Obama
en Cuba y «la ayuda» de papa Francisco
El
presidente de los Estados Unidos visita la isla caribeña del 20 al 22 de marzo:
evento histórico de distensión y amistad entre pueblos. Una gran esperanza para
el hemisferio. El «servicio» de Papa Francisco a la cultura del encuentro y de
los puentes
LAPRESSE
Los
presidentes Raúl Castro y Barack Obama en Panamá
Después
de 88 años, del 20 al 22 de marzo próximos, un presidente de los Estados
Unidos, Barack Obama, visitará Cuba oficialmente, en donde será recibido con
todos los honores de una visita de estado. Este evento verdaderamente
histórico, y que hace 15 meses habría sido impensable, tiene un punto de
partida y una explicación precisa: la silenciosa y discreta, pero eficaz,
intervención de Papa Francisco en la fase final de las negociaciones que La
Habana y Washington estaban sosteniendo desde 2010 en secreto. Todo comenzó en
Canadá, hace seis años, y todo acabó en el Vaticano, por lo menos la primera
etapa de un largo recorrido, entre octubre y noviembre de 2014, cuando, ante la
presencia del cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin los negociadores de
ambas partes se comprometieron a concluir a un acuerdo.
El
carisma y el empeño de Francisco
En
una entrevista con Tv2000 a pocas horas de la visita de Papa Francisco a Cuba,
en septiembre de 2015, mons. Angelo Becciu, Sustituto de la Secretaría de
Estado, recordó sobre el encuentro en el Vaticano de los negociadores cubanos y
estadounidenses para la recta final de las negociaciones: «Concretamente
vinieron aquí a la Secretaría de Estado a firmar los dos respectivos documentos
delante del Secretario de Estado, casi como garante de la palabra que se habían
dado entre ellos». «El Papa encantó a los representantes del pueblo cubano y
estadounidense». «Son ellos los que le pidieron al Pontífice que fuera garante
de este deseo de negociación, dialogo y encuentro». «La acción diplomatica,
palabra que va más allá del significado tradicional —concluyó mons. Becciu—, es
comprendida en el sentido de hombre y líder que se ha comprometido con su
palabra, con su carisma, para conquistar a los dos jefes de estado. Ellos
pidieron expresamente que el Papa los ayudara. En esto el Papa no se echó para
atrás. Y luego, él se sirvió de algunas personas para que pudieran cumplir el
deseo del diálogo y del encuentro».
El
anuncio del Acuerdo llegó el 17 de diciembre de 2014: los presidentes de Cuba y
de los Estados Unidos, Raúl Castro y Barack Obama, respectivamente, anunciaron
al mundo, en discursos difundidos contemporáneamente, el fin de las tensiones,
hostilidades y guerras de cualquier tipo después de 54 años. Los dos
gobernantes confirmaron que entre los dos gobiernos (que durante medio siglo
fueron enemigos irreconciliables) se había abierto un proceso para normalizar
las relaciones diplomacias entre ellos, cosa que sucedió puntualmente, con el
solemne intercambio de embajadores y la apertura de las representaciones
diplomáticas del más elevado nivel.
Desde
entonces han sucedido muchas cosas importantes: Kerry visitó la isla; Cuba fue
cancelada de la lista de las naciones que patrocinan el terrorismo;
gradualmente, pero con cierta velocidad, se están normalizando las relaciones
en los ámbitos financiero, de las telecomunicaciones, del turismo… Pero por
ahora sigue en pie el mayor obstáculo para que esta guerra fría hemisférica
concluya definitivamente: que el Congreso de los Estados Unidos anule todas las
leyes del embargo contra Cuba. Mientras tanto, Castro ya se reunió con Obama en
2015, al margen de los trabajos de la Asamblea general de la ONU, y lo había
hecho antes (en Sudáfrica y en Panamá), y ahora el presidente de los Estados
Unidos, dentro de pocos días, visitará La Habana y será recibido en el Palacio
de la Revolución. Y tal vez no esté lejos el día en el que Raúl Castro sea
recibido en la Casa Blanca.
La
petición de una intervención especial de Papa Francisco
Según
Peter Kornbluh y Leo Grande, autores del libro «Back Channel to Cuba: The
Hidden History of Negotiations Between Washington and Havana» (investigación
que es considerada la más precisa, veraz y completa en cuanto a la
reconstrucción de las negociaciones entre ambos países americanos), el primero
que propuso involucrar a Papa Francisco en las negociaciones entre Washington y
La Habana fue el senador Dick Durbin, demócrata de Illinois, en septiembre de
2013, durante una reunión en la oficina de la señora Susan Rice, Consejera para
la Seguridad Nacional. En aquel contexto, los autores del libro aseguran que
había muchos exponentes cubano-estadounidenses que presionaban para pedir que
el Vaticano fuera involucrado de alguna manera.
