Algunos han tratado de incluir al Papa emérito como testigo del “comunicado” del ex nuncio que pide la renuncia de Bergoglio, jugando con el fetiche ideológico de la “guerra entre Papas”. He aquí la historia
El Papa emérito Benedicto XVI
Vatican Insider, 07/09/2018
GIANNI VALENTE
ROMA
Los arquitectos del “affaire Viganò” siempre han tenido como blanco al Papa Francisco. Pero en su asalto coordinado en contra del actual obispo de Roma, el peor trato lo han reservado a Benedicto XVI, su predecesor en el trono de Pedro. En el pasaje más sucio de toda la estrategia, forzando las cosas, han tratado de incluirlo en su ataque en contra de Bergoglio, haciéndolo pasar como el “padrino” de toda la operación. En el coctel delirante pseudo-puritano (con manipulaciones y mentiras que aderezan todo el caso) surge con paradójica transparencia la violencia que han ejercido en contra de Joseph Ratzinger quienes lo atormentan sin piedad: los grupitos de falsos fans que se obstinan en incluirlo en las guerras ideológicas y de poder con las que desgarran la carne de Cristo. No lo dejan en paz ni siquiera ahora, mientras sigue viviendo en el “recinto de Pedro”, con el corazón y los ojos fijos en el misterio que da vida a la Iglesia.
El esquema básico del “affaire Viganò”
La operación Viganò ha buscado crédito de todas las maneras posibles, recurriendo al fetiche ideológico de las contraposiciones entre el Papa reinante y su predecesor, nutriendo la propaganda de las redes anti-Bergoglio. El “comunicado” de Viganò concluye con la petición de la renuncia del Papa Francisco y trata de utilizar como si fuera un detonador el presunto abismo entre el Papa Bergoglio y el Papa Ratzinger con respecto a la manera de afrontar los comportamientos sexuales inapropiados del cardenal estadounidense Theodore McCarrick, molestador serial de jóvenes sacerdotes y seminaristas. En el documento fruto de toda esta operación, el ex nuncio en Washington afirma que algunas personas le dijeron que el Papa Ratzinger, informado sobre los comportamientos sexuales inapropiados de McCarrick, sancionó al purpurado casi de ochenta años (creado cardenal por el Papa Wojtyla) con duras medidas canónicas, como prohibirle celebrar la misa «en público», que participara «en reuniones públicas», que dictara conferencias o que viajara. Todo ello con la obligación de «dedicarse a una vida de oración y penitencia».
El ex nuncio vaticano en Washington afirma que el Papa Francisco, al recibirlo por primera vez en una audiencia el 23 de junio de 2013, no hizo «el más mínimo comentario» ni demostró «ninguna expresión de sorpresa» cuando el mismo Viganò le describió a McCarrick como un «corruptor de generaciones de jóvenes» y cuando le informó sobre las disposiciones con las que el Papa Ratzinger había sancionado al cardenal estadounidense. En esta mezcla de recuerdos, impresiones, conjeturas, rumores, Viganò afirma también, con extraño sentido deductivo, que «a partir de la elección del Papa Francisco, McCarrick, desatado de cualquier vínculo, se sintió libre de viajar constantemente, dictar conferencias y entrevistas».
El “comunicado” de Viganò (con todas sus zonas grises, teoremas, entramados y reticencias que han analizado en los últimos días investigaciones, artículos y comentarios) apuesta por la divulgación del siguiente mensaje: McCarrick fue sancionado por el Papa Ratzinger y fue liberado de esas mismas sanciones bajo el Pontificado del Papa Francisco, quien incluso lo habría llamado para que sugiriera su opinión a la hora de los nombramientos de los obispos estadounidenses. Este presunto cambio de registro entre los dos Papas pretende ser la “notitia criminis” que ha revelado la información de Viganò, y es utilizado como la prueba aplastante que sostiene el resto de las acusaciones, calumnias y medias verdades confeccionadas por la pacotilla rancia de los blogs anti-Bergoglio. Y así se llega a pedir la renuncia del Sucesor de Pedro.
