12 may 2015

La literatura, bajo mínimos/ Carme Riera

La literatura, bajo mínimos/ Carme Riera
La Vanguardia |10 de mayo de 2015
Unos cuantos profesores de literatura de varios institutos y colegios me mandan diversos SOS, alarmados ante la amenaza inminente, me dicen, de la casi total desaparición de la literatura del plan de estudios del bachillerato humanístico, dada su reducción a mínimos, puesto que pasa de cuatro horas lectivas a dos, el próximo curso. Me recuerdan además que, cuesta abajo en la rodada, desde hace años la literatura ocupa un reducto testimonial dentro de la asignatura de Lengua y Literatura obligatoria para todas las modalidades del bachillerato a la que, pese a llevar su nombre en el enunciado, ni los profesores y menos aún los alumnos le dedican atención puesto que supone una mínima parte del computo de la nota final. Por si fuera poco, en las pruebas de selectividad sólo hay una pregunta sobre esa materia que suele ser muy fácil y, en consecuencia, poco importante para la nota global. De ahí que los profesores que enseñan literatura tengan tendencia a dejarla de lado. Si apenas vale para aprobar no hay por qué dedicarle tiempo ni esfuerzo.

Por otra parte, basta comparar nuestras pruebas de selectividad con las francesas para ver la diferencia de criterios sobre la cuestión. La cosa no es nada extraña, los franceses aman la literatura, especialmente la suya, y sus hábitos lectores igual que su cultura son muy superiores a los nuestros, por eso la literatura en sus planes de bachillerato es tan importante como el resto de asignaturas.
Aseguraba Azorín que la Historia de la Literatura no era otra cosa que la historia de la sensibilidad. Escamotear los conocimientos de esa historia a los jóvenes en cualquiera de las lenguas, en catalán y en castellano –pues la poda se aplicará, al parecer, a ambas asignaturas–, tendrá como resultado hacerlos también más insensibles. En los humanos la falta de sensibilidad supone una grave carencia cuyas consecuencias sin duda habremos de lamentar algún día, un aspecto que, al parecer, a nuestros políticos les trae al fresco. En realidad cualquier cosa relacionada con la enseñanza les importa, en el fondo, digan lo que digan, un mísero comino, incapaces como han sido los unos y los otros de llegar en casi cuarenta años a un pacto de estado sobre educación. Vergonzoso.
Hay otros colectivos a los que la desaparición de la literatura debería preocupar y que tampoco se pronuncian, como los editores. Me llama la atención que especialmente los que publican colecciones literarias y que suelen quejarse de la disminución de ventas, no se hayan tomado la molestia de reclamar más espacio para la literatura en la enseñanza secundaria, aún sabiendo que el gusto por la lectura, del que ellos habrán de beneficiarse, muy a menudo se despierta en la adolescencia, ante un texto que atrae de modo especial. En un porcentaje importante, descubrir ese atractivo viene de la mano de algún profesor. Pongo el ejemplo de Pep Guardiola, cuya afición a la poesía se originó en la clase de literatura de su instituto.
Sin enseñar literatura o enseñándola bajo mínimos impediremos que los jóvenes puedan dialogar con el pasado, conversar con los difuntos –como escribía Quevedo– que nos ofrecen una visión del mundo que de otra manera ignoraríamos. Sin literatura les resultará mucho más difícil entenderse a sí mismos porque la literatura, entre otras muchas cosas, ayuda a recordar lo que somos. Por eso me parece una barbaridad, un crimen de lesa cultura que la literatura se convierta en una maría al dejar de ser evaluable en la prueba final, a partir del curso que viene, según me cuentan mis amigos los profesores de secundaria.
No se me escapa que el actual rechazo institucional de la literatura tiene que ver con el convencimiento de que ha dejado de ser una herramienta de cohesión nacional como lo fue en el pasado, cuando todo el mundo, la derecha, la izquierda, el centro, los anarquistas y los comunistas consideraba que era fundamental para conocer la idiosincrasia de los pueblos. No se me escapa que en la medida que la literatura deja de ser un hecho ligado a la cuestión nacional, deja de ser también considerado consustancial a la vida de la nación y pierde interés. Hoy lo consustancial a la vida de las naciones son sus equipos de fútbol, aunque sus integrantes sean de origen foráneo. Ahí está el ejemplo del Barça, siempre más que un club. No tengo nada en contra del deporte, ni de los equipos de fútbol ni de sus seguidores, pero sí considero que aquellos que tienen en su mano luchar por un país más culto y más civilizado –la literatura es esencial para ello– y no lo hacen no tienen perdón de Dios ni de los ciudadanos. No merecen ningún respeto, señor ministro de Educación, señora consellera de Ensenyament de la Generalitat de Catalunya.

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