia no es la única.
La Ciencia ha progresado mediante aproximaciones reduccionistas con la pretensión de obtener conclusiones de validez general. Sin embargo, hay también una aspiración humana para comprender el conjunto de la realidad, desarrollando una cosmovisión propia en la que englobar conocimiento y valoraciones. Desde ese punto de vista, no cabe la fragmentación del conocimiento. Cuando se cumple el segundo centenario de Charles Darwin, junto con el sesquicentenario de la publicación de su obra principal, El origen de las especies, importa valorar su obra científica como tal, así como su influencia en la cultura y en la organización social, que tanto impacto ha tenido en la vide muchas personas.
La variación natural en los seres vivos era patente, desde siglos antes, gracias a los esfuerzos de numerosos naturalistas, comenzando por el propio Aristóteles. Darwin desarrolló su experiencia a partir de la observación detallada de numerosas especies en ambientes salvajes. Igualmente, percibió los efectos de la selección artificial que efectuaban los criadores de aves domésticas, forzando la selección de determinadas variedades. Al proponer la selección de los más aptos, como fuerza que opera sobre las variantes individuales que aparecen de manera natural, Darwin pudo encontrar una de esas ideas que permiten conclusiones de valor general. Fenómenos aleatorios, no deterministas, como la variación biológica, se ven afectados por una selección que opera sobre la capacidad adaptativa.
La evolución biológica mediante la selección natural, se convirtió en la idea dominante, la clave fundamental para explicar los fenómenos propios de los vivientes. Tras Darwin había de llegar la genética mendeliana, que demuestra la herencia de los caracteres y sus variaciones. Surgiría después la Biología Molecular, trasladando al nivel de los propios genes la explicación de las variaciones y las bases de su selección, en una síntesis que validaba las ideas evolutivas. Los datos han ido encajando para configurar que existe una unidad en el sustrato definitorio de los seres vivos, así como una organización biológica que se hace más compleja con la aparición de las sucesivas especies.
En cualquier caso, como señalan los biólogos evolucionistas más razonables, el valor de la aportación de Darwin es haber formulado una teoría sobre la que se puede seguir ampliando el edificio científico, que no está agotada, pues muchas preguntas siguen vigentes. Porque aun siendo una explicación razonable, la teoría de la evolución es eso, una teoría no demostrable experimentalmente en su globalidad. Y porque la cantidad de fenómenos evolutivos por explicar es mayor que la de los explicados. Los grandes saltos como la emergencia de las células eucarióticas (con verdadero núcleo), el propio concepto de especie y su generación, de forma que sea aplicable a todos los organismos (las especies bacterianas no pueden ser definidas como comunidad de reproducción), el ritmo de los cambios evolutivos, etc. son cuestiones que siguen abiertas. El conjunto de ideas que se han ido desarrollando en el mundo de la Ciencia desde Darwin diseñan también un universo en cambio; el universo no es estable como postuló Newton, sino que tuvo un comienzo y evoluciona experimentando un proceso de expansión. Se esfumó hace tiempo el sueño de Laplace, de predecir todo lo que ha de ocurrir en un universo determinista.
Darwin destaca entre los otros científicos que también propusieron la evolución biológica. De ahí que se atribuyan al darwinismo las derivaciones de su teoría que impactaron en el mundo del pensamiento y de la organización social. Los resultados de este impacto no son naturalmente responsabilidad del ilustre naturalista inglés, más bien desbordan el hecho científico para adentrarse en interpretaciones de la naturaleza humana con consecuencias variadas.El darwinismo social supuso la consagración de principios individualistas, como fuente razonable de toda organización, enfatizando la competencia y la lucha por la existencia. La visión monista del hombre, desde una perspectiva exclusivamente materialista, incluso llegó a formularse como una pseudo-religión inspiradora del materialismo histórico (marxismo), o de la superioridad de las razas y la justificación de la eliminación de los más débiles (nazismo) y la eugenesia. La falta de un propósito atribuible a los procesos de selección natural, ya que actúan sobre cambios aleatorios, ha dado pie a formulaciones descalificadoras de la visión trascendente de la vida humana, que desbordan el alcance del propio hecho científico. En términos dramáticos, Monod nos urge a aceptar nuestra soledad de seres abandonados en un mundo indiferente en que hemos emergido por azar. Desde una visión casi metafísica del azar (como señala Arana), nos insta -con lenguaje paradójicamente evangélico- a elegir entre el reino y las tinieblas, siendo el primero la aceptación de la carencia de sentido. Finalmente, desde una visión más flemática, Dawkins sentencia que somos simplemente el vehículo de genes egoístas, que se auto-propagan en un universo carente de diseño, propósito, mal o bien, por lo que no es probable que sea fruto de ningún diseñador ¿para qué preocuparse?.
Sin embargo, la estructura evolutiva en el mundo de lo vivo, de la que somos parte, supone una visión perfeccionada de la realidad material que también nos constituye. Pero, igualmente sabemos que somos la única especie biológica capaz de actuar anticipando las consecuencias de nuestras acciones, y de elegir en función de criterios de verdad, bien, amor y justicia. Nada hay en el darwinismo que nos demuestre la trascendencia de la vida humana, pero tampoco hay nada que la niegue. Revirtiendo visiones opuestas, Ayala ha llegado a señalar que la teoría de la evolución puede también verse como el regalo de Darwin a la religión; la imperfección es inherente también a los procesos naturales. Desde el conocimiento de nuestra realidad biológica, hermanados en la naturaleza con el resto de los vivientes, podemos seguir abiertos a la pregunta fundamental sobre el sentido de nuestras propias vidas. La vida humana, la de cada persona que habita en este planeta, es el resultado de una serie de fenómenos altamente improbables, pero que, no obstante, han ocurrido. Sabemos mucho más de las leyes físicas que gobiernan el ambiente en el que hemos surgido. Podemos ser más libres para bucear en los misterios que persisten detrás de unas leyes de la naturaleza en las que nuestra propia existencia se enmarca

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