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Romance a la distancia, cartas de amor y secretos: el hijo mexicano de Discépolo, a punto de ganar una batalla póstuma por su herencia
Enrique Luis Discépolo Díaz de León murió en 2017 y sus dos hijas -que viven en la Ciudad de México- esperan cobrar los derechos de autor de su abuelo
Por Julio Lagos
INFOBAE, 28 de julio de 2019;
La entrevista del autor con Enrique Luis Discépolo en 1968
-Usted no es argentino…
-No, soy mexicano.
– ¿Sería tan gentil de decirme su nombre?
-Enrique Luis Discépolo.
-¿Tiene algo que ver con Enrique Santos Discépolo?
-Soy su hijo…
Así comenzó un reportaje hecho en plena calle Florida. Fue el 10 de enero de 1968. Yo era cronista de Noticiero 13, su ojo en la noticia y tenía 23 años. Mi interlocutor iba a cumplir 21 en pocas semanas. Cuando le pregunté el motivo de su presencia en Buenos Aires, me contestó:
-El reconocimiento legal de mi nombre… Ese problema no está solucionado, pero espero verlo solucionado dentro de muy poco tiempo…
Desde ese día fuimos amigos. Teníamos casi la misma edad y rápidamente congeniamos. Con el tiempo, cada vez que venía a Buenos Aires nos encontrábamos.
En uno de los viajes vino con la mamá, doña Raquel Díaz de León, una señora cuya madura belleza permitía entender por qué en su juventud había deslumbrado -entre otros hombres- al gran compositor Agustín Lara.
O a Enrique Santos Discépolo, que fue el gran amor de su vida. La propia Raquel lo dice en su libro Uno, biografía íntima de Enrique Santos Discépolo: "Te amé, te amo y te amaré sin importar el tiempo ni la distancia… Hoy, cuando mis canas y mis arrugas trato de disimular, el polvo en que te has convertido se yergue ante mí como una luz protectora que enjuga mis lágrimas y acaricia mis noches".
Sí, lector, esta es una historia de amor.
Pero también de dolor, de ambición y de desesperación. No en vano Enrique Santos Discépolo, el personaje central de esta crónica, alguna vez escribió:
¡Soy una canción desesperada…!
¡Hoja enloquecida en el turbión..!
Por tu amor, mi fe desorientada
se hundió, destrozando mi corazón.
Dentro de mí mismo me he perdido,
ciego de llorar una ilusión…
¡Soy una pregunta empecinada,
que grita su dolor y tu traición..!
Esta Canción desesperada es uno de los clásicos de Discépolo, junto a Uno, Cambalache o Yira yira. En total, escribió 42 composiciones que están registradas en SADAIC. En el ambiente musical siempre se comentó que las liquidaciones periódicas por derecho de autor de Discépolo rondaban los 20.000 dólares. El período de protección autoral, que originalmente era de 50 años, en la actualidad es de 70 años, al cabo de los cuales los derechos pasan a ser de dominio público. Si recordamos que Discépolo murió el 23 de diciembre de 1951, podemos imaginar la magnitud de la recaudación que percibieron sus herederos a lo largo de los años.
¿Y quién o quienes fueron los destinatarios de esa fortuna?
Ocho meses antes de morir, el 21 de abril de 1951 (precisamente el día que en México el niño Enrique Luis cumplía 4 años) Enrique Santos Discépolo firmó un testamento en el que señaló como sus herederos a su compañera sentimental Tania, con el 80 por ciento de los beneficios, y a su hermana Otilia, con el 20 restante.
En ese documento también aseguró: "Permanezco soltero y no tengo ni reconozco descendencia natural".
Semejante afirmación pareció eliminar toda posibilidad de admitir el derecho hereditario de un presunto hijo. Y así fue entendido en su momento por la Justicia argentina. Sin embargo, la historia es mucho más compleja. Y no tanto por los tecnicismos legales, sino por las desconcertantes paradojas del alma humana.
