Nexos; 1/10/2010
Mi pleito con la izquierda/Luis González de Alba
Un ensayo personal sobre las diferencias políticas, ideológicas y éticas
de un hombre de izquierdas con la izquierda de su país
Salí de la cárcel en 1971 y pasé un año en Chile. Me sostuve con las ventas de mi relato Los días y los años porque el gobierno de Allende nunca me pudo colocar de barrendero en una oficina pública. Volví cuando me negaron la renovación de la visa, y con mis amigos comencé, en el pequeño grupo que llamamos Consejo Sindical, las desveladas de donde saldrían los sindicatos universitarios y una corriente del PSUM, PMS y PRD. Vicente Leñero me invitó, a nombre de Julio Scherer, director de Excélsior, a escribir en Revista de Revistas, que había sido rediseñada.
1972: “La izquierda no duda en recurrir al patrioterismo más deleznable si lo considera necesario, pues parece pensar que el fin justifica los medios, como si los medios empleados no sirvieran, ellos mismos, para educar o deformar al nuevo militante […] ¿Qué sucede cuando [la izquierda] nos quiere mostrar la imagen de una juventud burguesa, pro imperialista y de derecha? ¡Nos pone un conjunto de rock! La cámara se detiene para que veamos con desprecio los pelos largos, las camisetas sin mangas, los pantalones con parches, y el locutor, transformado en guardián de nuestra idiosincrasia, en protector de las buenas costumbres latinoamericanas, del rompope Santa Clara y el chocolate Abuelita, nos endilga desde su púlpito que: ‘Esta es la juventud que apoyó a don Canuto de la Borbolla y Arróniz, ¡véanlos! Cantan música extranjera, visten como extranjeros… etcétera”.
Se trataba de un corto colombiano que denunciaba que las elecciones eran una farsa y cualquier candidato era lo mismo… ¿suena conocido 40 años después? Tenía yo la pésima costumbre, hoy abandonada, de no fechar mis notas ni poner el nombre de la publicación, así que mis amarillentos papeles, llenos de las mismas obsesiones, impresionantemente idénticas a las de hoy, sólo tienen seguros los años, escritos en cada carpeta. Bueno, hasta una primera denuncia de la Navidad como fiesta pagana del Sol ya aparece en 1972. Hoy la firmaría.
Mis amigos más cercanos en la cárcel, el pre-grupo nos llamaban los del PC (Partido Comunista), del que hablo en Los días y los años: Raúl Álvarez Garín, Gilberto Guevara Niebla, Félix Lucio Hernández Gamundi, el Búho Miguel Eduardo Valle y otros habían fundado la revista Punto Crítico: una forma de dar voz a las disidencias políticas y sindicales, y, en el fondo, una presencia en la futura revolución socialista. La dirigía Fito Sánchez Rebolledo, pero mandaba Raúl Álvarez. Llegaron Raúl Trejo, José Woldenberg y otros más jóvenes que los ex dirigentes del 68. Pronto surgieron las diferencias: que nos acercábamos demasiado a la Tendencia Democrática de los electricistas comandados por Rafael Galván. El “núcleo universitario” tenía posturas cercanas a una línea que no era revolucionaria. Su enorme peso en el nuevo sindicalismo universitario daba a los miembros del Consejo Sindical una autonomía mal vista en Punto Crítico.
La ruptura final vino cuando Rolando Cordera y José Blanco, del Consejo Sindical y de Punto Crítico, aceptaron la invitación de Carlos Tello para trabajar en la Secretaría de Programación y Presupuesto, recuerda Woldenberg (Memoria de la izquierda, Cal y Arena, 1998). Yo, la verdad, lo había olvidado porque el proyecto siempre me pareció parte de eso que José Revueltas llamaba la “soledad de perro”: una revista fea, pobre e ilegible, como tantas otras de circulación mano-en-mano. Pero sí recuerdo que fuimos 49 los que firmamos un documento “que intentaba un balance de la revista, recreaba el surgimiento de dos posiciones encontradas…”, op. cit. En fin, nos echaron, apodados como el equipo de americano de San Francisco: Los Forty Niners. Creo que firmé y si no fue por azar, y me fui con mis cuates.
La Jornada
En 1983 dejé de publicar en el unomásuno porque tuve mi primer año sabático en la UNAM (y no existía la internet) y lo pasé haciendo algunos estudios en París. A mi regreso encontré con que Carlos Payán, subdirector del unomásuno, había tenido alguna divergencia fuerte con Manuel Becerra Acosta, el director, y había dejado el diario. Con Payán se habían ido muchos de los colaboradores, entre ellos todos mis amigos: Rolando Cordera, José Woldenberg, Raúl Trejo Delarbre, parte de lo que Pablo Pascual definía así: “No somos un grupo político, no somos un partido, no somos un sindicato: somos una pandilla”. Con espíritu de pandilla, pues, ni siquiera pregunté motivos y me consideré fuera del diario. Supe que planeaban hacer otro y me presenté a las reuniones. Nunca entendí, y no he entendido, el motivo de aquella emigración en masa.
Cuando el proyecto de lo que sería La Jornada estuvo preparado, nos pidieron a los futuros colaboradores un artículo para un número cero, como se llama al ejemplar que todavía no saldrá al público, pero ya no está hecho de recortes, sino de materiales originales.
Como todos, entregué mi colaboración. Mal paso, dirección errónea, resbalón a la primera pues se tituló La izquierda terrorífica. Empecé mal y acabé peor, pero ya pintaba hacia dónde: “15 de septiembre de 1984. La edición mexicana de Playboy agotó en pocos días su primer número: 150 mil ejemplares, y su precio alcanzó en el mercado negro los dos mil pesos. La mochería, tanto la tradicional como la roja, está escandalizada e implora ¡también la roja! al gobierno renovación moral. Ver para creer…”.
Recordemos que los presidentes mexicanos acostumbraban vaciar en bronce algún apotegma e inscribirse en el altar de algún héroe patrio. Echeverría había acuñado “Arriba y adelante”; López Portillo “La corrupción somos todos” y su héroe Quetzalcóatl (quien, como él, era blanco y barbado); en 1982, el presidente Miguel de la Madrid puso veladora en el altar de Morelos y llamó a una “renovación moral” de la sociedad mexicana. Eran temas sagrados de los que nadie se permitía mofa alguna porque se podía pagar muy caro el chiste.
