24 ago 2015

El verdadero desafío demográfico/

 El verdadero desafío demográfico/Jeffrey D. Sachs, Professor of Sustainable Development, Professor of Health Policy and Management, and Director of the Earth Institute at Columbia University, is also Special Adviser to the United Nations Secretary-General on the Millennium Development Goals. His books include The End of Poverty, Common Wealth, and, most recently, The Age of Sustainable Development.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Project Syndicate | 24 de agosto de 2015.
Las últimas proyecciones de población de las Naciones Unidas sugieren que la cantidad de habitantes en Japón podría caer de los 127 millones actuales a 83 millones para 2100, con un 35 % de su población por encima de los 65 años de edad. Europa y otras economías desarrolladas también están envejeciendo, debido a sus bajas tasas de fertilidad y creciente longevidad.
Pero quienes advierten que se avecinan enormes problemas económicos para los países ricos que están envejeciendo, se centran en el problema equivocado. El envejecimiento de la población en las economías avanzadas es una consecuencia manejable de acontecimientos positivos. Por el contrario, el rápido crecimiento poblacional en muchos países más pobres aún presenta una grave amenaza para el bienestar humano.

En 2008, la ONU proyectó que la población mundial alcanzaría los 9,1 miles de millones para 2050 y llegaría a su máximo, cerca de los 10 mil millones, para 2100. Ahora prevé una población de 9,7 miles de millones para 2050 y de 11,2 miles de millones –que continuará aumentando– para 2100, debido a que las tasas de fertilidad en muchos países han caído más lentamente de lo esperado (en algunos, entre los que destacan Egipto y Argelia, la fertilidad incluso ha aumentado desde 2005). Mientras se estima que la población conjunta del este y el sudeste asiático, las Américas y Europa solo aumentará el 12 % para 2050 y luego comenzará a descender, la población del África subsahariana podría pasar de los 960 millones actuales a 2,1 miles de millones en 2050 y a casi 4 mil millones en 2100. La población del norte de África probablemente duplicará los 220 millones actuales.
Un crecimiento tan rápido, superior incluso a los más veloces incrementos en los últimos 50 años, constituye una gran barrera para el desarrollo económico. Entre 1950 y 2050, la población de Uganda se habrá multiplicado por 20, y la de Níger, por 30. Ni los países que en el siglo XIX se estaban industrializando ni las exitosas economías asiáticas que buscaban emular a las desarrolladas a fines del siglo XX experimentaron algo semejante a esas tasas de crecimiento poblacional.
Son tasas que tornan imposible el aumento del gasto de capital per cápita y de las habilidades de la fuerza de trabajo con suficiente velocidad como para acortar la brecha económica, o crear empleos con rapidez suficiente como para evitar el subempleo crónico. El este asiático se ha visto enormemente beneficiado gracias a las rápidas caídas en las tasas de fertilidad: en gran parte de África y Oriente Medio eso aún no ha ocurrido.
En algunos países, la mera densidad poblacional también impide el crecimiento. La población de la India puede estabilizarse en 50 años; pero, con 2,5 veces la cantidad de personas por kilómetro cuadrado de Europa Occidental y 11 veces la de los Estados Unidos continentales, las disputas por la adquisición de tierras para el desarrollo industrial generan graves barreras al crecimiento económico. En gran parte de África, la densidad no es un problema, pero en Ruanda, la competencia por el suelo –impulsada por una elevada y creciente densidad– estuvo entre las principales causas del genocidio de 1994. Para 2100, la densidad poblacional en Uganda podría más que duplicar el nivel actual de la India.
Frente a estos desafíos demográficos, los que enfrentan las economías avanzadas son nimiedades. Una mayor longevidad no presenta ninguna amenaza el crecimiento económico ni a la sostenibilidad del sistema de pensiones, siempre que la edad jubilatoria promedio aumente de manera coherente con ella. La estabilización de la población reduce la presión sobre los activos ambientales, como las campiñas que mantienen su belleza natural, más valoradas por la gente a medida que aumentan sus ingresos.
