12 may 2009

Crónica de una tormenta: "El Independiente"

El Independiente: crónica de la tormenta/ Raymundo Riva Palacio
Los personajes, las historias y los hechos del proyecto editorial que financió Carlos Ahumada
Lo fácil, siempre lo hemos sabido, no es real. Y sin embargo, solemos caer frente a la ilusión del paraíso.
Eso fue lo que sucedió, cuando menos en mi caso, cuando un viejo proyecto periodístico que no cuajó en 1991, quería revivir.
El Independiente había tenido su primera vida por la imaginación de Javier Moreno Valle, que años después desarrollaría a CNI Canal 40, la contagiosa fantasía de Fernando Benítez, y el impulso tan romántico como vehemente de Miguel Bonasso. No se dio entonces y hubo una diáspora de profesionales. Benítez murió de manera natural en medio de los honores que su trabajo académico mereció. Bonasso tuvo una estadía en Londres de donde regresó a su Argentina, donde para estas fechas está incursionando en la política. René Delgado y Enrique Quintana se convirtieron en directores de Reforma. Ciro Gómez Leyva se volvió en el pilar periodístico del Canal 40 inyectando a la televisión una nueva mirada. Óscar Hinojosa se volvió en pieza estratégica en El Universal, falleciendo a fines del 2003 también de muerte natural. Samuel García, quien junto con Francisco Vidal y Quintana fundaron Infosel, pasó por las direcciones de negocios de Reforma y El Universal. Juan Villoro se metió de lleno a su carrera literaria. Ramón Márquez, circuló por puestos de dirección en El Universal y luego se dedicó a escribir sus reconstrucciones únicas de asuntos policiales y de sociedad. En mi caso, inicié un viaje por varias redacciones y proyectos nacientes hasta que encontré una posición privilegiada en El Universal, escribiendo tres veces por semana y formando parte de un pequeño consejo editorial del diario.
Desde esa tribuna vi como el periodista Miguel Badillo convenció a dos empresarios Pedro Rodríguez, su amigo, y Carlos Ahumada, su conocido, para que compraran las instalaciones del periódico México Hoy, del tabasqueño Miguel Cantón, y lo convirtieran en la nueva versión de El Independiente. Ese proyecto no fructificó; Ahumada se distanció de Badillo y Rodríguez y se quedó con un gran terreno de más de ocho mil metros cuadrados de los cuales casi la mitad eran unas preciosas instalaciones de periódico. Corría principios de marzo y tres asesoras de Ahumada en el proyecto, Cristina Híjar, Angélica González y Lidia Uribe, buscaban una salida al negocio periodístico frustrado. Adrián Rueda, a quien conocí en el arranque de Reforma, donde él era coeditor de la sección de Ciudad, que iba a participar en el proyecto con Badillo y conocía a González de la Universidad, les comentó que yo tenía un viejo proyecto de periódico. Me contactaron. Les gustó la idea. Se la transmitieron a Ahumada y platicamos. Era mediados de marzo.
El proyecto que yo tenía era un diario de calidad vespertino con un mercado muy focalizado. Él quería un matutino de siete días. No compró mi proyecto, pero me pidió hacerle uno nuevo. Lo hice y lo pagó. Me ofreció hacerme cargo de la dirección y negociamos un contrato inédito en los medios mexicanos. De experiencias europeas tomé la cláusula de conciencia, donde establecía la política editorial del diario, un periódico independiente, plural, sin militancias partidistas ni filiaciones ideológicas, con autonomía para la dirección editorial del propio dueño, y con penalidades administrativas y laborales, incluso, para cualquiera que las violara. Asimismo, abría un espacio dentro del periódico para que cualquiera de los dos agraviados pudiera explicar, con transparencia absoluta y sustento legal, las razones de la inconformidad. De los esquemas empresariales incorporé la cláusula de exclusión, de tal forma que se pudieran eliminar las pasiones entre el propietario y el director editorial, y evitar que un estado de ánimo o un acto irresponsable pudiera dañar a la empresa. En este sentido, cualquiera de los dos podría terminar unilateralmente la relación laboral-profesional, pero este tipo de acción tendría un costo económico. Finalmente se incorporó una cláusula en el contrato a cinco años que durante los dos primeros me sometería a una medición de calidad, donde tres empresas encuestadores realizarían un estudio de calificación del diario en el mercado al cual iba dirigido. Por cada uno de los dos años que se calificara al diario por debajo de 8, perdería un 25 por ciento de la remuneración acordada para los cinco años y, si el propietario lo consideraba, podría optar por despedirme. La discusión sobre el contrato se dio sobre algunos plazos y porcentajes, pero nunca hubo reparo alguno de su parte en lo que concernía a la independencia editorial. Ese punto, que posiblemente no lo reflexionó en su momento, ayudaría a El Independiente en los días más aciagos de su corta existencia y, pienso, le generaría un amargo arrepentimiento por haberlo firmado y una furia en mi contra. Sin embargo, fue la única asidera para que más de 100 periodistas de El Independiente, pudieran caminar hacia la calle con dignidad cuando se volvió imposible seguir asociados con él y marcar un precedente histórico en la prensa mexicana.
Carlos Ahumada tomó la decisión de sacar el periódico a mediados de abril del 2003. Con un grupo de periodistas que veníamos trabajando en un proyecto semanal de una publicación totalmente distinta en concepto, dimos los primeros pasos. Eran Miguel Castillo, María Idalia Gómez, Antonio Ortega, Jorge Luis Sierra y, en la parte de diseño, Humberto Dijard, de quien es original la maqueta de El Independiente. Durante 15 días comenzaron a establecer contacto con profesionales en sus campos para ir armando el periódico, que tenía como fecha de salida el martes 3 de junio. La fecha no era caprichosa. Martes, porque los lunes es el día que más lee periódicos la clase política, nuestro primer objetivo de mercado de consumidores, y 3 de junio porque era prácticamente un mes antes de las elecciones federales intermedias en el gobierno de Vicente Fox. Salir unas semanas antes de los comicios se volvió en una medida estratégica, pues por las murmuradas relaciones de Ahumada con personajes del PRD, incluida la de su líder Rosario Robles, sabíamos que al nacer se nos colocaría la etiqueta de ser un periódico al servicio de los intereses del partido. Era vital que desde el principio mostráramos la independencia que marcaba no sólo el editorial inicial del diario, sino el contrato que había suscrito.