“Cuando las videocaseteras [máquina ahora extinta] nos permiten disfrutar de verdadera pornografía, bien hecha, con magníficos ejemplares humanos, con acción potentemente iluminada hasta sus más lúbricos detalles, ¿a alguien le importa una revista que ni siquiera publica actos sexuales? Parece que sí: un dirigente y tótem de mi partido, el PSUM, hace públicos llamados al presidente de la República para que la renovación moral pase a significar lo que algunos temíamos que significara: lavativas espirituales y no el combate contra la corrupción…”.
No logro recordar al tótem de marras que dejé anónimo, se lo ofrezco al memorioso amigo Pepe Woldenberg.
Luego, como ya desde el unomásuno había publicado temas de divulgación científica y cada día me interesaba más en la física, propuse a uno de los subdirectores, Héctor Aguilar Camín, una sección de ciencia. “Me gusta mucho la idea… Pero no tenemos quién la escriba…”. Dije que por supuesto la proponía para mí. Dudó, me revisó, hubo silencio de ambos y dije (eran tiempos preinternet): “Héctor, tengo kilómetros de notas sobre temas que pido investigar en la computadora del Conacyt, hay bancos de datos que se conectan entre sí [ohhh…] y, pues… ponme a prueba”. Aceptó y puso título a la columna semanal: La ciencia en la calle.
Primer artículo, el 29 de octubre de 1984: “Diferencias sexuales del cerebro”. Hoy es un lugar común, pero hace 25 años era un tema escandaloso, de machos, de misóginos depravados que veían diferencias en donde el Catecismo feminista decía: la mujer no nace, se hace. Alud de cartas de quienes no habían siquiera leído la nota y el solo título les resultaba abominable. Décadas de guardar notas me dieron dos libros: La orientación sexual (Paidós) y Niño o niña: las diferencias sexuales (Cal y Arena). El tema ya a nadie escandaliza y se da por hecho lo contrario de entonces: que la igualdad comienza por la aceptación de las diferencias.
Mantuve La ciencia en la calle 13 años, hasta noviembre de 1997, cuando la usé para pedir correcciones a un libro clásico sobre el 68 y produje la llamada de Carlos Monsiváis a la directora, para entonces y para siempre Carmen Lira: “¡O Luis o yo!”. El tema ya me satura. Se localiza con facilidad la polémica en archivos de nexos 97-98, La Crónica, YouTube, Letras Libres y más.
Pero no fue un rayo en cielo azul. De mi estreno con “La izquierda terrorífica” y el arranque de la nueva sección con las “Diferencias sexuales del cerebro”, tan impertinentes, había seguido empleando una columna de divulgación científica para, entre detalles de la materia oscura o el spin del electrón y la paradoja EPR, colar con disfraz de ciencia social un completo rechazo del movimiento estudiantil del CEU en 1986-1987, revisar los hechos del 68 en el vigésimo aniversario, 1988; rechazar sin más, en 1994, al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y su venereado (sic) líder, el subcomandante Marcos, santón de La Jornada (a pesar de un primer editorial contrario).
El secuestro de Arnoldo
En 1985 un grupo guerrillero secuestró a Arnoldo Martínez Verdugo, ex candidato a la presidencia y último secretario general del Partido Comunista Mexicano (PCM), por entonces ya en el PSUM. Hubo una confusa discusión acerca de unos dineros que el PC le debía a la guerrilla. El asunto era cuando menos turbio e intentó precisarlo Valentín Campa, uno de los presos de la huelga ferrocarrilera de 1959, liberado para hacer exclamar a jóvenes del PC que nunca habían conocido a nadie más obtuso, esquemático, doctrinario, un comisario político del viejo cuño, intolerante… Alguno me dijo: ¿Sabes dónde queda la ventanilla de devoluciones?... Para entregar a Campa.
En suma: publiqué en La Jornada mi renuncia al PSUM: “No creo, como sostuvo este diario, que el comunicado [del PSUM] sea preciso en lo que respecta al secuestro de Arnoldo Martínez Verdugo, el dinero recibido por el Partido Comunista en su momento, ni tampoco sobre nuestra solicitud de apoyo financiero en vez de vender un edificio (Monterrey 50) que se compró —lo dijo Valentín Campa— precisamente para tener disponible lo que no era nuestro. No entiendo”.
Y ahora entiendo menos, porque mi nota da por sabidos los hechos y ya no los recuerdo. El memorioso Woldenberg dice que hablará del secuestro (op. cit., p. 271), pero no lo hace. Ya lo glooglié y tampoco. Pero en resumen era un feo asunto de que uno de los partidos fundadores del PSUM, el PCM, le debía una feria a cierta guerrilla y no le pagaba. Por lo cual habían secuestrado al una vez dirigente comunista. Nadie tomó en serio mi renuncia y, además, pronto el PSUM desapareció subsumido en el PMS… que se uniría a la Corriente Democrática, surgida en el PRI bajo el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas, y finalmente en el PRD.
Pero hay un párrafo que rescato: “Tenemos héroes en los que no creo, homenajeados que me parecen detestables; con toda la izquierda padecemos de una triste condición que ejemplifica mejor que nadie Rosario Ibarra de Piedra, diputada por el PRT, entregando cartas valerosas al presidente después del Informe Presidencial, como si fuera todavía la solitaria mujer que debe romper una valla, y no la diputada que desayunará con el presidente De la Madrid y podrá expresarle lo que desee”. Carlos El Tuti Pereira, enfurecido, me dijo que renunciaba por los peores motivos, habiendo otros muy buenos… No supe cuáles.
El CEU
En 1975, el presidente de la República era Luis Echeverría, con su gasto público a manos llenas y su multiplicación por tres, por cinco, por seis a los presupuestos destinados a educación: las zonas de desastre dejadas por el 68. Recogía frutos: Carlos Fuentes había declarado, en 1972: “No apoyar a Echeverría es un crimen histórico”. En 75, faltaban 11 años para que el CEU (Consejo Estudiantil Universitario) echara al suelo la reforma planteada por el rector de la UNAM, Jorge Carpizo, el dirigente principal de aquella huelga estudiantil, Carlos Ímaz, tenía en el 75 sólo 16 años.
