Problemas con
la autoestima/
RAIMÓN SAMSÓ
· Buscar siempre
la aprobación externa puede resultar un arma de dos filos
· La clave es
aumentar el valor personal ante uno mismo, pero no delante de nadie
EL País Semanal, 24 NOV 2013;
De
pequeños, pocos reciben una educación enfocada al bienestar emocional, y
después, de mayores, al carecer de una referencia interna, las personas buscan
en los demás un sucedáneo de autoestima que acaba creando más problemas de los
que trata de solucionar. Se han escrito muchos libros sobre el tema, se
imparten cursos y se llenan consultas de personas que desean mejorar su
autoconcepto… pero muchos olvidan que la valía es fruto de la autopercepción y
no de lo que digan los demás.
Nuestra
cultura occidental ha inventado la necesidad de ser “especial”, para alguien o
en algo. Y nosotros hemos comprado ese deseo. ¿Qué ha ocurrido? Quién más,
quién menos, construye una idea de sí mismo en positivo o en negativo. Es
decir, hay personas que se sienten “mejores” –por encima de los demás– (se aman)
y otras que se sienten “peores” –por debajo de los otros– (y se odian).
“No conozco la
clave del éxito, pero la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el
mundo” Woody Allen
No
sé de dónde salió la idea de que debemos buscar la aprobación externa, el
cuento de que, en el caso de obtenerla, podemos sentirnos felices, y en el caso
de no obtenerla, hemos de sentirnos desgraciados. El reconocimiento externo es
un arma de dos filos: por un lado, puede subir la moral, pero también puede
dejar por los suelos el estado de ánimo. Demasiado riesgo, máxime cuando la
aprobación o la censura se suele hacer con ligereza.
Alguien
dijo: “Dale un premio a un escritor y ya
no escribirá nada más de valor”. No siempre es así, por fortuna, pero es
verdad que el escritor después de recibir un galardón soporta un estrés
adicional, ya que se ve obligado a no defraudar las expectativas de sus
lectores y estar a la altura del reconocimiento recibido.
Cuando una
persona se convierte en buscadora compulsiva de la aprobación externa, entra en
su propia trampa
y en un ciclo sin fin. Se condena a sí misma, sin saberlo, a ir de cumplido en
cumplido, a recabar la aprobación ajena, a necesitar incluso el halago. Ya no
es libre, depende de que otros alimenten su necesidad de ser aprobada. Es como
un adicto emocional que padece el síndrome de abstinencia. Se podía decir que
esa persona pierde el tiempo y la paz mental buscando la felicidad en el lugar
equivocado.
Es
obvio que no hay nada malo respecto a contar con el beneplácito ajeno. El
problema es cuando se necesita y, sobre todo, cuando se confunde el verdadero
valor personal con la complacencia externa. Son dos cosas muy diferentes, y
cuando se entiende esta gran diferencia, las personas se centran en su valor y
no en buscar ser valoradas.
Reforzar la
autoestima significa aumentar el valor personal ante uno mismo, pero no delante
de nadie.
Cualquier palabra que empiece con auto (autoestima, autoconcepto, autoimagen…)
tiene que ver con uno mismo y no con los demás. Aun estando claro, parece que
se olvida. Llega un momento en la vida en el que tenemos que centrarnos en
aclarar la relación con la persona más importante, que no es otro que uno
mismo. Si esa relación es sana e intensa, seremos felices; si es insana,
seremos infelices.
Tampoco
hay que confundir la valoración propia con la arrogancia, que es precisamente
la defensa de las personas que tienen poca. Hay dos clases de autoestima falsa:
la evaluación que hacen de sí mismos aquellos que se creen mejores que los
demás y la que hacen los que se sienten peores que los demás. Ambas
percepciones son una visión desajustada del valor intrínseco que cada persona
tiene por el simple hecho de ser un ser humano.
“Si crees
totalmente en ti mismo, no habrá nada que esté fuera de tus posibilidades”
Wayne Dyer
No
hay diferencia, salvo en el signo en las expresiones: “soy el mejor” y “soy el
peor”. Ambas expresiones demuestran un desconocimiento del valor real del ser
humano, y confunden la comparación externa con la autoevaluación interna. En el
fondo reflejan el mismo problema, pero con dos sistemas de compensación
diferentes: uno a más y el otro a menos. Fue S. Freud quien decía que esta
compensación en realidad es una deformación para poder soportar una autoestima
lesionada.