El mismo Discépolo en 1931, en su obra teatral Caramelos surtidos, le hace decir a uno de sus personajes, un vendedor de diarios que vocea las noticias: "¡Una nueva ley establece que serán fusilados los padres que hayan hecho abandono de sus hijos!".
Y si el texto de una creación artística trasluce las convicciones de un autor, mucho más expresiva con respecto a sus sentimientos es una carta personal.
En agosto de 1947 Enrique Santos Discépolo escribió: "Nunca tendrán nada que temer. Tú y mi hijo pueden vivir tranquilos mientras yo viva y aún después de muerto… Tú y mi hijo serán felices. Y yo de saberlo."
La destinataria de esta carta era Raquel Díaz de León, esa bella señora de la década del '60, que por entonces -en los años '40- era una de las mujeres más hermosas de México.
Cuando la pequeña Raquel tenía dos años, su papá abandonó la casa familiar, llevándola consigo y separándola de su madre. En la adolescencia, a los 16, vivió otro episodio trágico: un rufián la golpeó, la ultrajó y luego de violarla comenzó a explotarla en "La bandida", un famoso prostíbulo de la época. Al mes de estar en ese lugar, Agustín Lara -el célebre compositor de Solamente una vez y Noche de ronda– la encontró allí. Se enamoró de ella, la rescató de ese vil empleo y la instaló en una casa en Coyoacán que bautizó "El Cortijo". Ella, su habitante, sería la famosa Cortijera.
Hasta que Lara conoció a María Félix, la famosísima estrella a la que tiempo después le escribiría María Bonita. Raquel fue abandonada y cayó en una gran depresión. "A mis 17 años ya había tenido cinco intentos de suicidio… No creía en nadie y no esperaba nada de alguien", escribió.
En ese momento, en 1944, conoció a Enrique Santos Discépolo en una comida. El enamoramiento fue mutuo, instantáneo: "Desde que entré al salón nos vimos… Nuestros ojos se imantaron, no podíamos dejar de mirarnos, fue tan notorio que algunos compositores que te rodeaban y me conocían creyeron conveniente invitarnos a su mesa".
Esa misma noche estalló el amor.
El autor de Cambalache había viajado a México junto a varios autores, que pronto se unieron a la colonia artística argentina que por esa época trabajaba en el país azteca.
Ana Luciano Divis, más conocida como Tania y Discépolo eran pareja cuando el compositor viajó a México
Pero su pareja era Tania, es decir la cantante Ana Luciano Divis, con quien mantenía una relación tormentosa. Con Raquel fue todo distinto, pese a la diferencia de edad. Discépolo tenía 43 años. Ella 18 y acababa de ganar el concurso de "Los ojos más bellos de México". El artista, enamorado, le escribió: "Te amo tanto, como nunca pensé llegar a querer!… ¿Cómo no voy a agradecerle a Dios el haberme dado la oportunidad de vivir una entrega de amor nunca antes percibida?…".
Esta declaración de amor puro revela también la fe de Discépolo, a menudo puesta a prueba en sus composiciones. En Fratelanza, el libro del historiador Norberto Galasso y el psicoanalista Jorge Dimov, este último señala que Discépolo menciona a Dios en forma explícita en doce tangos. En Secreto, por ejemplo: "¿Quén sos que no puedo salvarme, muñeca maldita, castigo de Dios?"
O en Martirio: "Sin comprender por qué razón te quiero… Ni qué castigo de Dios me condenó al horror…".
Pero Discépolo había compuesto Secreto en 1932. Y Martirio, en 1940. En cambio, en octubre de 1944 abría su corazón. Algo nuevo había pasado en su vida. Era otro hombre el que escribía el 9 de octubre de 1944 desde el hotel Sevilla Biltmore de La Habana: "Amor precioso, todos mis besos. Todos mis recuerdos, los más profundos y los más queridos. No me olvides en tus horas y que me sepas en todas partes, adorando la sencillez tan dulce de tu ternura, que llena de besos mi nostalgia, hoy. Enrique".
