El caso Viganò y las justificaciones “religiosas” con las que se divide a la Iglesia
Un análisis sobre los puntos débiles de la tercera entrega de la operación político-mediática organizada por el ex nuncio y los que lo apoyan
Vatican Insider, 22/10/2018;
ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO
La tercera entrega del “dossier” Viganò, la operación político-mediática con la que el ex nuncio en Estados Unidos y quienes lo apoyan han tratado (desde el pasado 25 de agosto) de poner en jaque al Pontífice, llegando incluso a pedir su renuncia, presenta una síntesis cronológica eficaz de las afirmaciones del acusador de Francisco. Como ya varios han revelado, el tono (no la sustancia) de este tercer documento parece ligeramente diferente de los dos anteriores. El arzobispo Carlo Maria Viganò insiste en los motivos que lo llevaron a su clamoroso gesto, presentando auto-justificaciones religiosas.
Escribe el ex nuncio en Estados Unidos que ha tratado de obligar al Sucesor de Pedro a abandonar su puesto: «He hablado con la absoluta conciencia de que mi testimonio habría provocado alarmas y desconcierto en muchas personas eminentes: eclesiásticos, hermanos obispos, colegas con los que he trabajado y rezado. Sabía que muchos se habrían sentido heridos y traicionados. Preví que algunos, a su vez, me habrían acusado y habrían puesto en discusión mis intenciones. Y, cosa más dolorosa de todas, sabía que muchos fieles inocentes se habrían confundido y desconcertado ante el espectáculo de un obispo que acusa a sus hermanos y superiores de fechorías, pecados sexuales y grave negligencia».
Es exactamente lo que ha sucedido. La operación Viganò, la intención de descargar cualquier responsabilidad sobre el actual Pontífice por la mala gestión del caso del cardenal Theodore McCrrick, ha aumentado las tensiones en una Iglesia ya cansada por la reiteración de escándalos que, en su mayor parte, pertenecen al pasado, que han puesto a muchos obispos en el banquillo de los acusados por no haber actuado correctamente ante los abusos perpetrados contra menores por parte de sus sacerdotes. Si el Papa Francisco consideró oportuno invitar a todos los fieles a que rezaran el Rosario en el mes mariano de octubre, con una especial intención por la Iglesia bajo ataque del demonio que pretende dividir, desempolvando la vieja oración a San Miguel Arcángel, significa que lo que está sucediendo tiene una particular gravedad.
Por ello hay que subrayar estos pasajes del tercer “comunicado” de Viganò: «Sin embargo, creo que mi continuo silencio —escribió el ex nuncio— habría puesto en peligro muchas almas, y habría condenado la mía. A pesar de haber indicado en varias ocasiones a mis superiores, e incluso al Papa, las aberrantes acciones de McCarrick, habría podido denunciar públicamente antes las verdades de las que tenía conocimiento. Si hay alguna responsabilidad mía en este retraso, me arrepiento. Se debe a la gravedad de la decisión que estaba por tomar y al largo trabajo de mi conciencia. He sido acusado de haber creado con mi testimonio confusión y división en la Iglesia. Esta afirmación solo puede ser creíble para aquellos que consideran que tal confusión y división eran irrelevantes antes de agosto de 2018. Sin embargo, cualquier observador objetivo habría podido advertir bien la prolongada y significativa de ambas, cosa inevitable cuando el Sucesor de Pedro renuncia a ejercer su misión principal, que es la de confirmar a los hermanos en la fe y en la sana doctrina moral. Luego, cuando con mensajes contradictorios o declaraciones ambiguas exaspera la crisis, la confusión empeora».
Entonces, Viganò revela por primera vez lo que lo llevó a poner en marcha su organización político-mediática, con todo y la petición de la renuncia del Papa, no solo fue la gestión del caso McCarrick. El ex nuncio, efectivamente, no se preocupó por provocar escándalo, crear confusión y división en la Iglesia (nos lo explica él mismo), porque, en su opinión, desde antes de su clamorosa operación y de la acusación contra el Papa reinante, el Papa emérito y su santo predecesor, junto con los respectivos colaboradores, la confusión y la división reinaban soberanas. ¿A qué se refiere Viganò al afirmar que Francisco habría faltado a su misión de confirmar a los hermanos en la fe? ¿Se refiere al debate que nació tras la publicación de la exhortación post-sinodal “Amoris laetitia”? ¿O se refiere al constante e incesante lugar común que repiten ciertos púlpitos mediáticos que atacan sin descanso al Papa y al 99 por ciento de los obispos, creando confusión y denunciando después que hay confusión en la Iglesia?