Presiones contra Benedicto
Los principales pasajes de esta acusación confeccionada por el ex diplomático vaticano son retomados, con tonos más o menos rudos, por sus amplificadores mediáticos: el Papa Francisco, repiten en coro, encubrió a McCarrick y archivó las disposiciones con las que su predecesor sancionó al cardenal porque está rodeado (y controlado) por los obispos, cardenales y monseñores del “lobby gay” que quieren incluso cambiar la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad. Por estas razones, por el bien de la iglesia, el Papa debería renunciar…
Durante las primeras horas que siguieron a la publicación del “comunicado”, desde las centrales estratégicas de la operación se desbordó el objetivo de enrolar a Ratzinger como mayor testigo y máximo tutor: el National Catholic Register, órgano de prensa que forma parte de la galaxia de la Eternal Word Television Network (EWTN), y que lanzó en exclusiva la versión en inglés del “comunicado” de Viganò, citó una fuente anónima para que circulara la indiscreción de que el Papa emérito «recordaba haber establecido restricciones de cierto tipo», pero no lograba recordar con precisión la manera en la que el caso «había sido efectivamente afrontado». En cambio, el abogado Timothy Busch, uno de los administradores de EWTN, indicó que recibió el texto del ex nuncio en Washington antes que nadie, y dijo a “The New York Times” que los responsables de la publicación le habían asegurado personalmente que «el Papa emérito, Benedicto XVI, ha confirmado lo dicho por el arzobispo Viganò». La “revelación” de Busch fue desmentida casi inmediatamente por el secretario particular de Ratzinger, el arzobispo Georg Gänswein.
El cinismo cruel de los falsos fans
Las investigaciones, los análisis y reportajes periodísticos dedicados al “comunicado” de Viganò han demostrado las contradicciones que convierten en mentiras muchos pasajes clave del “dossier”, empezando por los que sacan a relucir al Papa Ratzinger y su distancia con respecto al actual Pontífice en relación con el trato que ambos habrían reservado el cardenal McCarrick. Los testimonios (a veces anónimos) reunidos por los investigadores y reporteros han demostrado que el caso de McCarrick fue afrontado de manera diferente a la que indicó Viganò. Va surgiendo con este entramado de testimonios convergentes (algunos afirman incluso que se trata de «fuentes cercanas al Papa Benedicto») que el mismo Benedicto XVI no impuso al cardenal estadounidense sanciones canónicas definidas y por escrito o con un decreto formal, sino solamente con palabras, peticiones «privadas» comunicadas al destinatario por el arzobispo Pietro Sambi, nuncio apostólico en Washington de 2005 a 2011. Tales peticiones probablemente intimaban a McCarrick a dejar el seminario en el que vivía en contacto con jóvenes sacerdotes y seminaristas (cosa que efectivamente cumplió entre finales de 2008 y principios de 2009) y a que mantuviera «un bajo perfil».
Documentos de archivo y videos que han circulado en la red demuestran que entre 2009 y 2012, además del cambio de residencia, el cardenal ni se retiró ni llevaba una vida de penitencia. Seguía viajando, celebrando misa, yendo a Roma e incluso se reunía con el Papa, mientras en Estados Unidos seguía participando en eventos públicos (en algunos de ellos participó el mismo Viganò, quien le comunicaba en público su afecto). Todos estos elementos hacen polvo el teorema de Viganò, que pretende contraponer a Benedicto y a Francisco sobre el trato que reservaron a McCarrick. Mientras la retórica de la “tolerancia cero” sobre los escándalos sexuales cometidos por hombres de la Iglesia, con la que la operación Viganò trata de jugar sucio, corre el riesgo de arrollar incluso al Papa emérito, por la manera decidida pero al mismo tiempo alejada de posturas espectaculares con las que había afrontado el caso McCarrick: advertencias privadas, comunicados mediante vías reservadas, ninguna sanción real de dominio público, ninguna llamada de atención ante el protagonismo público que mantenía el cardenal octogenario. Viganò mismo, en la entrevista publicada por el sitio ultraconservador estadounidense “LifeSiteNews”, después de la publicación del “comunicado”, se refirió al conocido carácter “manso” del Papa Benedicto para explicar por qué el Papa bávaro seguía recibiendo a McCarrick, después de haberlo sancionado por su conducta sexual.
Mientras tanto, el director de la Catholic News Agency (otra de las entidades vinculadas con la galaxia mediática de EWTN), en un artículo indicó que algunos se preguntan por qué el Papa Benedicto XVI «no respondió con más fuerza» al escandaloso caso de McCarrick y piden explicaciones sobre su «postura suave» frente al caso, expresada en medidas reservadas y secretas, cuando habría debido aplicar «sanciones inmediatas, públicas y serias» en contra del cardenal abusador. Después de haber tratado de adjudicárselo como patrocinador de la operación Viganó, los autores de toda la trama parecen estar dispuestos a dejar al Papa emérito a la merced de las invectivas sumarias en contra de la tardanza clerical a la hora de denunciar los escándalos sexuales del clero.
Maltrato neo-rigorista
Los pasajes del “comunicado” de Viganò en los que se puede apreciar la pista del “choque entre Papas” sobre el caso McCarrick eran el soporte sobre el que se sostenía toda la operación. Pero desde hace años los falsos amigos de Joseph Ratzinger lo atormentan para incluirlo en sus juegos de poder como una especie de anti-Papa, para contraponerlo al actual obispo de Roma. Entre más lo usan, citan y tironean, más se aprecia lo poco que lo quieren. Juegan con esta situación inédita en la que conviven dos Sucesores de Pedro con tal de poner en jaque a toda la Iglesia. Desprecian incluso el alcance profético del gesto de la renuncia del Papa Benedicto, reduciéndolo a “precedente” para acusar a su sucesor y tratar de imaginar, en el surco de la renuncia ratzingeriana, un sistema para mandar a casa a los Papas que no les gustan.
