Francisco admitió abiertamente los fracasos de la Iglesia al enfrentar los escándalos de abuso sexual
“(Los jóvenes) Están molestos por los escándalos sexuales y económicos que no conllevan una condena clara, por nuestra falta de preparación para apreciar realmente las vidas y las sensibilidades de los jóvenes y simplemente por el papel pasivo que les asignamos", dijo Francisco durante una reunión con muchachos católicos, luteranos y ortodoxos en la Iglesia Luterana de Kaarli, en la capital de Estonia, Tallín.
Abajo el discurso completo del papa Francisco...
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El papa admitió abiertamente los fracasos de la Iglesia al enfrentar los escándalos de abuso sexual, que han vuelto a los titulares recientemente con revelaciones de abuso y encubrimiento en la Iglesia estadunidense, chilena y ahora alemana.
Vatican Insider...25/09/2018
ANDREA TORNIELLI
ENVIADO A TALLIN
Algunos jóvenes «sienten la presencia de la Iglesia como algo molesto y hasta irritante. Les indignan los escándalos económicos y sexuales ante los que no ven una firme condena, el no saber interpretar adecuadamente la vida y la sensibilidad de los jóvenes por falta de preparación, o simplemente el rol pasivo que les asignamos». Francisco se reúne en Tallin con los jóvenes cristianos de las confesiones evangélica, ortodoxa y católica en la Kaarli Lutheran Church, que se encuentra sobre una colina. Hablando con ellos se refiere a los escándalos que hieren a la Iglesia y alejan a las jóvenes generaciones de ella.
Tres jóvenes describieron sus vidas mientras el Papa escuchaba. Lisbel, luterana de 18 años, narró una vida difícil, con un padre alcohólico y violento y el reciente descubrimiento de la fe, con la que ha podido «encontrarla alegría». Tauri, ortodoxo, explicó que los ateos tenían razón al decirle que se había construido una idea de Dios completamente propia, mientras ahora conoce su verdadero rostro gracias a la teología. Para concluir, Mirko, católico, director artístico, que le preguntó al Papa cómo mantener el alma pura y tomar las decisiones correctas.
Francisco invitó a sentirse «como peregrinos que recorren juntos el camino», aprendiendo «a confiar el corazón al compañero de camino sin recelos, sin desconfianzas, mirando solamente lo que en realidad buscamos: la paz en el rostro del único Dios. Y como la paz es artesanal, confiarse al otro es también algo artesanal, y es fuente de felicidad».
«A ustedes, jóvenes, les sucede a menudo –dijo Bergoglio– que los adultos que tienen cerca no saben lo que quieren o esperan de ustedes; o a veces, cuando los ven muy alegres, desconfían; y si los ven angustiados, relativizan lo que les pasa». Francisco citó el inminente Sínodo de los jóvenes, que comenzará el 3 de octubre en el Vaticano, refiriéndose seriamente al deseo que tienen los chicos de ser acompañados y escuchados. «Nuestras iglesias cristianas —y me animo a decir que todo proceso religioso estructurado institucionalmente— a veces arrastra estilos donde nos ha sido más fácil hablar, aconsejar y proponer desde nuestra experiencia, que escuchar, dejarnos interpelar e iluminar desde lo que vosotros vivís. Sabemos que vosotros queréis y «esperáis ser acompañados no por un juez inflexible o por un padre temeroso y sobreprotector que crea dependencia, sino por alguien que no tiene miedo de su propia debilidad y sabe hacer resplandecer el tesoro que, como recipiente de barro, protege dentro de sí».
Pero, recordó Francisco, «cuando una comunidad cristiana es cristiana de verdad no hace proselitismo. Solo escucha, recibe, acompaña y hace camino, pero no impone».
«Hoy aquí deseo decirles –añadió el Papa– que queremos llorar con ustedes si están llorando, acompañar con nuestras palmas y nuestra risa sus alegrías, ayudaros a vivir el seguimiento del Señor». Los adultos necesitan verdaderamente convertirse y descubrir que para estar al lado de los «debemos revertir tantas situaciones que son, en definitiva, las que los alejan».
