Francisco celebró este domingo la Misa en
la Plaza del Pesebre, en Belén (Palestina), donde hizo un llamado a cuidar a
los niños ante males como las guerras, el hambre, entre otros.
Homilía
Misa en la Plaza del Pesebre
«Y
aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre».
Es
una gracia muy grande celebrar la Eucaristía en el lugar en que nació Jesús.
Doy gracias a Dios y a vosotros que me habéis recibido en mi peregrinación: al
Presidente Mahmoud Abbas y a las demás autoridades; al Patriarca Fouad Twal, a
los demás Obispos y Ordinarios de Tierra Santa, a los sacerdotes, las personas
consagradas y a cuantos se esfuerzan por tener viva la fe, la esperanza y la
caridad en esta tierra; a los representantes de los fieles provenientes de
Gaza, Galilea y a los emigrantes de Asia y África. Gracias por vuestra acogida.
El
Niño Jesús, nacido en Belén, es el signo que Dios dio a los que esperaban la
salvación, y permanece para siempre como signo de la ternura de Dios y de su
presencia en el mundo. «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño…».
También
hoy los niños son un signo. Signo de esperanza, signo de vida, pero también
signo "diagnóstico" para entender el estado de salud de una familia,
de una sociedad, de todo el mundo. Cuando los niños son recibidos, amados,
custodiados, tutelados, la familia está sana, la sociedad mejora, el mundo es
más humano. Recordemos la labor que realiza el Instituto Effetà Pablo VI a
favor de los niños palestinos sordomudos: es un signo concreto de la bondad de
Dios.
Dios
nos repite también a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI: «Y aquí tenéis
la señal», buscad al niño…
El
Niño de Belén es frágil, como todos los recién nacidos. No sabe hablar y, sin
embargo, es la Palabra que se ha hecho carne, que ha venido a cambiar el
corazón y la vida de los hombres. Este Niño, como todo niño, es débil y
necesita ayuda y protección. También hoy los niños necesitan ser acogidos y
defendidos desde el seno materno.
En
nuestro mundo, que ha desarrollado las tecnologías más sofisticadas, hay
todavía por desgracia tantos niños en condiciones deshumanas, que viven al
margen de la sociedad, en las periferias de las grandes ciudades o en las zonas
rurales. Todavía hoy muchos niños son explotados, maltratados, esclavizados,
objeto de violencia y de tráfico ilícito. Demasiados niños son hoy prófugos,
refugiados, a veces ahogados en los mares, especialmente en las aguas del
Mediterráneo. De todo esto nos avergonzamos hoy delante de Dios, el Dios que se
ha hecho Niño.
Y
nos preguntamos: ¿Quiénes somos nosotros ante Jesús Niño? ¿Quiénes somos ante
los niños de hoy? ¿Somos como María y José, que reciben a Jesús y lo cuidan con
amor materno y paterno? ¿O somos como Herodes, que desea eliminarlo? ¿Somos
como los pastores, que corren, se arrodillan para adorarlo y le ofrecen sus
humildes dones? ¿O somos más bien indiferentes? ¿Somos tal vez retóricos y
pietistas, personas que se aprovechan de las imágenes de los niños pobres con
fines lucrativos? ¿Somos capaces de estar a su lado, de "perder
tiempo" con ellos? ¿Sabemos escucharlos, custodiarlos, rezar por ellos y
con ellos? ¿O los descuidamos, para ocuparnos de nuestras cosas?
«Y
aquí tenéis la señal: encontraréis un niño…». Tal vez aquel niño llora. Llora
porque tiene hambre, porque tiene frío, porque quiere estar en brazos… También
hoy lloran los niños, lloran mucho, y su llanto nos cuestiona. En un mundo que
desecha cada día toneladas de alimento y de medicinas, hay niños que lloran en
vano por el hambre y por enfermedades fácilmente curables. En una época que
proclama la tutela de los menores, se venden armas que terminan en las manos de
niños soldados; se comercian productos confeccionados por pequeños trabajadores
esclavos. Su llanto es acallado: deben combatir, deben trabajar, no pueden
llorar. Pero lloran por ellos sus madres, Raqueles de hoy: lloran por sus
hijos, y no quieren ser consoladas.
«Y
aquí tenéis la señal». El Niño Jesús nacido en Belén, todo niño que nace y
crece en cualquier parte del mundo, es signo diagnóstico, que nos permite
comprobar el estado de salud de nuestra familia, de nuestra comunidad, de
nuestra nación. De este diagnóstico franco y honesto, puede brotar un estilo de
vida nuevo, en el que las relaciones no sean ya de conflicto, abuso,
consumismo, sino relaciones de fraternidad, de perdón y reconciliación, de
participación y de amor.
Oh
María, Madre de Jesús,
tú,
que has acogido, enséñanos a acoger;
tú,
que has adorado, enséñanos a adorar;
tú,
que has seguido, enséñanos a seguir. Amén.
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