El cinismo con el que los pseudo-fans de Benedicto XVI instrumentalizan su figura ya había tenido manifestaciones elocuentes durante el Pontificado ratzingeriano. Durante esos años, autoproclamados admiradores neo-conservadores o neo-tradicionalistas dedicaron al Papa teólogo intimidaciones, aderezadas con la ostentación de su falsa devoción. Muchos de ellos se autoproclamaron custodios (que nadie pidió) de la interpretación auténtica de un presunto «proyecto de Pontificado ratzingeriano» y estaban listos para regañar al Papa mismo cuando parecía errar el rumbo.
Cuando el Papa Ratzinger, en su libro-entrevista con Peter Seewald (“Luz del mundo”) se refirió a aislados «casos justificados» del uso del preservativo, poniendo como ejemplo a quien se prostituye y lo utiliza como «un primer acto de responsabilidad» para vitar contagiar a otras personas, algunos neo-rigoristas anglófonos entonces miembros de la Pontificia Academia para la Vida sostuvieron que sus palabras podían inducir elementos ambiguos en la doctrina moral de la Iglesia católica. Christine Vollmer, presidenta de la Alliance for Family con sede en Miami (Estados Unidos), escribió que «nuestro Santo Padre debería dejar de hablar de sexo aberrante, para hablar más de Jesús». Por su parte Luke Gormally, que fue director del Linacare Centre for Healthcare Ethics de Londres, denunció la «confusión». Otros exponentes de la galaxia “teocon” se mostraron disgustados con algunos pasajes de la entrevista en los que el Papa Ratzinger reconocía los límites que la Tradición de la Iglesia pone a la autoridad papal. Cuando Benedicto XVI anunció su participación en el XXV aniversario del encuentro interreligioso por la paz convocado por Juan Pablo II en Asís, en 1986, académicos y periodistas neo-tradicionalistas difundieron un llamado público en el que pedían, con tonos perentorios, que el Papa no repitiera el error de su predecesor polaco, si no quería convertirse en cómplice del “contagio” que a partir del Pontificado wojtyliano había extendido, en su opinión, por toda la Iglesia católica ˜la indiferencia y el relativismo religioso».
El Papa Ratzinger, de una u otra manera, logró alejarse del abrazo de quienes querían convertir su rostro manso en el estandarte de una “Iglesia de guerra”, comprometida con el proyecto de afirmar la propia consistencia mundana a golpe de batallas culturales. La parábola del Pontificado ratzingeriano, con su última estación de tonos penitenciales y su concentración final sobre los factores mínimos y gratuitos de la fe y de la vida cristiana, desilusionó a todos los que habían impulsado durante su Pontificado el proyecto de una “revolución papal” guiada por el “Papa capitán”. No es casual que los primeros que se refirieron a la posible renuncia del Papa Benedicto XVI fueron medios de comunicación y personajes “ultra-ratzingerianos”. Todos ellos estaban listos para afirmar que los tonos penitenciales asumidos por el Papa ante los escándalos de la pederastia clerical eran una debilidad. El Papa bávaro, según ellos, «perdía fuerza», por lo que habría sido oportuno dar un paso atrás para preparar el camino a un Papa más «enérgico».
La Barca de Pedro y quien la guía
Ahora que el “affaire Viganò” ha impulsado operaciones sucias, que en cierto sentido no tienen precedentes en la historia de la Iglesia, precisamente la renuncia al papado por parte de Ratzinger y las palabras que él eligió para explicarla al mundo son un consuelo, y ayudan a ver con lucidez lo que está sucediendo. Con ese gesto, Benedicto XVI sugirió a todos que la Iglesia puede superar momentos de carestía y desastres (incluidos los que provocan los hombres de la Iglesia) solamente si reconoce que quien la guía y la salva es precisamente Jesucristo. Por este motivo ningún Papa puede creer verdaderamente que es él mismo el “salvador” de la Iglesia. Y por el mismo motivo no es conveniente (y normalmente provoca calamidades) forzarle la mano, para que deje lo antes posible el Pontificado, a quien ha sido puesto “pro tempore” frente al timón de la barca de Pedro.
En su último discurso como Papa, Benedicto XVI recordó los años durante los que él se encargó de guiar la barca de Pedro. Recordó también los «momentos en los que las aguas estaban agitadas y el viento en contra, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir». Pero confesó también que siempre percibió que «en esa barca está el Señor», que «la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino Suya, y no deja que se hunda; es Él quien la conduce, claro, también a través de los hombres que ha elegido, porque así lo ha querido».
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