«Sabemos (así nos lo han dicho) que muchos jóvenes no nos piden nada porque no nos consideran interlocutores significativos para su existencia –reconoció el Papa argentino. Algunos incluso, piden que los dejemos en paz, sienten la presencia de la Iglesia como algo molesto y hasta irritante. Les indignan los escándalos económicos y sexuales ante los que no ven una firme condena, el no saber interpretar adecuadamente la vida y la sensibilidad de los jóvenes por falta de preparación, o simplemente el rol pasivo que les asignamos».
«Queremos responder» a las peticiones de los jóvenes, afirmó Francisco, «queremos, como ustedes mismos lo expresan, ser una “comunidad transparente, acogedora, honesta, atractiva, comunicativa, asequible, alegre e interactiva”. Es decir una comunidad sin miedos, los miedos nos cierran. Los miedos nos impulsan a ser proselitistas; y la fraternidad es otra cosa, el corazón abierto, el abrazo fraterno». El Papa recordó que «Jesús sigue siendo la razón de ser para estar aquí».
«Una famosa cantante vuestra, hace unos diez años decía en una de sus canciones: “El amor ha muerto, el amor se ha ido, el amor ya no vive aquí”. ¡No, por favor, hagamos que el amor esté vivo, y todos nosotros debemos hacerlo!», pero, insistió Francisco, frente a los esfuerzos de los jóvenes, que «ven que se termina el amor de sus padres, se disuelve el amor de pareja apenas casados, experimentan el desamor cuando a nadie le importa que tengan que emigrar a buscar trabajo o se los mire de reojo por ser extranjeros. Pareciera que el amor ha muerto, pero nosotros sabemos que no, y tenemos una palabra que decir, algo que anunciar, con pocos discursos y muchos gestos. Porque ustedes son la generación de la imagen y de la acción sobre la especulación, la teoría».
Acoger «juntos esa novedad que trae Dios a nuestra vida» fue la invitación final del Papa, «esa novedad que nos empuja a partir una y otra vez, para ir allí donde está la humanidad más herida. Allí donde los hombres, más allá de la apariencia de superficialidad y conformismo, siguen buscando una respuesta a la pregunta por el sentido de sus vidas. Pero nunca iremos solos: Dios viene con nosotros». Y, añadió antes de despedirse, que hay que estar abiertos a «las sorpresas del Señor; el Señor nos sorprende porque la vida nos sorprende siempre. Sigamos adelante para salir al encuentro de estas sorpresas».
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Queridos jóvenes:
Gracias por vuestra cálida bienvenida, por vuestros cantos y los testimonios de Lisbel, Tauri y Mirko. Agradezco las gentiles y fraternas palabras del arzobispo de la Iglesia evangélica luterana de Estonia, Urmas Viilma, como también la presencia del Presidente del Consejo de Iglesias de Estonia, arzobispo Andrés Põder, la del obispo Mons. Philippe Jourdan, administrador apostólico en Estonia, y la de los demás representantes de las distintas confesiones cristianas presentes en el país. También agradezco la presencia de la señora Presidenta de la República.
Siempre es bueno reunirnos, compartir testimonios de vida, expresar lo que pensamos y queremos; y es muy lindo estar juntos los que creemos en Jesucristo. Estos encuentros hacen realidad aquel sueño de Jesús en la última cena: «Que todos sean uno, […] para que el mundo crea» (Jn 17,21). Si nos esforzamos por vernos como peregrinos que hacen el camino juntos, aprenderemos a confiar el corazón al compañero de camino sin recelos, sin desconfianzas, mirando solamente lo que en realidad buscamos: la paz en el rostro del único Dios. Y como la paz es artesanal, confiarse al otro es también algo artesanal, es fuente de felicidad: «Bienaventurados los que trabajan por la paz» (Mt 5,9). Y este camino, este camino no lo hacemos solo con creyentes, sino con todos. Todos tienen algo que decirnos. A todos tenemos algo que decir.
La gran pintura que está en el ábside de esta iglesia contiene una frase del evangelio de san Mateo: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28). Vosotros, jóvenes cristianos, os podéis identificar con algunos elementos de esta parte del evangelio.