Pero
también se observa el papel decisivo que tuvo el senador Patrick Leahy
(demócrata de Vermont, Presidente «pro-tempore» de Senado estadounidense),
puesto que envió esta petición a los cardenales Ortega (de La Habana), Theodore
McCarrick (arzobispo emérito de Washington) y Sean O’Malley (arzobispo de
Boston). El senador les pedía involucrar al Papa en la cuestión, «porque tiene
un elevado interés humanitario». Las cartas fueron entregadas en marzo de 2014.
Al
mismo tiempo, Obama, antes de ir a visitar a Papa Francisco al Vaticano
(audiencia del 24 de marzo de 2014) dio a conocer, anticipada y oficialmente, a
la Santa Sede el propósito de informar al Santo Padre todo lo que estaba
sucediendo entre ambos países desde 2012 y, particularmente, desde junio de
2013, y todo lo que el Pontífice considerara «útil». Después del encuentro
entre Obama y el Papa, el cardenal Ortega se encargó de enviar dos cartas, a
ambos gobernantes, en las cuales el Santo Padre pedía «resolver cuestiones
humanitarias de interés común, incluyendo la situación de algunos prisioneros,
para poner en marcha de esta forma una nueva etapa en las relaciones»
bilaterales.
El
libro también ofrece muchos detalles sobre el papel (hasta hace algo tiempo
desconocido) de la señora Hillary Clinton durante su mandato como Secretaria de
Estado de los Estados Unidos. Las conversaciones secretas entre La Habana y
Washington habrían comenzado gracias a Hillary, quien autorizó encuentros
bilaterales en Haití (2010) y en la República Dominicana (2012). Representaron
a los Estados Unidos Cheryl Mills y Julia Reynoso, colaboradoras de Clinton. El
libro también describe altos y bajos en las conversaciones, a veces provocados
por peticiones recíprocas inaceptables, pero, según los autores, entre las
partes nunca se interrumpieron las comunicaciones.
En
el mes de mayo de 2012, Hillary Clinton recibió una comunicación de uno de sus
negociadores que decía: «Debemos continuar la negociación con los cubanos para
la liberación de Alan Gross, pero no debemos permitir que esta situación
bloquee el progreso en las relaciones bilaterales. Los cubanos no cederán. O
tratamos con los cubanos el caso de los ‘Cuban Five’, o dejamos afuera los dos
argumentos» (Gross y los 5 cubanos acusados de espionaje).
El
libro también revela el papel de la «lobby» ‘Trimpa Group’, que recibió una
donación de un millón de dólares de Patty Ebrahimi, esposa de Fred Ebrahimi, ex
proprietario del grupo Quark. Patty Ebrahimi, nacida en Cuba, estaba cansada y
fastidiada de no poder volver a su país natal. Su acción, mejor, donación,
tenía un único objetivo: presionar para que se llegara a un acuerdo y en este
contexto llegaron otras donaciones a la ‘Trimpa Group’, justamente cuando el
gobierno de los Estados Unidos estaba planeando que el grupo ayudara. En las
diferentes investigaciones demoscópicas de la ‘Trimpa Group’ participaron otros
grupos, como John Anzalone, muy cercano a Obama, el Atlantic Council y FIU.
Después se sumaron la #CubaNow y Luis Miranda, ex director para las
comunicaciones de la Casa Blanca con los medios de comunicación hispánicos. La
idea era una sola: crear una opinión favorable frente un cambio radical de
política hacia Cuba y favorecer la veloz normalización de las relaciones
interrumpidas hace más de medio siglo.
Peter
Kornblum y William M. Legorande, en su libro, afirman que las cartas de Papa
Francisco a los presidentes Barack Obama y Raúl Castro, nunca publicadas y
punto de quiebre para las negociaciones, fue entregada personalmente por el
cardenal arzobispo de La Habana, Jaime Ortega, a los dos mandatarios, tal y
como se lo había pedido el Papa. El purpurado entregó a Obama la carta el 18 de
agosto de 2014, en un breve encuentro no oficial en a Casa Blanca, cerca del
Jardín de las Rosas. Algunas crónicas que tratan de reconstruir lo sucedido
sostienen que el purpurado cubano tenía la misión específica de entregar el
documento en las manos del presidente, cosa que hizo, pero no quería que
quedara huella oficial de un encuentro formal. Y este fue el motivo por el que
se habría encontrado esa solución singular: un encuentro casual entre el
purpurado y Obama, un apretón de manos fugaz en uno de los patios de la Casa
Blanca.
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