Elevar la
autoestima depende de tomar la decisión de que somos valiosos al margen de los
resultados que obtengamos, y de recordar siempre esta decisión. No
necesitamos pruebas ni resultados. Se trata de una decisión interior que se
apoya en uno mismo y no en los demás. La mejor manera de influir en cómo nos
perciben los demás es mejorar la forma en que nos vemos a nosotros mismos. Sin
duda, eso generará de alguna manera un impacto porque cuando las personas se
quieren más, el mundo las quiere más.
Una
pequeña diferencia, en más o en menos, del nivel de autoestima de una persona
va a marcar una discrepancia dramática en lo que conseguirá de la vida, tanto a
nivel personal como profesional. Así, nuestro rendimiento nunca será mayor que
la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Una persona con
autoestima saludable es: sabia sin ser pedante, asertiva sin ser agresiva,
poderosa sin necesitar la fuerza, ambiciosa sin ser codiciosa, profunda y no
banal, humilde sin ser servil, valiosa sin ser orgullosa. Y lo más importante:
deja de compararse con los demás, ya sea en positivo o negativo.
Cómo mejorar su
autoestima, de Nathaniel Branden
El secreto es
prescindir de autojuzgarse. Es mucho más interesante establecer una relación
de amor con el planeta en lugar de mirar de puertas adentro para evaluar si
somos dignos o no de amor. Lo que lo cambiaría todo es dejar de autoevaluarse y
perseguir conectarse con el resto del mundo.
Del
mismo modo que la forma de librarse de los defectos es aumentar las cualidades
–ya que aquellos se diluyen en estas–, la mejor forma de no tener que conseguir
una buena nota es prescindir de ponerse una, cualquiera que sea.
Imaginemos
un mundo donde amarse no fuese una ardua tarea. En ese mundo ideal no se
perdería el tiempo y la energía en reparar lo que en realidad no necesita
reparación, sino una nueva percepción. En ese nuevo conocimiento de uno mismo,
la avería de la autoestima simplemente no sería posible porque el concepto
sería irrelevante. En ese mundo ideal, todas las personas se conocerían bien, a
nivel esencial, se aceptarían y se respetarían a sí mismas. En esa utopía no se
vendería ningún libro o servicio sobre cómo mejorar la percepción que tenemos
de nosotros mismos.
Leyendo
las biografías de Vicente Ferrer o la madre Teresa de Calcuta, uno se da cuenta
de que estas personas no tenían este problema. Simplemente estaban más
centrados en los demás que en ellos mismos. Y al hacerlo se evitaban un montón
de complicaciones, incluida la de necesitar la aprobación ajena. Seguramente
esas personas se levantaban cada día centrados en cómo iban a ayudar a quien lo
necesitase y les ofrecían todo su apoyo. No creo que se mirasen al espejo para
ver si estaban guapos o feos, o que se perdieran en divagaciones mentales sobre
qué diría la prensa de ellos o si eran adecuados o no. Actuaban desde el amor,
y en ese contexto la autoestima es innecesaria.
La religión de
todas las personas debería ser la de creer en sí mismos” Jiddu Krishnamurti
Cuando
pienso en la madre Teresa, me cuesta imaginarla usando este término. Imagino
que su foco de atención estaba siempre lejos de sí misma, en los demás, y su
autoconcepto no tenía la más mínima importancia para ella. Y así debería ser
para todos. Cuando el Dalai Lama visitó
Occidente por primera vez y le preguntaron qué diría a las personas con baja
autoestima, él respondió: “¿Pero es que no se quieren? ¿Por qué razón?”. En
su mente no cabía semejante posibilidad, pues en su cultura y en su filosofía,
hablar de este término carece de significado. Esta podría ser una buena receta
para egos inflados o raquíticos: olvidarse un poco más de sí mismos y enfocarse
plenamente en dar lo mejor que uno tiene, en lo personal y en lo profesional.
En definitiva, entender que la autoestima baja o alta es un síntoma de
desconocimiento del yo esencial.
LIBROS
‘La
asertividad’ Olga Castanyer
‘La
autoestima’ Luis Rojas Marcos
‘Los
seis pilares de la autoestima’ Nathaniel Branden
PELÍCULAS
‘Billy
Elliot, quiero bailar’ Stephen Daldry
‘Quiero
ser como Beckham’Gurinder Chadha
‘El
diario de Bridget Jones’Sharon Maguire
**
Miedo a
perderse algo
JENNY MOIX QUERALTÓ
El
País Semanal, 3 NOV 2013
Queremos
vivir intensamente y sublimamos lo que hacen los otros o lo que creemos que
hacen El peligro de esta idealización es vivir eternamente insatisfechos y
alejarnos más de la felicidad
Toni llega
sistemáticamente tarde a todas las citas. Y si algo le caracteriza es la
celeridad.