En las narraciones anteriores, Mateo nos cuenta que Jesús viene acumulando desengaños. Primero se queja porque parece que a los que se dirige nada les cae bien (cf. Mt 11,16-19). A vosotros jóvenes os sucede a menudo que los adultos que tenéis cerca no saben lo que quieren o esperan de vosotros; o a veces, cuando os ven muy alegres, desconfían; y si os ven angustiados, relativizan lo que os pasa. En la consulta previa al Sínodo, que celebraremos dentro de poco y en el que reflexionaremos sobre los jóvenes, muchos de vosotros pedís que alguien os acompañe y os comprenda sin juzgar y que sepa escucharos, como también que responda a vuestros interrogantes (cf. Sínodo dedicado a los Jóvenes, Instrumentum laboris, 132). Nuestras iglesias cristianas —y me animo a decir que todo proceso religioso estructurado institucionalmente— a veces arrastra estilos donde nos ha sido más fácil hablar, aconsejar y proponer desde nuestra experiencia, que escuchar, que dejarnos interpelar e iluminar desde lo que vosotros vivís. Muchas veces la comunidad cristiana se cierra, sin darse cuenta, y no escucha vuestras inquietudes. Sabemos que vosotros queréis y «esperáis ser acompañados no por un juez inflexible o por un padre temeroso y sobreprotector que crea dependencia, sino por alguien que no tiene miedo de su propia debilidad y sabe hacer resplandecer el tesoro que, como recipiente de barro, protege dentro de sí (cf. 2 Co 4)» (ibíd., 142). Hoy aquí deseo deciros que queremos llorar con vosotros si estáis llorando, acompañar con nuestras palmas y nuestra risa vuestras alegrías, ayudaros a vivir el seguimiento del Señor. Vosotros, muchachos y muchachas, jóvenes, sabed esto: cuando una comunidad cristiana es verdaderamente cristiana, no hace proselitismo. Solo escucha, acoge, acompaña y camina; pero no impone nada.
También Jesús se queja de las ciudades que ha visitado haciendo en ellas más milagros y teniendo con ellas mayores gestos de ternura y cercanía; y se lamenta de la falta de tino que tienen para darse cuenta de que el cambio que les venía a proponer era urgente, no podía esperar. Hasta llega a decir que son más tercas y obcecadas que Sodoma (cf. Mt 20-24). Y cuando los adultos nos cerramos a una realidad que ya es un hecho, vosotros nos decís con franqueza: “¿Es que no lo veis?”. Y algunos más valientes os animáis a más: “¿No percibís que ya nadie os escucha, ni os cree?”. En verdad nos falta convertirnos, descubrir que para estar a vuestro lado debemos revertir tantas situaciones que son, en definitiva, las que os alejan.
Sabemos —así nos lo habéis dicho— que muchos jóvenes no nos piden nada porque no nos consideran interlocutores significativos para su existencia. Esto es feo, cuando una Iglesia, una comunidad se comporta de tal manera que los jóvenes piensan: “Estos no me dirán nada que me sirva para mi vida". Algunos incluso, piden que los dejemos en paz, sienten la presencia de la Iglesia como algo molesto y hasta irritante. Y esto es verdad. Les indignan los escándalos económicos y sexuales ante los que no ven una firme condena, el no saber interpretar adecuadamente la vida y la sensibilidad de los jóvenes por falta de preparación, o simplemente el rol pasivo que les asignamos (cf. Sínodo dedicado a los Jóvenes, Instrumentum laboris, 66); estos son algunos de sus reclamos. Queremos responder a ellos, queremos, como vosotros mismos lo expresáis, ser una «comunidad transparente, acogedora, honesta, atractiva, comunicativa, asequible, alegre e interactiva» (ibíd., 67), es decir, una comunidad sin miedo. Los temores hacen que nos encerremos. Los temores nos instan a ser proselitistas. Y ser hermanos es otra cosa: el corazón abierto y el abrazo fraterno.