Pocas semanas más tarde, el 22 de noviembre de 1944, con membrete del Hotel Alférez Real de Cali, Colombia, le vuelve a escribir a Raquel: "Alma, estoy solo. Tania partió por fin. Yo espero salir esta madrugada, llena de tí. ¡La luna! Bendita luna que te pone a mi lado desde que dejé de besarte. Un río junto a mi ventana que canta entre piedras tu recuerdo… ¡Cómo te quiero!… ¡Cómo te he querido!… ¡Cómo te querré!… Bésame como te beso. Mucho. Mucho. Enrique".
Las cartas fueron muchas. A través de ellas se afianzó una relación que pudo cristalizarse tiempo después, en 1946. Ese año, Discépolo volvió a México.
Pero ahora, por un momento, regresemos a la década del '60.
-Maestrito, ¿me acompañas a la casa de mi madrina?
El trato fraterno de Enrique Luis se adornaba con sus modismos mexicanos. Y se reía cuando yo le decía que me parecía estar hablando con Cantinflas.
-Si quieres, mañana al mediodía nos damos una vueltecita por allí…
Así fue. Nos encontramos por Callao y Santa Fe y caminamos un par de cuadras. Yo no sabía quién era su madrina, por eso me sorprendí cuando me dijo al llegar a la puerta de un edificio de Rodríguez Peña casi Marcelo T. de Alvear:
-Aquí vive mi madrina… Es Tita Merello.
¡Tita Merello! En esa época ella era la estrella que habitualmente cerraba el programa Sábados Circulares de Nicolás Mancera, en una actuación imponente. Dueña de un magnetismo único, cantaba sus tangos arrabaleros envuelta en un vestido largo, que lucía con andar majestuoso.
Nunca me hubiera imaginado que ella era la madrina de Enrique Luis. Pero mi sorpresa fue rápidamente reemplazada por otra comprobación inesperada. Porque cuando se abrió la puerta del departamento apareció una señora bajita, con una bata de lana en los hombros y que con una sonrisa tierna dijo:
-Hola nene, ¿viniste con un amigo? Pasen chicos, pasen…
Era Tita Merello, sin todo ese aire arrollador de la tele. Que nos preguntaba si habíamos comido, que quería saber cómo iba el romance de mi amigo con una joven cantante de aquella época. Y que le ponía unos pesos en el bolsillo del saco, sin admitir protestas ni negativas.
Muchos años después conocí la historia y supe por qué Tita Merello era la madrina de Enrique Luis Discépolo, el hijo de Enrique Santos Discépolo.
Para entenderlo, conviene evocar esa época.
En 1946 el autor de Uno pasó varios meses en México, conviviendo con Raquel. Ella, en su libro Uno lo recuerda con todo detalle: "¿Cómo podré olvidar que cuando yo venía de mi clase de esgrima -quería conservarme delgada y bella para tí- pero no desatendía mis deberes de ama de casa y antes de llegar a nuestro refugio de amor, pasaba por el mercado por los comestibles para prepararte algunos alimentos que yo te obligaba a comer hasta dártelos como a un chico en trocitos y en la boca?”.
Y más adelante ofrece un testimonio revelador: "Muy a menudo teníamos amigos a almorzar y a comer: Tita Merello, Luis Sandrini, Libertad Lamarque, Alfredo Malerba, Luis Aldás, Hugo del Carril, el matrimonio Buchino, Arturo de Córdova, Jorge Reyes, en fin, cualquier argentino que llegara a México, amigo tuyo, era bienvenido a nuestro hogar. Por cierto, todos celebraban verte tan distinto. Estabas radiante, alegre, repuesto y decías: 'Todo se lo debo a mi ángel', así me nombrabas a tus amigos".
Fue en esa época que Raquel quedó embarazada. Y la pareja disfrutó de esa maravillosa etapa: "Tú nunca habías sido padre y esta novedad era un tema en nuestra intimidad de especiales arrumacos. Idealizábamos a nuestro hijo… ¿qué sería? Hombre o mujer, se lo preguntabas acercando tu oído a mi ombligo, del que decías que era su micrófono. Inventabas contestaciones de él, que me hacían reír y en las que tu ingenio destilaba una ternura inaudita, de esperanza por la vida. Cualquier movimiento de la criatura te causaba asombro. Esta ancla de nos uniría para siempre… Lo decíamos, lo sentíamos, lo soñábamos".