Su tremenda impuntualidad no se debe, pues, a que sea lento, sino a que su vida
la forma una concentración de actividades pegadas unas a otras. Por muy deprisa
que vaya, nunca puede llegar a tiempo. Una frase lo caracteriza: “No quiero
malgastar la vida”. Y allí se encuentra la raíz de su conducta.
En la sociedad
en que vivimos, si algo nos define es ir acelerados, y no solo en la faceta
laboral, sino
también en nuestra parcela ociosa. Huimos de un miedo que tenemos escondido en
todas nuestras células: que llegue el final de nuestras vidas y que nos
arrepintamos de no haberla vivido más intensamente o haberla desperdiciado.
El
sufrimiento es algo muy íntimo. La sensación de soledad, de culpa, las dudas,
la negrura que se nos instala dentro, suele parecernos algo muy nuestro.
Propiedad privada. Solemos esconderlo; los demás, que nos parecen más felices,
no podrían entenderlo. Todos solemos enseñar nuestra cara más sonriente. Así,
unos idealizamos la vida de los otros. Pensamos que detrás de la sonrisa de los
demás se encuentra una vida más fácil que la nuestra.
El bienestar
que creemos percibir en los demás puede llevarnos tanto a la envidia como a la depresión”
Jesús Gabriel Gutiérrez
Las
redes sociales multiplican esta idealización. En Facebook, por ejemplo, muchas
personas cuelgan fotos de sus vidas: suculentas comidas, fiestas con los
amigos, viajes alucinantes, momentos románticos… Nadie cuelga la bronca con su pareja. Así, cuando un domingo por la
tarde sentados en el sofá del comedor nos ponemos a contemplar esas
instantáneas fantásticas de nuestros amigos, nos podemos sentir muy
desgraciados. FOMO (fear of missing out; en español, miedo a perderse algo) es
la nueva etiqueta que ha surgido para esta sensación. ¡Estamos apoltronados en
el sofá cuando los demás están disfrutando intensamente de la vida! ¡Nos
estamos perdiendo algo! Según un estudio, tres de cada 10 personas con edades
entre 13 y 34 años están sufriendo FOMO.
El
sentimiento de que la vida pasa y quizá no la estamos aprovechando como
deberíamos también lo aumenta la cantidad de oportunidades que nos ofrece el
mundo desarrollado. Hace solo unas décadas, la televisión disponía de un único
canal; ahora, el número es apabullante. Parece que en la vida pasa lo mismo.
Las opciones se multiplican constantemente.
Unos
días atrás me quedé sin champú. Entré en el primer establecimiento que vi, pero
no encontré la marca que suelo utilizar. Podía comprar cualquier otro. Pero no
fue tan fácil. No conté los tipos de champú que había, pero no menos de 40. Mis
neuronas tardaron un buen rato en elegir uno. Ridículo.
Según
el psicólogo Barry Schwartz, el aumento de opciones que nos ofrece la sociedad
de consumo nos aleja de la felicidad en lugar de acercarnos a ella. San
Francisco de Asís, que afirmaba: “Necesito
pocas cosas, y esas pocas las necesito poco”, seguro que hubiera estado de
acuerdo con él. El incremento de posibilidades aumenta nuestra frustración
fundamentalmente por cinco motivos:
1. El tiempo
que necesitamos para elegir. Mis amigos estuvieron durante mucho tiempo
riéndose de mi móvil. ¿Por qué no lo cambias? Me gustaba cuando me enseñaban
las aplicaciones de los suyos, pero pasar de mi simple telefonillo a un
smartphone lo veía una aventura. No tenía ni idea de cómo empezar a elegir, y
pensaba que una vez comprado no tendría tiempo para aprender a manejarlo y
sacarle partido. Invertí muchas horas pidiendo consejo a cualquier persona que
veía con uno en la mano. El análisis produce parálisis. Y así estaba yo,
inmovilizada. Hasta que un día mi hermana me empujó dentro de un comercio para
que me lo comprara de una vez.
2.
El espacio que ocupan las opciones. Cuando entre varias posibilidades hemos
elegido una y descartado las demás, en algunos casos las descartadas siguen
estando disponibles, invadiendo espacio en nuestra mente. Supongamos que nos
vamos de fin de semana y decidimos estar desconectados. Y así lo hacemos; sin
embargo, la posibilidad de conectar el teléfono está allí constantemente. Quizá
se nos cruce por la cabeza en varios momentos. Y aunque superemos esas fugaces
tentaciones, necesitamos una mínima energía para conseguirlo. Las opciones
ocupan espacio mental, aunque las descartes.