Así lo hicimos, y pronto comenzaron los problemas. Antes de cumplir la primera semana, una meticulosa reportera muy conocedora del PRD, Andrea Merlos, publicó el resultado de encuestas internas del partido donde mostraban sus limitadas posibilidades de triunfos en las elecciones federales, lo que motivó reclamos airados de Robles a Ahumada, según nos confesaría él mismo durante esos días. Poco después, la misma Merlos publicó los hoyos financieros que estaban encontrando en la administración de Robles, rematando con las quejas de candidatos del partido porque parte de los recursos para sus campañas se le habían entregado a la empresa Publicorp para promocionales propagandísticos. Durante algún tiempo se había mencionado que Ahumada era socio de Publicorp, pero él siempre lo negó y nunca tuvimos referencia documental de ello. De cualquier forma, las tres informaciones de Merlos encontraron su espacio en la primera plana de El Independiente. Con las dos últimas, la evidente molestia de Robles se tradujo en la exigencia de Ahumada de despedir a la reportera. En Javier Solórzano, quien una semana antes de que saliera el primer número del periódico se sumó al proyecto como director general, encontré un gran apoyo para defender a Merlos, a quien él conocía de W Radio, y juntos, en ocasiones él más vehemente, la defendimos. Pudimos llegar a un acuerdo en que no la despidiera, pero vi la conveniencia de reducir el campo de conflicto y se le cambió de fuente de cobertura. Lo platiqué con el editor de Política, Miguel Castillo, y éste a su vez con Andrea Merlos. Para todos estaba claro que la decisión de moverla había obedecido a las presiones de Robles sobre Ahumada, y tuvimos, Javier Solórzano y yo, soportar las miradas reprobatorias de una parte de la redacción, que ignoraba que había sido la única forma de salvarle la cabeza. El primer mes de vida de El Independiente había comenzado de forma muy turbulenta, y en parte por sucesos fuera del ámbito periodístico.
Ahumada había comprado el equipo de fútbol León un año antes y en la temporada de Primera A, había llegado a la antesala de la Primera División. En junio comenzó a jugar los partidos finales y empezó a tener problemas de imagen. Lo acusaron sus competidores de poner micrófonos en el vestidor para saber cuáles eran las instrucciones de juego, de pintarlos para que el olor fresco de los ácidos les afectara el rendimiento, y hasta de evitar con música y zafarranchos en el hotel donde se hospedaban los visitantes, que pudieran descansar. El León llegó, de cualquier forma, a jugar la final contra el Irapuato, con Ahumada siendo sujeto de críticas y censuras en la prensa en general. El segundo juego contra el Irapuato, en la ciudad fresera, tuvo como prólogo un escándalo por la toma violenta del estadio. Abogados y gente de seguridad que trabajaban para Ahumada entraron al estadio y fueron fustigados por pretender apoderarse del inmueble. Las imágenes de la toma del estadio y de su helicóptero sobrevolándolo, contribuyeron a un mayor descrédito de él por sus formas tan peculiares de irrumpir en la escena pública. Solórzano, quien tenía una antigua relación personal con él tejida principalmente por el interés común en el fútbol, luego de que fueron presentados por Raúl Ojeda, el político tabasqueño a quien Ahumada ayudó en su campaña contra el gobernador Manuel Andrade, trató sutilmente de encontrar la verdad del estadio. Nunca lo logró. Ahumada siempre dijo que las cosas no habían sido como se habían reportado en la prensa y que alguna vez nos platicaría los detalles del incidente. Eso no pasaría.
No había terminado el primer mes cuando los salarios se retrasaron dos días. La redacción, compuesta por profesionales que habían trabajado con profesionales de los medios, se molestó. Unos 80 de ellos firmaron una carta de protesta dirigida a la administradora, Lidia Uribe, de quien después descubriríamos su grado de relación empresarial con Ahumada. Las vísperas de la elección intermedia, Ahumada nos pidió verlo en El Independiente. Solórzano y yo pensábamos que como saldría de viaje el domingo de los comicios, querría platicar sobre el periódico con nosotros. Cuando llegamos, tarde a la cita, por cierto, Ahumada estaba incendiado. Nos dijo que cuando Uribe le envió esa carta unos cuatro días antes, sólo el hecho que le hubiera leído de madrugada impidió que en ese momento cerrara el periódico. Que no estaba dispuesto a permitir eso, expresó con enorme indignación, ante lo cual estábamos poco menos que estupefactos. Que quería que en ese momento despidiéramos a María Idalia Gómez, quien por haber entregado la carta colectiva quería que pagara la osadía de reclamar el derecho laboral y, de paso, que cesáramos también a Samuel García, con quien Uribe y él mismo habían tenido ásperas diferencias desde el principio del periódico porque el salario prometido se lo querían rebajar en cinco mil pesos. Ni Solórzano ni yo teníamos claro cómo íbamos a salir de esa situación, en el entendido de ambos que no se podía permitir un abuso como el que estábamos experimentando. Una llamada telefónica nos abrió la puerta de solución.
Ahumada colgó el celular y nos adelantó, porque dijo que otros medios ya estaban enterados y no quería que nos tomara por sorpresa, que Luis Zuno, quien había sido delegado en Álvaro Obregón, y cuyo hijo dirigía las relaciones públicas del León, había sido detenido en el aeropuerto de Toluca al regresar de Estados Unidos con armas de caza y una buena dotación de municiones. El problema para Ahumada, nos precisó, era que venía en su avión, el cual le había prestado. La tripulación también estaba detenida y Ahumada estaba metido en otro escándalo de índole federal. La coyuntura era perfecta, y le sugerí que como se veía grave el asunto de Zuno dejáramos para cuando regresara de vacaciones el tema de María Idalia Gómez y Samuel García, porque no parecía el mejor momento para generar un conflicto interno y otro problema de imagen. Aceptó Ahumada, pero fue suficiente para que, un mes después de haber nacido, empezáramos a platicar Solórzano, García y yo sobre la poca viabilidad que tendría el periódico con él como dueño, y el daño que iría generando al periódico con una serie de problemas públicos en el campo de la política y el fútbol, que pensábamos, correctamente comprobaríamos después, que no sólo se mantendrían permanentemente, sino que se incrementarían.