Antes de llegar al escrito del Evangelio que preside este templo, Jesús comienza haciendo una alabanza al Padre. Lo hace porque se percata de que los que sí se han dado cuenta, los que entienden el centro de su mensaje y de su persona, son los pequeños, aquellos que tienen el alma sencilla, abierta. Y al veros así, reunidos, cantando, yo me uno a la voz de Jesús y me admiro, porque vosotros, a pesar de nuestras faltas de testimonio, seguís descubriendo a Jesús en el seno de nuestras comunidades. Porque sabemos que donde está Jesús siempre hay renovación, siempre hay oportunidad para la conversión, para dejar atrás todo lo que nos aparta de él y de nuestros hermanos. Donde está Jesús la vida siempre tiene sabor a Espíritu Santo. Vosotros, hoy aquí, sois la actualización de aquella admiración de Jesús.
Entonces sí, volvemos a decir: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28). Pero lo decimos convencidos de que más allá de nuestros límites, de nuestras divisiones, Jesús sigue siendo la razón de ser para estar aquí. Sabemos que no hay alivio más grande que dejar que Jesús lleve nuestros agobios. También sabemos que hay muchos que todavía no lo conocen y viven en la tristeza y el desconcierto. Una famosa cantante vuestra, hace unos diez años decía en una de sus canciones: «El amor ha muerto, el amor se ha ido, el amor ya no vive aquí» (Kerli Kõiv, El amor ha muerto). ¡No, por favor! Hagamos que el amor esté vivo, y todos nosotros debemos hacer esto. Y son tantos los que hacen esa experiencia: ven que se termina el amor de sus padres, se disuelve el amor de pareja apenas casados, experimentan el desamor cuando a nadie le importa que tengan que emigrar a buscar trabajo o se los mire de reojo por ser extranjeros. Pareciera que el amor ha muerto, como decía Kerli Kõiv, pero nosotros sabemos que no, y tenemos una palabra que decir, algo que anunciar, con pocos discursos y muchos gestos. Porque vosotros sois la generación de la imagen, la generación de la acción sobre la especulación, la teoría.
Y así le gusta a Jesús; porque él pasó haciendo el bien, y al morir privilegió el gesto contundente de la cruz sobre las palabras. A nosotros nos une la fe en Jesús, y es él el que está esperando que lo llevemos a todos los jóvenes que han perdido el sentido de sus vidas. Y el riesgo es, incluso para nosotros, creyentes, perder el sentido de la vida. Y esto sucede cuando nosotros creyentes somos incoherentes. Aceptemos juntos esa novedad que trae Dios a nuestra vida; esa novedad que nos empuja a partir una y otra vez, para ir allí donde está la humanidad más herida. Allí donde los hombres, más allá de la apariencia de superficialidad y conformismo, siguen buscando una respuesta a la pregunta por el sentido de sus vidas. Pero nunca iremos solos: Dios viene con nosotros; él no tiene miedo, no tiene miedo a las periferias, es más, él mismo se hizo periferia (cf. Flp 2,6-8; Jn 1,14). Si nos atrevemos a salir de nosotros mismos, de nuestros egoísmos, de nuestras ideas cerradas, e ir a las periferias, allí lo encontraremos, porque Jesús nos primerea en la vida del hermano que sufre y está descartado. Él ya está allí (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 135).
Jóvenes: El amor no está muerto, nos llama y nos envía. Pide solo que abramos el corazón. Pidamos el valor apostólico de llevar el Evangelio a los demás —pero ofrecerlo no imponerlo— y de renunciar a hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos. La vida cristiana es vida, es futuro, es esperanza. No es un museo. Dejemos que el Espíritu Santo nos haga contemplar la historia en la clave de Jesús resucitado, así la Iglesia, así nuestras Iglesias serán capaces de seguir adelante acogiendo en ellas las sorpresas del Señor (cf. ibíd., 139), recuperando su juventud, la alegría y la belleza, que hablaba Mirko, de la esposa que va al encuentro del Señor. Las sorpresas del Señor. El Señor nos sorprende, porque la vida siempre nos sorprende. Sigamos adelante, saliendo al encuentro de estas sorpresas. Gracias.
