El mundo sin E.E.U.U/Richard N. Haass
El
enemigo de Estados Unidos está adentro/Ian Buruma is Professor of Democracy, Human Rights, and Journalism at Bard College. He is the author of numerous books, including, most recently, Murder in Amsterdam: The Death of Theo Van Gogh and the Limits of Tolerance and Taming the Gods: Religion and Democracy on Three Continents.
Project
Syndicate | 2 de mayo de 2013;
A
menos que surja alguna nueva revelación inesperada, no hay demasiado que
aprender de los hermanos Tsarnaev, mejor conocidos como “los terroristas de
Boston”. Podemos ahondar en sus historias familiares en Daguestán, un país
arrasado por el conflicto, o examinar, una vez más, el atractivo letal del
radicalismo islamista. Pero dudo de que resulte esclarecedor.
El
hermano mayor, Tamerlan, que murió en un tiroteo con la policía, parece encajar
perfectamente en el perfil de lo que el escritor alemán Hans Magnus
Enzensberger llama “el perdedor radical”. Y su hermano menor, Dzhokhar, que se
recupera de heridas de bala en un hospital de Boston mientras espera ser
enjuiciado, parece haber sido un seguidor patético que actuó no tanto por
convicción profunda como por amor fraternal.
El
perdedor radical es el tipo de joven que se siente victimizado por un mundo
insensible e indiferente. Esa amarga sensación de rechazo, que sienten muchos
jóvenes confundidos, se convierte para algunos en un deseo feroz de venganza.
Al igual que Sansón en el templo de Gaza, desea destruirse en un acto público
de violencia, llevándose consigo la mayor cantidad de gente posible.
Cualquier
cosa puede desatar este acto final: el rechazo de un amante, una solicitud de
empleo denegada. En el caso de Tamerlan, un boxeador talentoso, le negaron la
posibilidad de convertirse en un campeón porque todavía no era un ciudadano de
Estados Unidos. El islamismo radical le ofreció una causa prefabricada por la
cual morir.
Más
interesante, y de alguna manera mucho más perturbadora, ha sido la reacción en
Estados Unidos ante los atentados de Boston, en los que murieron tres personas
y 264 resultaron heridas. Incluso después de que Tamerlan había muerto, y
Dzhokhar, ya herido, era el único fugitivo conocido, las autoridades de Boston
decidieron cerrar toda la ciudad. Se interrumpió el transporte público, así
como los trenes hacia y desde la ciudad, se cerraron los negocios y las
empresas y a los ciudadanos se les pidió que se quedaran en casa. Hasta que se
encontró al terrorista sobreviviente, Boston quedó reducida a una ciudad fantasma.
Si
dos jóvenes perturbados con bombas caseras improvisadas a partir de
fertilizantes y ollas a presión pueden tener este efecto en una ciudad
importante de Estados Unidos, podemos imaginar cuán tentador debe ser ahora su
ejemplo para otros perdedores radicales, para no mencionar grupos radicales.
Muestra lo vulnerable que puede ser una ciudad moderna cuando sus líderes
pierden el valor.
La
reacción sobredimensionada de las autoridades -y de gran parte de la prensa-
fue mucho más curiosa ya que se produjo justo cuando el Senado de Estados
Unidos estaba votando un proyecto de ley por el cual a los asesinos conocidos y
a la gente mentalmente enferma les habría resultado mucho más difícil comprar
armas, así como a los individuos privados les habría costado mucho más adquirir
armamentos que normalmente se utilizan sólo en un conflicto bélico.
Es
como si los norteamericanos pudieran tolerar una sociedad en la que los niños y
otros inocentes muchas veces son asesinados por hombres trastornados con armas
compradas abiertamente en el mercado, pero estallan en una histeria colectiva
cuando los homicidios son perpetrados por personas etiquetadas de
“terroristas”.
Esto
puede reflejar aquello a lo que la gente está acostumbrada. Los españoles
habían crecido tan habituados a actos de violencia de los separatistas vascos
que el asesinato de 191 personas en Madrid por extremistas islamistas en 2004
fue recibido con bastante sangre fría. Cuando 52 personas fueron asesinadas en
un atentado suicida en el subterráneo de Londres al año siguiente, los
británicos también reaccionaron con relativa calma, luego de haber vivido años
de violencia terrorista irlandesa en los años 1970. Al igual que los españoles,
estaban acostumbrados a estos hechos. Los norteamericanos, a pesar de los
atentados del 11 de septiembre de 2001, no lo están.