Poco después de las elecciones, aún con el problema de un avión retenido por las autoridades, Solórzano y yo fuimos a comer con Ahumada en el restaurante argentino Piantao, en Cuicuilco, al sur de la ciudad de México. Vimos a una persona totalmente abatida, deprimida, que tiraba ideas incompletas o en un código que no alcanzábamos a descifrar. Entendimos, sin embargo, una parte que ayudaría posteriormente en un planteamiento empresarial. Ahumada nos dijo, a manera de insinuación, que él estaba dispuesto a retirarse y dejarnos el periódico. En forma sibilina sugería que nos pusiéramos de acuerdo con él para que apoyara algún tiempo con los gastos. No estábamos preparados para ello, y en lugar de tomarle la palabra de inmediato, tratamos de estimularlo a seguir adelante con el proyecto. Finalmente, aún con los retrasos de días en la nómina, nunca había dejado de pagarla y, en lo general, se había mantenido al margen de la conducción editorial. Los episodios pasados estaban claros. Rosario Robles era su punto débil, y por ahí se había doblado, pero con respecto a otros temas, como el del fútbol, donde editorialmente optamos por publicar equilibradamente la información que se generaba cada día, lo máximo que alcanzó a reprochar con el ánimo caído, era que sus propios amigos le decían que El Independiente no parecía su periódico, por la forma como daban espacio a la información negativa a él y no salía en su defensa. Le dijimos que, en lugar de lamentarlo, que lo celebrara, porque llegaría el momento en que lo disfrutaría. Ese momento, sin embargo, nunca llegaría.
Después de esa comida, platicamos Solórzano y yo con García para imaginarnos una forma en la cual pudiera irse separando Ahumada del periódico. Coincidíamos en la necesidad de crear un consejo de administración que tomara las decisiones del diario con plena autonomía de Ahumada, de la misma forma como se hacía con las editoriales. Por septiembre, se lo plantee por primera vez, señalándole que de esa forma podría él irse quitando presiones políticas. Para entonces, ya nos había repetido a Solórzano y a mí que su círculo de amigos le recomendaba que no nos hiciera caso a los dos porque lo único que deseábamos era enemistarlo con todos. Las presiones para mi reemplazo empezaban a tomar fuerza. Los rumores circulaban por las redacciones. Que Solórzano y yo nos habíamos peleado. Que los dos nos habíamos peleado con Ahumada. Que Ahumada no me podía despedir porque sería muy oneroso por mi contrato. Que tenía diabetes. Que estaba enfermo del corazón. En cuando menos una redacción hubo anuncios tajantes que, decían sobre la base de información absolutamente confiable, yo había renunciado. En una radio anunciaron que me había ido del periódico. Un columnista de otro periódico publicó incluso que José Gutiérrez Vivó, que recién había adquirido El Heraldo de México, me había contratado para dirigirlo. El candidato del grupo de amigos de Ahumada que pedían mi destitución, llegó a decir a altos funcionarios que en cuestión de horas asumiría la dirección de El Independiente. Todo era falso, salvo las presiones. El principal promotor de ese periodista, muy cercano a Ahumada, le pidió mi cambio, reveló el empresario en otra comida en diciembre de 2003, porque sería la única manera de extorsionar a gobernadores y obtener unos 200 millones de pesos al mes. Ahumada rechazó esa petición. En todo caso, parecía que habría un choque mucho antes de que el periódico pudiera llegar a la consolidación y, como solía decir Samuel García, tarde o temprano terminarán de convencerlo.
En octubre le pregunté a Ahumada en la oficina que después de haría famosa por los videos de perredistas recibiendo dinero, si estuviese dispuesto a abrir paquetes accionarios. Dijo que sí, pero que no vendería ni más de 49 por ciento ni menos de 20 por ciento, aunque comentó que si le hacían una muy buena oferta por todo el periódico, lo vendía. Con esa respuesta, le pedí autorización para buscar socios nuevos, a lo que accedió. Solórzano, García y yo, exploramos varias posibilidades. Hablamos con el representante de un grupo de empresarios que tenían tiempo buscando adquirir un periódico, y también con un consultor para estudiar otras formas de ingeniería financiera que permitieran separar al periódico, en el entendido que entre más rápido lo hiciéramos, el cabezal de El Independiente todavía costaría menos que el capital humano de la plantilla editorial. Volvimos a hablar con el representante del grupo empresarial quien no sólo insistió en el interés sino en iniciar las pláticas de compra-venta. Volví a hablar con Ahumada y le indiqué del interés. Para mi sorpresa, me respondió que ya no estaba dispuesto a vender todo el periódico, sino un porcentaje minoritario; 48 por ciento como máximo, dijo esta vez. Quedamos en que su administradora en el periódico recibiría a los financieros del grupo en la primer semana de diciembre para iniciar el intercambio de la información necesaria para hacer la evaluación del proyecto. Se lo comunicamos al representante empresarial quien dijo que ahí estarían los financieros del grupo. Pero nunca llegaron.
Para entonces, el proyecto original se había distorsionado por el poco interés que había mostrado Ahumada en el periódico. Originalmente debía de haber tenido una inyección de capital adicional de 10 por ciento durante el primer año y medio de vida, para crecer mientras se afianzaba. Estaban planeadas las salidas escalonadas de varios subproductos, que nunca se dieron porque, lejos de seguir invirtiendo, Ahumada comenzó a secar la economía del periódico. Se quejaba que nos habíamos excedido en el presupuesto original en un 50 por ciento, lo cual aunque cierto, no era responsabilidad única de la parte editorial, sino de un mal cálculo en la plantilla laboral hecha por una de sus asesoras, que dejó el periódico a las pocas semanas de haber nacido, y en una inexplicable postura empresarial de Ahumada que estaba totalmente en contra del comúnmente utilizado outsourcing para ciertos servicios de apoyo y en una intromisión carente de planeación en las áreas de distribución y de publicidad. Pensamos que era urgente una reunión con Ahumada, que tendríamos a mediados de diciembre, para lo cual redacté un memorando a la administradora Lidia Uribe para que se lo hiciera llegar o para que le platicara los puntos centrales que deseábamos tratar. El documento decía lo siguiente:
“1.- Los medios de comunicación en el mundo tardan aproximadamente cinco años para nivelar su costo operativo. El Independiente se planteó alcanzar el costo operativo en 18 meses, pero el ritmo de crecimiento hace ver las cosas con más optimismo. El primer trimestre del periódico estaba calculado en cero ingreso.
