Scherer,
campanazo de la historia /'Paco Gomez Maza,
Miércoles,
07 Enero 2015 12:05 horas
El
periodismo que no es incómodo es propaganda
Una
generación de reporteros, única, irrepetible
Y
qué puede hacerse, colegas. Duele que mueran los periodistas que antes no
morían. Quienes, tan acostumbrados a reportear, a denunciar, a vivir, nunca
pensaban que morirían.
Duele
que mueran los que se constituían en voz de quienes no tenían voz, los
desheredados, los explotados, los excluidos; los que vivían la vida destapando
cloacas, porque los políticos salían de las cloacas para aprovecharse de los
incautos. Los que no dejaban que los políticos los ahogaran en las cloacas, en
el mismo estercolero.
El
consuelo que me queda, como dice la canción, es que por allá, quién sabe dónde,
quizá debajo de la tierra, quizá encima de las nubes, o en alguna corriente de
agua torrencial, o en el fuego, o en el cuerpo de un colibrí, o en el de mi
perro Jami, volveremos a encontrarnos, con la conciencia de que la muerte nos
iguala con el mismo rasero.
Lo
bueno es que sí aprendí y mucho de estos periodistas únicos, inigualables,
irrepetibles, contradictorios, profanadores de sacralidades, iconoclastas, como
toda esa generación que nos arrimamos a un personaje que no cabía en esta
sociedad del desconocimiento, de la inconciencia, de la simulación, de la
mentira, de la corrupción y de la impunidad.
Y
estoy hablando de todos los que se han ido antes que yo. De Fausto Fernández
Ponte, de Raúl Torres Barrón, de Carlitos Borbolla, de mi Tocayo Paco Ponce, -
hijo del Brujo, mi amigazo de la sección de deportes -, de mi tocayo Paco Fe
Álvarez, el de la voz fuerte y seca, como la mía, que podemos caer mal al
principio; de Miguel Ángel Granados
Chapa, de Vicente Leñero, de la maravillosa Elenita Guerra.
Todos,
en un Excélsior libre, profesional, el periódico de habla hispana más
importante del mundo de habla hispana. Un diario en el que, como decía un
colega, hasta el más chimuelo mascaba tuercas. Una pléyade de genios, de
preclaros, de reporterazos, de dueños, de egos.
Y
en medio de todos, como un tlatoani, como una divinidad, Julio Scherer García,
el director, madreando a medio mundo digno de ser madreado, desde presidentes
de la república hasta policías asediados por las moscas de Abel Quezada. Que
ese era el mandato del periodista: divulgar lo que no le gusta a los poderosos.
Periodistas, a modo de la parcialidad, porque el periodista verdadero nunca
podrá ser imparcial. Siempre tendrá que tomar parte de quienes son los
agraviados por los poderosos.
La
más maravillosa experiencia de mi vida como reportero. Llegar a aquel Excélsior
y ser recibido por Julio Scherer García. Y escuchar de sus labios, en aquella
oscura oficina desde donde daba las órdenes de trabajo, en Reforma 18. Don
Francisco, hay que dar un campanazo.
Y
luego, el éxodo, empujados por la violencia del desgraciado de Luis Echeverría,
aquel desgraciado 8 de julio de 1976, cuando el sátrapa mandó a una legión de
sombrerudos velazqueanos a darle sepultura a la libertad de prensa, al
profesionalismo periodístico, y darle posesión al que era el dedo chiquito de
Julio, Regino Díaz, quien todavía tuvo la osadía de repetir en público la
advertencia que habíamos pronunciado Fernando Meraz y yo, horas antes de la
malhadada asamblea de cooperativistas, de que si se iba Julio nos íbamos
nosotros. ¡Fariseo simulador!
Y
luego el Semanario Proceso – había que continuar haciendo periodismo,
destapando cloacas -, el hijo enfermo de Julio del 76, desde donde nos
imaginábamos, enfermizamente, en Reforma 18, la derruida Catedral del
Periodismo mexicano.
Y
ahora, como ocurre con todo proceso de vida, Julio Scherer García ha pasado a
vivir en la Eternidad Feliz, en el cielo de los reporteros incómodos a los
poderosos, de los reporteros iconoclastas, de los reporteros que plantean
preguntas molestosas, igual si el gobierno de de izquierda o si es de derecha.
Si existe el cielo proclamado por las religiones, voy a creer que ese reporterazo
está ya cuestionando las contradicciones celestiales. Jajaja.
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