Pero no pudo ser. La unión no fue para siempre.
Tania se enteró de que Raquel y Enrique esperaban un hijo. Y fue a buscarlo a Discépolo. Amenazó con tirarse por la ventana del departamento si Enrique no accedía a regresar a Buenos Aires con ella.
Discépolo dejó México. Nunca más volvería.
El 21 de abril de 1947 nació Enrique Luis, el hijo de Raquel.
El hijo de Enrique, por quien recibió su primer nombre de pila. El segundo, Luis, por su padrino.
Porque los padrinos de bautismo fueron Luis Sandrini y Tita Merello, que por entonces eran una pareja y seguían establecidos en México.
Pero hicieron algo más que comprometerse con el recién nacido ante la pila bautismal. Ellos dos y varios de los artistas argentinos que habían frecuentado el hogar de Raquel y Enrique se presentaron ante la justicia mexicana y testificaron para acreditar su filiación.
Fue por eso que el fruto de aquel amor tuvo, desde entonces, el apellido Discépolo. Así figuró en su partida de nacimiento y en todos sus documentos personales posteriores.
A la distancia, Enrique Santos Discépolo respondía las cartas de Raquel y le decía: "¡Me hablas de mi hijo! ¡Amor! ¡Qué tremendo dolor de lejanía insensata!… Bésalo con tu boca como si fuera la mía… Apriétalo contra mí, en tu pecho… Corro ya hacia el teatro. A hacer el payaso. Con teatros llenos. Y sin ti. Te tengo abrazada. Y lloro. Enrique".
En varias de sus cartas, Discépolo agregaba un pedido final, que traslucía su conflicto íntimo: "Escríbeme a Lavalle 1547, Buenos Aires. No escribas a mi casa".
Le estaba advirtiendo que el domicilio de SADAIC era confiable. El de su domicilio, no. También le enviaba dinero a Raquel, aunque enfrentó una dificultad que ha sido cíclica en la Argentina: "Con la prohibición bancaria tendré que girarte sin superar los quinientos pesos por cada envío, va a ser necesario distribuirlos entre dos, ¿comprendés? A la misma persona no se le puede girar más que una vez por mes hasta quinientos pesos".
Después, sus respuestas se fueron espaciando. Hasta que pasaron dos años de silencio. Entonces Raquel le envió una carta a través de un amigo común, el periodista Carmelo Santiago. En ella le decía: "Han pasado cuatro años… y todavía seguimos existiendo. Nuestro hijo crece; mi savia le dio la vida, tu recuerdo le ha dado un yo… Te tiene un gran cariño. Habla de ti como algo lejano… pero con vida. Le pongo tu música y la distingue de otros tangos. Le preguntan por su papá y él dice que está en la Argentina, pero que pronto volverá".
Y en otro párrafo le pide: "Te escribo con un solo deseo: que reconozcas oficialmente la paternidad de nuestro hijo".
Discépolo se conmovió y decidió tomar una decisión. En el brindis de la Navidad de 1950, en SADAIC, le dijo a Luis Luciano, que era su secretario y además hijo de una hermana de Tania:
-Yo aquí festejando y el chico allá, solo…
Fue precisamente Luis Luciano quien ofreció un testimonio revelador, al conversar con Norberto Galasso y Jorge Dimov: "En una oportunidad me llama José María Katunga Contursi para mostrarme una foto del pibe, que le había dado Enrique para que se la guardara. Entonces quiere decir que a Tania le tenía miedo. Terror. Y además él le permitió a ella cosas que ningún hombre le permitiría a una mujer. Era una relación de odio y temor", señaló.
En los primeros meses de 1951, Discépolo planeaba regresar defintivamente a México. Allí estaban la mujer que más había amado en la vida y su hijo.