“2.- Si no se respeta el documento que se aprobó para el lanzamiento del periódico y peor aún, se deshidrata la administración, el camino es fácil de ver: SE ESTÁ ESTRANGULANDO AL PERIÓDICO.
“3.- Reducir la inyección de capital y darla por goteo, hace que todo el entramado empiece a tronar. Los síntomas ya aparecieron: deudas con colaboradores por dos o más meses, problemas con pagos, nóminas permanentemente atrasadas, nulo crecimiento (contra lo que indicaba el proyecto original). Además se percibe un desgaste del personal en todas sus áreas, lo que ha llevado a situaciones de tensión y conflicto.
“4.- Las perspectivas son ominosas:
a) La gente va a empezar a renunciar por el desatinado manejo empresarial.
b) El periódico va a empezarse a desfondar.
c) Las reacciones negativas en cadena se centrarán en Carlos Ahumada.
Pareciera que CAK no quiere darse cuenta de la muy mala imagen que tiene en el exterior y que si la crítica se ha reducido no obedece a que se haya olvidado, sino que están esperando que vuelva a tropezarse. Está claro ahora que el periódico no fue el origen de las críticas, sino sus otro tipo de relaciones. Hay empresarios que siguen hablando mal de él y se empieza a notar un cierto desprecio hacia él como empresario en el gobierno y el ámbito político.
d) Al empezar a irse la gente, está tan resentida con CAK por situaciones tan disímbolas como retraso en la nómina y sus llegadas al periódico en helicóptero que se convertirán en portadores de malos augurios.
La ventaja inopinada de que a CAK se le sumó el prestigio de un buen número de periodistas en el periódico tiene también el efecto contrario: el maltrato a los periodistas genera espíritu de cuerpo en el gremio, la clase política y empresarial que se podría unir en su contra, con problemas de imagen adicionales.
e) El maltrato laboral abre el camino para demandas en la Junta de Conciliación. Las demandas por estos motivos pueden ser perdidas. Al mismo tiempo, la negligencia con que se mantiene la administración, que tiene un impacto directo en el resto del periódico, nos hace presa fácil de vivales sindicales para aprovecharse de nosotros. No se puede soslayar el conflicto público de CAK con AMLO, y el control de algunos de sus cercanos con dirigentes sindicales.
Introducir ese tipo de problema en El Independiente le daría a AMLO un rédito político, y las condiciones internas ya fueron creadas por la empresa—que no es lo mismo decir por la administración de El Independiente.
“5.- Es evidente el desconocimiento del negocio de un periódico: ¿10 mil suscripciones? ¿ventas anuales por 90 millones de pesos? El querer cumplir con esas metas lleva a acciones desesperadas que son contraproducentes: se rifa una casa y todavía no termina el plazo para esa rifa y ya se piensa en suscripciones para regalar seguros de 50 mil pesos. ¿por qué alguien que no quiere una casa se suscribiría para un seguro de vida de 50 mil pesos? Esto sin mencionar que un seguro de 50 mil pesos sólo podría ser apreciado por una persona de bajos ingresos, cuya lectura, si lee periódicos es La Prensa o La Afición. La desesperación lleva a una pauperización de nuestro mercado, donde no empata lo comercial con lo editorial.
“6.- La deshidratación del periódico lleva a la inmovilización, en el peor momento en que podría darse en el mercado, dada la reagrupación de medios y la formación de alianzas estratégicas. No parece existir una observación de lo que sucede en el mercado. Más bien, lo que se aparenta es un desprecio por el mercado que se sustenta en ignorar el entorno. El no crecer no es un ahorro: aniquila a cualquiera.
“7.- La visión empresarial reinante es totalmente diferente a la visión empresarial planteada para el lanzamiento del periódico. La forma como se quiere operar no corresponde al diseño editorial o comercial de El Independiente. Hay una falta de sintonía entre el producto que se tiene y la forma como se trata al producto.
“8.- Hay soluciones, por supuesto:
a) Retomar el proyecto original de El Independiente, ajustando por parte del periódico sus costos de operación.
b) Si no se quiere respetar el compromiso empresarial con el proyecto original, lo más conveniente sería reorientar el periódico. Se puede mencionar cínicamente, no como una propuesta sino como una metáfora, que la estructura, el costo, el tipo de operación, el maniqueísmo editorial de La Crisis se ajusta más al manejo empresarial imperante. Dicho de otra manera, si El Independiente fuera un restaurante, la empresa estaría colgando a la entrada una enorme manta para anunciar las copas en la hora feliz.
c) La manera como se trata a El Independiente lo lleva inexorablemente a su desaparición. La desaparición, en este momento, es un punto de gran inconveniencia. El descrédito como empresario y líder será para CAK. Algunos en la parte editorial resentirán la mofa de haber apostado por CAK, pero nada más. Una debacle en El Independiente por razones empresariales tendrá un efecto multiplicador para CAK como empresario. Si hoy existe una tendencia creciente a mantenerlo alejado de negocios privados, una falla empresarial en el periódico que en cuatro meses tiene ingresos, presencia y se colocó dentro de los cinco más importantes del país (evolución son precedente en la historia del periodismo; en el primer mes de internet los impactos superaron los 50 mil), aumentará la mala percepción que se tiene de él, lo debilitará frente a sus enemigos políticos y tendrá, en el mediano plazo, impactos negativos en el resto de sus empresas”.
El memorando nunca llegó a su destino, pero efectivamente tuvimos una reunión en diciembre. Su ánimo estaba completamente cambiado. Estimulaba escuchar de sus planes para el 2004, de una serie de propuestas para la Unión de Voceadores, de innovaciones tecnológicas para algunos subproductos, y de volver a salir al mercado de periodistas en enero para lograr la contratación de un segundo paquete de plumas famosas. De ninguna manera, aseguró, estaba desinteresado del periódico. Por ninguna razón, adelantó, quería deshacerse de él. Sí a nuevos accionistas; no a la venta total. Nosotros, nos preocupábamos.
