27 jul 2015

Los huesos de Walter Benjamin/Manel Martos

Los huesos de Walter Benjamin/Manel Martos es doctor en Humanidades y editor de RBA.
El Mundo | 17 de julio de 2015
Me pregunto desde hace tiempo a qué cuento macabro viene esa manipulación ideológica que alienta la busca y captura de huesos literarios de postín, progresistas o rancios, cuando sabido es que aquí los escritores ofrecen magros réditos políticos. A qué atiende esa afición siniestra, pongo por caso, a excavar el subsuelo para que vuelvan con nosotros Federico García Lorca o Miguel de Cervantes o a reclamar que los franceses nos devuelvan los desventurados huesos, muy españoles y muy jacobinos, de Antonio Machado. Me cuesta mucho entender este frenesí excavador para convertir España en una sinécdoque de Atapuerca, y de que, ya puestos, nos gobierne algún paleontólogo y de que nuestro territorio se convierta en una sima de los huesos.
Quiera Dios así que el erario del Gobierno, de la Comunidad y del Consistorio madrileño acabe con esa sopa boba del espectacular levantamiento de los huesos de Miguel de Cervantes y de otros que pueda haber. Que se invierta ese dinero en subvencionar el fomento de la lectura o la investigación en prótesis manuales, por ejemplo, y que nuestro manco de Lepanto descanse en paz bajo la tierra. Y más ahora que Francisco Rico, el rey Midas de la filología española, ha declarado con seso que no piensa utilizar los metacarpos del autor del Quijote como gadgets en su ¿verdaderamente última? edición de ese libro inmortal.