Pero no volvió. Recibió un pedido de Raúl Alejandro Apold, secretario de Prensa y Difusión del gobierno peronista, para protagonizar la serie radiofónica Pienso y digo lo que pienso, en Radio Belgrano.
-No puedo, me voy a México…
Pero primero Juan Domingo Perón y luego Evita lo convencen. Se queda y hace los programas en los que manifiesta su adhesión al proyecto político oficial. Eso le hizo perder amigos, pero él tenía otro objetivo. Confiaba en que una vez concluido ese compromiso iba a poder viajar. Pero su salud se deterioraba velozmente. Adelgazaba. Es famoso su amargo chiste: "Estoy tan flaco que las inyecciones me las dan en el sobretodo". Estaba muy mal.
Finalmente, murió el 23 de diciembre de 1951. Pesaba 37 kilos.
Juan Quatrecasa, el eminente médico español que lo atendió, dijo que Enrique murió de anemia. Y que la causa de la anemia era "inespecífica, de causa desconocida". Quienes conocían el drama espiritual de Discépolo no precisaban diagnósticos. Una poetisa lo definió con honda sutileza: "Enrique murió… de muerte”.
Con rigor científico, el psicoanalista Jorge Dimov asegura: "Discépolo fue un melancólico grave, que se despojó de todo lo mejor que tenía. En cierto modo se suicidó, porque cuando una persona pierde la capacidad de reconocer su paternidad está dañando algo propio. Lo mismo le había pasado con su hermano Armando, con quien tenía un gran sometimiento. El que escribía las obras de teatro era Enrique, pero las firmaba Armando, que quedó como el precursor del grotesco en la Argentina… Yo sé que cuando digo esto la gente del teatro me quiere asesinar… Pero en el mismo momento que Enrique se pasó al tango, su hermano Armando dejó de escribir teatro…No escribió nunca más, abandonó a los 47 años… ¡Y vivió hasta los 71! ¿Me vas a decir que un tipo que dicen que inventó un género deja de escribir?".
Su conclusión es rotunda: "El sometimiento que tenía Enrique Santos Discépolo con su hermano lo trasladó a Tania. No resulta creíble que las personas puedan despojarse de sus mejores cosas. Además, a Discepolín su padre biológico lo abandonó y su padre legal murió prematuramente, luego de padecer una profunda decadencia moral y psicológica. Allí está la génesis de la enfermedad melancólica que comienza a desarrollarse cuando Discepolín debió enfrentarse al nacimiento de su propio hijo. Nosotros enfermamos porque los modelos infantiles pesan en nuestra cabeza".
En 2016 lo vi a Enrique Luis Discépolo por última vez. Me visitó en la radio, fuimos a comer, charlamos mucho. Era gemólogo y estaba entusiasmado con un pequeño aparato que sacaba del bolsillo y con el que medía la intensidad de las gemas. Le había había dedicado muchos años de su vida a esa actividad tanto en México como en Buenos Aires, donde había tenido un puesto en la Feria de San Telmo.
Si bien se apoyaba en un bastón para caminar, estaba bien de ánimo y se lo veía muy ilusionado con el curso que había tomado su batalla legal:
-Mira maestrito, yo no reclamo ahora ninguna herencia. Lo único que me interesa es que se me reconozca oficialmente como hijo de Discépolo. Y que mis hijas puedan decir que son nietas de Enrique Santos Discépolo.
Ya doña Raquel había muerto. Mi amigo disfrutaba del cariño de Esmeralda, una mujer, que antes había sido leal acompañante de su mamá:
-No sabes hermano qué buena gente es… ha cuidado a mi madre todos estos años y ahora resulta que la vida me ha regalado todo su amor a mí…
Las demandas que Enrique Luis había presentado en la Argentina, desde la época de aquella entrevista en Noticiero 13, fracasaron en todas las instancias. Incluso un fallo de la Corte Suprema le fue adverso, cuando se hizo una extracción de sangre en el Hospital Durand para requerir un examen de ADN en el cadáver de su padre, cosa que hubiera sido impracticable décadas atrás. "Ya es cosa juzgada", dijo el alto tribunal.
