4 abr 2017

El mito de la transición democrática, de John Ackerman/

El mito de la transición democrática, de John Ackerman/Elena Poniatowska
La Jornada, 6 de marzo de 2016,
Por alguna razón, cuando pienso en Brad Will, el generoso chavo estadunidense que vino a tomar fotos y películas de la lucha de los maestros de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, se indignó con la desigualdad y murió de dos balazos en una calle de esa ciudad, el 23 de mayo de 2012, pienso también en John Ackerman.
John es ante todo académico, pero es también un extraordinario luchador social. Radical, no cambia de camiseta. Sus valores perduran, no surgen de una crisis, sino de su nacimiento, su buena factura de hombre y de intelectual. No se queja, ataca. Joven catedrático y gran colaborador de La Jornada y Proceso, autor de El mito de la transición democrática, consigna con rabia lo mal que está nuestro país y esa rabia nos sacude, pero no nos invita a levantarnos en armas, nos invita a levantarnos en ideas.

Ambos, Brad Will y John Ackerman pertenecen a esa raza de jóvenes apasionados y desprendidos que vienen de Estados Unidos a México durante sus vacaciones y se entregan con una falta de interés personal enorme a colaborar en el trabajo comunitario de las poblaciones más pobres (generalmente en Oaxaca) y, sin más, se ponen a construir casas, letrinas, patios, caminos de sol a sol, sin esperar nada a cambio. Así, en Michoacán, cerca de Pátzcuaro, en 1990, Ackerman levantó pico y pala con toda la fogosidad de su carácter generoso y rebelde, y se espantó con la absoluta pobreza de los más pequeños, los mexicanos más olvidados. Tres años más tarde hizo un proyecto similar en la Huasteca Potosina, en 1993, con estudiantes de la la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y, finalmente, en el Encuentro Intergaláctico por la Humanidad y Contra el Neoliberalismo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en La Realidad, Chiapas, en 1996, sacó a bailar La del moño colorado a Irma Eréndira Sandoval Ballesteros, en la lluvia, en plena selva Lacandona.
Si Brad Will encontró su muerte en una calle de Oaxaca, John Ackerman corrió con mejor suerte, porque encontró el amor en la politóloga Irma Eréndira Sandoval, hija de Pablo Sandoval Ramírez y nieta de Pablo Sandoval Cruz, dos de los luchadores sociales más emblemáticos de Guerrero. El encuentro con la mujer de su vida (quien además es doctora en ciencias políticas de la Universidad de Los Ángeles California, en Santa Cruz) resultó providencial, porque el médico Pablo Sandoval Cruz y su hijo Pablo Sandoval Ramírez fueron militantes excepcionales de la mejor izquierda mexicana, e Irma Eréndira se formó al lado de un abuelo médico dedicado a las causas de Guerrero, su tierra y un padre quien siempre levantó la voz contra el saqueo y la corrupción.
Hoy por hoy, John Ackerman, doctor en derecho constitucional, es investigador y catedrático del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Nunca he asistido a alguna de sus clases, pero estoy segura de que en su salón hierven los sesos y las mesas de trabajo huelen a azufre, porque Ackerman es capaz de prender fuego al cerebro más apagado y su discurso capaz de levantar al más indiferente. No me cabe la menor duda de que José Revueltas se habría fascinado con la oratoria y la escritura de John Ackerman. Sus artículos y conferencias están llenos de datos duros: consigna lo que está mal en nuestro país y nos sacude. Sobre todo enseña a no tener miedo de dar una opinión, porque callarse es también una forma del autodesprecio que muchos padecemos.
Para John, el maestro universitario, la familia Sandoval Cruz ha sido una escuela insuperable. Su suegro abuelo, don Pablo, quien a pesar de su pobreza y el abandono de su padre, llegó a ser médico, es un ejemplo a seguir. Curó enfermos, atendió partos, repartió medicamentos y se indignó por las malas condiciones de su estado, Guerrero. Hizo todo lo que pudo para sacar adelante a su familia, pero también a los más abandonados. La injusticia y la corrupción lo hicieron ligarse a un guerrillero del tamaño de Lucio Cabañas, que antes había sido maestro. Su suegro, Pablo Sandoval Ramírez, diputado y luchador social, padre de Irma Eréndira, murió consignando todo lo que está mal en nuestro país.
Ackerman, hijo de dos académicos de Yale, se puso al lado de “los otros” desde la primaria y escogió a amigos afroamericanos y latinos en vez de gringuitos aplastados frente a la tele. Quizá fueron esas amistadas quienes lo convirtieron en el autor político más joven y leído de México y en el colaborador de medios internacionales como el New York Times, Le Monde Diplomatique y The Guardian. Como bien afirma en su prólogo de El mito de la transición democrática, mantenerse neutral en los tiempos que corren equivale a abandonar a los que menos tienen.