Peor
aún, una cantidad de senadores republicanos, entre ellos luminarias como John
McCain, pidieron que se despojase a Dzhokhar Tsarnaev, que es un ciudadano
estadounidense, de sus derechos legales, y someterlo a un tribunal militar como
un “combatiente enemigo”, como si el estudiante universitario de 19 años fuera
un soldado en una guerra contra Estados Unidos.
Un
temor exagerado a los enemigos externos siempre ha sido parte del paisaje
político norteamericano. La “nación de inmigrantes” tradicionalmente era
considerada un refugio del peligro. El mundo exterior malvado no debería poder
tocar la Tierra de los Libres. Cuando lo hace -Pearl Harbor, septiembre de
2001- se desata el infierno.
Otro
factor puede ser la necesidad de un enemigo común en un país cuyos ciudadanos
provienen de muchas culturas y tradiciones diferentes. Cuando está asediada por
comunistas o islamistas, la gente experimenta una sensación de pertenencia. La
defensa de la nación contra los extranjeros peligrosos -y sus agentes
domésticos, ya sean reales o imaginarios- ofrece un lazo poderoso.
Estos
lazos pueden ser útiles, incluso necesarios, en tiempos de guerra. Pero la
política del miedo plantea un peligro para el propio Estados Unidos. El
objetivo de los grupos terroristas políticos, como Al Qaeda, es provocar una
represalia y maximizar la publicidad para su causa. Como criminales comunes,
los miembros de estos grupos no alcanzarían su objetivo. Pero al declarase
soldados en una guerra con la mayor potencia militar del mundo, generan piedad
y ganan seguidores entre los perdedores radicales y los alienados.
El
ex presidente George W. Bush una vez explicó el terrorismo como la expresión de
odio por la libertad estadounidense. Pero cuando el terrorismo resulta en
tortura de prisioneros, una mayor vigilancia policial y amenazas oficiales a
los derechos legales de ciudadanos de Estados Unidos -o lo que es lo mismo,
cuando un delito cometido por dos jóvenes inmigrantes hace que se cierre una
ciudad entera-, el gobierno de los norteamericanos está dañando su libertad más
de lo que cualquier terrorista podría llegar a anhelar.
***
El
mundo sin E.E.U.U/Richard N. Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush’s special envoy to Northern Ireland and Pakistan, before resigning from the Bush administration in protest against the Iraq war. He is the author of Foreign Policy Begins at Home: The Case for Putting America’s House in Order. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
Project
Syndicate | 30 de abril de 2013
Permitidme
plantear una idea radical: la amenaza más crucial que enfrenta Estados Unidos,
hoy y durante el futuro previsible, no es una China en ascenso, una Corea del
Norte imprudente, un Irán nuclear, el terrorismo moderno o el cambio climático.
A pesar de que todo lo mencionado se constituye en amenazas reales o
potenciales, los mayores desafíos que enfrenta EE.UU. son la deuda que
embravece, la infraestructura que se desmorona, las escuelas primarias y
secundarias mediocres, un sistema de inmigración obsoleto y un crecimiento
económico lento – en resumen, los cimientos nacionales del poder
estadounidense.
Los
lectores de otros países pudiesen tener la tentación de reaccionar ante esta
aseveración con una dosis de alegría malsana, encontrando algo más que tan sólo
un poco de satisfacción ante las dificultades que enfrenta Estados Unidos.
Dicha respuesta no debiese causar sorpresa. Estados Unidos y aquellos que lo
representan han sido culpables de actuar con arrogancia (con frecuencia, puede
considerarse a EE.UU. como la nación indispensable, pero sería mejor si otros
destacan este punto); y de manera comprensible, ejemplos de incoherencias entre
cómo actúa EE.UU. en la práctica y sus principios provocan acusaciones de
hipocresía. Cuando Estados Unidos no se adhiere a los principios que predica a
otros, engendra resentimiento.
