Alianzas/Luis Rubio
Publicado en Reforma, 24 de enero de 2'009;
Según Ambrose Bierce, un famoso editorialista satírico del siglo XIX, las alianzas son "la unión de dos ladrones que tienen sus manos tan profundamente insertadas en los bolsillos del otro que no pueden desvalijar a un tercero". Ahora que estamos en temporada de alianzas electorales vale la pena recordar a Bierce no sólo por su sardónica apreciación de la vida, sino por la comedia que caracteriza esa discusión en nuestro país.
Aquí van algunas lecturas y opiniones:
1. Los panistas están divididos sobre la idea de aliarse con el PRD y con otros partidos, como el PT, porque se consideran de otra clase social. Por su parte, los perredistas, de por sí fracturados en dos bloques, no saben qué es mejor: la alianza con su archirrival o seguir siendo oposición.
2. Los priistas no tienen duda: para ellos la potencial alianza entre sus adversarios es "perversa", va "contra natura", presumiblemente porque se trata de dos partidos que se consideran mutuamente ilegítimos. Sin embargo, detrás de la declaración priista se deja ver la preocupación de que una alianza, así no sea muy sacrosanta, pudiera minar algunos de sus bastiones estatales como Oaxaca, Puebla y Veracruz.
3. Por definición, una alianza electoral tiene por propósito derrotar a un contrincante más poderoso. En países con sistemas de partidos múltiples, sobre todo los que se caracterizan por segundas vueltas (en los que, como en Francia, proliferan los partidos y candidatos antes de la primera vuelta para luego construir alianzas y coaliciones en aras de ganar en la segunda), o por sistemas parlamentarios con bajos umbrales de acceso al parlamento, las alianzas y coaliciones son el pan de cada día de la política. Holanda lleva más de sesenta años sin un gobierno con mayoría absoluta y las alianzas entre partidos disímbolos son el elemento que hace posible gobernar.
4. El problema de las alianzas en México reside en que nuestros partidos no se perciben como iguales, como socios en un proceso de construcción nacional. Se ven más como enemigos que como adversarios susceptibles de sumar esfuerzos, excepto para derrotar a un tercero. Es decir, enfrentamos una contradicción entre lo expedito y lo fundamental.
5. Es evidente que las agendas del PAN y PRD son distintas, pues si no lo fueran serían el mismo partido. El problema no es que difieran sus agendas, sino que no viven en el mismo espacio planetario. Si sus divergencias fuesen sólo respecto a la política social o económica, una alianza permitiría limar asperezas y desarrollar plataformas comunes, tal y como ocurre en todas las democracias modernas. Sus diferencias respecto al aborto o la homosexualidad son importantes en el plano de la filosofía partidista, pero no tendrían por qué excluir una alianza electoral en la que se acuerda no abordar esos temas, que de por sí son más del DF que del resto del país.
6. Las alianzas electorales tienen dos tiempos: el de la elección y el del gobierno. Cuando dos o más partidos entran en una coalición lo hacen porque ésa es la mejor manera de avanzar sus proyectos y consolidar su posición electoral y política. Sin embargo, la historia de alianzas en México realmente se limita a lo electoral. A la hora de gobernar es el partido al que pertenecía el candidato postulado quien acaba siendo dueño del poder. La experiencia en este plano es amplia y casi contundente: las alianzas y coaliciones son siempre temporales y limitadas al objetivo específico de ganar una elección.
7. Los partidos que participaron en la coalición gobernante pero que no aportaron al candidato ganador acaban marginados del ejercicio cotidiano del poder. Quienes dentro de los partidos se oponen a este tipo de alianzas oportunistas argumentan que el beneficio se lo lleva alguien más. La verdad es que si son varios los estados en que se da la alianza y el reparto de las candidaturas es equitativo, ninguno tiene por qué sentirse marginado. Mucho más interesantes y quizá relevantes son las preocupaciones de aquellos que vislumbran la posibilidad de que, por formidable que pudiera parecer una coalición al inicio del proceso electoral, la alianza acabe perdiendo la elección. ¿Dónde quedan los partidos después de una elección fallida? Si en lugar de arrollar como esperaban, ¿podría un fracaso a estas alturas del sexenio alterar las expectativas de los votantes haciendo inevitable el triunfo del PRI en el 2012, una profecía que se vuelve realidad?
8. El único objetivo que comparten el PAN y el PRD en las alianzas propuestas es el de derrotar al PRI. No hay nada intrínsecamente malo en una coalición que persigue un objetivo de esta naturaleza. Incluso, se puede argumentar que algunos obstáculos al desarrollo de la democracia -y gobernabilidad- mexicana residen precisamente en la fortaleza de los bastiones premodernos de que goza el PRI en varios estados de la república, comenzando por el sureste. En esa lógica, la derrota del PRI tendría el efecto de fragmentar el poder a nivel estatal, como ha ocurrido a nivel federal. En este contexto es obvio el potencial beneficio de desactivar esos feudos. Sin embargo, también es evidente que, aún en el escenario más benigno para la alianza, los costos no serían pequeños. Por pírricos que hayan sido los avances legislativos en este sexenio, prácticamente todos se deben a un acuerdo, explícito o implícito, entre el PRI y el PAN, que, mal que bien, al menos se reconocen legitimidad recíproca. ¿Podrían estas alianzas acabar por distanciar el único factor de gobernabilidad que queda en el país? Éste no es un argumento para cancelar la idea de las alianzas, sólo para describir el escenario en su integridad.
9. Lo que realmente importa es si las alianzas concebidas para derrotar al PRI tienen contenido más profundo. Una de las quejas de los panistas es que una alianza en Oaxaca implicaría sumar a la APPO, a quien ven como terrorista. Puesto así no tiene sentido, pero qué tal si parte del proyecto involucrara incorporar a la APPO y a otras organizaciones similares en la vida política institucional.
10. En contraste con la naturaleza de las coaliciones en países plenamente democráticos, una alianza como las propuestas tiene que apreciarse como lo que es: un intento por cambiar las reglas de competencia y control dentro del sistema político. De ser exitosas en derrocar a algunos de los bastiones feudales del PRI, éstas le darían oxígeno al sistema y al PRI moderno que también vive acosado por aquéllos, aunque no lo reconozcan sus líderes. Sin embargo, el único beneficio relevante para la ciudadanía sería el de comenzar a construir una agenda común para el desarrollo del país. Eso sí parecería ser contra natura.
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