Escribí en El Sol de México, dirigido todavía por un gran periodista, Benjamín Wong: “Para las familias acomodadas constituye un injusto subsidio la enseñanza universitaria gratuita […] Son los hijos de la clase media y alta quienes se benefician mayoritariamente de un servicio que paga toda la población económicamente activa y, dado nuestro injusto sistema fiscal, podemos afirmar que los pobres pagan la educación de los ricos…”.
Así pues, no había motivo de sorpresa para que “un ex líder estudiantil”, yo, 11 años después de escribir lo anterior, estuviera contra el movimiento estudiantil de 1986 y su huelga de 1987. Era ése un movimiento estudiantil de derecha, dije, por el que los estudiantes de clases media y alta se negaban a aportar un poco para becas de sostenimiento a estudiantes pobres.
En 1986, la propuesta del rector Jorge Carpizo era intachable porque planteaba una reforma en la que tres puntos podían ser de enorme importancia para la UNAM:
1. Reponer el valor de las cuotas a su valor hasta 1976, cuando empezaron las devaluaciones. En 1964, los estudiantes pagábamos 200 pesos al año, 16 dólares. Eran 50 entradas al cine, un tercio de la renta mensual de una buena casa. Con el endeudamiento del país a cargo de Echeverría y de quien lo sucedió, José López Portillo, el dólar se fue a cientos de pesos y a miles un sexenio después. Controlada la inflación en tiempos del presidente Salinas, una de sus primeras tareas fue eliminar tres ceros a los pesos: un salario regular era de 10 millones al mes. Así fue como los 200 pesos, que yo había pagado, se convirtieron en .20 (20 centavos). El rector no aumentaba las cuotas, sólo pedía la reposición del valor.
2. Los exámenes serían estandarizados, preparados por los departamentos y áreas. Yo daba clase en el 86 y explicaba a mis alumnos: “Ahora puedo elaborar un examen que no pase nadie, como se me dé la gana. ¿Por qué se oponen a que el Departamento de Psicología Social diseñe el examen y los ocho profesores de una materia pongamos el mismo examen?”.
3. Debía haber un tiempo límite para que el estudiante se recibiera. ¡Pero por supuesto! ¿No habíamos estado siempre contra los llamados “fósiles”?
Los temas que mayor clientela atraían eran el supuesto aumento de cuotas y la regulación del pase automático. La Jornada, 19 de enero de 1987. “Orígenes del pase automático en la UNAM”: “Hace 20 años, el presidente Díaz Ordaz decidió echar a patadas al rector de la UNAM, doctor Ignacio Chávez, y para ello movió a los líderes universitarios priistas. Para atraer a la Preparatoria, renuente a seguirlos, ofrecieron un atractivo regalo: ingreso a las carreras profesionales sin examen de admisión. En un instante la Preparatoria estuvo en huelga”. Eso ocurrió en 1966.
Las 26 iniciativas del rector Jorge Carpizo
La Jornada, 3 de noviembre de 1986. “…De ahí que la primera iniciativa proponga el pase automático de las preparatorias de la UNAM a las carreras profesionales únicamente para los estudiantes que no hayan repetido año y tengan un promedio mínimo de 8.
”La 2ª y 3ª restringen el número de exámenes ordinarios y extraordinarios. Es correcta en una institución pública y gratuita…
”La 4ª, que plantea el retorno a las calificación numérica [en vez de letras], es un retorno a la realidad, ya que los profesores hemos seguido calificando siempre con números, única forma posible, y luego traducimos con dificultades a tres letras (con A, B, C, ¿cómo distingo entre 8.2 y 8.9?).
”Las 5, 6 y 7. Nadie puede estar en contra de que se preparen materiales de ayuda para cursos difíciles, se impartan cursillos sobre hábitos de estudio o se determine bibliografía básica de cada materia.
”La 8. Un máximo de reprobación de materias. Las universidades privadas se podrían esperar a que un alumno tenga a bien aprobar alguno de estos años una materia, para eso paga. No lo hacen. En una pública, menos, porque hay alumnos mejores que se quedarán fuera.
”La 9. Exámenes departamentales. Cuando hay más de un profesor impartiendo un curso resulta obvia la necesidad de fijar un mínimo de conocimientos compartidos por los diversos grupos. Las 14 y 15. Revisión de las materias seriadas y de programas de estudio con frecuencia obsoletos, ¿no es correcta? La 16. Baja del personal académico que cobre sin trabajar. ¿Alguien se opone? La 17. Cumplimiento del número de horas de trabajo.
”La 19. Incremento en las cuotas de maestría y doctorado. La 20. Incrementos al costo de exámenes extraordinarios. Es una forma de devolverle a ese examen su carácter extraordinario. La 21. Que los investigadores también impartan clases. Las 22, 23 y 24. Revisión de los estudios de postgrado. Diálogo con el sector productivo. Pero, ¿no debió haber sido siempre así?
”La 25. Elección directa y secreta de los consejeros. La 26. Elección del Patronato por medio de ternas. Es mejor procedimiento que el actual dedazo.
”[…] Pero ninguna clase privilegiada ha cedido jamás sus ventajas sin pelear por ellas, y los estudiantes defienden sus privilegios como cualquiera. Incluido el privilegio de que los más pobres y alejados de la educación les paguen su formación profesional”.
En este 2010 lo volvería a firmar, con enorme gusto.
Los líderes del CEU habían heredado de sus padres sesentayocheros una demanda nunca cumplida en aquel año: diálogo público. La impusieron a la Rectoría de la UNAM y así quedó demostrado, con hechos, que fue ése nuestro más grande error en 68. Los delegados estudiantiles, ante un auditorio repleto, estuvieron sentados frente a las autoridades universitarias, sobre el escenario y con reflectores, radio y TV, pero diálogo no hubo. Ni podía haberlo: cada uno se limitó a urdir sus más hirientes sarcasmos y mejores gracejadas para arrancar los aplausos “del respetable”. Nadie se planteó la menor concesión al enemigo porque la rechifla y los gritos de ¡traidor! habrían sido abrumadores.
Diálogo público es una contradicción en los términos: si es público no es diálogo, y si es diálogo no es público. Sólo en privado estamos dispuestos a conceder alguna razón a la parte contraria. Y así es como se hacen las negociaciones, concediendo. Lo cual está clasificado, en el imaginario popular mexicano, como traición.