Las gestiones de compra-venta fueron aplazadas por nuestra parte ante la lluvia de asuntos periodísticos que nos ocupaban en sentimiento y pensamiento. La crisis del PRI, la caída del presidente Vicente Fox, los dineros de la Fundación Vamos México y los tropiezos de la primera dama Marta Sahagún y sus aspiraciones presidenciales. Después empezó la temporada de videos. Salió uno de los líderes del Partido Verde Ecologista que lo metió en una crisis que desvió la atención de los escándalos previos, y una semana después apareció en la televisión otro, de Gustavo Ponce, hasta ese momento director de Finanzas del Gobierno del Distrito Federal, jugando en el salón VIP del casino del Hotel Bellagio en Las Vegas, que colocó al jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador, principal aspirante en esos días a la Presidencia en el 2006, en un conflicto profundo de alcances inimaginables. Eso fue el lunes primero de marzo. El martes siguió el escándalo. Y el miércoles, cuando celebrábamos los primeros nueve meses de El Independiente, nos cruzó una bala de plata.
La mañana del 3 de marzo, el payaso Brozo difundió un video que nos dejó congelados. Aparecía René Bejarano, operador político de López Obrador y líder en ese momento de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, retacando en un pequeño portafolio y en todas sus bolsas, decenas de miles de dólares de manos de Carlos Ahumada. Su cara aparecía tapada con un círculo en el video, pero Bejarano, cuando fue confrontado por Brozo minutos después de transmitir la grabación, reveló qué empresario se los había dado. No había duda. Era el propietario de la empresa de construcción Quart, de los equipos León y Santos de Primera División, y de El Independiente. Un obús nos había cruzado por la espalda. Miguel Castillo fue el primero en localizarme por teléfono, cuando iba camino al restaurante Balmoral del Hotel El Presidente para un desayuno. Luego de hablar brevemente y compartir nuestra confusión, le pedí que localizara a Jorge Luis Sierra, otro coordinador editorial, para que empezara a redactar un texto de deslinde que pudiéramos publicar como un editorial institucional, que terminó redactando otro coordinador, Antonio Ortega. Pensaba en esos momentos que, cuando menos, habría que trabajar sobre un texto para reflexionar y tomar la decisión más tarde. Otra llamada me entró, la del ex procurador Ignacio Morales Lechuga, colaborador del diario y viejo amigo de Ahumada, quien sugirió, como una necesidad imperante, el deslinde. Desde enero ya no acudía a las reuniones de planeación matutinas, encargándose de ellas Solórzano, pero no pude dejar de apresurarme al periódico para llegar a tiempo, a las 11 de la mañana.
En la reunión participaban los editores de todas las secciones más los coordinadores. En total solían reunirse a esa hora unas 12 personas. El ambiente no era tenso sino de profunda desolación, confusión, incertidumbre y, muy probablemente en algunos, miedo. Hablamos sobre el tema y se discutió sobre qué hacer. Les dije que la única manera que creía nos iba a permitir caminar por esa filosa hoja de navaja en la que nos había colocado desde ese momento Ahumada, era publicar todo lo que saliera del tema. Carlos Puig, uno de los periodistas con más experiencia del diario, me cuestionaría en la tarde esa proposición, asegurando que esa no era una solución sino una especie de bálsamo. Le reiteré lo que pensaba y le comenté más cosas que había pedido en esa junta. Que no se intimidaran. Que no se inhibieran. Que se armaran de valor y que se fueran a la calle a hacer lo que sabían hacer: conseguir información. Que no sabíamos que iba a suceder con el paso de las horas y que, muy probablemente, por la tarde las cosas habrían cambiado. Pero para estar peor, pensamos seguramente todos. La decisión editorial no parecía difícil, pese al momento difícil. Después de todo, teníamos un contrato Ahumada y yo donde existía mi autonomía editorial y se había suscrito el mantenimiento de la línea editorial: independiente, plural, sin filiación partidista ni tendencia ideológica. Sobre esa base habría que trabajar.
La tarde de ese miércoles observó una redacción con tanta gente como no era común ver. Pero era natural. Los sentimientos de indefensión, el verse vulnerables, el buscar en la redacción una asidera. Pero antes, al mediodía Solórzano había ido a mi oficina para comentarme que estaba pensando en renunciar. Le aconsejé que no lo hiciera, que cuando menos esperara a que amainara el temporal porque de otra forma iban a pensar que era un cobarde. Pensé que lo había perturbado que esa mañana, López Obrador, que era su amigo, hubiera dicho que Solórzano intentó reunirlo con Ahumada en su casa, pero que se había negado. Le sugerí que explicara que, en efecto, ese contacto se había hecho, pero no el día anterior ni la semana pasada, sino meses antes, y que lo había intentado porque en su función de director general él era responsable de las relaciones públicas y políticas del periódico. Si explicaba que en ese carácter, y al ver que existía un ruido importante entre el propietario del diario y el jefe de Gobierno capitalino, su trabajo era tratar de eliminarlo, todos aquellos en el medio y en el trato con los ejecutivos de medios, lo entenderían. Pensé que podía influir en algo mi consejo, pero cinco minutos antes de que empezara su programa de radio y a punto de entrar con Lidia Uribe y Yazmín Alessandrini, que escribía una columna de sociales de la política los miércoles y domingos, además de realizar trabajo de relaciones públicas del periódico a una reunión en la administración, me entregaron su texto del día siguiente donde notificaba de su renuncia, con un mensaje manuscrito que decía:
“Estimado Raymundo.
“Se reconocen los riesgos de las decisiones. Así como tomé una al llegar hoy me siento obligado a tomar otra. Ya es un asunto conmigo mismo. Para mí ha sido un hallazgo el encuentro contigo. Cuentas conmigo y hasta pronto.