Ciertamente, una rápida disminución de la población crearía dificultades. Pero, si autores como Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee están en lo cierto cuando dicen que la tecnología de la información generará nuevas oportunidades para automatizar los trabajos, la reducción gradual de la población podría ayudar a contrarrestar la caída en la demanda de mano de obra, que de otra manera generaría desempleo y una creciente desigualdad.
Por otra parte, una mayor automatización podría implicar una enorme barrera al desarrollo económico para los países que aún enfrentan un rápido crecimiento poblacional. Al posibilitar la fabricación en empresas casi sin empleados en las economías avanzadas, la automatización podría eliminar la vía del crecimiento basado en las exportaciones que implementaron todas las economías exitosas del este asiático. El elevado desempleo resultante, en especial entre los hombres jóvenes, podría fomentar la inestabilidad política. La violencia radical de ISIS tiene su origen en muchos factores, pero la triplicación de la población en el norte de África y Oriente Medio durante los últimos 50 años es ciertamente uno de ellos.
El elevado desempleo sostenido en África y Oriente Medio, y la inestabilidad política en muchos países, pueden hacer que la proyección de la ONU sobre la caída de la población europea –de los 730 millones actuales a 640 en 2100– resulte poco realista. Con la probabilidad de que la población africana aumente en más de 3 mil millones durante los próximos 85 años, la Unión Europea podría enfrentar una oleada migratoria que haría que los debates actuales sobre la aceptación de cientos de miles de personas en busca de asilo parezcan irrelevantes. La ONU supone una migración neta desde África de solo 34 millones de personas durante el siglo: esto representa solo el 1 % del crecimiento poblacional. El número real podría ser muchas veces superior.
En consecuencia, la población europea –a diferencia, digamos, de la del este asiático o incluso de la americana– bien puede continuar aumentando a lo largo el siglo. Esto, dirán algunos, ayudará a solucionar «el problema del envejecimiento europeo». Pero, dado que el «problema» del envejecimiento ha sido exagerado y puede ser resuelto de otras maneras, la migración masiva puede terminar socavando la capacidad de Europa para cosechar los beneficios de una población estable o con una leve reducción.
Tanto la mayor longevidad como la caída de las tasas de fertilidad son eventos enormemente positivos para el bienestar humano. Incluso en los países con mayor fertilidad, las tasas han caído, de seis niños o más por mujer en 1960 a tres o cuatro en la actualidad. Cuanto antes lleguen las tasas de fertilidad a dos o menos, mejor será para la humanidad.
Lograr esta meta no requiere la inaceptable coerción de la política china de un solo hijo; simplemente requiere mayores niveles de educación de la mujer, la oferta sin restricciones de anticonceptivos y la libertad para que las mujeres tomen sus propias decisiones reproductivas, sin presiones morales de autoridades religiosas conservadoras ni de políticos que operan bajo la ilusión de que un rápido crecimiento poblacional impulsará el éxito económico de sus países. Cada vez que prevalecen estas condiciones, e independientemente de supuestas profundas diferencias culturales –en Irán y Brasil al igual que en Corea– la fertilidad se encuentra actualmente en los niveles de reemplazo o por debajo de ellos.
Desafortunadamente, esto no ocurre en muchos otros lugares. Garantizar que las mujeres sean libres y reciban educación es por lejos el desafío demográfico más importante que el mundo enfrenta en la actualidad. Preocuparse por la reducción de la población que se avecina en los países avanzados es una distracción carente de sentido.
Adair Turner, a former chairman of the United Kingdom’s Financial Services Authority and former member of the UK’s Financial Policy Committee, is Chairman of the Institute for New Economic Thinking. His book Between Debt and the Devil will be published by Princeton University Press in fall 2015. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