Sin embargo, pudo tomar contacto con un eminente abogado, Marcos Córdoba, quien es profesor titular de Derecho de Familia y Sucesiones en la Facultad de Derecho de la UBA. Hace unos días, este letrado me contó:
-Sí, vino a verme y le dije que había un camino con buenas posibilidades… Logré que el juez de primera instancia reconociera como medida cautelar que este hombre tenía derechos y que debían suspenderse todos los pagos a quienes habían sido declarados herederos. Yo no ordené ninguna extracción de sangre, hoy eso es intrascendente porque él está reconocido por un instrumento previo, desde que nació. Me basé sólo en lo que dice la ley, porque él estaba reconocido en México. Lo que parecía sumamente complicado se convirtió en algo claro, directo y sencillo. La ley argentina, de la misma manera que lo hace recíprocamente la ley de México o de España, dice que los actos jurídicos se rigen por la ley del lugar donde se celebran. El reconocimiento del hijo de Enrique Santos Discépolo se realizó en México según la ley mexicana y él nació en México. Por lo cual su título de estado es la partida de nacimiento, que está hecha en base a la ley mexicana. Ese es el título que presenté y les hice saber a los jueces argentinos que tenían que respetar la ley argentina reconocer ese título, porque hay equivalencias con la ley mexicana.
Córdoba me contó un detalle conmovedor:
-Cuando le dije esto, el señor Discépolo se puso a llorar, muy emocionado… Y me preguntó si me podía abrazar… ¡Por supuesto que nos estrechamos en un fuerte abrazo!
Pero el 28 de mayo de 2017 Enrique Luis Discépolo murió en México.
Justo cuando estaba por lograr aquello que buscó toda su vida: que se lo reconociera como hijo de Discépolo. Porque estaba orgulloso de su papá. Jamás le escuché una sola palabra de resentimiento ni de rencor. Nunca se le escapó un juicio que descalificara a su padre por no haberlo reconocido y mucho menos por no incluirlo en un testamento que le hubiese permitido cobrar una fortuna por los derechos de autor de sus célebres tangos.
Ahora son Julia y Daniela -las jóvenes hijas mexicanas de Enrique Luis- quienes ocupan su lugar como herederas. Ellas están en condiciones de percibir las actuales y futuras liquidaciones por derechos de autor de su abuelo, hasta que prescriban en 2021.
Más aún, aunque la magnitud de la cifra escapa a todo cálculo, también pueden reclamar el resarcimiento de lo percibido a lo largo de los años, desde 1951.
Aquel flaquito que hablaba como Cantinflas y que yo conocí en los años '60 sabía muy bien quienes habían sido los verdaderos amigos de su papá, aquel que con su talento enorme y su nariz había escrito "me diste en oro un puñado de amigos".
Tita Merello, la madrina, que se atrevió a sostener públicamente lo que otros no se atrevieron a decir. Y que además discretamente pagó el costo de varios trámites legales.
Enrique Cadícamo, cuyo testimonio quedó escrito: "El caso debe ser actualizado y juzgado con equidad y justicia. Es de esperar que un nuevo tribunal examine prolijamente y dictamine reconociendo la existencia de Enrique Discépolo hijo, como legítimo co-heredero de los derechos de autor".
Y Hugo del Carril, a quien un día, deseoso de agradecerle por haber sido solidario con su mamá en México, fue a visitar en el Tigre. Don Hugo tenía allí un criadero de nutrias, en un lugar muy alejado del embarcadero, por lo que Enrique Luis tuvo que caminar muchas cuadras por la tierra. Y después por el barro. Hasta que llegó chapoteando en un riacho:
-¡Embarrado y con los zapatos llenos de agua le di las gracias, pero terminé pidiéndole prestado un par de zapatillas!
En este mismo momento, en cualquier lugar del mundo, alguien canta, silba o baila un tango de Discépolo. Esa es la herencia de un artista incomparable.
La obra de un hombre que amó y sufrió. Tal como escribió en sus tangos.
Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias…
Sabe que la lucha es cruel y es mucha,
pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina…
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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