“Saludos afectuosos
“JSZ”
En la reunión en la administración comentamos con sorpresa el texto. Un mensaje manuscrito de agradecimiento recibió Lidia Uribe. Comenté que cuando terminara su programa de radio le hablaría para tratar de persuadirlo a que cambiara el momento de su decisión. Pensábamos que en nada nos ayudaba esa decisión. Terminamos nuestra propia junta en el mezanine del periódico y bajé a la redacción. Fuera de mi oficina me detuve un momento en el cubículo de Miguel Castillo para hablar con las reporteras Esperanza Barajas y Claudia Ramos, pero en unos cuantos minutos había una conglomeración en torno a nosotros. Había mucha indignación pues, aunque a nivel de rumor, se habían enterado de la renuncia de Solórzano cuando él mismo la anunció en la radio. Yo me enteré en ese momento de su decisión por una vía totalmente inusual. Se quejaban airadamente por la forma como lo había hecho y fue un largo momento de catarsis. El ánimo, que se había recuperado algo después de la junta matutina y que habíamos registrado en la vespertina, volvió a decaer. Les hablé de lo que me gustaba trabajar con adrenalina y, para quien todavía me escuchaba, señalé que, aunque loco me creyeran, veía en este episodio una gran oportunidad para El Independiente. No aclaré en qué estaba pensando. Ese día había que hacer un control de daños con la gente y sacar lo mejor posible el periódico. El jueves comenzaría otra estrategia. Esa misma noche, madrugada del jueves, luego de platicar con Jorge Cisneros, uno de los coordinadores, sobre la necesidad de encontrar algún estímulo que levantara el ánimo a la gente, decidí enviarles un correo electrónico. El mensaje decía:
INCORPORAR EL MENSAJE
Desde temprano, ese jueves cuatro, conversé con Samuel García. Sabedores de todos los antecedentes de compra-venta, volvimos a coincidir que se había presentado una gran oportunidad y que las condiciones en las que se encontraba Carlos Ahumada podrían permitir lo que por meses habíamos estado buscando. Ese día hablé con Lidia Uribe y le pregunté si no había pensado que por el bien del periódico, y de paso le señalé a los equipos de fútbol, el deslinde de Ahumada era indispensable. Me dijo que no sólo ella lo pensaba, sino también los abogados de la empresa. Por la noche, Uribe me pasó a Ahumada por teléfono y le dije que la única posibilidad de que El Independiente tuviera la posibilidad de tener éxito en el futuro, pasaba por su venta y su deslinde. Me dijo que no lo había pensado pero que lo haría. Argumentaba, no obstante, que él era inocente, que no había cometido ningún delito y que las cosas resultarían bien al final. Le respondí que si era culpable o inocente era, para efectos de imagen del periódico, absolutamente irrelevante, puesto que lo que había sucedido era un daño moral. El respondió que pensaba distinto y le insistí en que los medios viven de su credibilidad y honorabilidad, la cual se había manchado, una vez más, en términos de percepción, por lo que había hecho su propietario. Aunque había un abismo sobre la concepción del daño moral que esgrimí, y su inocencia de todo, cortamos amablemente la conversación. El jueves no habíamos publicado finalmente el editorial del deslinde, y decidí no hacerlo el viernes. Esperaría la noche.
Desde muy temprano el viernes, tuve un desayuno en La Chimenea del Hotel El Presidente con el presidente de un grupo empresarial que dijo estar interesado en optar por la compra de El Independiente. Le señalé, como le diría a otros grupos interesados, que lo que deseaba era que tanto la parte editorial como la parte administrativa, pudiera tener un paquete de acciones, no mayor de 15 o 18 por ciento en total, que le pudiera significar un patrimonio a futuro. Por la tarde noche hablé con el representante de otro grupo empresarial sumamente interesado en el proyecto que insistió también en el deslinde, de ser posible el siguiente domingo. En ambos casos, sugerían que se propusiera a Ahumada que participara en un fideicomiso donde él no fuera el fideicomitente, que no sintiera que era un despojo, sino que se dejara claro que al separarse legalmente, él podría dejar un patrimonio o al paso de los años, inclusive, recuperar su inversión. Casi a la medianoche del viernes, Samuel García y yo vimos a un tercer interesado, quien nos hizo una recomendación que parecía no tener sentido en ese momento: que si al plantearle a Ahumada que había gente interesada en comprar el periódico y pedía saber quiénes eran, desconfiáramos, porque probablemente no le interesaba la venta sino tener prestanombres. Samuel García estaba convencido de ello, pero yo tenía mis dudas. Estaba equivocado.
Ese mismo viernes le había comunicado a Lidia Uribe que haríamos un deslinde de Ahumada. Antes de irme a la reunión con García y el representante de otro grupo, me pasó a Ahumada quien me pidió esperar hasta el domingo o el lunes para esa acción. Acepté pero el sábado le hice llegar a Lidia Uribe un correo electrónico con la petición de que se lo enviara a Ahumada. En él, recogiendo las sugerencias de los interesados en comprar el periódico, le planteaba un esquema de deslinde. El texto, titulado “Ideas para discutir”, decía lo siguiente:
“Premisa básica: separar no es vender.
“Objetivo para empresario: salvaguardar el patrimonio a mediano y largo plazo.
“¿Por qué pensar en la separación?
“1.- La dañada imagen del empresario y, por ende, que el periódico responde a sus intereses. Esto coloca contra la pared la credibilidad del diario.
“Desde el jueves se ha empezado a pedir en algunos noticieros de radio (Lamoglia) que no compren El Independiente, que es presidido por un “hampón” (Aristegui).
“2.- Existe un grave conflicto de interés entre una actividad periodística objetiva e imparcial y la situación legal y política de su presidente. En la medida que el conflicto avance, este conflicto se agudiza aún más. Las consecuencias son un trabajo profesional permanentemente en la cuerda floja, observado con un sobre escrúpulo para magnificar errores.
“3.- Esta dinámica conduce a un desgaste del equipo, administrativo, producción y editorial. Cada día recae el ánimo ante el alud de información negativa en contra del empresario, lo que mina la confianza de los trabajadores del diario. Esta situación terminará desarticulando la estructura del periódico en breve.
“4.- El grupo de periodistas que se aglutinó alrededor de este proyecto lo hizo para ejercer un periodismo crítico, libre y responsable, que se ha visto profundamente lastimado por el video donde el empresario entrega dinero al diputado. La autoridad moral, fundamento del periodismo cotidiano, está dañada y se está notando ya con las fuentes de información, algunas de las cuales comienzas a actuar con desprecio y sorna.
“5.- Comercialmente el proyecto se ve afectado. Tres convenios de publicidad que estaban por finiquitarse, fueron cancelados el viernes. Anunciantes, inclusive de los equipos de fútbol, están reconsiderando su patrocinio.
“6.- Ante estas consideraciones, la presencia del empresario al frente del diario hace inviable el proyecto periodístico.
“Consideración segunda.
“Vender o no vender.
“*Este esquema no pretende que el empresario venda. Lo que se busca es una protección de su patrimonio.