Desde la recuperación de la democracia en España, las ofrendas a Walter Benjamin se han hecho tan habituales en Portbou como los devastadores incendios forestales que tiñen de betún el mismo mar de todos los veranos. Cuando de la recuperación de un puñado de huesos sin tuétano se habla, por más pedigrí intelectual que tengan y por más dosis de memoria histórica (real o ficticia) que se les insufle, al cabo uno no puede más que traer a colación el humor jocoso de La Trinca: “Y aquí descansan los huesos / de uno que los tenía muy gruesos”. Tan negra como las canciones del trío catalán es la ruta del exilio de las montañas de Portbou, singularmente el antiguo paso fronterizo que media entre el Coll dels Belitres y el Coll de Rumpisó, donde los matorrales chamuscados estío tras estío (también éste) son una siniestra metáfora de la tierra quemada y baldía del infernal éxodo republicano y del oscuro periplo del sabio alemán, sin que le importe a nadie.
Quienes nacimos y crecimos en este pueblo estamos tan acostumbrados a descargar la adrenalina practicando el hoy tan de moda trail running crepuscular por el último camino de Walter Benjamin como ayudando a los bomberos frente a las agresivas llamas del fuego mediterráneo por ese mismo paso; y, en horas de relajación, ejerciendo de guías improvisados y un pelín caraduras por esos escenarios de la memoria para flâneurs amigos y conocidos que saben o que no saben quién demonios es y era ese filósofo universal y pronuncian su nombre y apellido en una cateta mezcla angloespañola o anglocatalana.
Siempre que se trata de exhumar cadáveres, mi subconsciente eleva el pensamiento hasta los judíos y jodidos huesos ¿portbouenses, catalanes, españoles, berlineses o alemanes? de Walter Benjamin, que este próximo 26 de septiembre cumplen 75 años mal enterrados y desparramados en Portbou (Gerona), y en cuál será su destino final si la coalición secesionista gana las elecciones plebiscitarias y si Podemos vence en los comicios generales de otoño. Tengo el sueño de que si el ala más estética (los benjaminianos) de Podemos manda en la cultura estatal, y Cataluña sigue siendo España, va a ser muy activa en la prosecución de lo que quede bajo tierra de Walter Benjamin, para así poder ilustrar con los restos de su cráneo los dos exigentes volúmenes de los Pasajes, monstruos capitales de la filosofía del siglo XX.
Toda esta buena gente está dispuesta a acercarse a Colliure para rendir honores a Antonio Machado, a pesar de que no ha leído ni piensa leer un verso de Campos de Castilla o la primera línea de Juan de Mairena, ni sabe ni le interesa saber si el poeta nació en Sevilla o vivió en Soria ni por qué está enterrado en ese municipio francés. Es esa una propuesta que enciende a quienes nos hemos especializado desde chicos en el cementerio de Portbou, que conocemos sin navegadores no sólo la prosaica ubicación de nuestros familiares difuntos sino también a nuestro muerto más ilustre, la elogiosa descripción de Hannah Arendt, los diversos enclaves de la fosa común, el túmulo de las monjas benedictinas del santo sacramento o el rincón discreto de Rafael Santos Torroella junto a los inquietantes nichos de masones con compases invertidos.
Y, cómo no, todos los macabros detalles sobre las últimas horas morfinómanas de Walter Benjamin, con tanto glamour novelesco como el morboso armario de Ludwig Wittgenstein, un episodio con muchas capas de cebolla que está esperando todavía su Javier Cercas.
Por eso, los autóctonos seguimos y agradecemos desde siempre las meritorias iniciativas para recuperar más y mejor su vida y su muerte encriptada que su obra críptica: en lo político, las placas conmemorativas descubiertas por el primer ayuntamiento democrático y las sucesivas apariciones de Jordi Pujol en helicóptero y en chapurreado alemán; en lo cultural, las nuevas traducciones de la editorial Abada, la biografía de Bruno Tackels, los artículos de Stephen Schwartz o Stuart Jeffries, la revista de Josep Ramoneda, los seminarios de Jordi Llovet, las elucubraciones de Reyes Mate, las crónicas de Josep Playà, la tesis de Eduardo Maura, el monumento de Dani Karavan, la ópera que anuncia Antoni Ros Marbà y cualquier otra película de quienes nos han hecho creer sin mala fe que la maleta y los despojos de este mito absoluto están muy bien roídos en Alemania.
Así que cuando los nativos de Portbou, con todo el complejo de inferioridad mental que arrastramos, por meridionales y por rústicos, nos dejamos caer peregrinamente por Berlín, primero por la globalizada Avenida de los Tilos y después por algunos rincones del barrio judío, la Nueva Sinagoga y otros parajes por los que trasegó sus huesos vivos Walter Benjamin, descubrimos con estupor que un guía profesional, un bibliotecario u otros berlineses con presunción de cultivados europeos no tienen pajolera idea de quién es ese judío alemán insigne, y no acaso porque los extranjeros profieran su nombre en spanglish, ni de qué narices es esa cosa de los Pasajes.
Estos meses algunos medios de comunicación ya han advertido y jaleado que se están montando algunas “iniciativas privadas para suplir la desidia institucional” para volver a celebrar “el adiós de Benjamin en Portbou”. Dicen los expertos que la coincidencia con las elecciones autonómicas catalanas, fijadas para el 27 de septiembre, el día siguiente del aniversario, va a capar los recursos y restar protagonismo a la efeméride, así que es posible que el coco alemán se quede sin el acostumbrado homenaje quinquenal.
¡Qué triste va a ser que la agenda del Mas más mesiánico le impida el ritual de la visita funeraria, siendo ese día jornada de reflexión! ¡Qué grave va a ser que la desconexión de Cataluña tenga que pasar por el ninguneo del berlinés y que no sepamos quién será en el futuro el usufructuario de sus huesos! ¡Qué pena nos da no poder disponer de los dineros de un Gobierno tan culto como el de Podemos!
Mientras tanto, junto al pedrusco funerario de Walter Benjamin y al gris del mármol mate empiezan a verse lápidas de colores vistosos con mezclas de bandera cuatribarrada y estelada, que confieren al conjunto un insólito aire carnavalesco, un documento de la incultura que lo es, sobre todo, de la barbarie. Veremos en qué bando quedan finalmente los huesos del filósofo si la independencia de Cataluña empieza en el cementerio de Portbou y quién se los acabará mondando.

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