Pero,
como la mayoría de las tentaciones, se debe combatir las ansias de regodearse
en las imperfecciones y arduos esfuerzos de Estados Unidos. Las personas
alrededor de todo el mundo debiesen tener cuidado con lo que desean. El fracaso
de Estados Unidos en el manejo de sus desafíos internos llegaría a un precio
muy elevado. En verdad, lo que el resto del mundo tiene vinculado a si Estados
Unidos alcanza o no el éxito es casi de tan grandes proporciones como lo que el
propio EE.UU. tiene en riesgo.
Parte
de la razón es económica. La economía de EE.UU. sigue representando cerca de un
cuarto de la producción mundial. Si el crecimiento de EE.UU. se acelera, la
capacidad de Estados Unidos para consumir los bienes y servicios de otros
países se incrementará, impulsando, por lo tanto, el crecimiento en todo el
mundo. En un momento en que Europa está a la deriva y Asia se está
ralentizando, sólo EE.UU. (o, en términos más generales, América del Norte)
tiene el potencial de impulsar la recuperación económica mundial.
EE.UU.
sigue siendo una fuente única de innovación. La mayoría de los ciudadanos del
mundo se comunican mediante dispositivos móviles que se basan en la
tecnología desarrollada en el Valle del Silicón; del mismo modo, Internet fue
desarrollado en Estados Unidos. Más recientemente, las nuevas tecnologías
desarrolladas en EE.UU. aumentaron en gran medida la capacidad de extracción de
petróleo y gas natural de formaciones subterráneas. Esta tecnología ya se está
abriendo camino en todo el mundo, permitiendo que otros países aumenten su
producción de energía y disminuyan tanto su dependencia en importaciones
costosas como sus emisiones de carbono.
EE.UU.
es también una fuente muy valiosa de ideas. Sus universidades de clase mundial
educan a un porcentaje importante de los futuros líderes del mundo. En un plano
más fundamental, EE.UU. ha sido durante mucho tiempo un ejemplo destacado de lo
que la economía de mercado y la política democrática pueden lograr. Las
personas y los gobiernos de todo el mundo tendrán mucha más propensión a ser
más abiertos, si ellos perciben que el modelo estadounidense está alcanzando el
éxito.
Por
último, el mundo se enfrenta a muchos desafíos serios, que van desde la
necesidad de detener la propagación de armas de destrucción masiva, luchar
contra el cambio climático y mantener un orden económico mundial en
funcionamiento que promueva el comercio internacional y la inversión hasta la
regulación de las prácticas en el ciberespacio, la mejora de la salud global y
la prevención de conflictos armados. Estos problemas no se desvanecerán
simplemente o se arreglarán por si solos.
Si
bien la “mano invisible” de Adam Smith pudiese garantizar el éxito de los
mercados libres, es impotente en el mundo de la geopolítica. El orden requiere
de la mano visible de liderazgo para formular y llevar a cabo respuestas
mundiales a desafíos mundiales.
No
me malinterpretéis: nada de esto pretende insinuar que EE.UU. puede abordar de
manera eficaz los problemas del mundo por sí solo. El unilateralismo rara vez
funciona. No se trata tan sólo de que EE.UU. carezca de medios, la propia
naturaleza de los problemas mundiales contemporáneos sugiere que únicamente las
respuestas colectivas tendrían una buena probabilidad de alcanzar el éxito.
Sin
embargo, es mucho más fácil abogar a favor del multilateralismo que diseñarlo y
ponerlo en práctica. En este momento sólo existe un candidato para desempeñar
este papel: EE.UU. Ningún otro país tiene la combinación necesaria de capacidad
y perspectiva.
Esto
me lleva de regreso a la aseveración que indica que EE.UU. debe poner su casa
en orden – económica, física, social y políticamente – si que es que desea
tener los recursos necesarios para promover el orden en el mundo. Todo el mundo
debiese tener esperanzas de que EE.UU. sí lo logre: la alternativa a un mundo
liderado por EE.UU. no es un mundo liderado por China, Europa, Rusia, Japón,
India o cualquier otro país, sino un mundo que no es liderado en lo absoluto.
Un mundo así es casi seguro que se caracterizará por una crisis crónica y
conflictos. Eso sería malo no sólo para los estadounidenses, sino que lo sería
para la gran mayoría de los habitantes del planeta.
R
No hay comentarios.:
Publicar un comentario