“*Vender en estos momentos sería muy contraproducente porque el desprestigio acumulado en los últimos días provocaría pérdidas e, inclusive deudas.
“*Protegiendo el patrimonio permite una recuperación de la inversión e inclusive ganancias si el proyecto se maneja de otra manera con órganos colegiados.
“Consideración tercera.
“Quiénes entran.
“*Se buscaría, con los apoderados legales del empresario, la creación de diferentes fideicomisos y la integración al frente de ellos, como miembros del consejo de administración, a personas con alta calidad moral que restauren la perdida en estos días.
*Habría nuevos grupos de accionistas, en los cuales entrarían, como grupos separados, la administración y la parte editorial, entendiéndose como una legítima aspiración de aquellos que fundaron el periódico.
“Consideración cuarta.
“Primer paso.
“Para hacer oficial esta separación se requeriría un escrito con los siguientes puntos:
“1.- Instrucciones a su apoderado, para:
“*ejecutar ejercicios del poder de actos de dominio.
“*Separar los activos y capital a diferentes fideicomisos.
“Consideración quinta.
“Reiteración.
“Esta propuesta no es para vender, sino para protección de patrimonio”.
El domingo
no hubo respuesta de Ahumada. Tampoco hubo deslinde. La contestación vendría el lunes por la noche de la misma manera: Lidia Uribe me lo pasaría por teléfono.
Carlos Ahumada, por el tono de su voz, parecía nuevamente con bríos. Sí aceptaba vender, pero no deslindarse. Nada de fideicomiso, agregó sin admitir mayores explicaciones sobre el recurso financiero, pues si no había un grupo con el dinero en la mano, no le interesaría perder el tiempo negociando. Me parecía correcto que no quisiera invertir tiempo en algo que no tuviera destino, pero ya no me extrañaba su desinterés por el deslinde. Lidia Uribe me había dicho por la tarde que Ahumada quería saber el nombre de los compradores, lo que me hizo recordar la advertencia del representante de un grupo empresarial. ¿Por qué?, respondí, si lo que debía interesarle sería sólo el dinero sobre la mesa. Quiere ver quién integraría el consejo de administración, dijo, deslizando, seguramente por error, para ver con quién puede trabajar. De ninguna manera, la atajé, la compra tiene que ser legítima, no sólo legal, y sin prestanombres. El deslinde público era importante porque no sabíamos qué tipo de acciones legales iniciaría la autoridad que pudieran poner en peligro la venta. Además, junto con ofertas que comenzaban a circular para la gente, sentía que la moral seguía decayendo y varios reporteros y articulistas me estaban expresando sus deseos de marcharse. Les pedí tiempo; sólo esta semana, precisé, esperando el deslinde que daría oxígeno. Ese día había hecho uso de la cláusula de conciencia de mi contrato, aunque en vez de utilizar una página del periódico, emplee el espacio de mi columna Estrictamente Personal para expresar el sentimiento colectivo por lo que sucedía y señalar al final del texto que la viabilidad del proyecto de El Independiente tal y como fue concebido, dependería de la forma como se diera el divorcio con Ahumada.
El periódico seguía publicando todo lo que surgía del tema, sin esconder información alguna ni ocultar el nombre de Carlos Ahumada de sus noticias. Era una situación algo esquizofrénica, pues El Independiente, al registrar toda la información sobre el caso de los videos que, en la suma era negativa para Ahumada, parecía un periódico que estaba en contra de su propietario. No era así. El diario mantuvo el equilibrio informativo sin beneficiarse, por decisión de Ahumada seguramente, de una entrevista que le concedió al conductor de El Noticiario de Televisa, Joaquín López Dóriga, ni de una carta que envió al periódico Reforma, y de la cual La Crónica tuvo acceso a algunas de sus partes. El escándalo lo afectaba, sin embargo, de muchas maneras. La primera fue la paralización. Por ejemplo, una investigación de Andrés Becerril sobre tortura realizada por algunos cuerpos policiales del Distrito Federal, ya no fue publicada porque en el entorno se hubiera interpretado como una ofensiva editorial de Ahumada contra López Obrador. Otra investigación de David Aponte sobre desvíos irregulares de la secretaria del Medio Ambiente del gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum, del Metro al distribuidor vial, que en otro momento hubiera sido la información principal del diario, fue semiescondida por las mismas razones. Otra fue el escarnio y la represalia. En la gira del presidente Fox al Rancho Crawford en Texas para entrevistarse con el presidente George Bush, el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Ernesto Derbez, detuvo su marcha para esperar a la reportera de El Independiente, Arelí Quintero, y burlarse de la situación en que se encontraba el periódico. En otro momento, el equipo del secretario de Seguridad capitalino, Marcelo Ebrard, le negó la entrada a la reportera de El Independiente Anabella Acosta a una conferencia de prensa. Hubo funcionarios del gobierno del Distrito Federal que ya no les tomaron las llamadas telefónicas a los reporteros del diario, pese a mantenerse una línea editorial que no tomaba partido.
El martes sucedió lo que algunos temíamos. La Procuraduría General de la República anunció una investigación sobre Ahumada por el presunto delito de lavado de dinero, con lo cual una operación mercantil directa, como se venía planteando, quedaba prácticamente cancelada. No obstante, el representante de uno de los grupos se comunicó con Lidia Uribe para que el miércoles por la noche se estudiara un convenio de confidencialidad para el intercambio de información necesario para evaluar el costo del periódico. Ese mismo día por la tarde, hablé con un reputado abogado corporativo para pedirle asesoría sobre qué pasos legales a seguir, dados los nuevos giros judiciales. Su recomendación fue pedirle a Ahumada que anunciara una asamblea de accionistas con el propósito de incorporar a nuevos accionistas y remplazar a los fundadores. Este procedimiento no requeriría una convocatoria pública, ni que él estuviera presente. Además no sería una operación mercantil directa, con lo cual se salvaba la nueva investigación por lavado de dinero y, en el peor de los casos, aún desde la cárcel tendría validez jurídica la decisión de Ahumada de realizar la asamblea de accionistas. El miércoles al mediodía, en otra comunicación a través de Lidia Uribe, Ahumada accedió a anunciar esa apertura para accionistas y pidió que se le enviara el texto que se publicaría.