Indignado por la exclusión de miles de mexicanos, Ackerman pública artículos tan apasionados como bien documentados y, si bien nos deja un sabor amargo, apela a los jóvenes, que, según él, son quienes tienen conciencia de la gravedad de los errores y la corrupción del actual régimen, quizá porque ellos serán los más perjudicados en el futuro. Lo dice bien el joven maestro: “Los que hoy estudian una carrera universitaria tendrán muy pocas posibilidades de tener acceso a un empleo, y casi nulas para contar con una plaza digna en su área de especialización. Los expertos calculan que para 2020 solamente 44 por ciento de los jóvenes egresados con licenciatura encontrarán algún empleo y únicamente 6 por ciento un trabajo de calidad donde podrán utilizar plenamente el conocimiento especializado de su carrera (…) Como consecuencia de la reforma fiscal, estos mismos jóvenes se verán obligados a pagar un mayor porcentaje de sus raquíticos salarios al fisco. Y como resultado de la reforma financiera nuestros estudiantes más preparados podrán terminar en la calle”.
Esos muchachos, cuyo futuro se anuncia desolador, son los que hoy luchan desde sus aulas en la UNAM, la Universidad Autónoma Metropolitana y el Politécnico para proseguir su carrera. A ellos apuesta el autor porque sabe que sus sueños son los mismos que los que llevaron a 43 normalistas a su acostumbrado boteo que suplía al total abandono del gobierno y abrió la puerta a un infierno que desde entonces nos consume como sociedad.
Según la Real Academia, uno de los significados de la palabra “mito” es: “Historia o relato que altera las verdaderas cualidades de una persona o de una cosa y les da más valor del que tienen en realidad”. Quizás esta sea la acepción más acertada para entender el libro civilizatorio de Ackerman. Desde hace más de medio siglo, a los mexicanos nos endilgan un discurso que altera la verdad y otorga un poder absoluto al primer mandatario. Después de Lázaro Cárdenas, a los presidentes se les ha olvidado su país: México.
También es un mito que exista una verdadera “transición democrática”, porque “México no cumple con los estándares mínimos para ser considerado un régimen democrático”. El autor demuestra con datos contundentes que desde la época de Miguel Alemán Valdés hasta la fecha nos abruma una sucesión de mentiras, asesinatos, fraudes y alianzas con empresas trasnacionales. Incluso durante los sexenios “del cambio”, cuando el PAN gobernó el país, no hubo el golpe de timón tan esperado.
Del desastre económico-político en que se encuentra México no sólo es culpable el PRI –como apunta el autor–, sino una oposición débil y vendida al mejor postor. El Pacto por México o la Iniciativa México, no han sido más que negocios redondos de PRI, PAN y PRD. Según Ackerman, nuestros problemas no se iniciaron en 1982 “con la imposición del neoliberalismo económico por el presidente Miguel de la Madrid. Tampoco empezaron en 1988 con el fraude electoral y las privatizaciones de Salinas de Gortari. Lo que estamos viviendo hoy es la culminación de décadas de arduo trabajo de los ‘tecnócratas’ corruptos y entreguistas bajo la sombra del Estado autoritario”. El broche de oro es la llamada reforma energética, que según Ackerman retrasa al país 76 años, porque devuelve el control de la industria petrolera a las mismas empresas trasnacionales expropiadas por Lázaro Cárdenas. Mientras otros países como Argentina nacionalizan su petróleo, México es incapaz de resistir las presiones de dichas empresas. El mejor ejemplo es la impunidad de las mineras canadienses que mandan en nuestro país.
Para John Ackerman, el mejor representante del sistema putrefacto que nos preside es el ex gobernador de Guerrero Ángel Aguirre, quien administró el estado entre 1996 y 1999 como representante del PRI, y en 2011 llegó de nuevo al poder de la mano del PRD. Los políticos saltan de un partido a otro, se alían al que antes fue su opositor y siguen sacando provecho del erario. Así funciona desde hace más de 70 años un sistema político en el que Ackerman no ve sino simulación y mentira como el nuevo elefante blanco llamado Instituto Nacional Electoral, incapaz de resolver los fraudes institucionalizados que padecemos hace décadas.
Según Ackerman, a pesar de que 90 por ciento de los ciudadanos se informa por la televisión, según las encuestas México es el país más insatisfecho con su gobierno de toda América Latina. Sólo dos empresas controlan la audiencia: Televisa y Tv Azteca al servicio del gobierno.
El mito de la transición democrática no sólo analiza la corrupción de los partidos, denuncia el patético Buen Fin del gobierno de Calderón, iniciado un 20 de noviembre que olvida el aniversario de la Revolución Mexicana y promueve un delirante consumismo que endroga a la depauperada familia mexicana.
Además de dedicar su libro a los 43 normalistas desaparecidos el 26 de septiembre de 2014, Ackerman afirma que no todo es negro, ya que las semillas de Tlatelolco y el 10 de junio han fructificado en los estudiantes que hoy se indignan contra la telenovela de la Casa Blanca y de la mentira en la que tanto se empeña el gobierno.

Benedetti escribió alguna vez que en la vida ciertas figuras geométricas deben evitarse: “Los círculos viciosos, los triángulos amorosos y las cabezas cuadradas”. El excelente ideario de John Ackerman es una invitación a abrir nuestros cerebros a la esperanza.

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