Esta es la justificación: Viganò escribió lo que ha escrito, publicó la primera entrega mientras el Papa celebraba la Misa en el Encuentro con las Familias de Dublín, pidió la renuncia del Obispo de Roma, pero sin temer crear ni escándalo ni división. Sin preocuparse por lo que su gesto habría significado para la gran mayoría de los fieles, es decir un ataque al corazón de la Iglesia. El ex nuncio se auto-absuelve porque está convencido de que la confusión reinaba desde antes.
«Entonces —escribe en su tercer “comunicado”— hablé. Porque es la conspiración del silencio la que ha provocado y sigue provocando enormes daños a la Iglesia, a muchas almas inocentes, a jóvenes vocaciones sacerdotales, a los fieles en general». Viganò dice haber hecho lo que hizo por el bien de la Iglesia y está convencido de que la operación político-mediática que ha organizado, gracias a una red compacta de personas que lo apoyan y entrenadas en acusar al Pontífice desde sus púlpitos en la red y en las redes sociales, es justificable. Es más, dice que habría temido el juicio divino de no haber hablado, en lugar de temerlo por haber hecho lo que ha hecho. Esta insistente auto-justificación místico-religiosa representa el elemento más novedoso en los documentos del arzobispo, que no retrocede ni un milímetro. ¿En qué consistiría, entonces, la “conspiración del silencio”? ¿En que los nombramientos episcopal, arzobispal y la creación cardenalicia de McCarrick fuero un error?
En cuanto al pormenorizado resumen cronológico, es importante tratar de distinguir los hechos de las interpretaciones forzadas y de las evidentes falsedades. Se revela en toda su evidente naturaleza instrumental la intención de culpar de todo al Papa Francisco en relación con el caso McCarrick. Para obtener este objetivo, el único verdadero objetivo desde el comienzo de toda la operación, Viganò se ve obligado a insistir en presuntos datos y hechos que en realidad no lo son, sino más bien falsas noticias. La primera de ellas se relaciona con la leyenda metropolitana según la cual el ex cardenal McCarrick fue obligado a no viajar y a vivir retirado durante el Pontificado de Benedicto XVI, mientras durante el Pontificado de Francisco habría obtenido «responsabilidad y misiones».
El ex nuncio en Estados Unidos y todos los que lo apoyan repiten sin cesar esta mentira, fingiendo no ver la enorme cantidad de documentación (que quienquiera puede encontrar) que demuestra lo contrario: McCarrick nunca dejó de viajar, de desempeñar misiones (nunca por cuenta de la Santa Sede) reuniéndose con jefes de Estado y líderes religiosos en África, Medio Oriente, Asia. Y esto durante tres Pontificados, e incluso después de haber recibido instrucciones o recomendaciones (que nunca se transformaron en verdaderas sanciones) que lo invitaban a dejar de viajar y a vivir retirado. Viganò da a entender que Francisco cambió las instrucciones (nunca obedecidas) de Benedicto, y también esto es falso. En cambio, es cierto que, al contrario de su predecesor Pietro Sambi, precisamente Viganò, amo nuncio apostólico en Estados Unidos, nunca se demostró particularmente insistente con McCarrick. Han dado la vuelta al mundo varias imágenes de Viganò felicitando al cardenal estadounidense en 2012 (Pontificado de Benedicto XVI) y saludándolo afectuosamente con un beso en la mejilla.
La naturaleza instrumental de la operación radica precisamente en la acusación, pidiendo su renuncia, contra el único Pontífice que verdaderamente ha sancionado (y de manera durísima) a McCarrick, cuando llegó una acusación fundada (con el proceso canónico todavía en curso) de haber abusado de un menor, misma que surgió por primera vez en septiembre de 2017. Pensar que, incluso considerando creíbles los recuerdos del ex nuncio, haber comunicado al Papa una sola frase sobre el pasado del ya octogenario (y jubilado siete años antes) cardenal McCarrick, sin haber producido o enviado ningún apunte por escrito y sin haber comunicado ningún elemento de denuncia o señalización nueva, es suficiente para pedir la renuncia de un Pontífice indica hasta qué punto se ha llegado a perder la conciencia de lo que es la iglesia.