Esa noche llegó a El Independiente el representante de uno de los grupos empresariales con los textos de los convenios de confidencialidad. Expuso, sin embargo, que debido a que no se había hecho el deslinde a tiempo, la participación de abogados penalistas en la asesoría del grupo, tomaría una relevancia que no existía antes. De acuerdo con la legislación, si se llegara a comprobar el delito de lavado de dinero, todos aquellos que hayan establecido una relación comercial con el culpable después de haberse iniciado la investigación, son co-responsables del delito. De esa forma, se veía muy cuesta arriba que pudiera llegar a buen fin la negociación. Y en todo caso, no tardaría menos de un mes. Yo sentía que el periódico no llegaría a ese término. Aunque los empresarios ya no recomendaban el deslinde, porque pudiera motivar otra nueva acción del gobierno federal en contra de Ahumada, me parecía que, para ese momento, ya no era más importante la venta sino salvaguardar el capital humano del equipo editorial. Poco después de que se fuera el representante empresarial volví a hablar con Ahumada, pasado una vez más por Lidia Uribe, y para mi sorpresa, había cambiado de opinión. No anunciaría nada de lo propuesto y, es más, no habría ningún tipo de deslinde. Dijo que veía que las cosas tendrían un punto de retorno y le respondí, siempre en un tono civilizado ambos, que yo veía muy diferente la película que estábamos viendo. Y, concluí, en vista de que no aceptaba ese deslinde, yo dejaría el periódico, efectivo el 15 de marzo; es decir, produciendo el último periódico de mi gestión, el domingo 14. No lo discutió.
Inmediatamente después, congregué a la redacción y les comuniqué lo que había pasado, haciendo un resumen de todas las negociaciones que se habían hecho. El optimismo que varios tuvimos el miércoles 10 al mediodía, se había transformado. Buena parte de la redacción se indignó porque no renuncié en su nombre. Les dije que eso era imposible porque no tenía yo ese mandato. De cualquier forma, encabezados por la redacción política, dijeron que sería una canallada de mi parte que yo me fuera y los dejara ahí; que los dejara renunciar. Insistí que aunque las decisiones son individuales, si desde esa perspectiva la suma del colectivo fuera la renuncia, al día siguiente publicaríamos un texto impersonal que hablara por la mayoría del equipo editorial.. La nota de primera plana del jueves 11 de marzo, iniciaba así:
“El equipo editorial de El Independiente decidió anoche renunciar al diario, efectivo el 15 de marzo, luego de que Carlos Ahumada Kurtz, propietario del Grupo Quart, una de cuyas empresas es el periódico, rechazó deslindarse financiera, administrativa y periodísticamente del medio”.
Esa noche hubo tanta frustración como tristeza, tanta impotencia como rabia. Nos había tirado una acción del propietario de la cual éramos totalmente ajenos. No había sido como consecuencia de algún error editorial, varios de los cuales sorteamos con amargura, o de uno de esos conflictos internos que tanto han dominado a los periódicos mexicanos a lo largo de los 30 últimos años. Fuimos víctimas de una lucha política de la cual sólo nos correspondía hacer la crónica, no ser parte directa de la historia. Al medio día del jueves, recibí una llamada que ya no esperaba de Ahumada. Empezó con una discusión administrativa, sobre si técnicamente, de acuerdo con mi contrato, había renunciado o si él, como yo argumentaba, había violado la política editorial. Con un tono más exasperado, me comenzó a reclamar que hubiera escrito que Rosario Robles había presionado para que me retirara de la dirección. Mientras le manifestaba mi sorpresa enorme porque en esos momentos de crisis se detuviera en un punto tan insignificante para el contexto, comencé a hacerle señas a través de las paredes de vidrios a varios reporteros para que vinieran a mi oficina y escucharan la conversación. Les pedí que guardaran silencio y empezaron a llenar el espacio. No menos de 15 debieron haber atestiguado mi parte de la plática.
Lo que escuchaba era increíble. Ahumada alegaba que yo había roto el contrato porque había hecho el periódico que se me pegaba la mano durante los días de la crisis. Le refuté. El periódico que había hecho, dije, era consecuente con el contrato: independiente y equilibrado. Me dijo que no habíamos publicado nada de la corrupción en el gobierno del Distrito Federal y que un texto de David Aponte publicado ese día, y quizás el motivo de su ira, especulaba sobre el complot del que había hablado López Obrador. A este respecto, respondí, la información de Aponte y el diagrama presentado en páginas interiores, se sostenía sobre la base de información del mismo López Obrador. Por lo que tocaba a la corrupción, añadí, bastante había sido que no lo investigáramos a él mismo, dado que fue él quien aparecía en un video, visto por millones de mexicanos, entregando dinero a Bejarano. Nos trenzamos en una discusión bizantina sobre extorsión y corrupción, hasta que finalmente me pidió adelantar mi salida para ese mismo día. No hay problema, contesté, pero habrá que discutir con los abogados porque cambia radicalmente los términos de una salida. Olvidó el punto y exigió que a partir de ese momento no se publicara nada sobre el caso. Me dejó perplejo. Reaccioné. Era imposible e inadmisible la petición. Primero, porque era el principal tema nacional; segundo, porque no permitiría que en el último momento, vulnerara mi autonomía editorial. No podía permitir que más de 100 años de experiencia colectiva en la redacción de El Independiente, alegué, fueran dañados aún más por él. Y rematé: hasta el último momento en que yo esté al frente de El Independiente, mantendré la línea editorial independiente. Si tenía estómago para aguantarlo, le dije, perfecto. Si no lo tenía, añadí, platicaría con sus abogados y liquidaríamos el contrato. Lo pensaría, y colgamos. Por la noche, quisieron dar un golpe de timón. Lidia Uribe me comunicó que el periodista Javier Ibarrola asumiría interinamente la dirección general que estaba acéfala desde que se fue Solórzano. Le dije que no tenía ningún problema, pero que le recordara a Ahumada que no podía tomar ninguna decisión editorial. Me recordó que era el director general, e insistí que, por contrato, la política editorial la manejaba exclusivamente yo y que no permitiría que nadie participara en ella. Que la prerrogativa era, como siempre, la posibilidad de que me liquidaran inmediatamente y entonces, Javier Ibarrola podría tomar las decisiones que quisiera. Para entonces me quedaba claro que Ahumada realmente no quería vender, sino utilizarlo. Durante nuestra conversación le había dicho que yo no me iba a prestar

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