Heberto y Cuauhtémoc
Con la fusión del PSUM (Partido Socialista Unificado de México) y el PMT (Partido Mexicano de los Trabajadores) en el PMS (Partido Mexicano Socialista) tuvimos al fundador del PMT, Heberto Castillo, como figura casi indiscutible para la elección presidencial de 1988. Cuauhtémoc Cárdenas encabezaba una corriente del PRI que exigía nominación del candidato presidencial a cargo de los afiliados al PRI, contra la tradición que hacia al presidente en turno un gran elector tras de quien el partido súbitamente descubría al mejor, al único, al indiscutible, y llegaban delegados a la asamblea ya con mantas y declaraciones públicas a favor de un elegido. Se le decía “la cargada”: todos con el señalado. La señal usualmente venía de la CTM. Pero todo México sabía que era una decisión del presidente.
El ingeniero Heberto Castillo era mucho mejor candidato de lo que habían sido Valentín Campa o Arnoldo Martínez Verdugo: candidatos que salían a enfrentar el desierto sin fondos de campaña, sin leyes que obligaran a conceder tiempos en los medios masivos, sin posibilidad alguna de obtener ni un mísero cinco por ciento de votos: años de tristeza y soledad de perro. Pero Heberto tenía más nombre y la unión de partidos y grupos de izquierda en el PMS permitía avistar una campaña que al menos se conociera entre los electores. Que ganara resultaba, por suerte, imposible, pues la sola idea nos resultaba aterradora a algunos. Eran bien conocidas las renuncias de militantes al PMT, cansados de las decisiones autoritarias del ingeniero Castillo y de las atrabiliarias imposiciones de su segundo, el Búho, Eduardo Valle. También era pública la incapacidad de Heberto para reconocer errores.
En 1979, luego de sobrellevar el mote de Heberturo por sus elogios a la “apertura democrática” del presidente Echeverría, sostuvo en el semanario Proceso que la matanza del 10 de junio de 1971 había sido responsabilidad exclusiva del presidente Echeverría, con lo que exculpó a Alfonso Martínez Domínguez (AMD), regente del DF en ese año, y a quien se acusaba de haber preparado al grupo de esbirros conocido como Halcones (por su grito al atacar), por lo que era llamado Alconso. Martínez Domínguez había sido “elegido” gobernador de Nuevo León. (La crónica se puede encontrar ahora en http://www.highbeam.com/doc/1G1-90102070.html)
Dice Heberto en Proceso núm. 136: “Me informaron que AMD me invitaba a desayunar en su casa de Inglaterra 14, en Coyoacán, cerca de la terminal Tasqueña del Metro; a las 9 de la mañana”. Habían pasado ocho años de aquella matanza de jóvenes el Jueves de Corpus. La primera pregunta es: ¿usted habría podido desayunar con Martínez Domínguez en su casa? Ir a oírlo, sí. Pero, ¿desayunar sin atragantarse con el acusado de preparar los Halcones?
Heberto le da voz y así AMD “relata cómo el presidente Echeverría lo usó, lo engañó, lo expuso al más duro juicio histórico al hacerlo responsable de la matanza del 10 de junio, para luego ponerlo en la calle…”. Escribí y produje los rayos de Heberto: “Ahora resulta que hasta el cándido y buenazo de don Alconso Martínez Domínguez cayó en la trampa de ese huracán del infierno que tuvimos por presidente…”. Sin que eso le impidiera llegar a gobernador de Nuevo León. A tres semanas de que asumiera la gubernatura, apareció el artículo de Heberto. Hum…
“Como se desprende de sus artículos”, sigo, “la imagen que Heberto tiene de sí mismo es, cuando menos, grandilocuente: Echeverría quiere hacerle saber… Moya Palencia (Gobernación) le telefonea, lo busca, envía por él… Martínez Domínguez lo elige como depositario histórico de una verdad tan terrible que podría costarle la vida (a AMD)… Algunos compañeros de Proceso, dice Heberto, piensan que si el peligro ya no es mortal para un gobernador-de-hecho, sí lo es para el ingeniero (Castillo)…”. Me parecía ridículo ese temor porque Echeverría estaba refundido en Nueva Zelanda y las islas Fidji, como supuesto embajador.
Así que, en 1987, era una inmensa fortuna que nuestro candidato, el ingeniero Castillo, no tuviera ninguna posibilidad de ganar la Presidencia. Pero sí la tenía Cuauhtémoc Cárdenas.
Cuando renunció al PRI Cuauhtémoc Cárdenas, publiqué sin consulta y con entusiasmo que Heberto debía declinar su candidatura a favor de Cuauhtémoc. Fui increpado por camaradas. Pero el PMS lo hizo su candidato una vez que Heberto cedió. Vino la elección del 88 y perdió Cárdenas, o eso dijo Manuel Bartlett porque las elecciones las organizaba la Secretaría de Gobernación, con él al frente. Al poco tiempo, tras el encarcelamiento del jeque petrolero apodado La Quina, vi con asombro a Cárdenas marchando por las calles para exigir la liberación del criminal.
Análisis fragmentario de
una histeria (caso La Jornada)
Si desde el número cero de La Jornada mi artículo fue mal recibido, la situación no hizo sino empeorar con los años. Una crisis mayor vino con “La urgencia de martirio”, mi nota del 23 de abril de 1990. “El asesinato de dos vigilantes de este diario a manos de un supuesto Partido de los Pobres (Procup) que los redime matándolos, ha sido analizado abundantemente en estas páginas y deplorado en la sección de cartas. Pero la nota permanente, la consideración de que se trata de un nuevo atentado contra la libertad de expresión, cauce interpretativo elegido por la dirección de La Jornada y aceptado sin réplica por buena parte de los comentaristas de dentro y de los solidarios de fuera, es errónea: no hubo atentado alguno contra la libertad de expresión, sino un crimen sin relación con la línea ideológica de este diario. ¿Por qué entonces nos hemos ido por el lado de los mítines frente (al monumento) a Francisco Zarco? Porque:
”a) Ser perseguidos políticos eleva nuestra autoestima; ser víctimas de un crimen, no (…sigue psicología para pasar la nota como ciencia: disonancia, Gestalt…).