Otro de los puntos que son presentados como verdaderos, sin serlo, es el papel de “kingmaker” que McCarrick habría tenido en algunos nombramientos episcopales en Estados Unidos. Viganò lo repite, como ya habían hecho antes que él algunos sitios y blogs que hoy apoyan su operación, sin ofrecer elementos de prueba o que confirmen esta tesis. Además, el ex nuncio en Estados Unidos da por cierto que algunos nombramientos en importantes sedes norteamericanas han representado un cambio en la doctrina de la Iglesia sobre el tema de la homosexualidad y la pederastia. Pero también esto es claramente falso. Viganò olvida dos datos: el primero es que cada Pontífice, una vez elegido, ha decidido, en relación con determinados nombramientos y sedes episcopales no seguir siempre las indicaciones del nuncio o de las Conferencias Episcopales. Y que los dos cardenales estadounidenses promovidos por Francisco, en la misa de Viganò, Blase Cupich de Chicago y Joseph Tobin de Newark, no fueron nombrados ni obispos ni arzobispos durante el actual Pontificado, sino en los dos Pontificados precedentes.
También es discutible la insistencia con la que los que apoyan a Viganò presentan, como él, la homosexualidad como el problema que origina los abusos sexuales de menores. Teoría no verdadera, puesto que cada abuso sexual de menores o adultos vulnerables por parte de sacerdotes es, antes que nada, un abuso de poder clerical y un abuso de conciencia.
En el tercer “comunicado”, Carlo Maria Viganò pone el dedo en la llaga de los errores que llevaron a la creación cardenalicia de McCarrick y luego a no sancionarlo con mayor determinación. Se trata de un problema del pasado y relacionado con elprocso de selección de los obispos. Juan Pablo II en 27 años de Pontificado nombró a miles de obispos, y entre ellos también había alguna “manzana podrida”. Basta citar los nombres de los cardenales Hans Hermann Gröer, Patrick O’Brien y el McCarrick; o bien, los casos de los arzobispos Juliusz Paetz y Jozef Wesolowski, por citar los más destacados. Los Papas no son infalibles cuando designan a un nuevo obispo o a un cardenal con base en las informaciones que disponen en ese momento. La santidad de Karol Wojtyla no queda en entredicho debido a algunas de sus decisiones, discutibles y discutidas como las del cada Obispo de Roma, y la canonización del Papa no debería significar la aureola para sus colaboradores y sus decisiones.
También sería erróneo acusar al Papa Benedicto (gran promotor de una lucha sin cuartel contra el fenómeno de la pederastia clerical, con decisiones difíciles y valientes) por no haber sancionado duramente a McCarrick después de haber aceptado su renuncia a la diócesis en 2006. Como en ese momento no existían indicaciones sobre casos de pederastia (la denuncia contra el cardenal llegó, como se ha dicho más arriba, en 2017) y, como se trata de un cardenal emérito, la decisión de los colaboradores del Papa Ratzinger fue la de tratar de convencerlo de que viviera retirado y sin viajar. Sin actuar con más dureza frente a la evidente desobediencia del interesado. También se revela evidente la enorme instrumentalización de la acusación conta el Papa Francisco, que llegó a la Cátedra de Pedro cuando la cuestión de McCarrick se consideraba cerrada. La sucesiva denuncia por el abuso de un menor volvió a abrir el caso y el papa actuó, con una dureza que no se registraba en la Iglesia desde hace 91 años, pues llegó a quitarle el birrete cardenalicio al arzobispo emérito de Washington.
¿Esto significa que todo, en la gestión del caso, se hizo de la mejor manera? Evidentemente no. El Papa, que en el caso de Chile reconoció una parte de su responsabilidad por no haber dado crédito a las acusaciones de las víctimas del padre Karadima sobre la participación del obispo Barros, anunció una investigación profunda sobre McCarrick. Pero la solución no es, evidentemente, considerar creíbles a todos los que se erigen en grandes acusadores, a quienes se auto-adjudican la misión de juez supremo, a los que se ensañan buscando la pajilla en el ojo ajeno olvidando el propio. La Iglesia no puede transformarse en un gran tribunal, desgarrado por poderosos grupos político-mediáticos que quisieran dictarle la agenda. Se necesitan, no hay duda, mejores procedimientos para nombrar a los obispos y una selección más cuidadosa en los seminarios, para lograr ordenar solamente a hombres que sean capaces de vivir el celibato, aunque los escándalos sigan existiendo, porque el pecado, hasta que dure el mundo, nunca será extirpado. Pero se necesita, principalmente, volver a descubrir lo esencial del mensaje cristiano, es decir que la Iglesia no se basa en las capacidades de sus pastores o miembros (desde el Papa hasta el último de los fieles), ni se salva por las “best practices” de quienes la confunden con una transnacional. Se salva y anuncia el Evangelio si los que forman parte de ella miran a una Persona, reconociéndose frágiles y pecadores necesitados de misericordia infinita. Todos, desde el Papa hasta el último de los fieles.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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