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La declaración del papa coincide con el posicionamiento de la Conferencia Episcopal Alemana que admite vergüenza al haber ignorado durante años a las víctimas de abuso sexual y violación por parte de líderes religiosos.
Durante tres años y medio, un grupo de investigadores de las universidades de Mannheim, Heidelberg y Giessen examinaron 38 mil actas y manuscritos provenientes de 27 diócesis alemanas y transmitidos por la Iglesia.
El informe revela que un total de 3 mil 677 casos de abuso sexual fueron cometidos por mil 670 religiosos católicos durante 68 años.
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Stefanie Stahlhofen, della radio austriaca CIC: -Santo Padre, en el encuentro ecuménico en Tallin usted dijo que los jóvenes frente a los escándalos sexuales no ven una condena clara de parte de la Iglesia Católica. En Alemania se publicó hoy una nueva investigación sobre los abusos sexuales y cómo la Iglesia ha tratado tantos casos.
Papa Francisco: Sobre esto hablaré después del viaje, responderé primero las preguntas sobre el viaje. Gracias. Esta es la regla. Pero será la primera pregunta después del viaje.
(...)
Papa Francisco:
Y ahora hablo sobre el encuentro con los jóvenes hoy. Los jóvenes se escandalizan. Introduzco aquí la primera pregunta que era sobre algo distinto del viaje. Los jóvenes se escandalizan de la hipocresía de los grandes. Se escandalizan de las guerras, se escandalizan de la incoherencia, se escandalizan de la corrupción, y en esto de la corrupción entra lo que usted decía de los abusos sexuales.
Es cierto que hay una acusación contra la Iglesia. Todos sabemos y conocemos las estadísticas, yo no las diré, pero si fuera solo un sacerdote el que abusa de un niño o una niña, esto es monstruoso porque ese hombre ha sido elegido por Dios para llevar al niño al cielo.
Entiendo que los jóvenes se escandalizan con esta corrupción tan grande. Saben que está en todo lugar, pero en la Iglesia es más escandaloso porque deben llevar a los niños a Dios y no destruirlos.
Los jóvenes buscan hacer su camino con la experiencia. El encuentro de los jóvenes hoy fue muy claro: ellos piden ser escuchados. Piden escucha. No quieren fórmulas fijas. No quieren un acompañamiento directivista.
La segunda parte de esta pregunta que fue la primera, después del viaje, era que la Iglesia no hace las cosas como debe en este, en castigar esta corrupción.
Tomo, por ejemplo, el informe de Pensilvania, y vemos que en los primeros 70 años hubo muchos sacerdotes que cayeron en esta corrupción. Luego en un tiempo más reciente ha disminuido, porque la Iglesia se dio cuenta que debía luchar de otro modo.
En tiempos antiguos estas cosas se cubrían, también se cubrían en casa, cuando el tío violentaba a la sobrina, cuando el papá violentaba a los hijos, se cubrían porque era una vergüenza muy grande. Era el modo de pensar de los siglos pasados o del siglo pasado.
Hay un principio que me ayuda mucho a interpretar la historia: un hecho histórico es interpretado con la hermenéutica de la época en el que ocurrió, no con una hermenéutica dictada por el hoy. Por ejemplo, el indigenismo. Hubo tantas injusticias y brutalidades, pero no puede ser interpretado con la hermenéutica de hoy cuando tenemos otra conciencia. Un último ejemplo: la pena de muerte. El Vaticano, cuando era estado, tenía la pena de muerte. El último fue decapitado en 1870, más o menos, era un muchacho. Pero luego la conciencia moral crece.
Es cierto que siempre hay lagunas y condenas a muerte escondidas. Tú eres viejo, das fastidio, no te doy las medicinas y te vas. Es una condena a muerte social de hoy. Creo que con esto he respondido: la Iglesia... tomo el ejemplo de Pensilvania. Miren las proporciones y miren cuando la Iglesia ha tomado conciencia de esto y lo ha puesto todo.
En los últimos tiempos he recibido muchas pero muchas condenas de la Congregación para la Doctrina de la Fe y he dicho “adelante, adelante”. Nunca he firmado, después de una condena, un pedido de gracia. Sobre esto no se negocia, no hay negociado.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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