”Los criminales se alejaban cuando nuestros vigilantes les dieron alcance en la calle con la torpe encomienda de regresarles el paquete de propaganda recién entregado […]
”Hay sentimiento de culpa de todos los que aquí trabajamos. ¿No era menor de edad uno de nuestros vigilantes asesinados? […]
”Dentro de todo, hemos estado mejor en La Jornada que Cuauhtémoc Cárdenas y su desafortunadísima y por suerte pronto olvidada declaración sobre los problemas sociales no resueltos que agobian a quienes mataron a Enrique García y a Jesús Samperio”.
Ardió La Jornada: “Aunque carezcamos de elementos, hoy mismo, para asegurar que sea un acto destinado a acallar la voz de este periódico…”. “Ante la irracionalidad del fanatismo es preferible el escándalo a la indolencia…”. “La acción del Procup deja una secuela de violencia hacia los medios de difusión…” (secuela no hubo ninguna). “Espeso clima político. Clausura de opciones. Ha sido inevitable recordar el golpe a Excélsior…”.
En suma, por primera vez apareció la expresión sombra ominosa que se cernía sobre la voz de la democracia. Dije que habrían matado también a vigilantes de Novedades si los hubieran visto acercarse a ellos.
Entre el alud de cartas, dos eran de colegas y amigos: Guadalupe Loaeza y Humberto Mussachio me llamaban “tipejo” y más. Mi intención, aseguraba éste, era convertir en victimarios o corresponsables de un crimen a los periodistas amenazados. Tuvieron razón porque hoy nadan en celebridad y ella, enamorada del Peje, en una buena fortuna con sus libros y artículos.
Intervinieron los trabajadores: Yo mentía en cinco aspectos, uno de ellos al afirmar que “hay sentimientos de culpa en todos los que aquí trabajamos”. Les di razón: los tengo yo porque soy copropietario del negocio, La Jornada, donde tuve trabajando a un menor en tareas que no iban con su edad. Los asistentes al mitin por la libertad de expresión no la deseaban para mí.
Luego vino lo peor: mi artículo tenía cola. Dice Pedro Miguel: “Me niego a considerar la posibilidad de que Luis esté actuando de mala fe o por consigna”. No lo creo, pero plantó la duda. Y Javier Flores pide que aclare “una supuesta relación entre La Jornada y el PRD”, hecha por otra persona en otro diario… No entendí y sigo sin entender. Lo único claro es el método: me niego a creer que el periodista X cobre en Gobernación…
La manifestación para recordar el 2 de octubre de 1992 dio lugar a un reportaje tramposo y a mi respuesta:
“Querido Carlos [Payán]: Entre gitanos no se leen la mano y todos los periodistas sabemos que eso de ‘yo no hago más que describir lo que vi’ nos sirve para engañar ingenuos. Yo no lo soy y conozco el método empleado. Ni tu reportera Georgina Saldierna ni nadie describe lo que vio, pues el color de cada pantalón, los dibujos de cada vestido, las alas de cada mosca llenarían […] Todos seleccionamos y Georgina también cuando describe la manifestación del 2 de octubre último, sólo que ella lo hace teniendo en mente al público de ideología elemental que hemos colaborado a deformar. Conozco las trampas, por lo mismo sé que mencionar los nombres de tres dirigentes del 68 como los grandes ausentes es colocarlos bajo las toneladas de mierda que la izquierda, no la derecha, ha lanzado durante los pasados 25 años contra ese movimiento hasta convertirlo en lo que hoy es para muchos jóvenes: el ejemplo de la transa vil. Ya encarrerada, hace una mezcolanza donde lo mismo cabe un delator que hombres rectos como Raúl Álvarez, Valle o Guevara, cuya obra creando sindicatos, partidos y publicaciones, ha transformado a México sin que ella se entere, aunque no vayan a manifestaciones donde Georgina pasa lista”.
Retrato de Pepe Woldenberg
La ciencia en la calle, 22 de marzo de 1993. “Hace casi 20 años, algunos profesores de la UNAM decidimos crear un sindicato que nos representara. En las noches de largos debates cargados de lugares comunes, apareció un jovencito, parecía casi adolescente aunque no lo era, lleno de espinillas y silencioso. Escuchaba con atención a los mayores, a los famosos, a los de la cárcel y el exilio. Una noche tomó la palabra, con timidez pero sin temor. En aquella voz pausada, que cuidaba las distancias todavía, que no buscaba enfrentamientos, brilló una visión del mundo nueva, sin la plaga del catecismo y la ideología […] Exponía aquel muchacho ideas que no surgían de supuestos comunes, de verdades compartidas. Era un aire respirable, joven. La frase: ‘Tiene la palabra José Woldenberg’ llamaba a poner atención, a dejarse llevar por la duda. Ninguna afirmación era evidente […] Un ejercicio constante de lucidez y de reflexión. A sus 30 primeros camaradas de aquellas pesadas sesiones nos deslumbró; a los siguientes 300 en un sindicato ya dividido por corrientes les causó irritación.
”Hoy su señalamiento del uso merolico y abusivo que hacemos al atribuirnos la representación de ‘los ciudadanos’, ‘el pueblo’ y otras generalizaciones, produjo el más desafortunado traspiés de Elena Poniatowska en terrenos que no conoce […] Por mi parte seguiré leyendo despacio a Woldenberg (cada 15 días en La Jornada), rápido a Poniatowska (primera vez que no la llamé Elena). Lo de ella me lo sé, lo de él, no”.
¿Qué había ocurrido? Para comenzar la campaña que devolvería a los habitantes del DF el derecho a elegir sus autoridades (que eran nombradas por el presidente), se dio la banderola de salida a Elena. Su discurso lo dedicó, en forma de letanía, no contra el PRI, que décadas atrás había arrebatado el voto a los capitalinos, sino contra un joven desconocido, José Woldenberg, de quien muchos no habían oído hablar: “¡Y le vamos a demostrar a José Woldenberg que los ciudadanos sí pensamos! ¡Y le vamos a demostrar a José…!”. Luego publicó su texto en La Jornada. Una verdadera infamia.