Las Naciones Unidas a los setenta años
Project Syndicate | Jeffrey D. Sachs
Las Naciones Unidas celebrarán su 70º aniversario cuando los dirigentes mundiales se reúnan en su sede de Nueva York en el mes próximo. Aunque habrá mucho bombo y platillos, éstos no reflejarán suficientemente el valor de las NN.UU. no sólo como la más importante innovación política del siglo XX, sino también como el mejor pacto sobre el planeta, pero, para que sigan desempeñando su excepcional y decisivo papel en el siglo XXI, habrá que perfeccionarlas de tres modos fundamentales.
Por fortuna, hay muchos factores para motivar a los dirigentes mundiales a fin de que hagan lo que deben. De hecho, las NN.UU. han tenido dos triunfos recientes y hay dos más que se producirán antes del final de año.
El primer triunfo es el acuerdo nuclear con el Irán. Este acuerdo, a veces mal interpretado como si lo fuera entre el Irán y los Estados Unidos, es, en realidad, entre el Irán y las NN.UU., representadas por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (China, Francia, Rusia, el Reino Unido y los EE.UU.), más Alemania. Un diplomático iraní, al explicar por qué su país cumplirá escrupulosamente el acuerdo, lo expuso muy expresivamente: “¿De verdad cree usted que el Irán se atrevería a engañar a los propios cinco miembros permanentes de Consejo de Seguridad de las NN.UU. que pueden decidir el destino de nuestro país?”
El segundo gran triunfo es la conclusión lograda, después de quince años, de los  Objetivos de Desarrollo del Milenio, que han sustentado la mayor, más larga y más eficaz empresa mundial de reducción de la pobreza jamás emprendida. Dos Secretarios Generales de las NN.UU. han supervisado los ODM: Kofi Annan, quien los introdujo en 2000, y Ban Ki-moon, que, tras suceder a Annan al comienzo de 2007, ha dirigido vigorosa y eficazmente su consecución.
Los ODM han engendrado unos avances impresionantes en materia de reducción de la pobreza, salud pública, escolarización, igualdad entre los sexos en la educación y otros sectores. Desde 1990 (la fecha de referencia para los objetivos), la tasa mundial de pobreza extrema se ha reducido en más de la mitad, es decir, que se ha cumplido el objetivo número uno del programa.
En el mes próximo, los países miembros de las NN.UU., inspirados por el éxito de los ODM, aprobarán los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), encaminados a acabar con la pobreza extrema en todas sus formar y en todo el mundo, reducir las desigualdades y velar por la sostenibilidad medioambiental de aquí a 2030. Ese tercer triunfo de las NN.UU. de 2015 podría contribuir a la consecución del cuarto: un acuerdo mundial sobre el control del clima, con los auspicios de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el próximo mes de diciembre en París.
El valor preciso de la paz, la reducción de la pobreza y la cooperación medioambiental que han hecho posible las NN.UU. es incalculable. Sin embargo, si hubiéramos de expresarlo en términos monetarios, podríamos calcular su valor en billones de dólares al año: al menos un porcentaje del PIB anual de la economía mundial de 100 billones de dólares.
Sin embargo, el gasto en todos los órganos y las actividades de las NN.UU. –desde la Secretaría y el Consejo de Seguridad hasta las operaciones de mantenimiento de la paz, las reacciones de emergencia ante epidemias y las operaciones humanitarias en caso de desastres naturales, hambrunas y refugiados– ascendieron a unos 45.000 millones de dólares en 2013, unos seis dólares por persona del planeta. No se trata sólo de una ganga, sino que, además, es una inversión muy insuficiente. Dada la necesidad en rápido aumento de cooperación mundial, las NN.UU. no pueden mantenerse con su presupuesto actual.
En vista de ello, la primera reforma que yo propondría es un aumento de la financiación, en la que los países de renta alta contribuirían al menos con 40 dólares anuales por habitante, los países de renta media alta con ocho dólares, los países de renta media baja con dos dólares y los países de renta baja con un dólar. Con esas contribuciones, que ascienden al 0,1 por ciento, aproximadamente, de la renta media por habitante del grupo, las NN.UU. tendrían unos 75.000 millones de dólares anuales con los que fortalecer la calidad y el alcance de unos programas decisivos, comenzando por los necesarios para la consecución de los ODS. Una vez que el mundo se interne sólidamente por la vía para la consecución de los ODS, disminuirá la necesidad de operaciones de mantenimiento de la paz y de socorro de emergencia, pongamos por caso, al hacerlo también el número y magnitud de los conflictos y, en el caso de los desastres naturales, será más fácil prevenirlos o adelantarse a ellos.
Con ello pasamos al segundo sector en importancia de reformas: el de velar por que las NN.UU. estén preparadas para la nueva era del desarrollo sostenible. Concretamente, las NN.UU. deben fortalecer su pericia en sectores como, por ejemplo, los de la salud de los océanos, los sistemas de energía renovable, la planificación urbana, la lucha contra las enfermedades, la innovación tecnológica, las asociaciones público-privadas y la cooperación cultural pacífica. Se deben fusionar o suprimir algunos programas de las NN.UU., mientras que se deben crear otros nuevos relativos a los ODS.
La tercera reforma en importancia y acuciante es la gobernación de las NN.UU., empezando por el Consejo de Seguridad, cuya composición ya no refleja las realidades geopolíticas mundiales. De hecho, ahora al Grupo de los Estados de Europa Occidental y otros Estados le corresponden tres de los cinco miembros permanentes (Francia, el Reino Unido y los EE.UU.). Queda sólo un puesto permanente para el Grupo de los Estados de Europa Oriental, uno para el Grupo de los Estados de Asia y el Pacífico (China) y ninguno para África o Latinoamérica.
Los puestos rotatorios en el Consejo de Seguridad no restablecen adecuadamente el equilibro regional. Aun con dos de los diez puestos rotatorios del Consejo de Seguridad, la región de Asia y el Pacífico sigue gravemente subrepresentada. La región de Asia y el Pacífico representa el 55 por ciento, aproximadamente, de la población del mundo y el 44 por ciento de su renta anual, pero tiene tan sólo el 20 por ciento (tres de 15) de los puestos en el Consejo de Seguridad.
La insuficiente representación de Asia plantea una grave amenaza para la legitimidad de las NN.UU., que no hará sino aumentar al cobrar la región más populosa y dinámica del mundo un papel mundial cada vez más importante. Una posible forma de resolver ese problema sería la de añadir al menos cuatro puestos asiáticos: uno permanente para la India, uno compartido por el Japón y Corea del Sur (tal vez con una rotación de dos años y un año, respectivamente), uno para los países de la ASEAN (que representaría al grupo como una sola entidad) y un cuarto rotatorio entre los demás países asiáticos.
Al entrar las NN.UU. en su octavo decenio, siguen inspirando a la Humanidad. La Declaración Universal de Derechos Humanos sigue siendo la carta moral del mundo y los ODS prometen ser nuevas guías para la cooperación con miras al desarrollo mundial. Sin embargo, la capacidad de las NN.UU. para hacer realidad sus inmensas posibilidades en un nuevo siglo estimulante requiere que sus Estados Miembros sigan comprometidos con el apoyo a la Organización con los recursos, el respaldo político y las reformas que esta nueva era exige.


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