3.
Aumentan nuestras expectativas. Barry
Schwartz en una de sus conferencias explicó que siempre viste vaqueros. Antes
era fácil comprarlos, solo tenías que indicar tu talla al vendedor. Este
psicólogo confesaba su mareo actual cuando el dependiente le pregunta cómo los
quiere: ¿talle alto, bajo?, ¿lavados a la piedra?, ¿rotos, cosidos?… “Lo
curioso es que ahora que puedo elegir entre tantas posibilidades estoy menos
satisfecho con mi compra… tanto es así que he tenido que escribir un libro para
entender el porqué”, bromea. Se refiere a su obra Por qué más es menos. Según
él, cuando te ofrecen tantas variedades de un producto, aumentan tus
expectativas. En el caso de los pantalones, piensas que te van a quedar mucho
mejor. Y cuanto más altas son las expectativas, más difícil es que la realidad
se acerque a ellas. La insatisfacción está servida.
Cuando
lo que se esperaba era menor, podíamos llevarnos sorpresas positivas. En
nuestros días, esta alegría inesperada es cada vez menos común.
4. Crece el
arrepentimiento.
Unos meses atrás, la mujer de un amigo me invitó a su fiesta sorpresa de 50º
aniversario. La celebración consistió en un día en el campo con muchos amigos y
muchas actividades a elegir. Debías escoger entre unas cuantas: excursión en
bicicleta, a pie, rafting, relajarse en el lago… Todas atractivas. Mi parte
sedentaria escogió el lago, y la verdad es que tengo un recuerdo muy bonito de
esa tarde. La compartí con una amiga con la que hacía tiempo que no
coincidíamos, y la conversación fue de lo más suculenta. Pero… ¿me lo habría
pasado mejor si hubiese ido de excursión? Al final del día, cuando todos
estábamos juntos de nuevo, la pregunta que iba circulando era: ¿qué tal lo
habías pasado en bici?, ¿qué tal el rafting?… Creo que en el fondo de esa
cuestión había la necesidad de saber si cada uno había elegido bien la
actividad. No sé si alguien se arrepintió de la opción elegida. Lo que sí está
claro es que cuando crecen las posibilidades de elección, también lo hacen las
de arrepentimiento.
“Solo
se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos” Antoine de
Saint-Exupéry
5.
Aumenta el sentimiento de culpa. Cada día existen más tipos de tratamiento para
un mismo diagnóstico dentro de la medicina alopática. Y además también podemos
optar por salirnos de ella y recorrer los caminos menos “oficiales” de las
alternativas. La decisión es toda nuestra. He oído en más de una ocasión
comentarios del tipo: “ha muerto de cáncer, pero es que no quiso quimioterapia
y se fue hacia las terapias naturales” o “se murió porque no probó otras
terapias menos intrusivas y más naturales”. En cualquier caso, parece que la
culpa es del muerto. Horrible.
Tenemos
miedo a desperdiciar la vida, a perdernos algo, pero… ¿el qué? ¿Esa fiesta que
vemos en Facebook, el coche que tiene el vecino, un superviaje como el que hace
nuestro primo…? Realmente la desperdiciamos cuando ocupamos nuestras sinapsis
en: elegir “el mejor” reloj, en idealizar la vida de los demás, en sentirnos
frustrados por no vivir tan intensamente como supuestamente viven los otros…
Inmersos en nuestros montajes mentales sí que nos perdemos algo: apreciar lo
esencial. Bonnie Ware acompañó a muchos enfermos en los últimos días de su
vida. Ninguno se arrepintió de no haberse comprado ese coche o de no haber ido
de vacaciones a no sé dónde. Esas personas, al mirar atrás, confesaban que si
volvieran a vivir, disfrutarían más de sus amigos, no se dejarían acorralar por
preocupaciones nimias, expresarían con más sinceridad sus sentimientos…
Conclusiones lúcidas que propicia la cercanía de la muerte, pero a las que
afortunadamente podemos llegar sin tenerla cerca.
Elecciones,
decepciones
PELÍCULAS
‘Mi
vida sin mí’, de Isabel Coixet
‘Antes
de partir’, de Rob Reiner
‘Están
vivos', de John Carperter
‘Las
verdes praderas’, de José Luis Garci
LIBROS
‘Por
qué más es menos. La tiranía de la abundancia’. De Barry Schwartz(2005) Taurus
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