Yo había ido pasando del amistoso: Ah, qué Elena…, cuando la leía, al ¡Pinche Elena, cómo trivializa y abarata cuanto toca! Ese discurso me enfureció. Y más todavía cuando, a raíz de mi inamistosa respuesta, me llamó. Dijo que no había leído la nota de Pepe, que Pablo Gómez se la había citado de memoria cuando ella, aterrada por el gran papel que se le había encomendado, no sabía qué decir. “¿Crees que debo llamarlo y disculparme?”. Respondí que las ofensas públicas exigen disculpas públicas. Pero que podía comenzar por llamarlo. Jamás lo hizo, tampoco publicó que había metido la pata. Pule bien el brillo de su aureola.
Cuatro años después, estos hechos serían definitivos para exigirle a Elena, desde un largo artículo en nexos, que revisara más de 50 errores en su reportaje La noche de Tlatelolco. Ella no había participado ni siquiera en la Coalición de Intelectuales y Artistas (con José Agustín, Revueltas, Cuevas y tantos), no había visto una manifestación ni desde la acera. Pero su reportaje era magnífico… si corregía lo que un dirigente le estaba señalando como errores. Lo hizo bajo demanda legal. Su libro mejoró mucho.
En septiembre de 1993, y por los 25 años del 68, publiqué en nexos un ensayo largo: “1968: La fiesta y la tragedia”. Reviso “las tesis de Lecumberri”, señalo que no hemos explicado las causas de aquella tormenta: ¿Por qué “los tradicionales estudiantes de Ingeniería, Química y otras escuelas, incluida Filosofía, que no habían oído jamás los nombres de los presos políticos de entonces (ni les habrían importado), se lanzaron a huelgas y manifestaciones callejeras donde se jugaban la libertad y hasta, lo supimos después, la vida?”.
Es un texto muy largo. Sólo diré que molestó mucho a Carlos Monsiváis. Peor lo puso el de La Jornada del 4 de octubre: “68: La merienda con las tías”. Comenzó a lanzar ataques sin dar mi nombre ni citas textuales. En noviembre mi entrega semanal fue “La construcción social del nosotros”, inicio de una serie. “Mientras Tomás Borge era comandante sandinista en el poder era igual de cursi, pretencioso, confuso, meloso, ditirámbico y pedante. Pero nadie lo decía o al menos no en público…”.
Lo censuró la subdirectora, Carmen Lira. Mi carta: “…al parecer te disgustó mi referencia a la triste repetición con que la izquierda no descubre a Stalin sino después de muerto o la cursilería de Tomás Borge hasta que ensalza al presidente Salinas”. Carlos Monsiváis había desatado la merecida paliza contra Borge. “Es típico del cronista pisar siempre sobre seguro y regar el pasto llovido…”. Y le presento mi renuncia. Es 1993 y el director, Carlos Payán, está fuera de México. La subdirectora me pide esperar el regreso del director. Volví sobre el tema en nexos y etcétera: “…la presión del tótem de la ‘izquierda’ (sea eso lo que sea) alcanzó dentro de La Jornada tal nivel que la subdirectora, Carmen Lira, creyó atisbar con suspicacia una críptica referencia al ocurrente y aplaudido cronista en el texto y decidió censurarlo…”.
Carta. 5 de noviembre. “Carmen: Es canallesco de tu parte publicarle hoy al poco brillante Pino ataques en mi contra con idénticas palabras a las de su maestro, el insidioso Monsiváis. El Pino, más hombre, al menos hace su crítica con nombre y apellidos […] Buscaré responder en otros medios ya que me cierras éste”.
(Referencia a que Lira no me publicaba ni cartas en respuesta a cartas en mi contra.)
Volvió de viaje el director y tuvo carta. “Querido Carlos: … En semanas pasadas se me aplicó en casa la censura que combatimos en otros: la subdirectora Carmen Lira decidió, sin proponer alternativas, sin siquiera informarme directamente ni menos darme explicación alguna, aplicar censura total sobre dos textos completos de La ciencia en la calle previamente leídos, aprobados y preparados para su impresión por el jefe de sección…”.
En la queja señalo que, mientras me tenía con mordaza, no dejó de publicar ataques en mi contra, que no me permitía responder, “…Anne Huffschmid extrae lo que desea de mi artículo sobre la última moda estadunidense, la ‘memoria recobrada’, sin responder a mi principal argumento: que ninguna terapia puede hacer recordar la violación por el padre a las tres semanas de edad porque la memoria misma tardará todavía años en ser duradera, por lo tanto dicho ‘recuerdo’ o es inducido por la terapeuta o es expresión de un deseo […] Pero dejemos lo anecdótico. ¿Cuál es la relación entre los fundadores y propietarios del diario con los funcionarios que, temporalmente, colocamos para fabricar un producto diseñado entre todos?...”.
El final lo he relatado decenas de veces. Ocurrió en noviembre de 1997.
1994: Marcos
El 1 de enero no se publican diarios. Pero el 2, horas después del levantamiento guerrillero del EZLN en Chiapas, La Jornada sostuvo en su editorial que se trataba de “aventureros y profesionales de la muerte” con propósitos irracionales que “ya no saben dónde empieza el mito milenarista, dónde el delirio y dónde la provocación política calculada y deliberada”. Al día siguiente, La Jornada hace notar a sus lectores “La contención mostrada por el Ejército al abstenerse de tomar por asalto la plaza…”. El día 5 el titular es: “Repele el Ejército Mexicano ataques de guerrilleros”. Y una nota: “Líder tzotzil: Investiguen… y en Carranza no van a encontrar a nadie que apoye al EZLN”. Pero, en unos días, La Jornada ya había recapacitado. Otros no lo hicimos nunca: Marcos era un farsante, patán e imbécil. Oh, Dios: ¡GdeA contra los indios! No, aclaré, sino contra la ruptura de un acuerdo nacional: No a las armas. Hoy Marcos es una celebridad literaria desde la selva.
“En respuesta a la pregunta sobre los indios de Chiapas enviados por los mandos guerrilleros a combatir con palos en forma de rifle los tanques y helicópteros del Ejército Mexicano, dijo ese héroe de la izquierda universitaria, el subcomandante Marcos: ‘Cuando el combatiente no tiene aún un arma, debe aprender a moverse como si la tuviera, es parte de la formación de un combatiente’. El silencio en torno a esta escalofriante confesión ha sido abyecto…”.
Carta a Hermann Bellinghausen. “Hermann: Tus crónicas son tan buenas que me basta con leerlas separando los datos de tus muy personales explicaciones. También creo que hay en Chiapas lo que has visto: ‘miedo, odio, linchamiento, racismo invertido’ de los indios contra los blancos, sobre todo contra uno tan rubio como tú.
Diferimos en la explicación del odio. Para ti sólo puede ser producto de la ‘manipulación’ y los ‘instigadores’ que ‘azuzan’ al ‘motín’ […] Yo saco otra conclusión de los muy buenos relatos de ustedes, y es que muchos indios odian la guerrilla al grado de casi linchar a sus defensores. Veo la posibilidad de otra guerra civil, ésta entre población defensora del EZLN y población enemiga. Creo que comienzas a vislumbrarla. Tú dices: los manipulan. Yo digo: no, te odian de verdad, y no sólo por rubio y desconocido, sino porque te asocian a un medio, La Jornada, al que sienten aliado de sus enemigos […] Estás descubriendo a los indios de verdad, no los inditos del INI. Hacen bonitos bordados, pero también y sin manipulación odian, linchan, matan, se van a la guerrilla unos, están hasta la desesperación contra ella otros. Hay de todo. O sea: fíjate que son humanos…”. (No se publicó.)
La otra guerra civil. “Antes del ya histórico primero de enero de 1994 y la toma de ciudades por el EZLN, los indios católicos arrojaron fuera de sus comunidades, con frecuencia a palos, a más de 20 mil indios protestantes. Como se ve, no se nace conociendo el respeto a los derechos de los demás…”.
Cuauhtémoc Cárdenas
Se juntaron los diversos malestares en La Jornada y fui echado en 1997 cuando Payán dejó de ser director. No se publicaron las cartas de lectores extrañados por la desaparición de la sección de ciencia completa. Tuve invitaciones de otros medios, pero acepté la de Pablo Hiriart a La Crónica porque, si bien no lo conocía, me llegó por medio de Francisco Báez, miembro de aquel Consejo Sindical y asiduo a tanta fiesta sabatina. Somos una pandilla, y Paco era de la pandilla.
Cuando finalmente ganamos el derecho a elegir gobierno en el DF (yo vivía allá), luego del traspiés de Elena Poniatowska con Pepe Woldenberg, la nueva jefatura de gobierno la ganó Cuauhtémoc Cárdenas, quien derrotó a Carlos Castillo Peraza, del PAN y uno de los artífices de las reformas que Salinas había logrado cuando el presidente decía hágase y se hacía. Reformas sin las cuales México no habría sobrevivido a las siguientes crisis. Nada más piense en que no tuviéramos la balanza comercial favorable que nos da el TLC. Me unió una gran simpatía con Castillo y comenzamos una amistad que cortó mi regreso a Guadalajara y su muerte prematura.
Aparecieron nubarrones con Cárdenas. Me llamó Castillo: ¡Tengo las pruebas de que Cuauhtémoc le regaló a su madre un terreno con playa en Michoacán mientras era todavía gobernador! Le respondí: Pues ya te lo acabaste. No contábamos, ni él ni yo, con los mexicanos. Cárdenas publicó un largo manifiesto explicando el caso. No lo entendí entonces y sigo sin entenderlo ahora. Desde La Crónica dije esto mismo. Ganó Cárdenas porque el asunto no le hizo mella alguna: los mexicanos están convencidos de que gobernador que no ofrece grandes regalos a su madre es porque no tiene madre, y quien lo ataca por esos regalos, menos la tiene. La candidatura de Castillo se derrumbó en semanas luego de estar en la punta.
Un reportero de La Crónica descubrió que un jefe de policía del nuevo gobierno de Cárdenas en el DF había sido miembro del Batallón Olimpia: aquel grupo de militares en ropa civil y con un guante blanco para identificarse entre sí, que habían comenzado los disparos el 2 de octubre en Tlatelolco. Lo señalamos muchos. Cárdenas lo destituyó. Después reapareció en la policía aquella criminal “Hermandad” cuya corrupción y exigencia de pago por cuota a cada policía había sido demasiado hasta para el PRI. Los destituyó. En fin, Cuauhtémoc se equivocaba, al fin producto del PRI, pero ponía inmediato remedio. Lo cual no es posible decir de quienes lo sucedieron.
Pero no hizo igual en el caso Paco Stanley, animador de TV Azteca asesinado en una taquería. El procurador Samuel del Villar se empecinó en acusar a una joven edecán, Paola Durante, de complicidad con los criminales. Única prueba: el dicho de un preso cargado de sentencias que por una reducción de su condena aseguraba haber visto y oído a Paola Durante planear el homicidio con otros. Ella presentó decenas de testimonios en contra, para empezar los de edecanes y sus jefes que la habían visto trabajar en el Auditorio Nacional a la hora en que el criminal juraba haberla visto en la cárcel complotando. Los registros de visitantes que lleva todo presidio tampoco la tenían anotada.
Paola salió gracias al empeño del ombudsman capitalino, Luis de la Barreda, quien no cejó en acumular pruebas de inocencia hasta que la vio libre. Un gran defensor de Derechos Humanos, Luis. El PRD no lo perdona. Pero, en fin, fue un encontronazo más con el PRD, ahora desde otro diario. Y, sobre todo, Cárdenas fue una gran desilusión. Perdió la elección presidencial del 2000 en buen medida por su desempeño (por error escribí “despeño” y creo que es más exacta la expresión), su despeño como primer jefe de gobierno elegido en el DF después de 70 años.
El PRD me cargó una porción a mi ya abultada cuenta.
Tras la crisis del 95, mi Taberna Griega quebró. Dijeron fans del Sub: “No iremos a comer allí mientras Luis mantenga esas posiciones contra el EZ”. Así me ocurrió que no pude pagar la renta de mi depa. Enrollé mis bellos tapetes persas y afganos, y salí a ofrecerlos entre mis amigas de buena posición. No me compraron ni uno.
Cuando López Obrador dio a construir obras por miles de millones, los segundos pisos, sin concurso, y las entregó a la esposa de Carlos Ímaz (aquel del CEU), que es bióloga o astrónoma, dije que la dama no distinguía entre cemento y yeso. De nuevo, fui aplastado por la Historia: lograron hacer secreto por 12 años el precio de los megaarcos triunfales para la marcha de AMLO a la Presidencia. Hoy gastan a manos llenas en sostener varios cientos de casas de pre-pre-campaña por todo el país, en llenar el Zócalo con gente traída de los cuatro puntos cardinales en autobuses, gente que deben alimentar y regresar a sus lugares de origen. Todos sabemos quén pompó, como decía AMLO cuando se hacía el simpatías.
El PRI, con todos sus detestables defectos, tenía una ventaja: no negaba su corrupción. La inspección de un negocio detectaba sin falta algunos incumplimientos. Se arreglaba con 500 pesos. Con el PRD, el propietario se enfrenta al Hombre Nuevo, al Proyecto Histórico… y también se vende, pero cuesta 50 mil pesos. Mi bar El Taller, en la Delegación Cuauhtémoc del DF, tuvo muchas inspecciones en la era del PRI. Ninguna encontró motivos para clausura.
Pero nomás llegaron los Faros Rojos y vino una clausura por no tener estufa de gas. “En un sótano”, alegué, “me deberían clausurar por sí tenerla”. La estufa eléctrica no fue válida. No puse estufa de gas. La segunda fue porque no teníamos la lista de precios en Braille… Sí, para que el marica ciego no deba preguntar a su mesero el precio del vodka-tonic. La clausura duró un año y un mes.
Atenco
¿Un preso político, yo, que está contra la salida de presos políticos?, se interrogan quienes creen que secuestrar, atar y bañar en gasolina a policías y funcionarios en Atenco es una objeción de conciencia. El fondo de lo que fue el lago de Texcoco, de agua salada, sirve para dos cosas: volver a llenarlo y ver que las aves acuáticas regresan, como se ha hecho en una parte, o cubrirlo de concreto para hacer un gran aeropuerto moderno y entregar locales para comercio a quienes vendan sus tierras. Y faltaba lo peor: he dejado escrito que nuestra leyes consagran el derecho de manifestación, pero ninguna el de bloqueo.
Oaxaca
Otro crimen. La libertad propia acaba donde impido la libertad del otro, pero eso no aplica para los “movimientos sociales” que cercaron su hermosa ciudad, incendiaron edificios históricos, asesinaron maestros que daban clases y jóvenes que movieron una piedra para meter su auto a la cochera. Fue danza y frenesí salvaje entre humo, llamas, pillaje y terror, la ruina de la ciudad. Un estado que recibe el 97 por ciento de su presupuesto de la Federación perdió sus pocos ingresos propios a cuenta de artesanía pobre y de turismo. Los criminales hoy tienen fuero porque son diputados no elegidos, de los pluris que los partidos nombran a dedazo: lo que tanto criticamos al PRI. Un panorama deprimente.
Retrato de Rosario Ibarra
de Piedra
nexos, junio de 1993. “Hace ya más de diez años, una mujer lanzaba insultos contra el ‘teatro burgués’ desde el foro abierto de la Casa del Lago: proponía en cambio el modelo de los que cada domingo, y desde el mismo foro abierto ocupado a la fuerza, gritaban sus baratijas ideológicas, hacían pasar por teatro sus esketches ante un público entre distraído en cambiar pañales a los niños y medio risueño por las ocurrencias de los muchachos.
”En esa ocasión el ‘teatro burgués’ que se representaba en el interior de la Casa del Lago, gratuitamente, era una obra escrita por el propio director y sus dos únicos actores, la escenografía eran tubos formando un gran cubo, el vestuario era de calle. El director vivía en una casa modesta, la actriz en un cuarto con un tapanco y el actor, Ernesto Bañuelos, vivía conmigo, por lo cual me constaba que llevaba puesto uno de sus dos únicos pantalones y traía un peso para el camión en el bolsillo. La Parca, vestida de negro, con los pelos sueltos y agitados como una loca, con la fotografía de un hijo desaparecido prendida al pecho como el gran medallón de sor Juana, señalaba con dedo huesudo el ‘lugar infame al que no puede entrar el pueblo’: una dependencia de la UNAM de acceso gratuito o muy barato (en el bosque de Chapultepec); salpicaba su discurso con palabras que había aprendido el día anterior: burguesía, proletariado y pueblo, pueblo, pueblo, que le llenaba la boca bien cuidada por su dentista; esto hacía la señora, cuya servidumbre en su nada modesta casa de Monterrey vivía mejor que los actores y el director de teatro fulminados por ella a golpes de unos Marx y Lenin jamás leídos. Por supuesto se trataba de Rosario Ibarra de Piedra.
”Los actores entraron silenciosos a la Casa del Lago, humillados por la fama de la predicadora, quizá hasta temerosos de ser reconocidos y señalados por ella con su índice huesudo y su larga y bien cuidada uña. No había peligro de que lanzara a la gente contra los actores porque, no habiendo visto jamás la obra burguesa que presentaban, era imposible que los reconociera. Con cualquier pretexto abracé a Ernesto mientras se cambiaba en el sótano que servía de camerino, y quizá le habré dicho que su pantalón ya estaba muy sucio y acaba de caérsele un peso al suelo. Quizá le extrañaron, por tan escasos motivos, la voz cortada y las lágrimas que vio en los ojos de su amigo”.
Bien, pues Ibarra de Piedra llegó a senadora por el PRD, igual que la Tigresa, quien hizo su fortuna como amante del presidente Díaz Ordaz. Cuando López Obrador ordenó a Ibarra irse al PT, partido creado por el presidente Salinas en su afán por destruir al PRD, se fue y hoy es senadora por ese membrete. Es parte de la bazofia que tanta gente nos presenta como “izquierda”: Ricardo Monreal, José Guadarrama, Manuel Camacho, Marcelo Ebrard, López Obrador, todos formados y deformados en el PRI, son hoy la izquierda. Quien les señala crímenes, como el de no salvar a los policías quemados vivos en Tláhuac, o menciona el echeverrismo del “Nuevo” Proyecto de Nación es porque se pasó a la derecha. Lo asumo: dondequiera que ellos estén, yo estoy a 180 grados.
Luis González de Alba. Escritor. Su libro más reciente es Olga. Es colaborador de Milenio Diario. www.luisgonzalezdealba.com
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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